lunes, 8 de abril de 2013
domingo, 7 de abril de 2013
ÉTICA DE LA INFORMACIÓN
INTRODUCCIÓN
CAPITULO
I. POR QUÉ ETICA DE LA INFORMACIÓN
1. El reto
ético de la credibilidad informativa
Mientras se habla de la era del «hombre informado» como
signo de progreso los medios de comunicación social pasan por una crisis de
credibilidad, lo cual equivale a una valoración ética de los servicios
informativos. Entre los diversos factores que influyen en esa crisis y que reclaman la reflexión ética de los
mismos en la sociedad contemporánea cabe
recordar los siguientes:
- El llamado "giro tecnológico"«. A
veces se tiene la impresión de que importa más el desarrollo de la tecnología
de la comunicación que la calidad humana de los mensajes informativos. Aspecto
que adquiere cada vez más relevancia a medida que las llamadas "autopistas
de la información" van dejando de ser una utopía para convertirse en
realidad palpitante. La introducción de la fibra óptica, los avances en las
comunicaciones radioeléctricas y la digitalización de las comunicaciones
constituyen un salto tecnológico impresionante con derivaciones éticas
importantes. Un ejemplo a destacar en este sentido lo tenemos en la internet
cuyo desarrollo técnico constituye un desafío técnico y moral a los sistemas de
comunicación de masas tradicionales.
- La mentalidad posmodernista, en cuyo contexto
cultural la posesión del medio suplanta al interés por la existencia de
mensajes de calidad en clave de verdad, belleza artística y bondad humana.
- La tendencia de los medios a la parcialidad. Cada vez se inclinan más hacia los poderes fácticos desde la plataforma de
su organización empresarial. La tecnología avanzada de la comunicación hará
desaparecer algunos planteamientos éticos y jurídicos del pasado relacionados
con los monopolios industriales de la información. Pero ello no significa que
la profesión informativa vaya a liberarse del compromiso actual con las leyes
de mercado. Al contrario, la tendencia es a un mayor compromiso y alianza de
los medios de comunicación con el mundo empresarial y de las finanzas. La
parcialidad lucrativa contribuye a reducir la información a mera mercancía.
- Invasión de la intimidad y vida privada. Muchos de los conflictos de los medios de comunicación con el público y
con la justicia son debidos a su irresistible tentación de invadir
injustificadamente la vida privada de los demás bajo pretextos informativos. La
prensa diaria se hace eco de los conflictos de los medios de comunicación con
la justicia a causa de sus roces con la vida privada de los ciudadanos.
- Los conflictos de intereses. Con la nueva
tecnología de la comunicación están apareciendo también formas nuevas de
especulación económica y de nuevos intereses por parte de los magnates y
profesionales de la información. El monopolio tanto estatal como privado de los
medios de comunicación da origen a problemas éticos relacionados con la
libertad de expresión, la imposición de una opinión pública prefabricada y la
posibilidad de acceso a dichos medios, que suelen quedar en manos de ricos y
poderosos marginando a los débiles.
- Excesos en el ejercicio de la libertad de expresión y uso eventualmente
abusivo del secreto profesional. Los conflictos
con la justicia en este campo, con razón o sin ella, son constantes. La
tendencia de algunos es a pensar que la libertad de expresión debe ser
ilimitada y el secreto profesional un bunker desde el cual poder realizar toda
suerte de operaciones, incluso indeseables, bajo el pretexto de informar y de
no hacer peligrar la seguridad de las fuentes de información.
- La irrupción fascinante de los medios audiovisuales, generando modelos de conducta sociales en constante desafío a los medios
inspirados en la razón y en la aceptación de valores morales superiores. La
imagen es un lenguaje poderosísimo que suplanta progresivamente al discurso
racional oral y escrito. Con una sola imagen técnicamente avanzada se puede
influir persuasiva o subliminalmente en nuestros modos de pensar y de obrar más
que con discursos orales razonados.
- La irrupción galopante de la informática en los procesos judiciales,
policiales y médicos. Aparecen nuevos problemas éticos en relación con el
derecho de acceso a las fuentes. En las primeras vísperas del siglo XXI la
emisión y recepción de información converge vertiginosamente hacia la INTERNET.
El ordenador personal casi de bolsillo será no tardando mucho el catalizador de
las redes de radio, teléfono y televisión. El periódico clásico tiende a ser
sustituido por el periódico electrónico y el periodismo lectivo por el visual o
fotoperiodismo.
- Los inconvenientes de la falta de informadores especializados. El mundo de la imagen, de la imaginación‑fantasía y del sentimiento
tiende a suplantar las funciones propias de la razón. Desde el punto de vista
educativo la preocupación por la imagen y la apariencia tiende a sustituir la
preocupación esencial por el ser y la realidad objetiva.
- Formas de conducta personal y social revolucionarias. Son aquellas que hasta hace poco tiempo eran consideradas como impropias
de la función de informar y de la actividad artística y que ahora son asumidas
por los medios más agresivos invocando la libertad de expresión y el derecho de
la información, o la presunta autonomía moral de la actividad artística. La
información es cada vez menos un bien de interés público y general derivando
hacia intereses particulares y privados de los propios informadores.
- La manipulación de las informaciones y las prácticas persuasivas más comprometedoras de la libertad personal campean en el ámbito de la
publicidad y de las relaciones públicas gozando de una aceptación que raya en
la sumisión placentera y condescendiente. La verdad informativa tiende a ser
considerada pura y simplemente como un producto de consumo regulado por las
leyes del mercado libre y competitivo. La rentabilidad económica en función de
la oferta y la demanda se imponen en la profesión informativa, incluso
como una nueva mentalidad.
2. Una cuestión de dignidad y profesionalidad
Ocurre a veces que los informadores se encuentran en situaciones que les
obligan a difundir errores contra su voluntad. Pero los hay también que los
divulgan con satisfacción. Los abusos y la incompetencia culpable en materia de
información desdicen de la persona que los ostenta y de la corporación
profesional que los tolera. La verdad, que es el desiderátum supremo del buen
informador, dignifica al que la busca y comunica con respeto a los demás. La
mentira, los chismes y el engaño, por el contrario, privan de dignidad a
quienes deliberadamente los difunden.
Los informadores están sometidos a toda suerte de presiones morales,
financieras, ideológicas y políticas, muchas veces rayando en el soborno. En
tales situaciones sólo una conciencia ética clara y vigorosa de la propia
dignidad personal constituye el mejor medio protector contra los potentes
misiles de la crítica vindicativa. Un sano sentido ético de la información es
el mejor protector de la dignidad personal contra las incitaciones a la
corrupción.
Por otra parte, la ética informativa está postulada también por razones de realismo
práctico. Si los profesionales de la información no salen ellos mismos al
paso de sus errores, lo harán las autoridades públicas. Los delitos
informativos serán tratados entre los delitos comunes. Los vacíos éticos serán
compensados por las leyes penales. Si ellos no se dan a sí mismos unos
principios éticos respetables, no faltará quien se los imponga por la fuerza,
con el riesgo que esto supone para el libre y responsable ejercicio de la
libertad de expresión y garantía de la objetividad informativa.
Se apela también a la razón de identidad y competencia
profesional. Se ha dicho que las destrezas informativas son más mentales
que mecánicas. Que ser informador es más que nada una manera de ser. Que al
verdadero informador se le conoce sobre todo por sus motivaciones éticas cuando
realiza su trabajo. Por supuesto que actualmente no se puede desligar la
integridad ética y nobleza de actitudes morales de la competencia tecnológica.
El informador responsable se esfuerza por dominar la tecnología específica del
medio, así como las leyes y normas que ayudan a dignificar eficazmente su
trabajo. Quienes piensan que los futuros profesionales de la comunicación social
deben instruirse exclusivamente en el manejo y utilización de la tecnología, al
margen de la formación humanística, están tan equivocados como los que se
refugian en la formación humanística despreciando la destreza tecnológica. Ni
la formación tecnológica tiene nada en contra del humanismo ni éste contra el
progreso tecnológico. Es justamente la dimensión ética del comportamiento en
todos los niveles la que enseña a superar todos esos pseudo-conflictos en el
quehacer informativo.
Está además la razón empresarial. Toda empresa informativa tiene que
afrontar problemas específicamente económicos. De ciertas agencias informativas
internacionales sabemos que son verdaderos emporios económicos. El factor
dinero es hoy en día tan caballero en las empresas informativas como en las
específicamente financieras. Una buena economía es el pilar sobre el que
descansa la independencia de la prensa. Quien trabaja en un periódico tiene el
deber también de ganar dinero para él mismo. El ganar dinero es también un
deber ético para la empresa informativa. Como punto de partida nadie pone en
duda que tiene que ser así. La empresa informativa tiene el deber ético de
ganar por lo menos el dinero necesario para asegurar su propia existencia y la
posibilidad de que sus miembros se dediquen prioritariamente al quehacer
informativo, dejando a un lado otros intereses incompatibles. El factor dinero
juega un papel decisivo sobre todo en el campo de la información
radiotelevisada.
La ética recuerda que ante estos hechos la empresa informativa debe
resolver sus problemas económicos sin invertir la escala de valores
suplantando el ideal de verdad por el
del lucro. Urge que las empresas informativas respeten tanto los principios
éticos de la información como los que deben presidir la actividad empresarial.
El capital base de la empresa informativa debería ser la verdad, en función de
la cual se justifican automáticamente los eventuales beneficios económicos.
En nuestros días la calidad informativa pasa por la empresa, por la tecnología
y por la ética. Esto significa que urge formar bien la conciencia personal
tanto de los informadores como de los empresarios. La responsabilidad ética ha
de circular por la sangre de todos ellos. Después habrá que encontrar la manera
práctica de que empresarios e informadores conviertan esa responsabilidad ética
en parte de su ser operativo. De hecho existen normas y criterios éticos
específicos al respecto, pero ni son conocidos por la mayoría de los
profesionales de la comunicación social ni parece que todos tengan demasiado
interés en ponerlos siempre en práctica.
Otra urgencia que remite a la ética de la información es la necesidad de
que los profesionales de los medios de comunicación social sean personas
llamadas para ese menester y no sólo aficionados u obligados a hacer ese
trabajo porque no encuentran otro. El profesional de la información debe ser
una persona con vocación. Esto significa que, además de tener aptitudes
y aficiones, trabaja con gusto y rectitud de intención. Las aptitudes requeridas
pueden ser naturales o adquiridas. Estas últimas, a su vez, pueden ser
oficiales o reales. Son oficiales aquellas reconocidas mediante contratos
laborales o títulos académicos, que pueden no coincidir con las reales o
naturales. Se puede estar en posesión de un título académico de periodista y
ser un inepto para ejercer la profesión, y viceversa.
Al buen profesional de la información se le conoce también por su desinterés
en el sentido de que los imperativos de la verdad y de los intereses del público
están siempre por encima de los suyos propios o de sus allegados, sin que esto
signifique olvido o desprecio por éstos. Cuando hay conflicto de intereses se
pone al servicio de los más sin perjuicio de los menos. Se dedica
prioritariamente a los asuntos de la información, cultiva la formación
permanente, vive de su trabajo de forma honesta, sabe guardar los secretos
específicos de la profesión y se muestra diligente en el cumplimiento de sus
deberes de forma responsable y solidaria con los colegas mediante el juego
limpio y la ayuda solidaria si fuere menester. La experiencia enseña que con
frecuencia la incompetencia profesional es consecuencia de alguna
irresponsabilidad moral. La relación entre competencia profesional y
responsabilidad ética es muy estrecha. Ni la ética informativa por sí sola
garantiza la competencia profesional ni el puro moralismo sin aptitudes o
hábitos técnicos.
3. Razones
prácticas de orden académico
Se trata de la importancia
universalmente reconocida a la ética de la información tanto a nivel popular
como universitario. La misma prensa diaria plantea y discute constantemente
problemas esencialmente éticos de la profesión, que necesitan ser estudiados
con rigor científico.
En la creciente bibliografía puede apreciarse la gama de problemas éticos
que son objeto de estudios monográficos en multitud de libros y revistas
especializadas. La aparición de manuales y para-manuales de ética y deontología
de la información en los últimos tiempos demuestra la necesidad de la reflexión
profunda a nivel académico y universitario sobre los problemas humanos que
surgen en el campo de la información moderna. La profesionalidad informativa
exige cada vez más conocimientos y más sentido de responsabilidad.
Ahora bien, la
responsabilidad informativa es un asunto primordial y específico de la ética, la cual nos introduce en el campo de
la reflexión sobre la conducta profesional. De ahí la presencia de esta
disciplina en el contexto de los estudios universitarios de las llamadas
ciencias de la información y que abarca los grandes sectores de la prensa
clásica, de la información moderna audiovisual, el campo de la publicidad y de
las relaciones públicas. Como reflejo de la importancia universalmente
reconocida a los problemas éticos de la información tenemos el cúmulo de
bibliografía existente sobre dichos problemas, las regulaciones jurídicas en
aumento, los códigos deontológicos y la creación de la figura del ombudsman
como especie de centinela ético entre los informadores y su público descontento
o injustamente tratado. El mismo
cometido es asociado a los Consejos de Prensa y a las Auditorías.
En la mayor parte de los
países del mundo existen leyes sociales reguladoras del derecho a la
información y actividad de los informadores profesionales. El asunto de
informar y ser debidamente informados nos introduce de lleno en el campo de la justicia
social y pide una justificación ética adecuada. Toda norma o ley positiva, establecida
por hombres, para que resulte vinculante en conciencia, debe estar apoyada por
alguna razón ética proporcionada. La ética es como la sangre de la justicia por
cuanto ofrece los criterios y las razones para discernir sobre si esas leyes
son justas o injustas, vinculantes o rechazables. Cuando los profesionales de
la información critican esos cuerpos normativos o legales, para que sean
válidas sus críticas tienen que estar inspiradas en principios de naturaleza
ética. Es la ética la que nos recuerda que la información es un derecho natural
en función del cual la sociedad tiene la obligación de proveer de un servicio
público de expertos para garantizar lo mejor posible la respuesta al derecho
natural de todo individuo y de toda sociedad al conocimiento de las verdades
más esenciales para llevar una vida digna en sociedad.
Por otra parte, la corrección
ética constituye la mejor autodefensa de la credibilidad profesional en materia
de información. Estos profesionales son frecuentemente acosados por las
protestas del público y las presiones de los poderes políticos y financieros.
La ética profesional enseña a los informadores a escuchar y aprender de las
críticas del público, así como a defenderse de los poderes políticos y
económicos mediante el ejercicio responsable de la legítima libertad de
expresión al servicio del bien común. Esas presiones y esos condicionamientos
han dado lugar a la deontología profesional expresada en los códigos éticos de
conducta práctica. Tales recomendaciones deontológicas han surgido como medidas
de autocontrol y autodefensa profesional, y son interpretadas como la mejor
garantía de honestidad profesional, de respeto al público, de libertad de
expresión responsable y de no injerencia de los poderes corruptores. De ahí la
proliferación de códigos deontológicos del periodismo, de los medios
audiovisuales, de la publicidad y de las relaciones públicas.
4. La ética como exigencia de los derechos del hombre
La razón de dignidad para garantizar el ejercicio responsable de la
información es absolutamente válida, pero insuficiente, ya que no tiene todas
las garantías de fundamentación racional. Cuando se apela a la razón de
dignidad suele hacerse sólo por pragmatismo. Pero la mera practicidad para
ganarse la simpatía del público no es argumento suficiente para la sólida
fundamentación racional de una ética comprometida con la objetividad
informativa y la veracidad. La necesidad de la ética informativa brota de la
naturaleza misma de la información, que se inscribe en el contexto de la
justicia social y de los derechos humanos fundamentales de las personas
particulares y de los pueblos. El derecho a informar y a recibir información es
un servicio a la comunidad en respuesta a ese derecho fundamental. Su carácter
ético se deduce de la naturaleza misma de la justicia, que es en todos sus
aspectos y dimensiones una virtud esencialmente ética. Toda persona humana
tiene derecho natural a la verdad como exigencia del instinto propio de la
inteligencia. La inteligencia humana busca la verdad como el niño el pecho de
su madre o el sediento el agua para saciarse. Esa búsqueda natural de la verdad
trasciende al hecho mismo de que pueda equivocarse o ser engañada.
Por analogía con ese derecho
natural de la persona puede argumentarse que, de forma proporcional, también la
sociedad constituida tiene derecho a conocer sus propias verdades, sobre todo
aquellas que sean más necesarias para llevar a cabo felizmente la humana
convivencia. Ahora bien, el individuo no siempre puede cumplimentar ese derecho
y esa necesidad por sí mismo, de donde se deduce que debe ser la sociedad la
que provea de profesionales responsables y competentes capaces de dar respuesta
adecuada a esas exigencias de verdad, tanto del individuo como de la sociedad
en general, de acuerdo con los postulados de la dignidad humana y de las
legítimas libertades.
Lo jurídico y lo ético se
entrecruzan de tal manera en este punto que resulta a veces difícil separarlo.
Esta unidad de ética y derecho en materia de información aparece reflejada en
el artículo 16 del Código de Derechos Humanos elaborado por la Comisión de
Derechos Humanos de la ONU en 1952. Refiriéndose a la libertad de expresión,
dice: «Nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones. Toda persona tiene derecho
a la libertad de expresión; ese derecho comprende la libertad de buscar,
recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de
fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística o por
cualquier otro procedimiento de su elección. El ejercicio de las libertades
previstas en el artículo precedente entraña deberes y responsabilidades
especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas restricciones que
deberán, sin embargo, estar expresamente previstas por la ley y ser necesarias:
para asegurar el respeto de los derechos o de la reputación de los demás, y
para la protección de la seguridad nacional, del orden público, o de la salud o
la moral pública».
En este texto puede
apreciarse la fundamentación ética del derecho proclamado. La libertad de
expresión debe ajustarse a los principios de la ética. Sólo ésta garantiza el
ejercicio responsable de la información, estableciendo las barreras morales que
bajo ningún pretexto podrán ser sobrepasadas. Aunque no contempla el uso
masivamente privado de la información, que las nuevas tecnologías avanzadas
facilitarán en un futuro próximo, tampoco está excluido. En última instancia la
información como bien público y de interés general radica en el derecho de cada
persona a conocer la verdad.
Con las nuevas tecnologías de
la comunicación las fronteras entre el bien común y los bienes e intereses
particulares en materia de información son más borrosas. Pero esto no sólo no
desplaza la función de la ética informativa sino que exige de ella más estudio
y atención de los nuevos problemas éticos que tienen lugar. La tendencia es a
que todo pueda ser conocido por el emisor y transmitido a cualquier público y a
cualquier persona. Lo cual nos lleva a la siguiente conclusión: hay que rebajar
la existencia de barreras para informar e incrementar en la misma
proporción el sentido de responsabilidad
informativa, tanto por parte de los emisores como de los receptores. Lo cual
supone una preparación ética más exquisita por ambas partes.
Según el artículo 20 de la
Constitución española de 1978:
«Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir
libremente los pensamientos, las ideas y opiniones mediante la palabra, el
escrito o cualquier otro medio de reproducción. b) A la reproducción y
creación literaria, artística, científica y técnica. c) A la libertad de
cátedra. d) A comunicar o recibir libremente información veraz por
cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de
conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades. El
ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de
censura previa. La ley regulará la organización y el control parlamentario de
los medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente
público y garantizará el acceso a dichos medios de los grupos sociales y
políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las
diversas lenguas de España. Estas libertades tienen su límite en el respeto de
los derechos reconocidos en este título, en los preceptos de las leyes que los
desarrollen y especialmente en el derecho al honor, a la intimidad personal y
familiar y a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la
infancia».
Ya en el artículo 18 había recordado:
«Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a
la propia imagen... Se garantiza el secreto de las comunicaciones y en especial
de las postales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial. La ley
limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad
personal y familiar de los ciudadanos y el ejercicio pleno de sus derechos». Esa
preocupación legal por el bien común, por el honor personal, la seguridad
nacional, la propia imagen, la intimidad personal y familiar, la cláusula de
conciencia y el secreto profesional se basa en motivos éticos, sin los cuales
el derecho de información y a la información, que es natural, no quedaría
suficientemente garantizado ni racionalmente fundado.
La ética es la que fundamenta
y justifica racionalmente todos los derechos humanos, entre los cuales se
encuentra el derecho de/y a la información. Cuando se condiciona la libertad de
expresión en la Constitución y el derecho de información, lo que se hace es
aplicar los principios morales en los que ha de sustentarse toda información
dada y recibida. Una información que no se ajusta a los principios de la ética,
o malinforma, desinforma o deforma. Al no ser moralmente correcta, resulta
automáticamente injusta. Por donde nos percatamos hasta qué punto el
profesional de la información debe pertrecharse de una sana educación moral si
no quiere arriesgarse a prestar un pésimo servicio a la sociedad y
desprestigiar su profesión.
Los media y multimedia son un
poder, entre otras razones, por su influencia en la formación de la
opinión pública y cada vez más de la opinión privada. Poder que aumenta
portentosamente con las posibilidades de manipular su uso mediante la
aplicación de las técnicas informáticas. En la Constitución española aparece
este temor al uso inmoral de la informática. Por eso en el número 4 del
artículo 18 se nos asegura «que la ley limitará el uso de la informática para
garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el
pleno ejercicio de sus derechos». La ética es considerada así como la mejor
garantía de todos los derechos, sobre todo de los más íntimos y personales que
pudieran ser violados bajo pretextos informativos. Es fácil constatar que
cuanto menos se tiene en cuenta el sentido ético de la vida, más aumentan las
violaciones de los derechos humanos fundamentales, incluido el derecho a la
información objetiva y a la auténtica libertad de expresión en la prensa. Por
otra parte, el poder de las imágenes tiende a sustituir a la realidad y la
propaganda y la publicidad degeneran en formas brutales de terrorismo
ideológico y mercantil.
La alternativa ética a estos
hechos se impone como instancia de emergencia a la razonabilidad y al ejercicio
de la honradez humana como medida eficaz para ofrecer al profesional de la
información el margen de libertad e independencia necesario que le permita
cumplir con su función de informar con dignidad y ganarse la credibilidad del
público. A este ideal responde la proliferación de códigos éticos del
periodismo entre las iniciativas éticas clásicas, de las que hablaremos
después. Sólo la ética es capaz de liberar al informador de la tiranía
ideológica de los gobiernos y de los grupos políticos, así como de la
humillación que a veces significa la sumisión a los poderes financieros. El
informador tiene que encontrar en su formación ética la manera de no corromper
la profesión fascinado por el gusto del poder o la tentación del soborno. La
falta de responsabilidad ética podría tener consecuencias prácticas aterradoras
en el manejo de la moderna informática. Un irresponsable bastaría para
corromper toda la información que actualmente pasa de una u otra forma por los
ordenadores con consecuencias incalculables.
Imaginemos que un
desaprensivo saboteara con el «virus» informático la programación de los vuelos
aéreos o de las bases militares de las superpotencias. Podríamos asistir a la
caída de aviones en cadena o al lanzamiento apocalíptico de misiles atómicos.
Una conflagración en el terreno de la información es técnicamente tan fácil de
provocar que sólo podrá evitarse mediante la responsabilidad ética. Pero no
basta potenciar la ética por parte del informador y de las empresas
informativas. Es preciso que también el público aprenda a usar responsablemente
los mensajes informativos. Hay que enseñar al público a leer los periódicos con
sentido crítico. De lo contrario los hechos consumados se convierten en norma
ética y la conducta es dominada por las apariencias sensacionalistas y las
estadísticas.
A la educación del público
hay que añadir la selección pluralista de los medios. Somos tanto
más manipulados cuanto menos son las personas nos manipulan. Este es el riesgo
de los grandes monopolios informativos, tanto públicos como privados. En
cualquier caso se impone la necesidad de enseñar a la gente a leer con sentido
los diversos mensajes informativos. La mayor parte del público se conforma con
la lectura de los títulos y la contemplación pasiva de las imágenes, que es
donde más cunde el sensacionalismo y la manipulación, sin que se discierna
entre los diversos géneros periodísticos, desde los editoriales hasta los
anuncios.
La información además es un
complemento de la cultura y no el sustituto. Los datos estadísticos y las
noticias han de ser evaluados y mentalmente digeridos para convertirlos en
cultura personal. Los que reciben mucha información sin realizar ese proceso mental
selectivo y crítico son como los que ingieren muchos alimentos, pero no los
asimilan o los asimilan mal. La dieta informativa resulta, éticamente hablando,
mejor que el exceso de información mentalmente no asimilada. Información no
significa necesariamente formación. Hay informaciones que deforman.
Existe un derecho natural de
la persona humana a la verdad, y, por analogía, de las diversas sociedades
constituidas. De ahí nace la justificación racional de la existencia social de
un colectivo de expertos, llamados periodistas o informadores en general, cuya
misión es la de prestar ese servicio de verdad al público. La profesión
periodística encuentra así su justificación última en el derecho natural de la
persona humana a la verdad, que por lo general no puede encontrar por sí sola.
Ni que decir tiene que se trata de servir verdades que sean de interés público y esenciales para garantizar una digna
convivencia humana. Incluso cuando se trate de informaciones de interés
particular o de servicio de acuerdo con las previsiones de futuro que auguran
las tecnologías más avanzadas de la información.
El derecho natural de todo
individuo a la verdad funda al derecho a ser informado o exigir información.
Por lo tanto, el derecho de información o a informar es, antes que nada, un deber
por parte de los informadores. El fundamento inmediato del derecho de
información hay que buscarlo en la capacidad de honestidad y competencia
profesional para ejercer ese deber como respuesta al derecho a la verdad por
parte de los destinatarios de la información. Podríamos decir que así como sólo
tienen derecho a ejercer la medicina quienes ofrezcan las garantías de
honestidad y competencia en ese campo, de modo análogo sólo tienen derecho a
informar o de información quienes estén capacitados suficientemente para ello.
La salud de la información es la verdad, y la mentira y el engaño, su
enfermedad. Lo dicho ha de entenderse en sentido rigurosamente ético. Aunque la
ley positiva determine otra cosa, éticamente hablando sólo el informador
debidamente capacitado ejerce ese derecho de forma auténtica y válida. Aunque
la ley permita lo contrario, éticamente hablando lo mejor que puede hacer un
periodista responsable es callarse mientras no tenga algo verdadero que decir o
digno de ser conocido.
CAPÍTULO II. LA AUTOREGULACIÓN ÉTICA DE LOS MEDIOS
Hemos dicho que la falta de
responsabilidad por parte de los profesionales de la información puede inducir
a que las autoridades públicas intervengan con leyes castigadoras y
eventualmente represivas de la libertad de expresión. Para evitar esa
indeseable intervención, la profesión se adelanta autorregulándose mediante
códigos deontológicos y otras instancias éticas. A continuación recordamos los
instrumentos más significativos de esta autodefensa ética de los medios
informativos.
1. Algunas iniciativas históricas
Los profesionales de la
información fueron siempre sensibles a las quejas del público. Actualmente
también lo son, pero menos. Existe una propensión irresistible hacia la arrogancia
a medida que aumenta su conciencia de poder y de influencia social. Norteamérica
es un buen ejemplo de creatividad ética en defensa de los media. Prueba
de ello son las múltiples fórmulas experimentales adoptadas en aquel país para
mejorar el nivel ético de los periodistas.
Por ejemplo, los códigos
deontológicos internos y las normas de actuación en campos específicos, como
el de la información económica. Códigos formulados a veces en forma de «credos»
religiosos. Sondeos de opinión para chequear el grado de aceptabilidad o
rechazo por parte del público. Publicación de índices de aceptación
respecto a secciones, rúbricas y otras informaciones. Consejos de Prensa
nacionales y locales. Secciones de cartas a los lectores. Creación de páginas
abiertas, tribunas libres y otras secciones destinadas a dar cabida al
pluralismo de opiniones. Oficinas de exactitud y equidad, para calibrar
la objetividad de la prensa cuando se habla en ella de personas de forma
explícita o por alusiones. Comités ciudadanos para la defensa del
derecho a la información. El ombudsman o defensor del pueblo en materia
de información. Designación de personas dentro del organigrama
empresarial con la función de criticar al medio informativo con los criterios
de la ética profesional. Secciones especializadas en crítica de los
medios informativos, con publicaciones bibliográficas sobre crítica
deontológica. Publicación de revistas del periodismo en las que se
abordan de forma sistemática y crítica los problemas deontológicos del medio. Auditorías
éticas voluntarias.
Una alarmante ola de libelos
y denuncias contra la prensa americana ha dado lugar a reacciones en muchas
directivas de empresas periodísticas. Como consecuencia de ello la Columbia
Journalism Review reforzó las medidas de autocensura en las redacciones de
los medios instituyendo los night lawyers o abogados de guardia.
Juristas que ahora deambulan por los periódicos antes de que las rotativas se
pongan en marcha para evitar de antemano previsibles querellas o escándalos.
2. El "Ombudsman", los Consejos
de Prensa y las Auditorías
El ombudsman es el hombre que tramita, el representante
o personero de los intereses del lector de la prensa. Es una figura típicamente
sueca, pero que ha echado fuertes raíces en los Estados Unidos. En términos
generales constituye una garantía contra las medidas opresoras y contra la mala
administración dentro del sistema judicial y de la administración civil.
Desde 1916 existe en Suecia
el Comité de Deontología Periodística, la magistratura más antigua del mundo en
su género. En 1969 surgió la figura del ombudsman de la prensa (PO),
cuyo titular es designado por un comité especial compuesto por un ombudsman
parlamentario y los presidentes del Colegio de Abogados de Suecia y del Comité
de Deontología Periodística. Hasta la creación de esta figura del ombudsman
las quejas por violación de la ética eran atendidas por el Comité de
Deontología Periodística.
El ombudsman de la
prensa equivale al defensor del pueblo para los asuntos de la prensa. Cualquier
persona afectada por los medios de comunicación puede recurrir al ombudsman
cuando considere que no se han respetado sus derechos personales en noticias o
comentarios de prensa. No tiene fuerza ni capacidad legal para imponer
sanciones, pero ejerce una función de autocontrol moral muy eficaz por cuanto
resulta muy bochornoso para los informadores el sentirse recriminados por sus
faltas de honestidad informativa. La figura del ombudsman contribuye muy
eficazmente a que la prensa se mantenga independiente frente a los gobiernos.
Cabe destacar el hecho de que
en Suecia las eventuales compensaciones morales o materiales a las que pudiera
dar lugar la denuncia no recaen en ningún caso sobre el periodista
inmediatamente responsable, sino sobre la dirección del periódico o responsable
de la empresa informativa. Por chocante que pueda parecer, el periodista
denunciado queda siempre impune bajo el pretexto de mantener a buen seguro el
principio de libertad de expresión. En el contexto de la prensa norteamericana,
la figura del ombudsman ha sido otra manera de restañar la pérdida de
credibilidad en los periódicos, debido a la parcialidad, inexactitud y falta de
equilibrio en la información. Y también por su falta de tacto con los
sentimientos del público en materia de raza, religión y desgracias personales.
Pero, sobre todo, por la autosuficiencia y arrogancia de directores y
redactores de periódicos.
La empresa informativa no
puede permanecer insensible ante las quejas de su público. Por eso mismo los ombudsman
tienen la función de ejercer la crítica interna, controlar la veracidad y
honestidad informativa del medio, explicar al público cómo funciona así como
trasladar las opiniones del lector, oyente o telespectador a la dirección del
medio. Los ombudsman norteamericanos son personas privadas ajenas a la
Administración pública, por lo general periodistas veteranos de periódicos
importantes. Los consejos de prensa son organismos que pueden operar a
nivel local, regional y nacional. Los consejos de prensa hacen pensar
inmediatamente en el Press Council británico, creado en 1953 y
posteriormente suprimido, para evitar las amenazas de una intervención
legislativa sobre la prensa, conminada a autorreformarse.
Estos organismos son creados por la propia profesión periodística y no por
el Estado. Los regímenes totalitarios se sirven siempre de organismos similares
para controlar los media de formas intolerables. No resulta fácil la
creación y mantenimiento de estos consejos. Su viabilidad sólo es posible en un
contexto de libertades públicas reconocidas y garantizadas. Donde no existe ese
contexto de libertad los consejos de prensa internos terminan convirtiéndose en
mecanismos indeseables de control.
Otra institución análoga a
los consejos de prensa y al ombudsman la encontramos en las auditorías
éticas. Sirven para establecer un diagnóstico ético previo sobre el nivel
ético operativo en la empresa informativa. La auditoría vela sobre todo por el
nivel de verdad existente en las informaciones difundidas. Su tema prioritario
es la verdad informativa, sin cuya garantía cae por su base la razón de ser
misma de la profesión periodística. El
diagnóstico ético o contabilidad de errores cometidos en la información, y que han
de ser controlados por la auditoría, se refiere a los errores en torno al
nombre, fechas, números, direcciones y otros datos objetivos sobre los cuales
no puede haber mucho margen de discusión. Pero también al tono, a la
distorsión, a las omisiones significativas, titulares incorrectos, citas mal
hechas, etc., cuya evaluación plantea mayores problemas. Estas instituciones,
creadas para reseñar las fisuras de credibilidad en los media,
resultarán ineficaces si los informadores carecen del sentido de responsabilidad
como personas y las empresas informativas evaden la suya propia bajo pretextos
organizativos y económicos.
También el público está
obligado a colaborar en la calidad de la información, aprendiendo a participar
en la empresa informativa y a leer con sentido exigente, comprensivo y crítico.
Una política de información sin conciencia ética, tanto por parte de los
periodistas o de las empresas informativas como del público, constituye la
mayor amenaza para la auténtica libertad social, una de cuyas manifestaciones
más nobles es la libertad racional de expresión a través de los media.
3. Nuevas iniciativas éticas en el campo de los MCS
Los años 1990 y 1991 fueron duros contra los MCS. La caída del muro de
Berlín, la exhibición melodramática de los cadáveres del dictador comunista
Ceaucescu y su mujer y la grotesca comedia informativa con ocasión de la guerra
del Golfo Pérsico son algunos de los acontecimientos mundiales que suscitaron
admiración e indignación al transmitir en directo las ejecuciones de los
condenados a muerte, los suicidios y las prácticas abortivas. Son casos a los
que el público no está todavía acostumbrado. Pero la idealización de lo peor en
los MCS puede provocar la salida a la calle de los tanques de la censura con el
riesgo de atropellar la más genuina e inocente libertad de expresión.
Según estudios recientes, la
falta de credibilidad en los MCS se está convirtiendo en escepticismo. No es
que la gente pase de ellos. Al contrario, los usa cada vez más gente y con más
frecuencia. Pero de una manera fatal como si fuera un agua que forzosamente
hemos de beber a sabiendas de que nos la sirven contaminada. Por ello es voz
común que tienen que instrumentalizarse normas efectivas de emergencia para
reparar el desprestigio moral de los media. Los profesionales más
lúcidos son conscientes de ello y en muchas partes se apresuran a crear ellos
mismos esas normas de buena conducta, con el fin de evitar que se las dicten
los gobiernos. En un estudio realizado en Francia se reconoce que los MCS se
rigen casi exclusivamente por las leyes de mercado y que su prestigio moral
disminuye sensiblemente. En consecuencia, para mejorar la imagen moral de los
MCS, se han propuesto los criterios siguientes:
- Cualificación universitaria de los estudios periodísticos. Contra los inconvenientes del «carnet» de periodista recibido por razones
ajenas a la profesión y los de las escuelas profesionales, que convierten a los
informadores en funcionarios de determinadas personas o corporaciones, la
Universidad tiene más posibilidades de ofrecer una cultura amplia,
conocimientos más sólidos y una formación éticodeontológica más objetiva y
liberada de presiones y arbitrariedades irracionales. Se piensa que las
instituciones universitarias están en mejores condiciones para formar futuros
informadores competentes, responsables y libres, que es la base moral de la
fiabilidad y del respeto por parte del público.
- Centros de reflexión e investigación sobre los MCS. Es conveniente crear fondos económicos para facilitar la promoción de
profesionales de los media que puedan dedicarse por largo tiempo, si es
necesario, al estudio de los problemas morales de la actividad informativa sin
ser movidos por intereses lucrativos de primera necesidad. Por ejemplo, para
detectar y analizar las técnicas de manipulación contra cuyos daños el público
se encuentra indefenso. O para evaluar con la más fría objetividad los efectos
buenos o malos de la aplicación de los media, para hacer proposiciones y
sugerencias bien fundadas en la realidad de los hechos al margen de otros intereses
bastardos.
- Adopción voluntaria de algún código deontológico. Es el medio clásico por excelencia de autogestión moral de los MCS.
Aunque sólo suelen ser recomendaciones de buena voluntad, su mera existencia
sirve de presión moral y recuerda que hay criterios para discernir entre
informadores responsables e irresponsables.
- Coloquios y encuentros complementarios. Los cursos
de deontología de la información deben prolongarse fuera del ámbito
universitario y deberían tener alguna repercusión en la prensa y en
publicaciones regulares. En estos ambientes se habla con más espontaneidad y se
aprecia mejor la correspondencia entre lo que se expone de forma académica y la
realidad cotidiana de la vida profesional. De hecho existen ya revistas
interesantes sobre temas deontológicos de los MCS, pero la filosofía de fondo
en que se inspiran a veces deja todavía bastante que desear.
- Consejos de prensa locales. Me refiero a
reuniones periódicas entre los responsables de los media, usuarios y
periodistas de una determinada localidad. Por su carácter familiar, tales
reuniones se prestan a la confidencialidad y al realismo amistoso en la
manifestación de preocupaciones y aspiraciones. El conocimiento mutuo de las
personas favorece la comprensión de los defectos inevitables y la corrección de
los indeseables en un clima de amistad y solidaridad.
- Consejos de prensa, regionales y nacionales. Son organismos con un carácter más oficial y autodefensivo, que surgen
como réplica a las eventuales amenazas por parte de las autoridades públicas.
Entran en juego los sindicatos, los responsables financieros y los periodistas.
Atienden a las quejas del público, pero raras veces imponen sanciones contra
los presuntos culpables. Son útiles porque alertan a los irresponsables y
defienden al sector contra la intervención de la justicia común en los asuntos
internos de la profesión.
- Reforzamiento de la figura del «ombudsman» de la prensa. Como ya hemos dicho, su función principal consiste en recibir las quejas
del público, estudiarlas y publicar sus conclusiones en los casos más
relevantes. Se facilita así el acceso del público a los media y las
quejas del público pueden ser un acicate de la responsabilidad. La
imparcialidad del ombudsman suele resultar poco grata a los más
irresponsables del sector.
- Comisión evaluadora de contenidos. Es la famosa shinsha‑shitu
japonesa. Un equipo de periodistas se dedica a tiempo completo a escrutar
diariamente el contenido de uno o varios periódicos con el fin de detectar las
eventuales violaciones del código ético. Es el conocido control de calidad, que
tan buenos resultados ha reportado a la economía nipona. Algo parecido se hace
también en algunos periódicos norteamericanos con el nombre de «in‑house‑critic»
o crítica interna.
- Creación de revistas especializadas en la crítica de los MCS. Ya existen bastantes revistas de esta naturaleza en diversas lenguas. El
problema ahora está en el enfoque filosófico de las mismas y el concepto de
ética en el que se inspiran. Por lo general abunda en ellas el descriptivismo
de los problemas sin que falten artículos selectos en los que pueden
encontrarse criterios de interpretación realmente valiosos. Estas revistas son
muy útiles para mantener viva esa conciencia de responsabilidad tan auspiciada
en el campo de la comunicación social.
- Crónicas y reportajes sobre los MCS. En estos
informes se trata de responder al derecho que el público tiene a conocer cómo
funcionan esos medios tan decisivos por su imponente influjo social y hasta en
la vida privada de las personas.
- La corrección voluntaria de errores. La
conciencia de poder puede convertirse en arrogancia. Nada más odioso para el
público inteligente que la pretensión de infalibilidad por parte de los
profesionales de la comunicación social. El reconocimiento de los errores
cometidos, lejos de perjudicar al medio, favorece y potencia su credibilidad.
- Cuestionarios sobre exactitud y equidad. Se trata de
formularios enviados a un grupo determinado de personas o al público en general
solicitando que indiquen sinceramente lo que en su opinión consideran erróneo,
así como las medidas que consideran más oportunas para remediarlo. Es un método
poco usado y que el público valora muy positivamente.
- El consejo de un grupo reducido de lectores. Por ejemplo, organizando una tertulia o un almuerzo de trabajo. Los
resultados de estos encuentros se publican después. Es un método intermedio
entre los consejos de prensa locales y los sondeos generales de opinión.
- Sondeos de opinión. Es un método clásico para dar
a conocer más que nada el volumen de lectores o de audiencia. La calidad
informativa suele quedar relegada a un segundo plano, si es que es tratada.
Actualmente se tiende a que los sondeos de opinión den más importancia a la
calidad informativa, para lo cual se aconseja que los realicen personas
imparciales no vinculadas al medio correspondiente por intereses personales.
Uno de los peligros de estos sondeos es que se los confunda con la actividad
publicitaria o propagandística.
- Cartas de los lectores y secciones de libre opinión. La mayoría de los periódicos publicados en contextos sociales
democráticos dedican alguna página a las cartas de los lectores. Pero con
frecuencia se aprecia una tendencia a seleccionar, recortar y excluir aquellas
cartas en las que se expresan opiniones no favorables a la línea ideológica del
periódico. Es una sección que se presta
a la manipulación y a la exclusión de textos alegando pretextos fáciles
ante los cuales los autores de esas cartas y los potenciales lectores quedan
elegantemente desarmados. Estos abusos demuestran también que la sección de
cartas al director y de libre opinión, si se lleva bien, aumenta
considerablemente el prestigio de cualquier medio informativo. En este campo la
televisión está todavía muy retrasada.
- Tribunales internos de justicia. La creación de comités
de arbitraje caseros es muy útile para resolver los conflictos éticos por la
vía del diálogo entre las partes implicadas evitando la intervención de la
justicia común. Por su parte, el público tiene la impresión de que sus quejas
son eficaces y la profesión se ahorra el tener que habérselas con las
autoridades públicas. Ninguna de estas medidas para mejorar la imagen moral de
los MCS es nueva ni todas juntas son suficientes si falta la buena voluntad de
los profesionales. Pero el solo hecho de recomendarlas, formando un todo
deontológico por parte de algunos, revela que la conciencia de responsabilidad
entre los profesionales de los MCS está viva y es preciso fortalecerla mediante
un reconocimiento solidario y alentador.
4. Qué son los códigos deontológicos
Código, del latín “codex”, es un cuerpo de leyes y normas lógicamente
estructurado. Hay códigos de la más diversa índole, desde el Código de la
circulación al Código de Derecho Canónico, pasando por el civil, militar,
penal, mercantil, etc. Código es también la recopilación de leyes y normas de
alguna actividad gremial formando un todo homogéneo. Otras veces “código”
equivale a la clave para descifrar fórmulas o mensajes secretos. O bien un
sistema de signos y reglas destinados a la comprensión de algún mensaje.
Actualmente se habla mucho del “código genético”, en el que está programada
toda nuestra personalidad biológica. La clave para descifrar ese código está en
los genes.
Cuando hablamos de “códigos
deontológicos de la comunicación” nos referimos al conjunto de principios,
normas y preceptos concretos expuestos de forma lógica y sistematizada por
iniciativa del propio sector informativo para orientar de la forma más correcta
posible su trabajo habida cuenta de la complejidad del mismo como servicio al
bien común. Se llaman “deontológicos” porque, como el mismo nombre indica, se
refieren antes que nada a los deberes del profesional hacia su público. En
nuestro caso, los destinatarios y receptores de la información. El informar por
parte del informador es sobre todo un deber que responde al derecho del público
a ser veraz y objetivamente informado.
5. Historia y desagravio de los códigos deontológicos del periodismo
Para el objeto de este pequeño manual baste decir que desde 1960 a 1991 la
carrera de los códigos deontológicos de los medios de comunicación fue un
verdadero maratón. Raro era el día en que no de producía alguna novedad. Si no
en el nacimiento de alguno nuevo, en la revisión de los ya existentes.
Igualmente se ha incrementado la literatura deontológica en el sector de la
comunicación. El desarrollo tecnológico provoca cada vez más problemas éticos y
deontológicos. Pero, paradójicamente, la simpatía por tales códigos es al mismo
tiempo cuestionada por bastantes profesionales y comentaristas. Se apela al
sentido de responsabilidad que en ellos se proclama y se los tiene miedo al
mismo tiempo.
Sobre estos códigos ha habido
y sigue habiendo recelos y malentendidos. Y no sin fundamento. En bastantes
países el código de ética profesional de los periodistas viene a ser en la
práctica una espada de Damocles contra la libertad de expresión y otras
libertades públicas. Sin llegar a esos extremos, son vistos por muchos como una
cortapisa a la libertad de acción de los informadores. Por otra parte están los
que abogan por la inmunidad absoluta de cualquier infracción de la deontología
profesional establecida y voluntariamente aceptada.
La tendencia general es que
en esos códigos se proclame el ideal máximo de perfección profesional, casi
nunca alcanzable, y el ideal mínimo al que todo profesional responsable de la
información se compromete a llegar. Pero en ningún caso bajo sanciones, lo que,
a juicio de algunos, equivale a dejar abandonados los buenos propósitos
expresados en los códigos a la más absoluta ineficacia práctica.
Pienso que en teoría resulta
fascinante pensar en unas normas éticas de conducta profesional sin ningún tipo
de sanción en caso de infracción o incumplimiento voluntario. Pero la
experiencia enseña que, dada nuestra condición humana, las normas de conducta
profesional sin el respaldo de alguna proporcionada sanción resultan inútiles en
la práctica. Hay profesionales de la información que lo quieren todo: la
libertad de expresión sin límites y la impunidad garantizada en caso de
delinquir, lo cual me parece poco razonable.
El miedo fundado a que se
comprometa la libertad de expresión es comprensible. Pero no es justo ni
razonable eximir a los periodistas de eventuales y saludables sanciones cuando
violen culpablemente las normas éticas de la profesión. Otra cosa es que esas sanciones
o actos de justicia se lleven a cabo dentro del gremio o que las dicte la
justicia común.
Tal vez lo ideal sería que
fuera el propio gremio el que juzgara en los casos ordinarios sobre estos
asuntos. Pero en los casos más graves no creo que sea justo ni acertado
pretender eximirse de la justicia común por el mero hecho de ser periodistas.
Ni los códigos tienen que ser coartadas a la libertad de expresión ni deben
establecerse normas éticas sin alguna coacción penal. Si además estas
eventuales sanciones son correctamente autoimpuestas por la propia organización
o empresa informativa, tanto mejor. Lo que no es justo pretender es una
irresponsable impunidad cuando haya profesionales que defrauden las legítimas
expectativas del público, que es quien debe tener la última palabra.
A las precedentes
aclaraciones cabe añadir la siguiente matización. La historia del periodismo
demuestra que los códigos éticos, bien interpretados, han sido y siguen siendo
muy útiles para salvar la buena imagen de la profesión, para llevar a buen
puerto sus propios intereses, evitando la intervención perniciosa de las
autoridades públicas de dudoso talante humanístico y liberal y contrarrestar la
mala opinión crónica que se ha cernido siempre sobre la prensa y los MCS en
general. Los expertos más razonables están de acuerdo sobre este tema. Otra
cosa es la filosofía de fondo que suele inspirar la redacción de esos códigos.
Pero esto es ya harina de otro costal, cuya calidad se percibe mejor por la
praxis interpretativa de los mismos. Todos estamos de acuerdo en que sin
libertad de expresión no tiene sentido hablar de información responsable. En lo
que no estamos de acuerdo es en el concepto filosófico de libertad de
expresión, el cual suele estar condicionado por situaciones culturales,
políticas y personales muy diferentes.
6. Exégesis interpretativa de los códigos
Los problemas que se plantean en el ejercicio de la profesión informativa
aconsejan la codificación de algunos principios de conducta específicos de la
profesión. Los periodistas se equivocan muchas veces. Incluso van a la cárcel
por delitos que no han cometido, mientras cometen otros impunemente. Es preciso
aclarar de alguna manera la cuestión sobre sus presuntos derechos y libertades
para evitar malentendidos y acusaciones injustas. La libertad de informar debe
hermanarse con la responsabilidad ética, y es conveniente que sean los propios
profesionales de la información los primeros interesados en proteger al público
contra los errores voluntarios y toda suerte de manipulaciones en el trabajo
informativo.
Además de proteger a los ciudadanos
contra las malas informaciones, los códigos deontológicos sirven para
identificar al grupo profesional frente a su público. Para ello establecen
reglas de comportamiento interno, evitando la competencia desleal, pero sin
concesiones a los incompetentes o irresponsables. Muchos de esos códigos
aparecen como reglas autoimpuestas y voluntariamente aceptadas por las
organizaciones como normas profesionales propiamente dichas. Lo mismo da que
aparezcan publicadas como códigos de honor, carta de integridad profesional o
código de conducta. Otras veces nos hallamos ante enunciados de principios
ético‑profesionales como directrices concretas para el trato de las noticias.
Son reglas ofrecidas a la buena voluntad de los empleados de la información.
Nos encontramos también con leyes especiales sobre los derechos y deberes
profesionales en diversas constituciones nacionales en las que se regula el
acceso a la información y la diseminación de la misma en determinados países o
regiones. Tampoco hay que olvidar el autocontrol mediante códigos no escritos,
pero sancionados por la costumbre. Los grandes tópicos éticos contenidos en los
códigos deontológicos del periodismo pueden concentrarse en los siguientes:
La verdad y la máxima
objetividad posible. La libertad de información, de expresión y de
opinión. La responsabilidad personal del informador. Compromiso y
secreto profesional en relación con las fuentes de información y las
informaciones confidenciales. Los derechos humanos y la salud moral.
Inexactitud y rectificación. El prestigio profesional. Los mismos
códigos destacan algunas virtudes morales por las que el gremio se hace
acreedor de prestigio en la sociedad. Tales son, por ejemplo, la lealtad
a la vocación, a la dignidad humana, al público y a la propia nación; la solidaridad
entre los compañeros de la profesión; la moderación en las
polémicas, así como en los enjuiciamientos de las personas, hechos y
acontecimientos; la valentía en el ejercicio del derecho de informar
sobre los hechos más importantes; la tolerancia humana, que facilita la
convivencia respetuosa y pacífica; la responsabilidad intelectual y
ética, que exige del periodista conocer y hablar de las cosas y de los
acontecimientos evitando la frivolidad y la superficialidad; el espíritu de
cooperación con los colegas y la creciente honradez para conquistarse la confianza
del público y el respeto para la profesión.
Los códigos ponen de
manifiesto también algunas faltas graves, que deben ser evitadas por los
profesionales de la información. El buen periodista debe abstenerse de recurrir
a métodos moralmente ilícitos o malos para informarse. El principio moral según
el cual el fin bueno no justifica el medio malo tiene plena aplicación en el
terreno de la información. Los códigos condenan como faltas muy graves el soborno
en todas sus formas posibles, desde el simple obsequio para publicar o callar
algo hasta el montaje financiero para apoderarse de la prensa, así como la
utilización de métodos ofensivos a la dignidad humana para obtener fotografías
y toda clase de documentos.
En este capítulo de condenas
entran muchas formas de conducta sospechosa, desde el soborno hasta la falta de
respeto a la vida privada y el recurso a las presiones morales y la violencia.
Se condena también el intrusismo, sea dejando actuar bajo el nombre de
periodistas a personas ajenas a la profesión, sea por parte de los mismos
periodistas, que abusan de la profesión para inmiscuirse en la vida ajena. Una
cosa está muy clara y es que todos estos códigos reconocen la existencia y la
necesidad de la ética informativa sin la que el periodismo dejaría de ser un
servicio social para convertirse en un veneno colectivo.
Como denominador común de
estos códigos cabe destacar las obligaciones deontológicas siguientes: servicio
al bien común, respeto a la libertad propia y ajena, evitar el oportunismo y el
soborno, guardar el secreto profesional, respetar la vida íntima, defender
y divulgar la verdad como el supremo ideal del buen informador, sin caer
en la manipulación; deshacer las dudas antes que publicarlas, ser responsables
ante su propia conciencia y ante el derecho del público a conocer la verdad;
evitar el plagio como hurto intelectual, dejar a un lado la falsa y
pornográfica publicidad, evitar la competencia desleal con otros
medios de comunicación o con los propios compañeros de trabajo. Por último,
fomentar el buen nombre y el prestigio de la profesión respetando la ética de
la información.
7. Los libros de estilo
Hablando de códigos es obligado recordar los libros de estilo. En la
mayoría de ellos encontramos normas precisas sobre el uso del idioma,
principios éticos y posiciones ideológicas. Todos los periódicos, a medida que
se consolidan profesionalmente, se ven en la necesidad de redactar su propio
libro de estilo.
Los libros de estilo sirven
para tecnificar y mejorar el uso del idioma, consolidar la ética profesional de
los periodistas y expresar la ideología de la empresa informativa
patrocinadora. Se trata de normas estilísticas, profesionales y éticas que
sirven para definir la autonomía y competencia profesional de un periódico
determinado o empresa informativa. Lo cual no significa que sea una mordaza
interna para la creatividad literaria y la libertad de expresión de los
periodistas.
Paradójicamente todos se
declaran independientes, neutrales y objetivos. Algunos de ellos no dudan en
promulgar normas éticas que han de ser respetadas por los periodistas. Por
ejemplo: objetividad, respeto a las personas, información desteñida de
ideologías, responsabilidad, honestidad, exactitud, sinceridad, imparcialidad,
sobriedad, buen gusto, no partidismo, no favoritismos, que hablen los hechos,
dejar la ideología a la puerta de la redacción, no opinar, rechazar toda clase
de presiones y regalos, no tener nada que ver con la publicidad ni con las
relaciones públicas y no trabajar en las empresas sobre las que se informa.
Para algunos, su único compromiso es defender la Constitución, o defender los
derechos y libertades de los ciudadanos, no ser nunca juez y parte, no
confundir la función de interpretar o con la de opinar.
También es característico de
los libros de estilo recomendar que se escriba con calma, reflexión y
juiciosamente; no utilizar datos falsos; no excusar la falta de verificación;
estar alerta a las opciones ideológicas sin perder la propia identidad.
Aborrecimiento del plagio; la verdad por encima de todo y cuidado en
diferenciar bien los hechos de los comentarios.
En los libros de estilo
reaparecen conceptos y tópicos éticos de los códigos deontológicos, pero con
mayor énfasis y eficacia. Todo muy irónico. Baste pensar, por ejemplo, en lo
del rechazo de la publicidad y la propaganda y en el hecho de que muchos
periodistas ignoran por completo todas estas normas. En cualquier caso, cabe
decir que los libros de estilo son considerados y respetados con más
efectividad por los periodistas que los códigos deontológicos clásicos más
conocidos.
CAPÍTULO III. LAS FUENTES DE LA DEONTOLOFÍA DE LA INFORMACION
La UNESCO y la IGLESIA son las dos superestructuras sociales que más se han
preocupado de los problemas éticos de los mass
media a las cuales se ha sumado últimamente la UE. Recordemos algunos de
estos documentos emblemáticos.
1. Texto del Código de ética periodística de la UNESCO
Publicado en París el 20 de noviembre de 1983 dice así:
"Principios básicos de la
ética del periodismo: Las abajo firmantes, organizaciones internacionales y regionales de periodistas profesionales;
Subrayando el papel cada vez más importante que juegan la información y la
comunicación en el mundo contemporáneo, tanto a nivel nacional como
internacional, y la responsabilidad social creciente que reposan sobre los
medios de comunicación y los periodistas;
Recordando la declaración de la UNESCO en 1978 sobre los principios
fundamentales relativos a la contribución de los medios de comunicación al
refuerzo de la paz y la comprensión internacional, a la promoción de los
derechos del hombre y la lucha contra el racismo, el apartheid y la
incitación a la guerra, así como otros muchos instrumentos de la comunidad
internacional referidos a la promoción de las relaciones pacíficas y
democráticas en el campo de la información y de la comunicación,
Acuerdan los siguientes principios de ética profesional del periodismo,
principios propuestos inicialmente en la declaración de 1980 en México, en
vistas a servir de fundamento internacional común y de fuente de inspiración
para los códigos nacionales o regionales de ética que serán promovidos, de
forma autónoma, por cada organización profesional, según las vías y medios más
apropiados para sus miembros.
1) El derecho del pueblo a una información verdadera: El pueblo y
las personas tienen el derecho a recibir una imagen objetiva de la realidad por
medio de una información precisa y completa, y de expresarse libremente a
través de los diversos medios de difusión de la cultura y la comunicación.
2) Adhesión del periodista a la realidad objetiva: La tarea
primordial del periodista es la de servir el derecho a una información verídica
y auténtica por la adhesión honesta a la realidad objetiva, situando
conscientemente los hechos en su contexto adecuado, manifestando sus relaciones
esenciales, sin que ello entrañe distorsiones, empleando toda la capacidad
creativa profesional, a fin de que el público
reciba un material apropiado que le permita formarse una
imagen precisa y coherente del mundo, donde el origen, naturaleza y esencia de
los acontecimientos, procesos y situaciones sean comprendidos de la manera más
objetiva posible.
3) La responsabilidad social del periodista: En el
periodismo la información se entiende como un bien social, y no como un simple
producto. Esto significa que el periodista comparte la responsabilidad de la
información transmitida. El periodista es, por tanto, responsable no sólo
frente a los que dominan los medios de comunicación, sino, en último análisis,
frente al gran público, teniendo en cuenta la diversidad de los intereses
sociales. La responsabilidad social del periodista requiere que éste actúe en
todas las circunstancias en conformidad con su propia conciencia.
4) La integridad profesional del periodista: El
papel social del periodista exige el que la profesión mantenga un alto nivel de
integridad. Esto incluye el derecho del periodista a abstenerse de trabajar en
contra de sus convicciones o de revelar sus fuentes de información, y también
el derecho de participar en la toma de decisiones en los medios de comunicación
en que está empleado. La integridad de la profesión prohíbe al periodista el
aceptar cualquier forma de remuneración ilícita, directa o indirecta, y el
promover intereses privados al bien común. El respeto a la propiedad
intelectual, sobre todo absteniéndose de practicar el plagio, pertenece, por lo
mismo, al comportamiento ético del periodista.
5) Acceso y participación del público: El carácter
de la profesión exige, por otra parte, que el periodista favorezca el acceso
del público a la información y la participación del público en los
"medios", lo cual incluye la obligación de la corrección y del
derecho de réplica.
6) Respeto a la vida privada y a la dignidad del
hombre: El respeto del derecho de las personas a la vida privada y a la
dignidad humana, en conformidad con las disposiciones del derecho internacional
y nacional que conciernen a la protección de los derechos y a la reputación del
otro, así como las leyes sobre la difamación , la calumnia, la injuria y la
insinuación maliciosa, son parte integrante de las normas profesionales del
periodista.
7) Respeto del interés público: Por lo mismo, las
normas profesionales del periodista prescriben el respeto total a la comunidad
nacional, a sus instituciones democráticas y a la moral pública.
8) Respeto a los valores universales y a la diversidad
de culturas: El verdadero periodista defiende los valores universales del
humanismo, en particular la paz, la democracia, los derechos del hombre, el
progreso social y la libertad nacional, y respeta el carácter distintivo, el
valor y la dignidad de cada cultura, así como el derecho de cada pueblo a
escoger libremente y desarrollar sus sistemas político, social, económico o
cultural. El periodista participa también activamente en las transformaciones
sociales orientadas hacia una mejora democrática de la sociedad y contribuye,
por el diálogo, a establecer un clima de confianza en las relaciones
internacionales, de forma que favorezca en todo a la paz y la justicia, la
distensión, el desarme y el desarrollo nacional. Incumbe al periodista, por
ética profesional, el conocer las disposiciones existentes sobre este tema y
que están contenidas en las convenciones internacionales, declaraciones y
resoluciones.
9) La eliminación de la guerra y otras grandes plagas a las que la
humanidad está confrontada: El compromiso ético por los valores universales
del humanismo previene al periodista contra toda forma de apología o de
incitación favorable a las guerras de agresión y la carrera armamentística,
especialmente con armas nucleares, y a todas las otras formas de violencia, de
odio o de discriminación, especialmente el racismo y el apartheid, y le
incita a resistir a la opresión de los regímenes tiránicos, a extirpar el
colonialismo y el neocolonialismo, así como a las otras grandes plagas que
afligen a la humanidad, tales como la miseria, la malnutrición o la enfermedad.
Haciéndolo así, el periodista puede contribuir a eliminar la ignorancia y la
incomprensión entre los pueblos, a solidarizarlos en sus necesidades más
urgentes, a fomentar el respeto de los derechos y de la dignidad de todas las
naciones y de todos los hombres sin distinción de raza, sexo, lengua,
nacionalidad, religión o convicciones filosóficas.
10) Promoción de un nuevo orden de la información y comunicación
mundial: El periodista trabaja en el mundo contemporáneo en la perspectiva
del establecimiento de unas relaciones internacionales nuevas en general y de
un nuevo orden de la información en particular. Este nuevo orden, concebido en
tanto que parte integrante del nuevo orden económico internacional, se dirige
hacia la descolonización y la democratización en el campo de la información y
de la comunicación, tanto en los planos nacionales como internacionales, sobre
la base de la coexistencia pacífica entre los pueblos, en el respeto pleno de
su identidad cultural. El periodista tiene el deber particular de promover esta
democratización de las relaciones internacionales en el campo de la
información, especialmente salvaguardando y animando las relaciones pacíficas y
amistosas entre los pueblos y los Estados".
2. Exégesis del contenido ético del documento
En el preámbulo se hace resaltar como motivo imperioso que ha dado lugar a
este documento ético la impresionante influencia que ejercen los medios de
comunicación en la vida contemporánea a escala mundial. De ahí la necesidad de
tener en cuenta el grado de responsabilidad moral que incumbe a los
profesionales de la información. Se aprecia una preocupación casi obsesiva por
la cuestión de la paz mundial, de la que convierte a los periodistas en
promotores activos. En esa preocupación por la paz social y rechazo de la
guerra el documento refleja el nerviosismo de aquellos años sumidos en el
síndrome de la eventual guerra nuclear entre el bloque comunista, manipulado
por la entonces temida Unión Soviética, y el presunto mundo libre a las órdenes
de las potencias occidentales dominadas por los Estados Unidos.
Los redactores se propusieron
ofrecer una base de principios comunes susceptibles de servir "de fuente
de inspiración para los códigos nacionales o regionales de ética", que
eventualmente pudieran surgir en los diversos países o naciones, y en sintonía
obligada con los regímenes políticos de turno.
Otra observación importante
es que la comisión de trabajo que llevó a cabo la declaración de Méjico quiso
que se evitara la denominación de Código de ética. La comisión consideró más acertado presentar
el texto como un base de PRINCIPIOS, reservando la denominación de código
para los documentos deontológicos de carácter nacional o regional en los que no
podrán ser pasadas por alto las condiciones o situaciones sociopolíticas
respectivas. Esto significa que, según el espíritu del texto, más que
preceptuar se trata de guiar u orientar con corrección ética la gestación de
los documentos deontológicos que surgirán en los diversos países en el campo de
la información periodística.
En el principio primero
proclama el derecho del pueblo y de las personas a recibir una información verídica
o verdadera. Pienso que
rigurosamente hablando sería más correcto poner a las personas en primer lugar.
El derecho del pueblo o de la sociedad se dice por analogía con el
derecho de las personas concretas, que so la verdadera fuente primaria de todo
derecho. En el caso presente, del derecho natural que todo hombre tiene a
conocer la verdad como objeto propio de la inteligencia. La inversión del orden de los sujetos del derecho es
característica de estos documentos surgidos en el contexto de las Naciones
Unidas, en los que aparecen superpuestas la mentalidad personalista y la
colectivista, con predominio de esta última, que era a la que se atenían los comentarista
de los antiguos países del telón de acero con el fin de adaptarlo todo a su
peculiar modo colectivista y gregario de tratar los asuntos humanos.
Hecha esta aclaración digamos
que se trata aquí del sujeto pasivo propio de la información y no del
activo, que es el periodista o informador. Primero se afirma que el sujeto
pasivo es el pueblo. Pero en el desarrollo del enunciado se nos dice que
también son sujeto pasivo las personas. Hablar del sujeto propio pasivo
de la información equivale a la cuestión sobre el destinatario de la
misma o sujeto social, ya sea individual, grupal o corporativo. El
sujeto activo puede ser también individual o grupal. Es el llamado sujeto
técnico profesional y sujeto técnico institucional respectivamente.
Llevando la cuestión de los
sujetos de la información a una reflexión más profunda, debemos decir que la
persona humana es el sujeto sustentador de la información y el pueblo o
la sociedad el sujeto próximo o destinatario inmediato. Así vistas las
cosas se consigue superar la superposición artificial de las mentalidades
personalista y colectivista con lo cual se evita el riesgo de caer tanto en el
despotismo socialista como en el libertinaje liberal en materia de información.
El servicio al bien común y a los intereses de la sociedad no puede efectuarse
atropellando los derechos inviolables de las personas físicas. Igualmente el
respeto a los particulares no debe ser excusa para atropellar los intereses de
nuestros semejantes. Este equilibrio aparece como un desideratum implícito en todos los códigos éticos del
periodismo de inspiración no marxista. Pero el documento que nos ocupa es hijo
de su tiempo, cuando la ideología marxista estaba en pleno apogeo, y de ahí que
aparezcan estratégicamente superpuestas la concepción personalista y
colectivista.
El principio segundo es
muy importante porque, como puntualiza Kaarle Nordenstreng, convierte al
periodista en el ejecutivo práctico que materializa el derecho del pueblo a
recibir una información verdaderamente objetiva. Es decir, pegada a la
realidad de los hechos y de los acontecimientos. El concepto de objetividad
aplicado aquí a la información está lejos de la creencia ingenua en la
capacidad absoluta de saberlo todo. Pero tampoco es compatible con el
escepticismo epistemológico, que propugna la objetividad imposible en un mundo
en el que todo es relativo. Rechaza igualmente la idea de que algo sea objetivo
por el mero hecho de ser impuesto por autoridades políticas o creencias
religiosas sin ningún tipo de constatación con la realidad pura y simple de la
vida y de las cosas. El concepto de objetividad recomendado en este
documento a los periodistas coincide prácticamente con el preceptuado por la
célebre comisión Hutchins cuando insiste en la necesidad de situar las cosas y
los acontecimientos en sus propios contextos reales. La verdad objetiva se
mantiene como ideal supremo del buen informador. Se rechaza el escepticismo
filosófico frente a la posibilidad de conocer y comunicar la verdad como
reflejo de la realidad, pero sin caer en el utopía ingenua. No aparece el
término manipulación, pero utiliza el equivalente, que es distorsión.
No pone de relieve suficientemente la distinción entre hechos,
informaciones y opiniones, pero admite la compatibilidad de la objetividad más
severa con la libertad creativa más generosa. Destacando la capacidad creativa
del informador sale al paso del mecanicismo informativo. La verdadera
información debe ser humana. Es decir, no reducirse a una mera transmisión
mecánica de información, sino que debe realizarse utilizando oportunamente los
géneros literarios más aptos para reflejar al máximo posible la realidad
objetiva. El documento supone que un mínimo de objetividad es indispensable para
justificar éticamente los actos informativos.
La consecuencia inmediata de
esto es que el decir la verdad objetivamente, como reflejo de la realidad pura
y limpia de manipulaciones arbitrarias, constituye el ideal supremo al que un periodista
auténtico no debe renunciar nunca, al menos como guía interior de su trabajo
informativo. Por lo mismo, toda deformación deliberada de la verdad, a la que
la sociedad razonablemente tenga derecho a conocer, constituye una inmoralidad
profesional. El periodista tiene que adherirse a la realidad objetiva. Es
decir, debe informar objetivamente en la medida de sus fuerzas evitando
cualquier forma de distorsión o manipulación arbitraria o tendenciosa. Un
mínimo de verdad es indispensable para justificar una información y el
periodista no puede honestamente claudicar de ella escudándose en teorías
filosóficas radicalmente escépticas en materia de conocimiento.
La función social de
la información periodística es exigida de modo especial en el principio
tercero. El documento hace suyos una serie de valores ético-sociales
especialmente de la cultura occidental. Por ejemplo, la fiabilidad informativa,
la cláusula de conciencia, el rechazo de los sobornos, el derecho de réplica y
otros similares. Son aspectos éticos recogidos de otros documentos deontológicos
ya existentes a nivel nacional y regional, a los que se añaden matizaciones
nuevas con vistas al fomento de un nuevo orden internacional de la información.
Desde esta nueva perspectiva en el principio tercero se afirma tajantemente que
la información debe ser entendida como un bien social y no como una mercancía o
mero producto mercantil. O lo que es igual, la información no debe ser
entendida como mera mercancía u objeto de transacción, sino como un bien humano,
el cual se decanta al conformar la información con la propia conciencia,
como regla próxima de conducta, y con el bien del mayor número de personas como
criterio objetivo final.
La responsabilidad
informativa en cuestión no está referida a un concepto de sociedad abstracto.
La sociedad a la que se presta el servicio informativo son grupos humanos
concretos frecuentemente en conflicto en razón de los diversos intereses
sociales, económicos y políticos que los periodistas deben respetar. Responsabilidad
en relación con los intereses sociales o humanos en general, pero sin olvidar
los de las instituciones administrativas y empresariales sin las cuales resulta
prácticamente imposible la prestación de un servicio informativo adecuado a las
necesidades de la sociedad contemporánea. La información social hoy en día pasa
irremediablemente por la organización empresarial y los informadores tienen que
aprender a estar dentro del engranaje como en su ambiente natural. En cualquier
caso el enfoque radicalmente humanista de su trabajo debe guiar de tal manera
al informador que se sienta suficientemente liberado de presiones ideológicas,
políticas y económicas para poder
ofrecer un servicio de información lo más objetivo y respetuoso posible con las
instituciones sociales públicas y las personas privadas. La apelación a la
conciencia del periodista, para resolver correctamente las situaciones creadas
por los conflictos de intereses, presupone una adecuada formación ética del
mismo. No es razonable pensar que las decisiones en los casos conflictivos
hayan de tomarlas los periodistas con mala conciencia ética.
El principio cuarto es
el más denso en contenido deontológico. En realidad es una síntesis de
principios éticos y deontológicos que aparecen en la mayoría de los códigos
existentes. Sin embargo, hay que hacer una aclaración. El concepto de integridad
en esos códigos es mucho más restringido. La integridad en ellos se refiere al
soborno. El periodista íntegro es el que no se deja sobornar con dinero
contante y sonante, con promesas o favores de índole diversa, para que diga u
oculte algo. En el texto de la UNESCO, en cambio, el concepto de integridad se
toma en sentido muy amplio.
La integridad del periodista
comprende los derechos y obligaciones siguientes: Derecho a abstenerse de
trabajar en contra de sus convicciones, de revelar sus fuentes de información y
de participación en la toma de decisiones en los medios de comunicación en los
que trabaja. En sentido negativo se le prohíbe aceptar remuneraciones ilícitas
de forma directa o indirecta, promover intereses privados contrarios al bien
común al tiempo que se le pide respeto a la propiedad intelectual y abstenerse
del plagio. Son las cuestiones que en los diversos códigos existentes son
tratadas bajo los tópicos : cláusula de conciencia, secreto profesional del
periodista, participación en la empresa informativa, soborno, primacía del bien
común, derechos de autor, hurto intelectual y respeto a las fuentes. Estos
tópicos constituyen de por sí todo un programa de cuestiones deontológicas de
la información, las cuales son susceptibles de trato ético y jurídico al mismo
tiempo.
El principio quinto
afirma el derecho del público destinatario de la información a participar en la
gestión de los media. Los redactores del texto estaban pensando en la
conveniencia de contrarrestar los monopolios o concentración de los medios
informativos. Para ello nada mejor que anteponer la participación democrática
del público en el proceso informativo y la primacía del profesionalismo. En
este contexto de participación y profesionalismo versus monopolios cabe hablar
del ombusman o defensor del pueblo frente a los eventuales abusos de la
prensa. En el mismo contexto se inscriben las cuestiones relativas a la
rectificación y el derecho de réplica. Los buenos informadores no deben tener
miedo a que el público intervenga razonablemente en el proceso informativo y en
la mecánica de los media. Esta proporcionada y razonable intervención no
debería perjudicar a nadie y beneficiar a todos.
El principio sexto es
una apología de la intimidad, de la dignidad humana y de la propia
imagen. El respeto a la vida privada y a la dignidad de la persona humana
debe formar parte de las normas profesionales del periodista responsable. En
consecuencia, se condena la difamación, la calumnia, la injuria
y la insinuación maliciosa. Son tópicos comunes a todos los códigos
éticos del periodismo, que se enuncian sin explicar el significado concreto de
los mismos. Se supone que son definidos por los expertos de la ética y que los
periodistas asumen el compromiso de ponerlos en práctica de buena gana. Por lo
demás, ese compromiso moral debe contar con el respaldo efectivo del derecho
internacional.
La cuestión sobre el respeto
a la intimidad y a la vida privada en el ejercicio de la información se plantea
ética y jurídicamente con verdadero patetismo en la sociedad actual. Sobre todo
teniendo en cuenta la existencia de medios cada vez más sofisticados para
detectar y controlar la vida ajena. Está en juego también el derecho a la
propia imagen moral de cada uno de nosotros, que no ha de ser socavada ni con
el desprestigio programado ni por las injerencias injustas en la vida de los
demás.
El principio séptimo
es breve, pero tajante. La atención del periodista debe centrarse en los
asuntos del bien común o de carácter público y no en la vida privada de
las personas o intereses particulares. Las normas profesionales del buen
periodismo exigen respeto incondicional a la comunidad en general, a las
instituciones democráticas y a la moral pública. Se trata de un servicio al
público no exento de ejemplaridad y sacrificio. El renunciar a los intereses
particulares para servir exclusivamente a los comunitarios no siempre es cosa
fácil en la práctica. Lo mismo puede decirse del respeto a las instituciones
democráticas, sobre todo cuando son injustas o corruptas. El texto de la UNESCO
quiere ser democrático a ultranza, pero el mismo término democracia es
ambiguo y se presta a abusos flagrantes. Cuando se redactó este documento los
ideólogos del entonces pujante bloque marxista utilizaban el término democracia
con la misma ligereza y descaro que sus homólogos del llamado "mundo
libre". Y la mayoría de los periodistas tenía que seguir la corriente de
los ideólogos políticos. Muchas veces los mismos periodistas se comportaban más
como ideólogos políticos que como auténticos informadores.
El verdadero periodista,
según el principio octavo, no puede permanecer neutral frente a los
valores morales universales, cuya existencia es obvia en medio de la diversidad
de culturas. El documento hace un recuento de los que llama valores
universales del humanismo, a los que el buen periodista debe ser leal.
Menciona explícitamente: la paz social, que es una preocupación
constante de los redactores del documento; la democracia, los derechos
del hombre, el progreso social y la liberación nacional. En
función de estas aspiraciones universales el periodista debe comportarse como
agente del diálogo, de la paz, de la justicia social, de
la distensión, del desarme y del desarrollo nacional.
Rigurosamente hablando esta
enumeración de valores humanos, que todo periodista debe respetar y
promocionar, es bastante defectuosa. Pero excusable por el momento histórico en
que el texto fue redactado y los condicionamientos políticos e ideológicos de
los redactores. De todos modos, se reconoce que tales valores humanos universales
existen y que deben ser respetados por los profesionales de la información, lo
cual no es poco. Por razones éticas se considera a los periodistas obligados a
conocer los códigos deontológicos del periodismo y el derecho internacional
respectivo. Para nada sirven los principios éticos si no se los pone en
práctica. De esta eficacia se encarga el derecho.
Pero hay que precaverse
contra un derecho sin sabia ética. Los periodistas, según el texto que
comentamos, deben creer en los valores universales del humanismo y contribuir
activamente a su desarrollo. Para ello han de estar imbuidos de un sentido
ético auténtico y realista de la justicia. Se llega así a un punto en el que la
ética y el derecho se entrecruzan en una síntesis harmoniosa, que tiene como
resultado la formación integral del periodista competente y responsable que la
sociedad necesita.
El carácter moral del
documento en cuestión se acentúa aún más en el principio noveno. El
compromiso ético del periodista con los valores universales del humanismo le
exige que se oponga abiertamente a toda forma de apología o de incitación a la
guerra de agresión y a la carrera armanentística, especialmente nuclear, así
como a otras formas de de violencia, de odio y discriminación racial. Los
periodistas habrán de oponerse también a la opresión de los regímenes
tiránicos, al colonialismo, al neocolonialismo, a la miseria, la malnutrición y
las enfermedades. Haciéndolo así, los periodistas contribuirán eficazmente a la
creación de un mundo nuevo más justo y humano. Este apartado se presta a no
pocas dificultades de interpretación. Por la época en que el texto fue
redactado, no era difícil identificar a esos regímenes tiránicos en los países
del Tercer Mundo y del bloque circundado por el derribado telón de acero.
Actualmente las cosas se han complicado mucho y los regímenes tiránicos
denunciados se encuentran también entre los regímenes democráticos vigentes.
Otra dificultad grande es la
que surge cuando los periodistas toman partido contra una presunta injusticia
social. ¿Cómo compaginar la beligerancia con la información objetiva e
imparcial? Por otra parte, ¿cómo justificar la pasividad ante injusticias
obvias bajo el pretexto de neutralidad informativa? El informador es un ser
humano de carne y hueso con convicciones y sentimientos personales, que tampoco
pueden ser traicionados. Tal vez habría que analizar más a fondo el significado
que se quiere atribuir al concepto democracia reduciendo lo más posible
su alta carga de ambigüedad y falacia semántica. Si interpretamos el
significado de estos principios en clave política estamos perdidos. Habría que
optar por la opción del dialogo humanista en clave radicalmente ética y
reflexiva constantemente insinuada en el documento.
El "humus" redaccional
del texto en cuestión apuesta por el profesionalismo tradicional a ultranza, en
el que el reconocimiento de ciertos valores universales constituye la piedra
angular de la deontología periodística. El periodista responsable está
condicionado por el respeto a esos valores y también por ciertos intereses
sociales explícitos en el documento. Son los puntos de referencia para abordar
una auténtica valoración crítica de la profesión informativa.
Los profesionales de la
información marcados por la libertad como objetivo supremo no tienen por qué
temer. Esos valores referenciales condicionantes son objetivos, universalmente
reconocidos por los diversos sistemas políticos y culturales y nada sospechosos
de arbitrariedad para la comunidad internacional. Los conceptos de paz y guerra,
democracia y tiranía, liberación nacional y colonialismo, por ejemplo, no
significan meros slóganes políticos dependientes de interpretaciones inspiradas
en intereses estratégicos. El significado real de esos conceptos es el que está
definido en el derecho internacional. Por supuesto que se prestan a
interpretaciones subjetivas y tendenciosas desde actitudes políticas y
culturales determinadas. Esto es inevitable. Pero ello no justifica el
escepticismo radical que tiende a negar la validez ética universal de esos
valores. Su ignorancia no afecta a la validez objetiva de los mismos. Lo que al
periodista se le exige es que se comprometa con esos valores que constituyen la
base del derecho y de la convivencia internacional.
En el principio décimo
y último se apunta a la creación de un nuevo orden informativo internacional
basado en un nuevo orden también de los sistemas económicos. Las diferencias
económicas han generado un desequilibrio patente en el campo de la información
internacional. Los grandes monopolios mundiales han contribuido de forma
determinante al desarrollo de la información en una parte del mundo a costa del
subdesarrollo crónico en muchos países, sobre todo del Tercer Mundo. Las
noticias sobre determinados países son elaboradas e interpretadas fuera de sus fronteras y desde contextos
culturales diferentes. Además, se informa más de lo ajeno que de lo propio. Los
entramados de la comunicación moderna son muy costosos y de ahí que los países
más ricos ejerzan un monopolio indiscutible en el terreno de la comunicación
internacional.
Cabe destacar dos aspectos
muy importantes de este documento. Me refiero al reconocimiento explícito de
valores éticos universales, con los que el buen profesional de la información
debe comprometerse y al rechazo sincero del escepticismo frente a la
posibilidad de conocer la verdad objetiva, para comunicarla a los demás. Esta
opción radical por los fundamentos del humanismo universal, como piedra angular
del "status" profesional de los informadores, tiene un significado
especial habida cuenta del escepticismo generalizado frente a los valores
morales objetivos y a la posibilidad misma de alcanzar un grado suficiente de
verdad fiable.
3. Deontología de los media en el Magisterio de la Iglesia
Los códigos deontológicos actuales no hacen referencia explícita al
Magisterio de la Iglesia sobre la materia. Implícitamente es reconocido cuando
recomiendan respeto a las instituciones sociales fundamentales, a la libertad
religiosa y de expresión, a la moral, dignidad humana y a los sentimientos
religiosos del pueblo. La ética periodística actual de inspiración cristiana
reconoce todos los principios y recomendaciones de ley natural en que suelen
inspirarse los códigos y recuerda algunas obligaciones específicas, de las que
se ocupa el periodismo especializado. De hecho, la mayoría de los códigos
actuales occidentales existentes son de cuño cristiano, aunque con frecuencia
son adulterados en la práctica por la influencia del espíritu todavía vigente de
la revolución francesa y el pragmatismo consumista de la posmodernidad.
Actualmente la Iglesia busca más presencia activa en los medios. Los recelos de la Iglesia hacia los medios de
comunicación social están bien fundados y prácticamente son los mismos que los
de las demás instituciones públicas concernidas. Es interesante tener presente
que en la actualidad las críticas más negativas provienen de los propios
profesionales de la información o de los gobiernos y no de la Iglesia.
La Iglesia jerárquica tiende
a sugerir orientaciones éticas profesionales altamente razonables y
comprensivas y a participar más directamente en el sector de los multimedia.
Frente a la influencia «diabólica» de los media, denunciada por los
propios expertos de la comunicación, la Iglesia prefiere hablar de pastoral y
teología de los medios de comunicación social. La prontitud con que las
instituciones eclesiales se han
embarcado en el ciberespacio desafiando sus riesgos es un hecho altamente
significativo así como el lugar que los estudios de ciencias de la información
ocupan actualmente en los programas de teología pastoral.
Como etapas históricas de la
ética de la información en el Magisterio de la Iglesia cabe destacar las
siguientes:
a) Período de confrontación
Desde 1766 a 1918 la Iglesia jerárquica se vio
obligada a defenderse del acoso de la prensa. Predominó la idea de que la
prensa estaba manejada por los «enemigos de la Iglesia». Lo cual es hasta
cierto punto comprensible a la luz de la historia negra del periodismo, con su
mala reputación de origen y el uso que se pretendió hacer de ella como
instrumento de poder. Clemente XII, en su encíclica Christianae reipublicae
salus, del 25 de noviembre de 1766, no dudó en hablar de una peste de
libros en auge contra los fundamentos de la religión cristiana. El Pontífice
adoptó un tono alarmante sobre el contenido doctrinal y moral de esos libros,
contra los que había que proteger al pueblo cristiano.
Pío
VI fue todavía más lejos llegando a calificar la libertad de prensa como un
derecho monstruoso en el sentido en que la interpretaban los teóricos de la
Ilustración, los cuales consideraban moral la publicación impune de cualquier
cosa en materia de religión. Esta denuncia la hizo en una alocución dirigida a
la Asamblea Nacional de Francia con ocasión de la constitución civil del clero.
La misma actitud defensiva aparece reflejada en la alocución Diu satis (15‑5‑1800)
y en la carta apostólica Post tam diuturnas, de Pío VII (28‑5‑1814).
En
la encíclica Mirari vos, de Gregorio XVI (15‑8‑1832) se aprecia un
detalle interesante. El Pontífice es más explícito denunciando a la libertad de
prensa como responsable de un creciente indiferentismo beligerante hacia la fe
cristiana. Y en la carta Inter gravissimas (8‑6‑1845) denuncia una contradicción
flagrante. Las autoridades civiles italianas habían prohibido a ciertos
sacerdotes predicar en público. ¿Dónde está, pues, la libertad de expresión tan
cacareada? Al parecer, la libertad de expresión se entendía sólo para atacar a
la Iglesia.
Los
malentendidos entre la prensa y las autoridades eclesiásticas llegaron al colmo
cuando empezaron a difundirse traducciones de la Biblia. Ahora es Pío IX quien
sale al paso con la encíclica Nostris et nobiscum (8‑12‑1849). Ya no
bastaba hacer uso depravado de la difusión de todo tipo de libros, sino que se
atrevían a traducir y difundir la Biblia al margen de las normas de la Iglesia,
con profundas alteraciones del texto. Esos textos alterados eran después
recomendados al pueblo bajo falsos pretextos religiosos. La incomprensión entre
la jerarquía eclesiástica y los cánones de la mal llamada «modernidad» no
mejoró nada con la aparición de la encíclica Quanta cura (8‑12‑1864),
popularmente conocida por el Syllabus.
Pío
IX, en lugar de abrir un diálogo directo con los promotores del pensamiento
«modernista», optó por el estilo de denuncia. La acusación de fondo es siempre
la misma: la libertad de imprimir libros sin ningún tipo de control y la
difusión periodística contribuirían al aumento del indiferentismo y a la
corrupción moral y espiritual del pueblo.
b) León XIII y el inicio de una nueva era.
León XIII se encontró con una
situación de hecho: la prensa diaria difundía sin escrúpulos ideas
preocupantes, inspiradas en el comunismo naciente, el nihilismo filosófico y la
anarquía social. La prensa se había convertido en un poder impresionante, al
cual habría que responder con una prensa seria y responsable. Había llegado el
momento de abandonar las lamentaciones y de crear una prensa de calidad como la
mejor respuesta a los abusos de la prensa anarquista y masónica.
Sin abandonar las cautelas
frente a una libertad de imprimir y de expresión irresponsable, León XIII
significó un cambio de actitud muy importante. Su sensibilidad por los
problemas sociales de la época le llevó a una posición más comprensiva hacia la
libertad de expresión, incluidos sus innegables abusos. La encíclica Etsi
nos (15‑12‑1882) es muy significativa. La tesis de fondo es la siguiente:
Si la libertad de prensa y de expresión puede y de hecho hace daño a los
hombres en manos de gente irresponsable, ¿por qué no hacer algo los cristianos
para coger al toro por los cuernos y poner en práctica esas libertades públicas
al servicio de causas nobles? Esta sutil sugerencia terminó fue materializada
en el proyecto de crear una prensa católica, objetiva y responsable como la
mejor respuesta al mal uso que hasta entonces se había hecho de la imprenta. El
desarrollo de esta idea puede seguirse a través de la encíclica Immortale
Dei (1‑11‑1885), la carta Inter graves, al Episcopado peruano (1‑4‑1894),
y el dossier «Léon XIII et la presse», en la Documentation Catholique
(1933, 251‑268).
En 1888, León XIII, con la
experiencia de diez años de pontificado, abordó directamente el tema de la
libertad en la encíclica Libertas praestantissimum. Habla expresamente
de la libertad de culto, de conciencia, enseñanza y prensa. Toda libertad tiene
sus limitaciones, pero hay muchas cuestiones discutibles y sobre las que debe existir
la posibilidad de discutir y formarse cada uno su propia opinión y poderla
expresar. La naturaleza racional del hombre no tiene nada en contra de ese tipo
de libertad. Lo que no puede aceptarse es que dicha libertad sea utilizada para
sacrificar la verdad. Es una libertad, por el contrario, que nos lleva a la
búsqueda de la verdad para darla a conocer a los demás.
Pío IX puso mucho énfasis en la descripción de abusos. León XIII, en
cambio, se fijó más en los valores positivos de la libertad de impresión y de
expresión. Significa un sí rotundo a la libertad y un rechazo de la licencia y
la irresponsabilidad.
En 1909 apareció un decreto
del cardenal Gasparri señalando normas disciplinarias sobre la asistencia de
eclesiásticos al cine. Es el primer texto romano sobre el cine, y se limita a
recomendar a los eclesiásticos que eviten su presencia en los cines públicos de
Roma. Con Pío X (1903‑1914), la prensa católica es maltratada descaradamente en
Portugal y en Brasil, y está condicionada por el movimiento conocido como el
«modernismo». Muy característico de este tiempo fue la censura antimodernista.
Los escritos de los eclesiásticos debían pasar todos por la censura de los
obispos o de los superiores mayores religiosos y también las publicaciones de
los católicos laicos en general cuando se trataba de asuntos religiosos.
Entre las directrices
deontológicas cabe destacar las de no sembrar entre los pobres el odio hacia
los ricos, respetar la religiosidad y piedad del pueblo y manifestar una
actitud hacia la Iglesia preferentemente conservadora. Esta postura sólo puede
ser debidamente enjuiciada con perspectiva histórica teniendo en cuenta que se
estaba fraguando la primera guerra mundial y el marxismo cosechaba cada vez más
éxitos.
Según una carta de Pío X a
François Veuillot (22‑10‑1913), el asunto de la prensa preocupaba a las
autoridades eclesiásticas mucho más que el cine. Se apunta a la formación de
informadores cristianos, aunque todavía con criterios estrechos, como se
reflejaba en los cánones 1.384 y 1.386 del antiguo Codex de Derecho Canónico de
1917. En la antigua disciplina prevaleció la censura previa para todas las
publicaciones de carácter religioso, tanto para escritores eclesiásticos como
laicos. Incluso se pedía a estos últimos que no colaboraran sin previa
autorización del obispo del lugar en publicaciones que atacan a la religión.
c) Tiempos de reconciliación
A pesar de la censura previa
prescrita en el Codex de 1917, el pontificado de Benedicto XV significó un notable
impulso de la prensa como medio de comprensión y reconciliación. Terminada la
primera guerra mundial, la jerarquía eclesiástica comprendió que había que
llegar a algún tipo de armisticio con los MCS en auge imparable. Había que
favorecer por todos los medios disponibles el entendimiento entre los hombres y
los pueblos. Los libros siguen siendo considerados con cautela, el cine no
logra todavía ganarse la simpatía de los intelectuales, pero la radio empieza a
imponerse como un medio de comunicación social nada despreciable. Los
periodistas son ahora tratados como actores de la pacificación tras la
contienda. A los periodistas católicos se les recomienda que no se aparten del
Magisterio de la Iglesia, pero que sigan con una sana libertad las cuestiones discutibles,
evitando las injurias, las sospechas y desconfianzas infundadas. En este nuevo
contexto aparece la Sociedad de San Pablo, para la promoción del libro
católico, y la Obra de la Buena Prensa, con el aplauso y estímulo
pontificio.
d) Interés creciente por los media
Durante el período 1919‑1921, el Magisterio de la Iglesia se concentró en
el tema de la paz, tras la contienda mundial, y el lenguaje combativo contra
los «enemigos de la religión» pasa a segundo plano. Además, se empiezan a tener
más en cuenta los aspectos positivos de un auspiciado periodismo responsable.
El cardenal Maurin, en su pastoral de Cuaresma (25‑2‑1919), habló del papel
decisivo de una buena prensa para llegar por el camino de la verdad a la meta
de la paz social. También el arzobispo de Lyon trató de movilizar en este
sentido a los laicos de su diócesis como respuesta a la voluntad de la Santa
Sede, apostando por una prensa objetiva y responsable. La buena prensa sigue
siendo marginal, pero va ganando simpatía.
No ocurre lo mismo con los
libros y otros media de gran difusión pública. A la moda de los malos
libros se suma ahora la baja calidad ética del cine. A juicio del arzobispo
Cambrai (21‑12‑1919), se impone la necesidad de apostar por la literatura y el
cine de calidad como alternativa a lo que se impone como moda. El obispo de
Viviers, Bunnel, dijo (el 9‑1‑1920) que había que pasar a la ofensiva. La buena
prensa es considerada por el prelado francés como un arma contraofensiva
manejada por las escuelas y patronatos católicos.
En 1920 un centenar de prelados
norteamericanos publicaron una carta colectiva de gran interés. Su estilo es
más suave y constructivo que el de sus colegas europeos. El texto de la carta
es apologético y de combate abierto contra los defectos de los media. Pero
resaltan más sus aspectos positivos como medio eficaz para difundir el
pensamiento de la Iglesia. La prensa es vista como una tribuna irrenunciable
para los escritores y periodistas católicos.
El 23 de mayo de 1920
Benedicto XV publicó su encíclica Pacem. No era el momento para hablar
de los media. La guerra había impuesto la necesidad de hablar de la paz,
de cuya causa no podían inhibirse los profesionales de la información. Es un
documento pacificador y profundo, en el que los escritores católicos, los
redactores de periódicos y revistas son invitados a trabajar ahora como
elegidos de Dios para esa noble empresa de la «restauración de la paz
cristiana». Por su parte, el obispo de Lille, Charost, publicó una pastoral en
1920 denunciando irónicamente el silencio y la oscuridad de los cines. En su
opinión, las salas de cine eran un lugar propicio para proyectar el
oscurantismo antirreligioso. El documento pone especial énfasis en los
presuntos efectos negativos del cine en el espectador.
Durante los años 1922‑1926
predominó la polémica en torno a la «buena» y «mala» prensa. Los obispos
franceses especialmente constataron que el interés por la prensa católica entre
los mismos católicos era menor que por la prensa llamada «neutra». Pero la
neutralidad de información es prácticamente imposible y de ahí su peligro. Por
otra parte la «buena prensa» no debería limitarse a cuestiones específicamente
cristianas. Debe estar abierta a temas de interés universal sin olvidar la
promoción de una formación cívica y cultural.
En el XXII Congreso General
de la Buena Prensa, de 1922, el obispo de Limoges, Flocard, habló de cuatro
tipos de periódicos y sostuvo que la prensa neutra no era buena prensa.
Calificó de periódicos «malos» a todos aquellos que atacaban a la religión, a
sus enseñanzas y a sus personas representativas. Suponía irónicamente que los
católicos avisados no leerían ese tipo de periódicos. Los periódicos «neutros»
eran aquellos que hacían deliberadamente el vacío del silencio a la religión,
cuyos asuntos no eran considerados dignos de trato periodístico. Habló también
de periódicos complacientes y simpatizantes, los cuales, manteniendo una
prudente distancia de los periódicos católicos, no dudaban en apoyar a éstos en
los momentos más críticos. Pero se advierte que estos periódicos más
independientes y los católicos eran los que contaban con menor número de
lectores. El celoso obispo pidió a los periodistas católicos que combatieran al
diablo de la propaganda anticatólica con las mismas armas del periodismo.
De Pío XI (1922‑1939) puede
decirse que «canonizó» la prensa. Esta triunfaba en el mundo como habían
triunfado la imprenta y la locomotora, a pesar de las lúgubres previsiones de
algunos nostálgicos de la época. La prensa por entonces divulgaba por todas
partes la crisis económica, política y espiritual del momento. La prensa
católica era perseguida en Italia y Alemania principalmente, con el apoyo ahora
del comunismo en plena efervescencia.
Frente a una prensa
omnipotente y sin escrúpulos, Pío XI optó por reafirmar una prensa católica más
responsable y mejor organizada a escala mundial, al tiempo que invita a los
lectores a ser más inteligentes y críticos en su lectura. Se pide a los
cristianos que no se conformen con ayudar con su dinero a la promoción de esa
nueva prensa, sino que sean también asiduos y críticos. El momento culminante
de Pío XI en favor de la información periodística contra los prejuicios
tradicionales fue la declaración de San Francisco de Sales como patrono de los
periodistas católicos.
A juicio del Pontífice, el
ejemplo del santo patrono debía traducirse en una conducta profesional definida
por los principios siguientes: conocer y dominar el pensamiento católico; no
manipular la verdad exagerándola, mitigándola o disminuyéndola por temor a
disgustar a los adversarios; cuidar la forma de presentar la verdad en un
lenguaje atractivo; refutar los errores y dar la cara a los fabricantes del mal
con rectitud de intención y sin faltar jamás a la caridad debida a las
personas. En un discurso al obispo norteamericano Burke, en 1926, el mismo Pío
XI decía que la prensa debe ser una poderosa arma de cultura contra la ignorancia
del público y la insolencia maligna de quienes se preocupan sólo por los
aspectos comerciales y lucrativos sacrificando la honradez profesional. Siguiendo
el ejemplo de sus colegas americanos, el obispo de Clermont, Marnas, instituyó
el «Domingo de la Prensa» en 1925. Partía de un hecho evidente: por aquellas
calendas el mundo se regía por la opinión pública, que es obra de la prensa.
Los católicos, por tanto, deberían implicarse más activamente en los asuntos de
los media, incluso con su dinero, en lugar de invertirlo en otras causas
de menor trascendencia.
Por la misma época la
situación de los católicos en México era lamentable. Se hallaban en situación
de verdadera persecución por parte del gobierno. Cuando la fe está amenazada
por el Estado, la prensa católica suele ser objeto preferido de control y
eventual eliminación. Ante esta situación, Pío XI dio la voz de alarma en favor
de la libertad en aquel país, por otra parte mayoritariamente católico. Se
trata de la encíclica Iniquis affictisque, sobre la dura condición del
catolicismo en México, del 18 de noviembre de 1926.
e) Nacimiento de la radio y la ofensiva del cine
El período 1926‑1930 se caracterizó por la simpatía más ferviente hacia la
radio y el aumento de los recelos hacia el cine y buena parte de la nueva
producción libresca. Por otra parte, el movimiento Acción Católica significó la
puesta en marcha de una verdadera deontología de la prensa, aunque siempre
desde una actitud defensiva comprensible dentro de una perspectiva
rigurosamente histórica. El cardenal Dubois, en la Semana Religiosa de París de
1926, calificó la radiofonía como invención maravillosa e instrumento de progreso,
independientemente del mal uso que eventualmente pueda hacerse de ella. La
radio se convirtió rápidamente en el nuevo púlpito de los grandes predicadores.
Sólo quedaban algunas reticencias comprensibles en relación con la transmisión
de la Misa y otros actos litúrgicos.
En 1930 los obispos
holandeses, después de algunos años de ensayos, crearon la primera estación de
radio de la Iglesia, KRO («Ka‑tholioke Radio Omroep»). Como hiciera León XIII
con la prensa, en lugar de perder el tiempo denunciando el mal uso de la radio,
ganémoslo creando una estación propia de la Iglesia respondiendo con
profesionalidad y competencia de calidad real.
No ocurrió lo mismo con el
cine, que desde el principio fue tildado de desmoralizador popular. Los mismos
intelectuales en general fueron poco generosos con el cine. La imagen en
movimiento resultaba muy apetecible a la vista y cayó en la tentación de la
sensualidad y el espectáculo frívolo. Lo cual no significa que se negaran las
posibilidades educativas y de sana distracción en un contexto de vida social
cada vez más excitado y turbulento. De ahí la necesidad de sensibilizar a los
cineastas y productores sobre la responsabilidad moral que recae sobre ellos.
El cardenal arzobispo de Viena apeló a esa misión educadora del cine el 16 de
enero de 1927. Lo que ocurre ahora es que el cine estimuló la sensualidad de
los libros, en los que los temas obscenos se convirtieron en las delicias de
una nueva ola editorial. El rechazo de este influjo negativo del cine en la
literatura quedó reflejado en la instrucción Inter mala de la
Congregación del Santo Oficio el 3 de
mayo de1927.
A pesar de todo, el discurso
de Pío XI a los periodistas católicos del 26 de junio de 1929 constituye todo
un código de deontología periodística en el sentido más positivo del término.
El poder de la prensa por aquella época era ya imponente y los periodistas
católicos tenían que entrar dignamente en el juego de la competencia. Había que
aprovechar esos medios también para defender los principios religiosos y
morales con el ejemplo personal y el profesionalismo. El fin de informar no
justifica el recurso a cualquier medio, como la mentira, la injusticia en
general, la difamación o la violencia. Por otra parte, el combate periodístico
no dispensa jamás de la caridad debida a las personas. El periodista católico
responsable no puede sembrar el odio cívico o promover la lucha de clases.
Indirectamente el Papa denuncia algunos de los defectos más graves de la prensa
de su tiempo.
f) Ética de los media en la "Nueva evangelización"
1) Pío XII (1939‑1958)
Fue un diseñador pionero de la deontología sistemática sobre los medios de
comunicación social, incluida ya la televisión. Según este Pontífice, la
información y la comunicación requieren una vocación tan noble como la verdad,
de la que los informadores son servidores incondicionales. Estos
profesionales son auténticos formadores de la opinión pública, por lo
que no pueden actuar arbitrariamente, y la Iglesia y el Estado, según sus
competencias específicas, pueden y deben intervenir cuando lo exija el bien
común. Pío XII hace verdadera apología del libro moderno, de la prensa, de la
radio y de la televisión, pero recuerda al mismo tiempo la responsabilidad que
pesa sobre los que no hacen uso correcto de esos medios tan poderosos.
En relación con la prensa
destaca su poder y la responsabilidad de sus profesionales. El
periodista necesita una formación ética. La libertad de prensa es
un derecho humano, pero ha de interpretarse en el sentido de servicio al
público en la verdad y en el bien. Pío XII habla bastante de la prensa como servicio
a la opinión pública y de sus características en un contexto de guerra o
de paz. Se ocupa incluso de la prensa deportiva, de la prensa
radiada, televisada y de la prensa de los espectáculos.
Pío XI tuvo la suerte de utilizar la radio y Pío XII fue el primer Papa de
la historia que estrenó la televisión y concibió la idea de crear una comisión
en la Curia romana para el estudio de los problemas del cine, de la radio y de
la televisión al tiempo que felicita la constitución de la Eurovisión. En Pío
XII hay ya elementos suficientes para escribir un trabajo sistemático sobre la
ética y deontología de la información a la altura de los tiempos modernos.
2) Juan XXIII (1958‑1963)
Se ha dicho que él mismo era la mejor noticia periodística. En sus
encíclicas Mater et magistra y Pacem in terris, los medios de comunicación
social son abiertamente ensalzados. El
principio clave es la afirmación solemne del derecho a la información social
como derivación del derecho natural a la verdad.
Entre las obligaciones
deontológicas del periodista está la de evitar la manipulación, la mentira y el
engaño al pueblo y otras muchas obligaciones por relación a la cultura, el
desarrollo humano y la pedagogía. La prensa tiene un cometido importante en la
promoción de la paz entre los pueblos. Cuando los medios de comunicación se ponen
al servicio de la corrupción moral o al servicio de la tiranía de las ideas,
impuestas mediante la manipulación del pensamiento, debe intervenir el Estado
como garante del bien común y del respeto a los derechos de las personas.
La responsabilidad moral del
periodista estriba en que está en el primer plano de la sociedad moderna y es
un educador de la humanidad. Juan XXIII hace una enjundiosa historia de la
prensa católica hasta su tiempo y agradece la función de los periodistas en el
Concilio Vaticano II. Como gestos significativos del popular Pontífice en favor
del periodismo cabe recordar la beatificación de Elena Guerra por su uso
cristiano de la prensa y la declaración de San Bernardino de Siena como patrono
de la publicidad. Por otra parte elogió las iniciativas de la jerarquía
eclesiástica en materia de difusión, que durante su pontificado fueron muchas y
de envergadura en todos los continentes. Incluso crea un secretario pontificio
para los medios de comunicación de masas, reformando la comisión creada por Pío
XII. Las agencias católicas de prensa se potencian en todas partes y los medios
modernos de comunicación son plenamente adoptados como instrumentos
valiosísimos de evangelización.
3) El Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II publicó el decreto Inter mirifica, sobre los
medios de comunicación social. El hecho mismo de que el Concilio publicara un
documento sobre el tema revela la importancia que le fue dispensada. El texto
es muy sencillo y se limita a elogiar la labor de la prensa, de la radio y de
la televisión para el desarrollo de la vida social y misión de la Iglesia en el
mundo. Se trata de medios providenciales, por lo que se ordena la creación de
oficinas nacionales para la prensa, radio y televisión, señalando los grandes
principios deontológicos contenidos en los documentos pontificios antes
reseñados. Se insiste en el uso de esos medios para el servicio al bien común,
de la justicia, de la verdad, de los valores culturales, religiosos y
artísticos desde la primacía del orden moral objetivo. Repito que el valor de
este documento es más por lo que moralmente significa el que haya sido tomado
en consideración el fenómeno de los mass media que por el estudio en
profundidad sobre los mismos. Se trata de una corroboración y puesta al día de
los principios deontológicos contenidos en el pensamiento de los últimos
pontífices y del episcopado mundial.
Este Decreto fue votado el 4
de diciembre de 1963 y representa una nueva etapa de reflexión teológica sobre
los MCS. Se reconoce su influjo sobre las personas particulares y sobre la
entera humanidad. Postula una subordinación del uso de esos poderosos medios al
orden moral. El derecho a la información es consecuencia del derecho natural a
conocer la verdad y comunicarla. Reconoce el papel decisivo de la opinión
pública como factura de los MCS, lo cual invita a una mayor responsabilidad por
parte de los emisores.
Los cristianos no pueden
inhibirse ante estos hechos. Por el contrario, tienen el deber de intervenir en
los media con capacidad técnica, competencia profesional, cultural y artística.
La prensa confesional católica debe ir por delante en la calidad de la
información. Entiende el cine como actividad recreativa y promotora de cultura
y arte. Hay que promocionar el cine de calidad. Los responsables de la
radiodifusión y televisión no deben olvidar jamás el respecto a la audiencia en
familia. A los profesionales católicos se les exige calidad y eficacia, es
decir, competencia profesional y formación del público en la lectura y
comprensión de los media. Para el logro de estos objetivos se ordena que se
instituya la Jornada Mundial de la Comunicación Social. Con motivo de esta
celebración ha aparecido una serie de documentos pontificios y episcopales, que
puede considerarse como una joya de deontología profesional de los medios de
comunicación social.
4) Pablo VI (1963‑1978) y la Communio et progressio
Llamó a los periodistas «colegas suyos». Su padre, Giorgino Montini, fue director de periódico y de él
había aprendido a concebir la profesión periodística como una espléndida y
ardorosa misión al servicio de la verdad, de la democracia, del progreso, del
bien público. Por simples razones sentimentales, Pablo VI sentía simpatía
especial por la profesión periodística.
Tocó temas como la
naturaleza social de la información, el derecho a la información en la
sociedad moderna, la libertad de expresión contra los sistemas
totalitarios modernos, la formación de la opinión pública, la función de
la prensa ante el conflicto moderno entre socialización y personalismo, la
grandeza y responsabilidad de los que manejan los mass media por
su poder de influjo sobre las personas y los pueblos, la verdad y el bien como
los límites de la libertad, la publicidad y el sensacionalismo. Dedica especial
atención en particular a los libros, a la publicidad comercial, la radio y la
televisión y a la prensa ordinaria.
La prensa ha sido llamada el «cuarto poder» porque tiene la fuerza de la
opinión pública. Compara la tarea del periodista moderno a la del sacerdote en
el sentido de que ambos no son para sí mismos, sino para la verdad como ideal
supremo. Cuando de periodistas se trataba, Pablo VI se sentía entre ellos como
hijo orgulloso del periodista que fue su padre.
Con Pablo VI se potenció la
acción de los periodistas católicos en el mundo y se tomaron bastantes
decisiones prácticas en esa materia. Entre otras, la creación de una comisión
pontificia de orientación y la institución de la jornada mundial de los medios
de comunicación social el domingo siguiente de la Ascensión. Pablo VI ordenó
publicar la instrucción pastoral Communio et progressio, sobre los MCS, en
1971. Es como la "carta magna" exigida por el Decreto Inter mirifica del Vaticano II. La
redacción de este documento fue laboriosa, con la colaboración de expertos de
todo el mundo. Se trata de un documento amplio y optimista en su género.
Reconoce los malos usos que pueden hacerse de estos medios, pero acepta sin
embajes su estilo propio, su lenguaje y la dinámica que los gobierna. Es un
documento, además, abierto a la fluidez y a los cambios a los que esos medios
están sometidos por su propia naturaleza. Se proyectan incluso las líneas
maestras para una teología de la comunicación social, basada en el fenómeno de
la comunicación, cuya fuente de inspiración sería la vida intrínseca del
misterio trinitario. Es ésta una novedad muy relevante respecto de los tiempos
pasados. Ningún tratadista mundano habría podido sospechar la existencia de
unas razones tan solventes para fundamentar la dignidad de la auténtica
comunicación humana. Otro aspecto importante es la afirmación y aceptación del
papel insustituible de los MCS en la pastoral de la "nueva
evangelización". Dedica también un espacio muy notable a la información y
el diálogo en el interior de la Iglesia y de ésta con el mundo contemporáneo.
5) Juan Pablo II (1978-2005). El Codex Canónico, la "Aetatis novae" y el Catecismo
Juan Pablo II constituye un capítulo
aparte en esta materia. Tenemos sus discursos, pero sobre todo sus gestos,
viajes y relaciones personales en vivo con muchos profesionales de la
información. En una ocasión solemne llamó a los profesionales de la información
«compañeros de viaje» y amigos especiales por la convergencia de ideales al
servicio de la dignidad del hombre sirviéndole la verdad sin manipulaciones ni
exageraciones, intereses personales u oportunistas, de acuerdo con las
exigencias más estrictas de la ética humana. El periodismo posee una «nobleza
intrínseca» por su prestancia al servicio de los ideales más nobles de la
humanidad. De ahí el que el nuevo Código de Derecho Canónico haya dispensado
una importancia hasta ahora insólita a los medios de comunicación. Según Juan
Pablo II, los periodistas modernos juegan un papel de gran responsabilidad en
la acción universal redentora del mundo actual, tanto por la naturaleza misma
de la profesión informativa como por su influjo en la sociedad. Justamente
orgullosos de los derechos y deberes de la profesión, los periodistas son
testigos vigilantes de todo lo que la vida ofrece en toda su compleja variedad.
Pero les recuerda que «toda noticia, idea, reflexión, en el momento mismo en
que se cursa por medio de los modernísimos canales de transmisión, escapa a la
esfera personal y se introduce en el circuito social; se convierte, de este
modo, en chispa de otras ideas y reflexiones, que a su vez contribuyen a formar
la opinión pública, uno de los fenómenos dominantes hoy». Por lo demás, el
periodismo es un servicio esencialmente social bajo el imperativo moral de
objetividad como ideal supremo.
«El culto escrupuloso a la
verdad objetiva, la seriedad y honestidad intelectual en la interpretación y en
el comentario subjetivo –virtudes innatas del periodismo que acreditan el grado
de profesionalidad y de la estatura deontológica del periodista– califican de
modo fundamental la dimensión social de esta difícil y fascinante vocación.
Nadie es profesional de la pluma para su uso exclusivo, la dimensión social es
la razón de ser y acaso el aspecto más delicado del periodismo moderno. Exige
de forma apremiante y continua un esfuerzo de sintonización sobre las
longitudes de onda de la realidad, y un equilibrado discernimiento que
salvaguarde limpiamente los derechos de la verdad y los deberes para con la
sociedad. Es un grave problema de responsabilidad, cuyo peso total sentís
vosotros ciertamente, sobre todo cuando están en juego temas que afectan profundamente
a las razones supremas de la existencia. Esto es válido, de forma particular,
en nuestros días, en los que se multiplican los peligros de deformación y de
manipulación de la verdad objetiva, que es, sobre todo, la verdad del hombre
sobre el hombre».
En otro párrafo denso de
contenido deontológico afirma: "La parcialidad y la manipulación, si deben
rechazarse en todo momento y en todos los aspectos de la profesión
periodística, su rechazo debe ser mayor cuando se abordan problemas que afectan
al hombre y a su conciencia en la que es una de las dimensiones fundamentales,
la dimensión religiosa».
El periodismo debe contribuir
al logro de una convivencia humana cada vez mejor. En tal sentido afirma que
«una mayor circulación de ideas y de informaciones en la sociedad humana, entre
los diversos pueblos y en el seno de cada pueblo, podrá seguramente favorecer
no sólo un reconocimiento recíproco, sino, más aún, una eliminación de los
obstáculos –es decir, desconfianzas, sospechas, incomprensiones, discriminaciones,
injusticias– que obstaculizan todavía el camino hacia la paz y la solidaridad
entre los individuos o entre pueblos. En un mundo pluralista como el actual,
caracterizado por una revolución sin precedentes como la tecnológica, es
evidente que los instrumentos de la comunicación social –si se emplean con
fines torcidos, o peor, si se someten a la lógica de cualquier poder– pueden
provocar una ulterior y profunda ruptura en el tejido que une la sociedad. Por
el contrario, si se emplean según las leyes de una ética que, salvaguardando
los derechos del hombre, lo eleve a sujeto activo de la comunicación, en lugar
de considerarlo como simple objeto o “disfrutador”, pueden tener una
importancia decisiva en el futuro de la humanidad, en el proceso de integración
y unificación, en la renovación de la moral, en la difusión de la formación y
de la cultura: en una palabra, en la obtención de una convivencia humana mejor.
Una alternativa ésta que deberá ser tenida presente constantemente en los
esfuerzos que se van haciendo con miras a la elaboración de un nuevo orden de
la información y de la comunicación». El periodista auténtico debe tener el
carisma de la «psicología positiva», o sea, sentir verdadera fascinación por
los valores positivos que constituyen «la espina dorsal de la historia».
El 22 de febrero de 1992, el
Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales publicó la instrucción
pastoral Aetatis novae con ocasión del vigésimo aniversario de la Communio
et progressio, como desarrollo del decreto Inter mirifica, del
Concilio Vaticano II. El documento asume el hecho de la revolución tecnológica
que se está produciendo en el campo de las comunicaciones sociales y acepta los
retos éticos que tal fenómeno está provocando. Ha llegado el momento para los
comunicadores cristianos de dar la cara en el terreno práctico con competencia
profesional y calidad de comportamientos éticos en lugar de quedarse con los
brazos cruzados lamentando los abusos y malos usos que de los MCS hacen los
demás.
La importancia reconocida por
la Iglesia a los MCS quedó reflejada en el Código de Derecho Canónico de 1983.
Obviamente en la Aetatis novae se respira un espíritu más realista y
optimista al mismo tiempo. Se trata de un documento redactado por periodistas y
no por canonistas. Pero más significativo aún es el espacio dedicado a los MCS
en el Catecismo de finales de 1992.
En el contexto del octavo mandamiento del Decálogo y del respeto incondicional
a la verdad (ideal supremo de la profesión informativa), la mentira y todas las
formas imaginables de difamación injusta encuentran el Catecismo su juicio
descalificativo más severo. El apartado sobre el uso de los medios de
comunicación social concluye con estas expresivas palabras: "La moral
denuncia la llaga de los Estados totalitarios, que falsifican sistemáticamente
la verdad, ejercen mediante los mass
media un dominio político de la opinión, manipulan a los acusados y a los
testigos en los procesos públicos y tratan de asegurar su tiranía yugulando y
reprimiendo todo lo que consideran delitos de opinión".
5. La deontología periodística en Latinoamérica
Los historiadores del periodismo iberoamericano hablan de un periodismo
gacetista, que se remonta hasta los tiempos de la hegemonía española y de otro
con carácter revolucionario, correspondiente a la época de la independencia y
surgimiento de las nuevas patrias. Por razones históricas obvias la ética
periodística estuvo tradicionalmente marcada por los intereses políticos más
que por la información propiamente dicha. Aún actualmente es interesante
observar cómo durante el siglo XX muchos periodistas iberoamericanos han sido
políticos famosos.
Otro factor importante a
tener en cuenta es el predominio de los monopolios oligárquicos, que han
controlado de forma sistemática los periódicos como objeto de propiedad privada
con tendencia a convertir la información en un asunto exclusivo de mercado. Con las intervenciones
gubernamentales las cosas no han mejorado ya que los gobernantes de turno
suelen servirse de los media como instrumentos de adoctrinamiento popular. Por
unas razones o por otras, la libertad de información ha sido siempre, y sigue
siendo, la gran perdedora. Según el informe anual de Reporteros sin Fronteras
(RSF), la libertad de información habría
sufrido últimamente un duro revés en diversos países latinoamericanos.
A continuación ofrecemos íntegro el texto deontológico de la Federación
Latinoamericana de Periodistas (FELAP).
6. Código latinoamericano de ética periodística.
El presente texto deontológico fue adoptado por la FELAP al término de su
segundo congreso celebrado en Caracas en 1979. Las razones del mismo y la
filosofía ética en que está inspirado aparecen claramente reflejadas en el
preámbulo.
"PREAMBULO: La información concebida como bien social concierne a
toda la sociedad, a la que corresponde establecer normas morales que rijan la
responsabilidad de los medios de comunicación colectiva. La Resolución 59 (I)
de la Asamblea General de las Naciones Unidas, adoptada en 1946, expresa:
"La libertad de información requiere como elemento indispensable la
voluntad y la capacidad de usar y no abusar de sus privilegios. Requiere,
además, como disciplina básica, la obligación moral de investigar los hechos,
sin prejuicio, y difundir las informaciones sin intención maliciosa".
Los esfuerzos por establecer
una normativa ética universal han avanzado en la vigésima Conferencia general
de la UNESCO al aprobar la declaración especial relativa a la responsabilidad
de los medios de difusión masiva, cuyo artículo VIII manifiesta: "Las
organizaciones profesionales, así como las personas que participan en la
formación profesional de los periodistas y demás agentes de los grandes medios
de comunicación que les ayudan a desempeñar sus tareas de manera responsable,
deberían acordar particular importancia a los principios de la presente
declaración en los códigos deontológicos que establezcan y por cuya aplicación
velen".
El periodista, en su
condición de intermediario profesional, es factor importante del proceso
informativo, y su ética profesional estará orientada al desempeño correcto de
su oficio, así como a contribuir a eliminar o reducir las actuales
deformaciones de las funciones sociales informativas. Ello se hace
imprescindible porque en la región los empresarios de la noticia usurpan
nuestro nombre, autodenominándose periodistas, y aplican una pseudoética
regida por los preceptos del provecho comercial.
Las normas deontológicas
establecidas en este documento se basan en principios contenidos en códigos
nacionales, en declaraciones y resoluciones de la ONU y sus organismos, como
también en la declaración de principios de la Federación Latinoamericana de
Periodistas (FELAP), según la cual:
- La libertad de prensa la concibe como el derecho de nuestros pueblos a
ser oportuna y verazmente informados y a expresar sus opiniones sin otras
restricciones que las impuestas por los mismos intereses de los pueblos.
- Declara que el periodista tiene responsabilidad política e ideológica
derivada de la naturaleza de su profesión, que influye en la conciencia de las
masas, y que esa responsabilidad es insoslayable y constituye la esencia de su
función social.
La FELAP es consciente de las
dificultades en la aplicación de una normativa deontológica en los marcos del
sistema informativo vigente, regido por la tenencia privada de los medios y la
conversión de la noticia en mercancía. Considera la conciencia moral como una
de las formas de conciencia social, producto histórico concreto, determinado
por la estructura económica, por lo que es mutable y en cada caso prevalecen
las normas de los sectores dominantes. Está convencida igualmente de la
existencia del progreso moral y de que con la sucesión de etapas históricas la
humanidad a logrado e impuesto puntos de vista éticos que expresan intereses
comunes y son válidos para el género humano. Segura asimismo de que la libertad
moral individual sólo es posible con la toma de conciencia sobre los intereses
sociales. FELAP opina que la ética profesional debe ser conquistada dentro de
la batalla para alcanzar en nuestras naciones un periodismo auténticamente
libre. En la certidumbre de que una moral profesional coadyuvará a ese
objetivo, proclama el siguiente Código Latinoamericano de Ética
Periodística:
Art. 1. El periodismo debe ser un servicio de interés colectivo,
con funciones eminentemente sociales dirigidas al desarrollo integral del
individuo y de la comunidad. El periodista debe participar activamente en la
transformación social orientada al perfeccionamiento democrático de la
sociedad; debe consagrar su conciencia y quehacer profesional a promover el
respeto a las libertades y a los derechos humanos.
Art. 2. Debe contribuir al fortalecimiento de la paz, la
coexistencia pacífica, la autodeterminación de los pueblos, el desarme, la
distensión internacional y la comprensión mutua entre los pueblos del mundo,
luchar por la igualdad de la persona humana sin distinción de raza, opinión,
origen, lengua, religión y nacionalidad. Es un elevado deber del periodista
latinoamericano contribuir a la independencia económica, política y cultural de
nuestras naciones y pueblos, al establecimiento de un nuevo orden económico
internacional y la descolonización de la información.
Art. 3. Son, además, deberes insoslayables del periodista:
- Impulsar, consolidar y defender la libertad de expresión y el derecho a
la información, entendido éste como el derecho que tienen los pueblos a
informar y a ser informados.
- Promover las condiciones para el establecimiento del flujo libre y
equilibrado de las noticias en los niveles mundial, regional y nacional.
- Luchar por un nuevo orden informativo acorde con los intereses de los
pueblos que sustituya al que actualmente impera en la mayoría de los países
Latinoamericanos, deformando su realidad.
- Pugnar por la democratización de la información, a fin de que el
periodista ejerza su misión de mediador profesional y agente del cambio social
y de que la colectividad tenga acceso a esa misma información.
- Rechazar la propaganda de inevitabilidad de la guerra , la amenaza o el
uso de la fuerza en los conflictos internacionales.
Art. 4. En su labor profesional, el periodista deberá adoptar
los principios de la veracidad y de la ecuanimidad, y faltará a la ética cuando
silencie, falsee o tergiverse los hechos; proporcionará al público información
sobre el contexto de los sucesos y acerca de las opiniones que sobre ellos se
emitan, a fin de que el perceptor del mensaje noticioso pueda interpretar el
origen y la perspectiva de los hechos. En la difusión de ideas y opiniones, el
periodista promoverá la creación de las condiciones para que ellas puedan
expresarse democráticamente y no sean coartadas por intereses comerciales,
publicitarios o de otra naturaleza.
Art. 5. El periodista es responsable por sus informaciones y
opiniones; aceptará la existencia de los derechos de réplica y respetará el
secreto profesional relativo a las fuentes.
Art. 6. El periodista debe ejercer su labor en los marcos de la
integridad y la dignidad propias de la profesión; exigirá respeto a sus
creencias, ideas y opiniones, lo mismo que al material informativo que entrega
a su fuente de trabajo; luchará por el acceso a la toma de decisiones en los
medios en que trabaje. En el aspecto legal procurará el establecimiento de
estatutos jurídicos que consagren los derechos y deberes profesionales.
Art. 7. Son acciones violatorias de la ética profesional:
- el plagio y el irrespeto a la propiedad intelectual;
- la aceptación del soborno, el cohecho y la extorsión;
- la omisión de información de interés colectivo;
- la difamación y la injuria;
- el sensacionalismo.
Se considera una violación en alto grado de la ética profesional la participación o complicidad de
periodistas en la represión a la prensa y a los trabajadores de la información.
Art. 8. El periodista debe fortalecer la organización y la unidad
sindical o gremial ahí donde existan y contribuir a crearlas donde no las haya,
y se vinculará al movimiento de la clase trabajadora de su país.
Art. 9. El periodista debe procurar el mejor conocimiento y
velar por la defensa de sus valores nacionales, especialmente de la lengua como
expresión cultural y como factor general de las nuevas formas de cultura.
Art. 10. Es un deber del periodista contribuir a la defensa de la
naturaleza y denunciar los hechos que generan la contaminación y destrucción
del ambiente.
Art.11. Este Código Latinoamericano de Ética Periodística entra
en vigor en el momento de su aprobación por el II Congreso Latinoamericano de
Periodistas".
CAPITULO IV. VERDAD INFORMATIVA Y VERACIDAD
A continuación exponemos esquemáticamente tres cuestiones perennes de la
ética informativa: La verdad como piedra angular del quehacer
informativo, la violación de la intimidad y vida privada como tentación
constante y el compromiso necesario y conflictivo con la justicia
social.
1. La veracidad como alternativa a la verdad
Para legitimar de alguna manera el protagonismo creciente de la mentira en
los medios de comunicación se ha actualizado la vieja teoría sofista sobre la
imposibilidad de la verdad. "En periodismo, la objetividad no existe. Las
noticias son fruto de la subjetividad del periodista. El periodista cuenta los
hechos tal como él los ha visto. Desde su óptica. Desde su perspectiva. Es
imposible ser objetivo". Estas afirmaciones dogmáticas se encuentran en un
manual escolar destinado a la enseñanza del periodismo para adolescentes. Un autor
llega a decir: "Me atrevo a afirmar que constituye un sinsentido hablar de
`verdad informativa` y que supone una pura utopía la expresión `objetividad
informativa´. ¿Cómo ofrecer una
información que refleje la adecuación de la facultad cognoscitiva del
informador con la realidad cruda de los hechos y de los acontecimientos sin
incurrir en la ficción? ¿Cómo acomodar la información a la complejidad de lo
real? A la complejidad de la realidad se suma el impacto del medio, cuya sola
presencia altera el modo y manera que la realidad tiene de producirse. Sobre
todo cuando median el discurso político, el financiero o ambos a la vez.
Ante la
dificultad de responder de forma totalmente satisfactoria a esos interrogantes
el concepto de verdad tiende a ser sistemáticamente suplantado en el campo de
la información por el de veracidad. Al informador se le exime de ser
verídico u objetivo, pero no de ser veraz. Por lo tanto, la teoría de la
información y de la comunicación humana descansaría sobre el eje de la
veracidad y no de la verdad objetiva.
Otros teóricos más razonables se decantan por la primacía
de la realidad como medida y principio iluminador de la información, la verdad
como adecuación óntico-epistemológica y la objetividad informativa como actitud
de fidelidad a la realidad o sinceridad equiparable a la veracidad. Y no solo
no descartan por presuntamente innecesario el concepto de verdad, sino que
parten de que la verdad es el componente teórico nuclear de la información. En
este orden de cosas se ha llegado decir que la verdad es la medida de la ética
periodística y que la verdad informativa es la realidad tangible de la que el
periodista no debe apartarse jamás. Además de reconocer la importancia
específica de la veracidad informativa, se trata de fundamentar racionalmente
el derecho de información desde el análisis del concepto de verdad en general
para especificar y precisar el de verdad informativa en particular.
2. La verdad informativa en los Códigos deontológicos del periodismo
Los códigos deontológicos del periodismo son un
testimonio autorizado del reconocimiento de la verdad como concepto nuclear del
discurso informativo. Recordemos algunas afirmaciones más significativas al
respecto.
Según el Código de la UNESCO
de 1983,2, hay que informar de la manera más objetiva posible. Para ello
el periodista tiene que adherirse formalmente a la realidad objetiva. La
proclamación solemne de la realidad objetiva como desideratum del buen informador viene a confirmar la primacía de lo
que en todos los códigos de ética periodística se expresa con los términos verdad,
objetividad, veracidad y exactitud. Una información desposeída de estas
cualificaciones se convierte automáticamente en información manipulada.
La FIP proclama explícitamente "respetar la verdad por razón del derecho
que el público tiene a conocerla". La verdad informativa, pues, no solo no
es negada o discutida, sino que es reconocida como un valor fundamental sobre
el que recae un derecho humano fundamental. Según la OIP, "el público debe
ser informado de forma verídica. Toda información publicada debe ser
inmediatamente corregida si se descubre que no es verdadera". Como se
aprecia a simple vista, los dos calificativos sustanciales de la información
están marcados por el concepto de verdad. En la Declaración de Munich el
respeto a la verdad en la información no admite excusas. Por su parte, el
código moral del periodista europeo define la verdad informativa como una
verdad histórica al tiempo que recuerda a los informadores el deber
ineludible de la "absoluta objetividad" informativa.
Según el Código alemán de prensa "el supremo mandamiento de la prensa
es el respeto a la verdad y a la información verídica del público. Según
la deontología belga, "el periodista debe buscar lealmente la verdad
y presentarla sin traicionarla ni por adición, ni por deformación, ni por
omisión". El Código brasileño es todavía más contundente: "La verdad
es el contenido fundamental de la misión del periodista". La Carta
canadiense de los derechos de los periodistas define la objetividad
informativa como reflejo realista de las cosas compatible con la subjetividad
del informador. Según la deontología colombiana, la información periodística es
un servicio en clave de verdad. La Carta de los periodistas chilenos
habla del deber primordial de los periodistas de estar "al servicio de
la verdad" y de presentar las noticias "de forma
objetiva". El Código de Dacota del Sur no deja lugar a dudas: "La
piedra fundamental de la profesión de periodista es la verdad". Y
el Código americano "Sigma Delta Chi": "La verdad es nuestra
meta suprema. La objetividad en la información de las noticias es otra meta, que
sirve como emblema de un profesional experimentado". Y un código de honor
británico: "Nunca tape o esconda la verdad, ya que no tiene licencia para
mentir". Código de Missouri: "Declaramos como principio fundamental
que la verdad es la base de todo correcto periodismo. Suprimir la verdad cuando
debidamente pertenece al público, es traicionar la fe del público". Se reconoce
así que la falta de credibilidad en los medios informativos es un problema de
fondo relacionado con la verdad como valor primordial del quehacer informativo.
El código nigeriano de ética periodística llega a decir palabras tan expresivas
como estas: "El primer deber del periodista es decir y adorar la verdad".
El Código Deontológico de la Federación de Asociaciones de Prensa de España
(FAPE) ha proclamado solemnemente en 1994 que "el primer compromiso ético
del periodista es el respeto a la verdad". Punto de vista que es
corroborado constantemente por el magisterio de la Iglesia. Según el n. 2494
del Catecismo, los cuatro pilares sobre los que se asienta el derecho de la
sociedad a ser informada son la
verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad. Pero la piedra
angular del proceso informativo es la verdad.
3. Precisiones conceptuales en torno a la verdad informativa y la veracidad
Los conceptos o definiciones de la verdad que atañen formalmente a la
teoría y ética de la información son los siguientes:
- Verdad es la realidad de las cosas, o sea, la autonomía e
identidad de cada cosa concreta consigo
misma. Lo que las cosas, personas o acontecimientos son independientemente de
cómo a nosotros nos parezcan o la imagen que de ellas nos hayamos formado por
la simple percepción sensible o del conocimiento intelectual. Esto es lo que
llamamos "verdad fundamental ". Lo contrario es la irrealidad o nada.
Es la realidad previa que no depende de nuestro conocimiento sino que, por el
contrario, lo condiciona.
- Verdad es la adecuación o conformidad del entendimiento y la cosa
(adaequatio intellectus et rei) = verdad lógica, nogseológica, crítica, formal
y subjetiva. Su contrario material es el error material y el formal la mentira.
- Verdad es la adecuación o conformidad de la cosa y el
entendimiento (adaequatio rei et intellectus) = verdad ontológica
transcendental. Su contrario es la falsedad absoluta.
- Verdad es la adecuación o conformidad del obrar de las personas de
acuerdo con los principios y reglas del bien humano en general = verdad moral y
verdad de la vida. Su contrario es la maldad humana en general en el obrar y la
mentira y la hipocresía de modo especial. El fundamento específico inmediato es
la realidad de la vida. En este contexto se habla de la "hora de la
verdad" cuando la vida humana es puesta a prueba de la responsabilidad y
realidad o verdad de la muerte.
- Verdad es la adecuación o conformidad del entendimiento y la
realidad en sus aspectos más esenciales y permanentes = verdad científica en
sentido amplio.
- Verdad es la ADECUACIÓN O CONFORMIDAD DEL MENSAJE QUE TRANSMITE EL EMISOR
CON LA REALIDAD SOCIAL CONTINGENTE. ADECUACION QUE LLEGA AL RECEPTOR A TRAVES DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL
O MASS MEDIA = VERDAD INFORMATIVA o comunicacional.
El emisor codifica la verdad, la transmite proposicionalmente mediante el
canal correspondiente al receptor, el cual descodifica y verifica la adecuación
o conformidad de la misma con la realidad social en cuestión. El carácter
subjetivo de toda verdad no autoriza a negar la realidad en la que se
fundamenta. El realismo y el valor de todo conocimiento intelectual sólo puede
ser percibido por la mente humana y transmitido a los demás en términos de
verdad o de falsedad. La particularidad de que la verdad informativa haya de
pasar por los canales que le son específicos no modifica esta necesidad sino
que obliga a extremar su cumplimiento.
La verdad informativa, pues, es una realidad que no puede ser disimulada,
camuflada y menos aún negada. Es aquella que es conocida por las mentes de los
receptores, que son siempre personas, por medio de la comunicación. O lo que es
igual, la verdad sobre la realidad social en cuanto conocida por los
destinatarios a través de los medios de comunicación social o "mass
media". O lo mismo con otras palabras: verdad informativa es la verdad
lógica sobre la realidad social en cuanto comunicada a través de los medios
informativos. O más específicamente: la realidad social contingente en cuanto
conocida y transmitida a través de los medios de comunicación social o
"mass media".
La verdad se puede entender
también subjetivamente como rectitud en nuestras palabras y acciones en el
sentido de franqueza o sinceridad con nosotros mismos. Hablamos entonces de veracidad
como virtud ética, la cual consiste en la adecuación de nuestras palabras y
formas de expresión con lo que realmente somos y sabemos de nosotros mismos o
de los demás. La veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz
diciendo la verdad en las palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la
hipocresía. La importancia de la
veracidad es tal, advierte Sto. Tomás,
que "los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza
recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad". En estricta
justicia "un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la
verdad" (II-II, q.109, a.3 ad 1um; Ib.a.3). Ahora bien, ¿qué sentido tiene
hablar de la importancia de la veracidad informativa sin referencia al concepto
de verdad? Es algo así como hablar de humanidad sin contar con la realidad y
verdad sobre el hombre.
Digamos a modo de conclusión
práctica que, para efectos informativos, la verdad existe en la misma medida
que existe la realidad concreta de las personas, de las cosas y de los
acontecimientos. Y también en la medida en que nosotros nos acercamos a esas
realidades para conocerlas y hablar de ellas a los demás. La verdad informativa
tiene sus características específicas, que he explicado en diversas ocasiones,
y no existe motivo ninguno razonablemente convincente para burlar el concepto
de verdad en la teoría y ética de la información suplantándolo por el de
veracidad. Sin un mínimo de verdad objetiva o conocimiento real de las
personas, cosas y acontecimientos de importancia relevante para la sociedad el
informador responsable lo mejor que puede hacer es callarse. Eso sí, cuando se
decida a hablar jamás tendrá excusas para mentir y engañar.
El buen informador puede no
ser totalmente objetivo. Muchas veces le será imposible. Pero cuando no es
veraz, engaña y a partir de ese momento se hace reo de mentira ante el público.
Equivocarse puede ser éticamente correcto mientras que el engaño consciente y
deliberado no lo es jamás. Nadie pretende restar importancia a la veracidad
informativa. Pero ello no significa que en términos de razonabilidad sea
eliminado alegremente el concepto fundante de verdad sin cuya función básica
referencial difícilmente se puede legitimar un discurso racional coherente y
convincente sobre la profesión informativa.
4. Comentario breve
Todos los códigos deontológicos del periodismo existentes admiten de una u
otra forma la verdad objetiva como ideal supremo del buen informador. Y
ello porque se trata de satisfacer un derecho fundamental de la persona y de la
entera sociedad, cuyos intereses prevalecen sobre los particulares del
informador. Inseparables de la verdad son la objetividad, la exactitud
y la veracidad. Por lo mismo se condena taxativamente toda forma de distorsión
informativa, sobre todo la omisión, la exageración o énfasis indebido, así
como la propaganda. Distorsión equivale a lo que comúnmente solemos llamar manipulación.
Conviene señalar que los presupuestos filosóficos de estos conceptos no son
los mismos en los códigos de inspiración marxista y en los de inspiración
liberal. Se parte de un concepto distinto de realidad, lo que afecta también al
concepto de objetividad. Pero la concepción más o menos reduccionista de la
realidad no afecta sustancialmente al ideal de verdad propugnado.
El prejuicio de corte
kantiano y agnóstico respecto a la verdad, como si fuese éste un concepto vacío
de contenido real fuera de la mente o de nuestras estructuras lógicas
subjetivas, queda totalmente desmentido. Queda igualmente superado el concepto
sofista de verdad de corte posmoderno. De no ser así no tendría sentido alguno
la insistencia en decir la verdad siempre y con todo el rigor que sea
humanamente posible.
La verdad de la que tratamos
aquí es siempre una relación de adecuación entre nuestras facultades
cognoscitivas y la realidad. Cuando esa relación es entre los sentidos y
la realidad, resulta la verdad sensible. Cuando es entre la realidad y
la inteligencia, el resultado es una verdad intelectual, la cual,
a su vez, se dice objetiva por relación a la cosa en sí misma y
subjetiva por relación al concepto mental que nosotros nos hemos formado de
ella. Cuando describimos o definimos las cosas por lo que son de suyo,
decimos que hablamos con objetividad, o sea, de acuerdo con la realidad en sí
del objeto o realidad en cuestión. Cuando hablamos de acuerdo con lo que
nosotros sabemos solamente o el concepto mental que de la realidad nos hemos
formado, entonces se dice que somos veraces. La objetividad se
dice por relación a la realidad de la cosa en sí. La veracidad, por
relación a lo que conocemos, que puede ser más o menos acertado o equivocado.
A la verdad objetiva se opone
la falsedad, y a la subjetiva, la mendacidad o mentira. Informar
con objetividad significa hablar de las cosas tal como ellas son de por sí en
su propio contexto, sin manipular o distorsionar ninguna de sus circunstancias.
Ser veraces, en cambio, equivale a decir primariamente lo que sabemos de
las cosas adecuando lo que decimos a lo que sabemos, que puede no
coincidir necesariamente con lo que las cosas son exactamente o en su
objetividad pura.
De lo dicho se infiere que la
verdad se refiere siempre a la realidad en cuanto conocida. Y como hay diversos
órdenes de realidades, de ahí que la verdad sea un concepto analógico,
que se dice de muchas realidades diferentes. Así, la verdad se dice de las
facultades cognoscitivas (verdad intelectual, verdad sensible), de las cosas,
de las personas y de las palabras. De la verdad referida al
entendimiento se ocupa la lógica, que analiza la adecuación de la facultad
intelectiva a los conceptos que nos hacemos de las cosas ordenándolos de forma
racionalmente adecuada desde el punto de vista estrictamente formal. La verdad
objetiva de las cosas, anterior e independiente de nuestro conocimiento de ellas,
se llama también verdad óntica, metafísica o trascendental. Es la realidad
cruda de los seres y los acontecimientos. Aquello que las cosas son
independientemente de lo que a nosotros nos parezcan. Las ovejas, por ejemplo,
no dejaban de ser ovejas por más que en la imaginación perturbada de Don
Quijote fueran guerreros. Es el orden del ser sin más, anterior a nuestro
conocimiento. Es la realidad que nos es dada de antemano y de la que nuestra
inteligencia depende.
La verdad se dice de las
cosas. En tal sentido decimos que son verdaderas o falsas.
Cuando así hablamos evocamos en nosotros el aspecto real y auténtico de las
mismas por contraposición a lo ficticio. Son verdaderas porque poseen los
elementos constitutivos de su esencia. Así se habla de oro verdadero o falso,
de dinero falso o verdadero, y así sucesivamente.
La verdad dícese también de
las personas. Quien está dispuesto a decir siempre la verdad que sabe
y en la medida en que la sabe es veraz. La veracidad es la virtud moral
del que es veraz. La verdad se dice incluso de las palabras en tanto que
éstas expresan el contenido real de las cosas que significan. En tal sentido
decimos, por ejemplo, que tal o cual persona tienen «palabras
de verdad» o se acepta lo que los demás nos dicen sin poner ninguna dificultad
a su credibilidad. Son palabras que no admiten lugar a dudas sobre la verdad
que expresan.
Pero la verdad se dice
también de la información. Es la llamada verdad informativa. Se
dice así en cuanto que es conocida por los sujetos receptores a través de los
medios de comunicación. Es la verdad o reflejo de la realidad que el informador
averigua para ser comunicada con la mayor fidelidad posible al pueblo
sirviéndose de los mass media. La verdad informativa puede resultar objetiva
(en mayor o menor grado), más o menos veraz y falsa.
Falso es lo opuesto a lo
verdadero. Absolutamente hablando, las cosas en sí mismas no pueden ser falsas.
El ser en sí y la verdad son términos convertibles. Su realidad es su verdad, y
viceversa. La falsedad formalmente hablando tiene lugar en la operación
intelectual del juicio, en el que se produce un desajuste o inadecuación
entre el entendimiento y la realidad de las cosas. En los sentidos la falsedad
tiene lugar sólo de forma accidental por su carácter de intermediarios entre
los objetos y la facultad cognoscitiva humana. Ellos dan lugar a los defectos
de percepción. La falsedad propiamente dicha es un desajuste entre el pensar,
las convicciones y el obrar práctico. También en las palabras puede haber
falsedad por inadecuación entre el término justificativo utilizado y la
intención con que las usa el sujeto. En nuestro caso el informador o
periodista. Según el testimonio de los códigos, un mínimo de verdad es posible
y el periodista debe adherirse a ella sin excusas.
Decir la verdad objetivamente
como reflejo de la realidad pura y limpia de manipulaciones es el ideal supremo
al que todo periodista honrado debe aspirar. Toda deformación deliberada de la
verdad que la sociedad tiene derecho a conocer constituye de suyo una
inmoralidad. Como principio, esto no admite lugar a dudas. En la práctica, sin
embargo, el periodista trabaja bajo tales condiciones personales y ambientales
que frecuentemente sólo conoce la verdad a medias, y cuando la conoce en toda
su amplitud y objetividad, no siempre le es permitido decirla. La Prensa tiene
ganada su mala reputación en muchos casos por traicionar al ideal de la verdad.
Pero independientemente del uso deliberadamente inmoral de los medios de
información, cabe decir que, en términos realísticos, ni es necesario conocer
toda la realidad para decir informativamente la verdad, ni para engañar al
público se requiere que todo lo que se dice sea falso. La honestidad del
periodista desde el punto de vista moral se salva aspirando siempre a conocer y
decir la verdad con la mayor objetividad posible en el sentido explicado y
contándola de hecho con veracidad y respeto a la dignidad humana.
Digamos que, dada la
complejidad de la vida humana y las limitaciones a que está sometido todo
informador, el periodista salva su honestidad moral por el mero hecho de ser veraz
contando las cosas en la medida en que las conoce después de una suficiente
inquisición y verificación, sin que necesariamente lo que dice sea la verdad
objetiva absoluta. La verdad objetiva absoluta es el ideal. La veracidad es lo
moralmente posible en muchos casos y, por tanto, lo que realmente pone a salvo
su honestidad.
Para compensar moralmente los
defectos involuntarios de objetividad los códigos recomiendan el deber de
corregir la información tan pronto se descubra el error involuntariamente
cometido. El informador que informa verazmente puede estar equivocado, pero no
se le puede acusar de engañar al público si no ha habido negligencia culpable y
está dispuesto a rectificar. Los códigos señalan el ideal al que el periodista
debe aspirar mediante su adhesión incondicional a la verdad objetiva, pero la
ética tiene que explicar cómo se salva la honestidad del informador ante el
público y ante la justicia cuando el logro del ideal resulta imposible en la
práctica.
El deber moral queda cumplido
la mayor parte de las veces en el ámbito de la adecuación de la verdad
subjetiva o veracidad sincera dispuesta a la rectificación. La negación
de la veracidad es la mentira por la que damos a entender a los demás
algo distinto de lo que pensamos. El buen informador aspira siempre a poder
decir al público la verdad sobre hechos, acontecimientos o ideas con el mayor
grado posible de objetividad. Es decir, adecuando la información a la realidad
de la que trata de informar. La objetividad absoluta no siempre es posible en
la práctica. Pero tiene que haber una objetividad o reflejo mínimo
indispensable de la realidad mínima para que el informador se considere
éticamente con derecho a informar. Sin un mínimo de conocimiento objetivo de
las cosas, el informador responsable lo mejor que puede hacer es callarse. Lo
que jamás admite excusas es la veracidad. Si un mínimo de objetividad es
indispensable, la veracidad resulta de todo punto inexcusable. El informador
que no es veraz, engaña, y a partir de ese momento pierde el derecho a
informar. Equivocarse puede ser éticamente correcto. El engaño deliberado no lo
es jamás. La comunicación de hechos exige adecuación, conformidad o ajuste
entre los hechos externos al informador y lo comunicado por el mismo. De ahí
que hablar de verdad informativa no es un sinsentido, ni un mínimo de
objetividad informativa algo imposible o utópico. Existe la realidad de los
hechos. Cuando existe conformidad, adecuación, concordia o correlación efectiva
entre esa realidad dada y el concepto que de ella nos hemos formado, tiene
también sentido hablar de verdad objetiva. Cuando ésta es comunicada fielmente,
sirviéndonos de los medios de comunicación social, entones hablamos con todo
derecho de verdad informativa. Es obvio que no se trata de ecuación o
identidad. Hablamos de adecuación, conformidad, correlación o ajuste entre lo
que las cosas y los acontecimientos son en sí mismos y lo que de ellos
comunicamos a través de los medios de comunicación social.
CAPITULO V. INTIMIDAD, VIDA PRIVADA Y SECRETO PROFESIONAL
1. Una tentación permanente
Los conflictos del profesional de la información con la vida privada y la
intimidad personal son constantes. Comenzaron ya a preocupar con la aparición
de la fotografía y el teléfono. Después la televisión penetró en lo más íntimo
de los hogares y desde allí invade y se introduce con sus fascinantes mensajes
en los sentimientos más recónditos de todos, desde los niños hasta los más
ancianos. Y todo ello de forma suave, progresiva y placentera. Para ver y dar
rienda suelta a la fantasía más inocente o más malvada no es necesario salir de
casa y vagabundear por barrios elegantes o marginales como en otros tiempos.
Cada cual puede ver, oír y leer todo lo que le apetezca con sólo enchufar el
televisor, encender la radio o leer la prensa. El menú informativo se adapta o
puede adaptarse a todos los gustos. En contrapartida los servidores de ese menú
se consideran autorizados para preguntar, ver y decir lo que les plazca de los
demás, sobre todo si ello resulta sensacional y rentable en divisas. Piénsese
en la prensa mal llamada «del corazón», por no mencionar otras emisiones y
publicaciones todavía más procaces e irresponsables contra el sagrario de la
intimidad y dignidad personal.
La electrónica y la
informática no encuentran ya fronteras físicas y la curiosidad morbosa de
muchos profesionales de la comunicación les lleva de forma irresistible a la
caza de lo más íntimo para ponerlo al descubierto y suscitar la apetencia de
sus emisiones y publicaciones por parte del público atolondrado. Todo lo
secreto e íntimo resulta atractivo y muchos informadores explotan este fenómeno
psicológico sin escrúpulos con la aprobación de un sector del público cada vez
más complaciente.
Se comprende con relativa
facilidad desde una posición razonable que tienen que existir ciertas barreras
éticas jurídicamente protegidas. Los documentos
deontológicos del periodismo y los ordenamientos jurídicos convienen,
por lo general, en que la vida privada y la intimidad son valores éticos
fundamentales que tienen que ser respetados en el ejercicio de la información.
El derecho a informar no puede llevarse hasta el extremo de atropellar los
círculos personales de la privacidad y vida íntima. La inmensa mayoría de las
decisiones éticas que han de tomar los profesionales de la información moderna
tienen algo o mucho que ver con el respeto y la violación del derecho a la vida
privada y la intimidad, que son límites naturales y reconocidos por la mayoría
de los ordenamientos jurídicos.
En la práctica, sin embargo,
el informador puede encontrarse en situaciones en las que lo privado e íntimo,
por ser algo relativo, no se revela con suficiente claridad. Lo que es íntimo
para unos puede no serlo para otros. De ahí la necesidad de una sensibilidad
ética exquisita reforzada por una actitud de respeto incondicional a cualquier
derecho humano fundamental, cual es el de la intimidad. Sólo así se podrá
evitar de alguna manera el riesgo de abusos por parte de aquellos informadores
demasiado celosos y hasta maniáticos de la libertad de expresión. Riesgo que es
mayor a medida que disponemos de una tecnología de la comunicación más
sofisticada y eficiente en cuya cresta actual se encuentra la Internet.
2. Textos legales relevantes sobre el derecho a la intimidad y vida privada
- Artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
«Nadie será objeto de injerencias
arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia,
ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la
protección de la ley contra tales injerencias o ataques».
– Convención de salvaguarda de los derechos del hombre y de las
libertades fundamentales (Consejo de Europa, Roma, 4 de noviembre de 1950):
«Toda persona tiene derecho al respeto de su vida privada y familiar, de su
domicilio y de su correspondencia. No puede haber injerencia de la autoridad
pública en el ejercicio de este derecho sino en tanto en cuanto esta
interferencia esté prevista por la ley y constituya una medida que, en una
sociedad democrática, sea necesaria para la seguridad nacional, la seguridad
pública, el bienestar económico del país, la defensa del orden y la prevención
de las infracciones penales, la protección de la salud o la moral o la
protección de los derechos y libertades de los demás» (art.8,1‑2).
– Pacto internacional sobre derechos civiles y políticos (ONU, 16 de
diciembre de 1966, art.17):
«No podrá intervenirse arbitraria o ilegalmente la intimidad, familia,
hogar o correspondencia de nadie, ni podrá atacarse ilegalmente su honor o
reputación. Toda persona tiene derecho a ser protegida por la ley contra tal
intervención o ataques».
3. La Conferencia de Juristas Nórdicos
El Consejo de Juristas de los Países Nórdicos publicó en 1967 un
interesante texto sobre la intimidad y vida privada. Reconoce que es un derecho
natural de las personas que debe ser respetado por los informadores y protegido
por las leyes. Un derecho, además, con limitaciones. El derecho a la vida
privada implica el que las personas sean dejadas en paz para vivir su propia
vida con el mínimo de injerencias exteriores. En consecuencia, tal derecho debe
ser protegido: contra toda injerencia en la vida privada, familiar y doméstica;
contra los ataques a la integridad físico‑mental, a la libertad moral o intelectual;
contra las agresiones al honor y a la reputación; contra toda interpretación
perjudicial dada a sus palabras o a sus actos. Se condena la divulgación
innecesaria de hechos embarazosos referentes a su vida privada; la utilización
de su nombre, de su identidad o de su imagen; toda la actividad tendente a
espiarle, vigilarle o acosarle. Se rechaza la interceptación de la
correspondencia así como la utilización maliciosa de comunicaciones privadas,
escritas u orales. Igualmente, la divulgación de informaciones comunicadas o
recibidas por secreto profesional. Esta definición descriptiva comprende los
casos siguientes: el registro de una persona, la violación y registro de
domicilio o de otros locales, los exámenes médicos en general, las declaraciones
molestas, falsas o irrelevantes referentes a una persona, la interceptación de
la correspondencia, la captación de mensajes telefónicos, la utilización de
aparatos electrónicos de vigilancia o de otros sistemas de escucha, la
grabación sonora y las tomas de fotografías o películas, el acoso por los
periodistas u otros representantes de medios de comunicación social, la
divulgación de informaciones comunicadas o recibidas por consejeros
profesionales o dadas a autoridades públicas obligadas al secreto, y el acoso a
las personas de formas diferentes, por ejemplo, con el uso del teléfono.
En la segunda parte del texto
se nos dice que el derecho a la vida privada tiene unas limitaciones exigidas
por la seguridad nacional, el orden público y el estado de excepción. Distingue
entre tiempos de paz y guerra y tiene en cuenta las situaciones derivadas de
los casos de catástrofes naturales, la prosperidad económica de un país y la
prevención de formas de conducta delictivas. Se habrá de tener en consideración
también la protección de la salud y la moralidad pública. En cualquier caso la
libertad de expresión, de información y de discusión debe quedar siempre a
salvo. Lo cual no significa que los medios de comunicación social puedan actuar
de forma arbitraria o impunemente cuando las situaciones de conflicto no les
sean favorables. La regla de oro para los informadores responsables en esta
materia es no apartarse jamás del auténtico bien público, que nada tiene que
ver con la mera curiosidad malsana, lo mismo de los informadores frívolos que
de la gente que disfruta morbosamente metiéndose en la vida de los demás.
4. Precisiones conceptuales sobre intimidad y vida privada
Los textos deontológicos y legales
existentes son suficientes para hacernos una idea bastante aproximada sobre lo
que es intimidad y vida privada para efectos informativos. Una persona puede
sentirse ofendida en lo más íntimo de sí misma o de su familia sin saber
definir exactamente en qué consistió la ofensa. Si los profesionales de la
información se escudaran en ese hecho, frecuentemente constatable, amparados en
el mito de la libertad de expresión o falta de precisión matemática de los
conceptos morales de intimidad y vida privada, correrían el riesgo de poner en
peligro la única libertad real de expresión posible y deseable y de provocar la
reacción indignada de la gente contra las constantes invasiones de lo íntimo y
más privado de la vida individual y familiar.
Cierto que en materia de intimidad hay aspectos relativos y cambiantes.
Lo que es íntimo para unas personas puede no serlo para otras. Pero no hay
aspectos obvios de la vida humana que ni interesan a ninguna persona moralmente
sana conocerlos ni a ningún informador responsable publicarlos.
Lo íntimo en sentido vulgar se refiere
a lo más interno y reservado de las personas. Es lo más opuesto a lo que está
en la calle y es del dominio público. Cuando nos concentramos sobre nosotros
mismos al margen de cuanto nos rodea, nos hallamos frente a nuestra propia
soledad o naturaleza individual. De suyo lo íntimo se dice del individuo
personal, si bien, por analogía, también puede decirse de grupos de personas
más allegadas. A veces se habla indistintamente de intimidad y vida privada,
pero esto rigurosamente hablando no es correcto. La intimidad y la vida privada
son como círculos concéntricos de los que la intimidad es el más interior,
recóndito y nuclear que lo simplemente privado. Vida privada o intimidad no son
términos sinónimos. Lo íntimo es como la yema de todo lo que llamamos privado
en las personas y en los grupos. La vida privada, en cambio, corresponde a
estos cinturones más externos, como pueden ser el círculo familiar y otros
afines. Las prescripciones deontológicas y legales tratan de proteger esos
diversos círculos contra las incursiones injustificadas de los medios
informativos, cuyo poder de penetración es cada vez más eficaz.
De forma muchas veces inconsciente y
espontánea clasificamos la información sobre nosotros mismos y nuestras
familias en categorías más o menos blindadas. Hay aspectos de nuestras vidas
que no deseamos dar a conocer a nadie. Ni siquiera los amigos. Son los grandes
secretos de la persona. Otras veces aceptamos compartir nuestra intimidad con
familiares y amigos con los que nos confidenciamos. Por ejemplo nuestras ideas
políticas o creencias religiosas profundas. Es la llamada información
confidencial que afecta al secreto profesional. Otras veces, aunque no estamos
especialmente interesados en divulgar nuestras cosas tampoco nos preocupa el
que se digan. Por último están aquellos aspectos íntimos de nuestra vida que
son del dominio público.
Cabe establecer a título orientativo y
desde una perspectiva ética un nivel de intimidad propiamente dicha y otro de
vida privada. Como valores éticos del nivel de intimidad, que han de ser
respetados por los profesionales de la información, cabe destacar los
siguientes: los pensamientos, las intenciones, los sentimientos, la vida
amorosa y sexual, el cuerpo humano y sus funciones naturales y el inconsciente.
Los actos específicos de la vida espiritual, especialmente los que se refieren
a las relaciones del hombre con Dios. Los defectos físicos o psíquicos, el estado
de enfermedad y la muerte. Domicilio, correspondencia epistolar y
conversaciones telefónicas.
El nivel de vida privada comprende
fundamentalmente el ámbito de la vida de familia, hogar y matrimonio. Y por
analogía, la vida de las comunidades religiosas cristianas y la marcha de
instituciones humanitarias así como todo aquello que no tiene relación
inmediata con los servicios de orden público. Dentro del ámbito familiar cabe
distinguir también grados de privacidad. La vida familiar se realiza en un
contexto más amplio que la vida del hogar y ésta se desarrolla en un contexto
más restringido que la familiar, pero más amplio que la vida de matrimonio.
Dentro del contexto familiar la vida estrictamente matrimonial es lo más
íntimo. Cuando hablamos de intimidad sin más, nos referimos a lo más íntimo de
la persona en sí misma considerada.
5. Los límites del derecho a la intimidad
Ni el derecho a la información
ni el derecho a la vida privada son derechos absolutos. El creerlo es
una simpleza. El único derecho humano absoluto es la vida. Tanto la vida
privada y la intimidad como la información tienen límites. Los textos legales y
deontológicos nos lo recuerdan. Los criterios éticos en los que esas
determinaciones están basadas pueden reducirse a los que se indican a
continuación.
En primer lugar, el interés
público, que no ha de confundirse con la curiosidad pública. Esto, que es
de sentido común, nos lo recuerdan también casi todos los textos deontológicos
y legales. Puede haber sectores públicos interesados en conocer la vida privada
de los demás. Pero el informador responsable se cuida mucho de no satisfacer
deseos injustos o malsanos. Hay una jerarquía natural de valores que ha de ser
siempre respetada. El interés público tampoco debe confundirse con los puntos
de vista del informador irresponsable, que tiende a creer que los intereses y
gustos del público son aquellos que coinciden siempre con los suyos. A pesar de
todo hay que mantener el principio de que una forma de conducta deja de ser
íntima o privada para efectos informativos a medida que tiene mayores
repercusiones en la vida pública. Por ejemplo, sería inaceptable invocar el
derecho a la privacidad para ocultar una enfermedad infecciosa con alto riesgo
de contagio. La prudencia aconsejará en cada caso la manera de informar
equitativamente sobre esa enfermedad, pero aceptando que habrá aspectos íntimos
que deben ser revelados. Piénsese, sin ir más lejos, en las víctimas del sida.
Desde una perspectiva rigurosamente ética, los silencios de la complicidad en
materia grave son absolutamente inaceptables bajo el pretexto de respetar la
intimidad o vida privada.
Otro límite importante viene
dado por los daños eventuales a terceros inocentes. La ética no puede
asumir el que los inocentes sufran por causa de una conducta ajena mantenida en
silencio. El informador responsable debe tener conciencia clara de que puede y
debe tocar aspectos de la vida privada cuando esté suficientemente seguro de
que, de no hacerlo, está colaborando con su silencio al mal de personas o
grupos de personas inocentes. Es una opción delicada en la práctica, pero no
por eso menos imperativa y vinculante en conciencia.
También es un límite natural el
consentimiento otorgado por las personas concernidas para que se hable
de sus asuntos íntimos y privados. Quien otorga libremente su consentimiento
para que se hable de sus cosas no tiene derecho a quejarse después. En teoría,
este principio no admite dudas. En la práctica hay que ser cautos y no abusar del
mismo. Aun con el consentimiento de las personas concernidas, el informador
responsable debe saber discernir si realmente esas revelaciones permitidas son
de verdadero interés para el público al que informa. La experiencia enseña que
muchas veces no lo son y que lo único que se pretende es hervir el caldo del
sensacionalismo y de la frivolidad con perjuicio de la auténtica información.
Un ejemplo frecuente lo tenemos en la llamada prensa del corazón, en la que la
morbosidad, el melodrama y el sensacionalismo son aliados inseparables de
injusticias económicas jamás denunciadas.
Por último están los límites
impuestos por el carácter público de las personas. Es obvio que en la
medida en que una persona desempeña funciones públicas el círculo de su vida
privada es más reducido. Aspectos de su vida que no interesarían a nadie o a
muy pocos como persona particular, suscitan ahora particular interés por sus repercusiones
en la vida pública. Que un ciudadano cualquiera se emborrache en su casa o se
permita aventuras amorosas arriesgadas en el ámbito de su vida privada es algo
que puede afectar a su familia. Pero si esa persona se presenta para candidato
a la presidencia de los Estados Unidos, por ejemplo, la cosa cambia mucho. El
saber si bebe más de lo debido en su casa o si lleva una vida emocionalmente
equilibrada importa mucho a la hora de votar a un hombre que tendrá que tomar
decisiones que afectarán al mundo entero. El que los informadores traten de
conocer lo más posible de las personas públicas es éticamente justificable.
Otra cosa es que violen la ética de los medios como si el fin justo justificara
el uso de medios injustos en sí mismos. Pero ésta es ya otra cuestión. Lo que
ahora interesa dejar claro es que los círculos de la vida privada de las
personas que desempeñan funciones públicas son más reducidos que los de las
personas particulares. Lo cual no significa que esas mismas personas puedan ser
invadidas en círculos de intimidad por naturaleza inviolables.
6. El secreto profesional
del periodista
En íntima relación con la
veracidad está el secreto, cuya sola etimología (secernere) evoca ya la
idea de segregar o separar algo que en último término será ocultado. Terreno
más que abonado para la manipulación mediante el recurso a la mentira.
Veracidad, secreto, manipulación y mentira van muy a la par y en peligro
constante de colisión por invasión de carril dentro de la misma pista. ¿Cómo guardar
secretos sin mentir? ¿Cómo salvaguardar el respeto a las fuentes de información
sin propiciar la colaboración con la injusticia?. Esta es la gran cuestión que
se le plantea al buen informador. La cuestión del secreto profesional es
delicada en la práctica. Actualmente puede decirse que está de moda en el campo
de los medios informativos como mecanismo de autonomía profesional frente a las
instancias gubernamentales y paragubernamentales. El artículo 20 de la
Constitución española dice al respecto: «La ley regulará el derecho a la
cláusula de conciencia y al secreto profesional¼». Se trata de un derecho natural para cuya aplicación práctica se
requieren ciertas normas positivas. De éstas se ocupa el Derecho. A nosotros
nos interesa el aspecto primero o ético‑deontológico, sobre el cual la
bibliografía no es tan abundante, pero sí pueden establecerse unos principios
orientativos de valor permanente.
a) Concepto y clases de secretos
El secreto en general es un compromiso moral de no manifestar a nadie las
noticias conocidas o recibidas por vía confidencial. Es algo relacionado
con la intimidad personal, la fidelidad y seguridad de las personas y de los
grupos y necesario para el ejercicio de las relaciones interpersonales e
institucionales. Con el secreto profesional está en juego el respeto a la
dignidad humana en sus aspectos más íntimos y el respeto y promoción del bien
común, así como de los motivos sociales que reclaman la confidencialidad. Esto
es lo que está de fondo en toda clase de secreto. Pero veamos más en concreto
algunas categorías de secretos para encuadrar el secreto profesional específico
del periodista.
Por razones de claridad
adoptamos la división clásica de secreto en natural, prometido y confiado.
El secreto dícese natural cuando la revelación de las noticias, que
sabemos por vía confidencial, está prohibida por la propia naturaleza de las
mismas. Tal ocurre cuando se trata de asuntos relacionados con el mundo íntimo
de los afectos y sentimientos internos de una persona o que la revelación de lo
que sabemos pueda causar daños evitables a la misma. Es secreto natural todo
aquello que conocemos de los demás y que manifestándolo violamos el respeto a
la dignidad humana. La violación de estos secretos naturales constituye una
injusticia fundamental. Según la ética cristiana, además de una injusticia
fundamental, dicha violación del secreto natural constituye una lesión de la
caridad, es decir, del amor debido a todo ser humano. En este contexto se
encuentran todas las debilidades humanas que ocultas no hacen daño a nadie más
que a las personas directamente concernidas.
El secreto se llama prometido
cuando media una promesa formal de no publicar la noticia
confidencialmente recibida. Cuando el asunto de que se trata es por su propia
naturaleza grave o de derecho natural, y además media la promesa de no
revelarlo, la violación de ese secreto constituye una injusticia aún mayor. El
que no respeta ese tipo de secretos es un irresponsable supino que no merece la
menor credibilidad y confianza.
Pero puede suceder que la
materia del secreto no sea de suyo grave y que sólo medie la promesa formal de
no publicarlo. La obligación de guardar el secreto en estos casos depende de la
fuerza o naturaleza de la promesa. Hay promesas formales y promesas
condicionadas y relativizadas. Habrá que tener en consideración, para hacer una
evaluación moral de la violación de esos secretos, el contenido objetivo del
asunto de que se trata y la intención del que ha querido vincularse al secreto
con la promesa. En los casos de poca importancia es una cuestión de mera
fidelidad a la palabra dada. La obligatoriedad de guardar el secreto aumenta o
disminuye de acuerdo con el asunto de que se trata y el grado de compromiso
adquirido mediante la promesa o la palabra dada. En la vida práctica, una
persona que promete mucho de palabra y cumple poco, aunque sea en cosas de poca
importancia, inspira poca confianza.
Por último, el secreto
confiado. Ahora se trata de un contrato, explícito o implícito, con el
confidente de no revelar el asunto de la confidencia. Obviamente, aquí pueden
darse muchos grados de obligatoriedad en la guarda del secreto. Por razones
prácticas y de claridad, los expertos suelen distinguir aquí tres grados de
confidencialidad o niveles de secreto. No es lo mismo el secreto de una
conversación entre amigos, que se comunican ciertos problemas personales
comunes, que el secreto de un periodista que ha de manejar, por ejemplo,
confidencias en materia de terrorismo.
A veces nos confidenciamos
con un amigo sin otro propósito que recibir ánimo o estímulo en momentos
conflictivos de la vida. El titular de una empresa confía a un amigo íntimo la
mala situación en que se encuentra, pero sin más interés que el de desahogarse
y recibir ánimos. Es una simple confidencia que debe ser respetada, pero
la obligación puede ser muy relativa, según cada caso. Una persona prudente
sabrá qué cosas de esa conversación podrían ser reveladas y cuáles no. De todos
modos, la propensión a respetar las confidencias, incluso tratándose de asuntos
sin especial importancia, denota madurez humana y responsabilidad moral.
Un segundo grado de
confidencialidad tiene lugar cuando se confía un secreto a un amigo por razón
de su competencia con el fin de recabar algún consejo útil. Hay de por
medio un título de amistad y se busca algún consejo. Este podría ser el
caso citado antes del empresario que trata de salir del paso en la solución de
sus problemas empresariales. Es obvio que en estos casos el deber de guardar el
secreto, si se ha aceptado la confidencia del amigo, es más riguroso. La
revelación de dicha conversación podría tener consecuencias nefastas y
perniciosas para muchas personas.
Sin embargo, el que a
nosotros nos interesa más es el llamado secreto confiado de tercer grado, es
decir, el secreto profesional propiamente dicho. La confidencia se hace
ahora a una determinada persona por razón de la profesión que ejerce y de la
que se espera un consejo cualificado. El profesional es considerado como
una persona competente al servicio del público. Tales son, por ejemplo, el
médico, el abogado, el notario, el empleado de banca, el sacerdote, por
mencionar algunos casos más representativos. Cuando la confidencia se ha
obtenido en el ejercicio de la profesión y sólo en razón de la profesionalidad,
la obligación de guardar el secreto es de estricta justicia. Se presupone un
pacto implícito de que el profesional no hará uso público de las confidencias
de suerte que sean reveladas. El enfermo, por ejemplo, cuenta sus dolencias o
sentimientos al médico en función de su esperada curación y no para que se
entere nadie de su vida íntima. Todas las profesiones comportan la necesidad de
que se guarde el secreto relativo a las cuestiones íntimas que se confían a la
profesión.
Rigurosamente hablando, bajo
el secreto profesional cae sólo aquello que es conocido por razón del oficio y
no lo que el experto haya podido deducir con habilidad y experiencia, si bien
aquí puede entrar en juego el secreto natural. Hay cosas que tal vez podrían
ser dichas desde el punto de vista profesional, pero no lo permite el derecho
natural. Tampoco cae bajo el dominio del secreto lo que el profesional ya sabía
antes de que se lo diga el cliente. Lo mismo cabe decir de todo aquello que es
ya del dominio público, sobre todo si hay de por medio alguna sentencia
judicial. En cualquier caso, se impone la prudencia. La temeridad con las
confidencias de los clientes puede acarrear consecuencias perniciosas para el
cliente y para la profesión.
Hablando del secreto
profesional es obligado mencionar el llamado secreto sacramental, que se
refiere a la confesión que el penitente hace en secreto ante un sacerdote
legítimamente autorizado por su obispo para administrar el sacramento de la
penitencia. El penitente confiesa libremente sus culpas no para que se sepan,
sino para que sean perdonadas. Y que lo serán infaliblemente si cumple con las
condiciones elementales del auténtico arrepentimiento y voluntad actual de
corregirse.
Sin entrar en la tremenda
casuística concreta que plantea este tipo de secreto, vale la pena indicar aquí
la disciplina canónica al respecto. El canon 938 dice así: «El sigilo
sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al
confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo y por
ningún motivo. También están obligados a guardar secreto el intérprete, si lo
hay, y todos aquellos que, de cualquier manera, hubieran tenido conocimiento de
los pecados por la confesión». Y el canon 984: «Está terminantemente prohibido
al confesor descubrir, hacer uso, en perjuicio del penitente, de los
conocimientos adquiridos en la confesión, aunque no haya peligro alguno de
revelación». En el canon 1.388 el violador del secreto o sigilo sacramental es
castigado con la excomunión automática: «El confesor que viola directamente el
sigilo sacramental incurre en excomunión latae sententiae, reservada a
la Sede Apostólica; quien lo viola sólo indirectamente, ha de ser castigado en
proporción con la gravedad del delito. El intérprete y aquellos otros de los
que se trata en el canon 983,2, si violan el secreto, deben ser castigados con
una pena justa, sin excluir la excomunión».
b) Lo específico del secreto profesional del periodista
Según los textos deontológicos citados lo específico del secreto
profesional del periodista comprende: no revelar las fuentes de información, no
sacar a la luz los nombres de las personas que han facilitado información de
forma confidencial, respetar las informaciones que se han recibido de forma
confidencial y mantener a buen recaudo todo aquello que los autores de las
informaciones prohíban que sea revelado. El problema ético se plantea muchas
veces de forma aguda tratándose de la revelación de la llamada
"información secuestrada" o fuentes clasificadas como secretas por
las autoridades públicas invocando sobre todo razones de seguridad nacional.
La guarda del secreto
profesional contribuye a la libertad de expresión y a elevar el prestigio moral
del periodista. Pero puede prestarse a muchos abusos en la práctica, por lo que
tenemos que hablar también de sus límites. Con el pretexto del secreto
profesional los irresponsables pueden tener excusa para ocultar, mentir,
colaborar con la injusticia y practicar formas de comportamiento corruptas
impunemente. Pensemos, por ejemplo, en un periodista que usara las comillas
para propalar juicios e ideas vertidos en documentos inexistentes, amparado en
el secreto profesional, que le prohíbe revelar la fuente. O en otro en
connivencia con grupos sociales de mala vida, pero legalmente intocable por el
riesgo de poner en peligro el secreto profesional. Y no digamos nada de
aquellos que se comportan más como policías que como informadores, o viceversa,
y, con la excusa del secreto, establecen sus relaciones propias con grupos
sociales de alta peligrosidad, sin que se pueda esperar de ellos ningún tipo de
colaboración positiva. El caso del secreto en materia de información terrorista
es de gran actualidad, por lo que será tratado con particular atención. El
secreto es un valor de gran calidad ética y en principio debe estar protegido
por la ley. Pero en la práctica puede prestarse a abusos de consideración por
lo que es necesario también señalar sus límites.
7. Límites del secreto profesional del periodista
a) Ni único ni incondicional
El secreto profesional es un derecho, pero ni es el único ni el más
importante. Además, suele estar regulado por las leyes positivas. Según el
artículo 20 de la Constitución española, por ejemplo, «La ley regulará la
organización y el control parlamentario de los medios de comunicación social
dependientes del Estado o de cualquier ente público y garantizará el acceso a
dichos medios de los grupos sociales y políticos significativos, respetando el
pluralismo de la sociedad y de las diversas lenguas de España». Estas
libertades, en función de las cuales se reconoce el derecho al secreto
profesional, «tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este
título, en los preceptos de las leyes que los desarrollen y, especialmente, en
el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la
juventud y de la infancia». Es decir, que hay una jerarquía de derechos que
debe ser respetada y en caso de colisión unos deben subordinarse a otros.
En nuestros días se habla de culto
a la información, como si el derecho a informar fuera el primero de todos y
el secreto profesional del periodista un tabú intocable. Nada más falso. El
derecho a informar es relativo y está subordinado al orden moral. En caso de
colisión de derechos, el derecho a la vida, a la intimidad, al honor y a la
propia imagen debe prevalecer sobre el derecho a informar. El derecho al
secreto, además, tiene que ser compatible con el derecho de acceso a las
fuentes y a la crítica constructiva. Y por encima del secreto está el deber de
preservar la paz social y la seguridad nacional o personal. Conocimientos que
en unas circunstancias dadas deben ser mantenidos en secreto, pudiera ser que,
cambiadas aquellas, debieran perder también su secreto. Recordemos algunas
limitaciones que no ofrecen mayor dificultad de comprensión.
b) Información, bien común y secretos de Estado
El secreto profesional del periodista pierde fuerza de obligatoriedad a
medida que la guarda del mismo puede acarrear consecuencias perjudiciales para
la comunidad. A veces resulta difícil conmensurar esos posibles daños en la
práctica. Baste pensar, por ejemplo, en situaciones creadas por el terrorismo,
las enfermedades peligrosas como el sida, las drogas, la delincuencia en
general y la seguridad nacional. O por las circunstancias creadas por los
regímenes políticos totalitarios. Por lo general las leyes vienen a suplir la
incertidumbre indicando los casos en los que el periodista puede o debe violar
el secreto. Pero aquí se corre también el peligro de los abusos estatales.
Pudiera suceder, y de hecho sucede con demasiada frecuencia, que esas leyes
permiten hablar de unas cosas y prohíben otras de forma injusta y arbitraria. Desde
el punto de vista ético, la norma general para esos casos podría ser ésta: en
caso de duda, debe prevalecer el respeto del secreto, guiados por el sentido
común. Hay situaciones concretas en las que se sale más airosos guiados por el
sano sentido de honestidad que todos experimentamos dentro de nosotros que
teniendo en cuenta los modelos sociales de conducta, inspirados más en la
arbitrariedad y la comodidad que ofrece la costumbre que en la razón y la
cordura.
c) Secreto informativo y daños a terceros inocentes
El respeto a la inocencia debe prevalecer sobre el secreto. En principio,
el respeto a los inocentes, evitándoles perjuicios, no ofrece mayor dificultad.
Lo que ocurre es que en la práctica no siempre es fácil discernir hasta qué
punto hay que guardar o no el secreto para no causar daño a la inocencia.
Suelen indicarse los criterios siguientes.
- Cuando la guarda del secreto afecta a personas que ejercen una profesión
pública de gran trascendencia social, la obligación de guardar el secreto
disminuye. Pongamos por caso la revelación de que un colega manipula la
información o que un conductor de autobuses es adicto a la droga. O el
desenmascarar a un periodista que se deja sobornar en la publicación u
ocultación de noticias. Por otra parte, cuanto más inocente sea la parte
perjudicada por la guarda del secreto, menos obligación hay de seguirlo
respetando.
– Cuando alguien quiere ampararse en el secreto profesional para consumar
alguna injusticia, el profesional debe advertir al cliente que puede violar el
secreto. La operación suele ser bastante delicada, pero el no hacerlo podría
equivaler a una complicidad. La amenaza de descubrir el secreto puede ser una
forma de legítima defensa contra el chantaje.
– Cuando la injusticia se ha consumado, ya no le es lícito al profesional
revelar el secreto. El hacerlo resultaría totalmente inútil y contribuiría al
desprestigio del profesional y de la profesión que ejerce. No vale decir «eso
ya lo sabía yo». Si lo sabía por vía de secreto, no se resuelve nada con
decirlo y lo único que se consigue es justificar la venganza y desprestigiar a
los profesionales. Lo más correcto en esos casos es callarse.
– El profesional de la información no está obligado a guardar el secreto
profesional hasta el heroísmo. La vida propia está por encima de los secretos
de los demás. La amenaza de romper el secreto puede en ocasiones ser un arma
eficaz en defensa propia. La libertad de expresión es un bien que debe
respetarse siempre en el ejercicio razonable de la profesión contra eventuales
chantajistas. Si bien hay que mantener la intención de estar de la parte del secreto,
ello no excluye que la revelación del mismo en algunos casos pueda resultar una
forma de legítima defensa personal y profesional.
– El secreto deja de ser obligatorio cuando el cliente o la persona
interesada autoriza a revelarlo. Al que sabe y consiente no se le hace injuria.
Ese consentimiento podrá incluso presumirse, pero habrá que tener mucho cuidado
con las presunciones. En caso de duda debe prevalecer el secreto. En esta
materia hay muchos problemas. Pensemos, por ejemplo, en los diagnósticos
médicos, recetas, bancos de datos, conversaciones coloquiales, en los
conocimientos que a veces tienen los informadores sobre actividades terroristas
y delictivas en general. Un buen criterio práctico sería limitarse a informar
sobre los elementos técnicos, excluyendo las referencias personales. Esto es
válido sobre todo cuando se trata de datos personales informatizados.
La esencia de este secreto
consiste en el derecho y la obligación de no revelar las fuentes de información
confidencialmente conocidas. Se basa en el deber del periodista hacia la verdad
como razón de ser de la profesión informativa. Pero el secreto informativo
tiene límites. Tales son el bien común del Estado, la justicia social y la
dignidad de la profesión. La necesidad de guardar el secreto nace del deber
hacia la verdad y sus limitaciones vienen dadas por el deber hacia la justicia
personal, profesional y social. No puede invocarse la guarda del secreto como
pretexto para encubrir injusticias de mayor relieve que los bienes perseguidos
con su custodia. Ni se excluye el sacrificio cuando ello sea necesario, pero en
ningún caso hasta el heroísmo. En este
terreno del secreto suele haber conflicto en entre los informadores y las autoridades
públicas, tanto jurídicas como policiales. Unos y otros pueden abusar del
secreto, forzando su violación o escudándose en el mismo para encubrir
injusticias o causar daños desproporcionados a terceros inocentes.
CAPITULO VI. INFORMACIÓN, DIFAMACIÓN Y PRÁCTICAS CORRUPTAS
1. Trato difamatorio y plagio
La auténtica información es incompatible con la difamación y el robo del pensamiento ajeno. El fin de
informar no justifica el atropello de la dignidad del prójimo, aunque sea para
decir la verdad. Menos aún cuando se apela a la calumnia y a las sospechas
maliciosas para minar la moral de los demás. Los códigos deontológicos son muy
sensibles a estas formas de injusticia bajo pretextos informativos. También lo
son contra el recurso fácil e irresponsable al plagio. Cuestión ésta que va
pareja con las cuestiones relativas a los derechos de autor y mención de las
fuentes, pero desde el punto de vista ético puede ser tratada tanto en el
contexto de las injusticias contra las personas como de las corruptelas
profesionales. De hecho, los códigos deontológicos tratan la cuestión del
plagio en diversos contextos. Por razones prácticas, nosotros lo tratamos aquí
como un tipo muy particular de injusticia profesional. De la regulación y
tipificación penal del plagio se ocupa más propiamente el derecho. Los textos
deontológicos hablan mucho de la calumnia, acusación y difamación, pero de
forma muy confusa. Por esta razón parece oportuno hacer algunas precisiones
conceptuales desde el punto de vista estrictamente ético.
2. Precisiones conceptuales
El buen informador, según los textos deontológicos y jurídicos relativos a
la actividad informativa, debe respetar la fama, el honor y la honra. En ética
llámase fama a la común estimación que se tiene de la excelencia ajena
manifestada con palabras. Cuando esa estimación es negativa se habla de mala
fama. El reflejo de la buena opinión que se tiene de una persona, de un grupo
humano o de una institución profesional da lugar a la celebridad. Difamar
consiste en negar de palabra el derecho al reconocimiento de la propia
excelencia ante el público. Pocas cosas hay tan fáciles de hacer como quitar la
fama a personas e instituciones a través de los medios de comunicación social. Con
el concepto de fama van parejos los de honra y honor. Para
nuestro propósito deontológico conviene insistir en que la fama se refiere
primordialmente a la estimación de la excelencia ajena mediante la palabra. La
honra, en cambio, se refiere a la autoestima que todos tenemos de
nuestra propia dignidad. Es la propia opinión positiva de nosotros mismos,
nuestra imagen moral a partir de nuestra dignidad personal. Quien difama, también
deshonra. Pero el que deshonra no necesariamente difama, aunque de hecho
resulta difícil lo uno sin lo otro. La honra es un valor ético muy íntimo,
subjetivo y delicado. Hay personas muy frágiles que fácilmente se sienten
deshonradas.
Así como la fama es la buena
opinión pública que se tiene de nosotros manifestada de palabra, el honor
es el testimonio de esa buena opinión de la excelencia ajena, que puede
expresarse de formas muy diversas. Por ejemplo, mediante la alabanza, que es un
testimonio de palabra. Es el elogio verbal. Otras veces testimoniamos nuestra
buena opinión con hechos concretos. Es lo que suele llamarse la reverencia.
Tales son los saludos y gestos protocolarios. En la vida social se recurre
igualmente a ciertos actos externos específicos y donación de objetos para
testimoniar públicamente nuestra estima o buena opinión. Es el caso de las
condecoraciones, colación de títulos honoríficos y gestos similares. Es lo que
se llama colación u otorgamiento de alguna dignidad. El término difamación, tan
descalificado en los textos deontológicos, equivale a negar injustamente a
personas o instituciones la fama que les es debida. En tal sentido, difamar y
deshonrar equivale a negar injustamente a las personas y a los grupos humanos
la fama y la honra.
Cuando lo que se niega es el honor, aparece el concepto de contumelia como
injusta negación del honor debido en presencia de la persona física o moral
concernida. El matiz específico de la contumelia consiste en que la deshonra
tiene lugar en presencia de las personas concernidas o perjudicadas.
Contra la fama se usa el
término genérico difamación, cuyas formas más conocidas en la práctica
pueden reducirse a las siguientes. a) La oculta denigración o
difamación en ausencia del perjudicado. Sus formas o especies más
significativas son la detracción, como narración indebida de un defecto
verdadero, pero oculto. La calumnia, que se define como la narración
mentirosa de crímenes o defectos personales realmente inexistentes. La susurración
o «chismorreo», que es una forma de detracción cuya finalidad es sembrar la
discordia. b) El juicio temerario, que consiste en opinar o
pensar mal sin fundamento. Son las acusaciones infundadas de las que hablan los
documentos deontológicos y los odiosos rumores de los que suele estar
infectada la prensa, sobre todo de corte sensacionalista. c) La murmuración.
La murmuración es una práctica endémica y perniciosa casi connatural a la
condición humana y de la que se alimenta generosamente la prensa irresponsable.
Consiste en comentar sin razón suficiente o con perversa intención defectos
reales, más o menos conocidos, de personas o instituciones. Con esta somera
clarificación de conceptos éticos sólo quería advertir que el término
difamación en los códigos deontológicos abarca todas las formas imaginables de
injusticia susceptibles de ser cometidas en los medios informativos con el
pretexto de informar. Formas
sofisticadas de injusticia desgraciadamente bastante frecuentes.
Otra práctica muy mal vista
por los códigos deontológicos es el plagio. Es un derivado del latino plagium
y que evoca la idea de la plaga o pena del látigo con el que se
condenaba a los que habían vendido un hombre libre como esclavo. La expresión
técnica era: condemnare aliquem ad plagas. Usualmente el plagio equivale
a la usurpación hecha por un autor del pensamiento de otro publicándolo como
propio.
Hay quienes plagian enlazando
párrafos ajenos con los suyos propios de forma hábil, de suerte que sólo los
expertos se dan cuenta de ello. Otros citan entre comillas textos de fuentes
antiguas tomados de obras en las que aparecen citados de primera mano. El
lector no experto piensa que el autor le está ofreciendo una información
directa de las fuentes, cuando en realidad no ha hecho más que servirse del
trabajo de otro sin decirlo. Otras veces se copia el plan y hasta el texto de
otras obras ya olvidadas sin advertirlo. El periodista puede caer en la
tentación fácil de servirse de las investigaciones realizadas por otros
colegas, elaborando después sus artículos de forma tan sublimada que el público
no pueda descubrir el hurto. Pero lo que más indigna al público y a los colegas
de profesión es que se publiquen artículos como altamente originales cuando en
realidad no son más que traducciones materiales de artículos publicados en
otros idiomas y presuntamente desconocidos en el lugar donde se produce el
plagio. De todos modos, no hay que confundir el plagio con la imitación
inteligente y creadora, siempre que no se oculten las fuentes de inspiración.
Es muy difícil de hecho ser absolutamente originales. Ni siquiera los
comúnmente considerados como genios pueden presumir de no depender de nadie en
sus ideas. Por eso el citar las fuentes de inspiración es un acto de nobleza
que el citado agradece también cuando se hace con la debida corrección y
justicia. El problema práctico del plagio se resuelve positivamente aprendiendo
a citar con el rigor técnico que enseña la metodología científica y la
disciplina documental. Lo que éticamente interesa advertir aquí es que cuando,
por incompetencia, ignorancia culpable o intención deliberada, se copia el
pensamiento de un colega sin su consentimiento y se lo publica como propio, se
comete una injusticia violando los derechos de autor, engañando al público y desprestigiando
al cuerpo profesional o empresa informativa. Las leyes penales pueden salir al
paso de estos abusos denunciados por los documentos deontológicos de la
información.
3. La integridad ética de los periodistas
Casi el 80 por 100 de los textos jurídico‑deontológicos hablan de la
integridad profesional de los informadores. Pero conviene advertir que en
dichos textos el concepto de integridad suele referirse casi
exclusivamente al soborno con dinero contante y sonante, para decir u omitir
algo. Al periodista en general se le pide que sea íntegro, es decir, que no se
deje comprar de forma abierta y descarada. Los códigos salen al paso también de
los sobornos indirectos mediante regalos y todo tipo de compensaciones ajenas a
los honorarios profesionales.
El principio cuarto del
Código de la Unesco de 1983 presenta un concepto de integridad periodística
mucho más amplio. Se refiere a varios derechos y obligaciones fundamentales. En
el ámbito de los derechos se extiende a la cláusula de conciencia, el secreto
profesional y la participación del periodista en los asuntos específicos de la
empresa informativa en la que trabaja. En el ámbito de las obligaciones, la
integridad obliga al periodista a evitar el soborno, directo o indirecto; a
sacrificar los intereses privados al bien común; a respetar los derechos de
autor y abstenerse de plagio. A continuación hacemos mención de corruptelas en
el campo de la comunicación tales como los conflictos de intereses, soborno
propiamente dicho y prebendas. Corruptelas que en la práctica suelen ir casi
siempre juntas o implicadas unas en otras. Cada una cada de ellas tiene sus
matices específicos, que conviene señalar para identificarlas y eventualmente
saber evitarlas.
a) Los conflictos de intereses
Muchas veces los reporteros se ven envueltos en situaciones embarazosas en
las que tienen que servirse de fuentes anteriores a las que no tuvieron acceso
directo. Ellos no pueden estar en todas partes ni seguir personalmente todos
los acontecimientos y el recurso a los intermediarios es inevitable. Cuando se
trata de asuntos políticos o financieros las cosas se complican mucho, ya que
nadie suele facilitar esas informaciones a cambio de nada. La fuente exige
siempre algo. Por ejemplo, que se silencien corruptelas o escándalos, que se
hable en favor de sus intereses o que se pague con dinero la prestación
informativa. El periodista celoso de su integridad puede encontrarse así en
situaciones de perplejidad. O acepta las condiciones impuestas por la fuente,
mancillando su integridad, o pierde la oportunidad de escribir un sensacional
artículo. Los periodistas maquiavélicos resuelven estos conflictos de intereses
por la vía rápida del recurso a medios inmorales o ilícitos en favor de sus propios
intereses. En el maquiavelismo informativo no se respeta la moral de los
medios, pero esto significa la negación misma del sentido de responsabilidad y
de integridad profesional. En caso de conflicto de intereses con las fuentes
anteriores, lo más correcto sería dejar de escribir ese artículo si no hay otra
alternativa razonable. En la práctica no parece que esta conducta sea la más
corriente. Cada vez son más abundantes los testimonios de los propios
periodistas que corroboran la sospecha.
Otra cuestión delicada se
refiere al conflicto de intereses entre las ideas, las creencias y convicciones
del autor de un artículo periodístico y las exigencias de una información
objetiva y responsable. No me refiero a los casos que dan lugar a la objeción de
conciencia. Tampoco a esa huella personal que todos dejamos en nuestros
escritos. Me refiero al conflicto de intereses que tiene lugar cuando,
aprovechando nuestra posición ventajosa como informadores, difundimos nuestras
convicciones personales e ideas con la intención deliberada de imponerlas a los
demás, sacrificando la objetividad informativa. Cuando caemos en esta tentación
estamos actuando como auténticos manipuladores y demagogos. Este tipo de
conflictos surgen fácilmente cuando se ha de informar sobre política,
convicciones filosóficas o religiosas. Por ejemplo, cuando un periodista tiene
que informar sobre asuntos relativos al partido político de su afiliación. Si
ese periodista no se sintiera seguro de su imparcialidad, lo correcto en la
práctica sería que ofreciera a otro la oportunidad de hacer esa información. La
tentación de violar la integridad profesional en estos casos es mayor cuando el
periodista pertenece a grupos étnicos socialmente desfavorecidos o fanáticos.
Pensemos en los periodistas de raza negra en ciertos países y en los que
militan en sectas o grupos religiosos de corte fundamentalista o de dudosa
identificación.
En principio, no es
incompatible el ser objetivos y equitativos y expresar al mismo tiempo los
propios sentimientos y las propias ideas sobre lo que se informa. Un informador
que, por razón de objetividad material, no dejara aparecer algún signo de
desaprobación del acto de terrorismo del que está informando podría hacer
pensar que aprueba tal acto. Lo mismo cabe decir de la manera de informar sobre
ciertas formas degeneradas de conducta pública. En estos casos extremos no
parece que haya mucha dificultad en admitir la compatibilidad de la información
objetiva con la expresión de las propias convicciones. El verdadero problema se
plantea más en el terreno del pluralismo de intereses más o menos legítimos
cuando el informador piensa sólo en los suyos, aunque sea perjudicando los
intereses de los demás. La tentación en esta materia es constante y la integridad
profesional frágil.
Está también el capítulo de
los amigos. Existe un tipo de amistad basada únicamente en el interés.
Es una amistad egoísta, utilitaria y, en el fondo, falsa. En el campo de la
política, de los negocios y de la información, a cualquier persona considerada
útil para los propios intereses se la trata como amiga mientras siga
demostrando su utilidad. Los periodistas tienen también amigos personales. Unos
posiblemente verdaderos, pero otros ciertamente falsos. Pero la información se
cruza muchas veces con esas verdaderas o falsas amistades. Los expertos
reconocen que no resulta fácil escribir un artículo periodístico sobre asuntos
en los que hay que involucrar a algún amigo. Sobre todo cuando esos presuntos
amigos son personas influyentes en los diversos sectores de la vida social, o
en la vida sentimental del periodista. Un buen amigo puede dar un buen consejo,
pero es difícil de encontrar y más aún profesionalmente de tratar.
El «amiguismo», en cambio,
abunda y sus consejos suelen ser los peores. Informar objetivamente, tratando
de satisfacer al mismo tiempo los intereses de un amigo y los de la objetividad
informativa, no es asunto siempre fácil en la práctica. En el mejor de los
casos puede ponerse en peligro la amistad. En el peor de ellos, cuando anda de
por medio la amistad de intereses, se corre el peligro de incurrir en el
soborno indirecto. Los expertos advierten que la dificultad de informar
objetivamente aumenta de forma alarmante cuando la amistad está basada en
vínculos sentimentales y amorosos. Los mayores
enemigos de la integridad profesional suelen ser el corazón suelto, las
copas generosas y la cama.
Cuando el periodista tiene
que mantener una casa, educar unos hijos y mirar al futuro siempre incierto, es
lógico que tenga intereses económicos familiares de consideración. El ganar
dinero para vivir con dignidad es parte de la vida humana, que no puede ser
olvidada de forma irresponsable. Por eso los textos deontológicos piden que el
periodista viva dignamente de su trabajo. Es un derecho natural. Pero no está
exento de abusos. De ahí que la paga del salario justo no se limite a sólo
satisfacer ese derecho. Se trata también y de forma más explícita de que el
periodista no tenga excusas para dedicarse a actividades que pudieran dar lugar
a corruptelas.
Hoy en día con frecuencia los
intereses crematísticos tienden a prevalecer sobre los estrictamente
informativos. La información es un asunto de empresa y el lucro el mayor
estímulo, por más que en los textos deontológicos siga prevaleciendo el ideal
de verdad sobre el del lucro. Lo cual no significa que el aspecto económico no
reciba la importancia que incuestionablemente merece. Un buen sueldo oficial es
la mejor manera práctica de salir al paso de las posibles corruptelas por parte
de los periodistas. Así es como se les puede exigir después con toda razón que
se dediquen a lo suyo con las manos limpias, subordinando los intereses
financieros a los informativos.
Pero aun en el caso de que se
mantenga esa actitud de honestidad deontológica, cabe la posibilidad de que las
correctas informaciones de un periodista o sus artículos de opinión influyan
positiva o negativamente en sus negocios familiares. ¿Qué hacer cuando nos
percatamos de que nuestras informaciones repercuten para bien o para mal en
nuestro propio bolsillo?
En principio nadie está
obligado a perjudicarse a sí mismo. Menos aún a ser obligado a hacerlo. Lo
correcto en muchos casos podría ser reservarnos la defensa de nuestros
legítimos derechos, dejando que la verdad sobre el asunto la diga otro. Todos
los conflictos de intereses pueden tener una solución honrosa. Lo que suele
ocurrir es que no todos los periodistas están dispuestos a perder las
oportunidades de aumentar sus ingresos económicos si ello es posible desde su
posición privilegiada como gerentes de la información y forjadores de la
opinión pública. Esta actitud es la que pone en peligro la integridad
profesional auspiciada por los textos deontológicos. Los periodistas maquiavélicos
no se plantean este problema. Hasta que no caen en manos de la justicia hacen
cuanto consideran que es para ellos más rentable, sin respetar la ética de los
medios. Los más responsables dirán que no siempre es fácil apreciar en la
práctica dónde termina una gestión legítima y empieza la corrupción. Pero no
niegan que la tentación de echar por tierra la integridad profesional en esta
materia a veces es fuerte y deslumbrante.
Y qué decir de un periodista
que se considera mal pagado. Lo más probable es que se busque trabajos
adicionales o complementarios, incluso con perjuicio de sus propios colegas de
profesión. Las vacaciones oficiales pueden brindar la ocasión para actuar
incluso con cierta clandestinidad. Estos posibles abusos suelen estar tipificados
en el derecho común y hasta por la propia disciplina profesional. Algunos
periódicos prohíben cualquier ocupación adicional que no haya sido autorizada
por su propia administración. Si uno se considera mal pagado, lo correcto es
exigir sus legítimos derechos, los cuales dejan de ser legítimos cuando son
robados a los propios compañeros de trabajo.
Otro peligro para la
integridad periodística es el llamado «complejo de experto», así como la
tentación de convertirse en persona bien informada para influir en las
decisiones de los hombres poderosos e influyentes en la vida pública. A todos
nos gusta que nuestras opiniones sean tenidas en cuenta por los demás. Es muy
halagador para un reportero periodístico el ser consultado por aquellos que
toman decisiones sobre las grandes cuestiones públicas. Este complejo de
experto es muy peligroso para la integridad profesional. Cuando el periodista
se acostumbra a ser consultado por los grandes de la política, de las finanzas
o de las ideologías, el plato puede resultarle tan concupiscente que hará
cualquier cosa y aceptará cualquier proposición deshonesta antes que renunciar
a él. El periodista «creído» puede ser un desastre profesional. Por algo un
texto de la SERP (Sociedad Estadounidense de Redactores de Periódicos) advierte
que «los periodistas, hombres o mujeres, que abusan del poder que les confiere
su papel profesional llevados por motivos egoístas o afines son infieles a esa
responsabilidad».
b) Los sobornos y las prebendas
Los hombres poderosos caen a veces en la tentación de ganar para su causa a
los periodistas, para lo cual no dudan en ofrecerles descaradamente importantes
cantidades de dinero bruto a cambio de una información o desinformación
favorable para ellos. En los casos más graves, el rechazo de la oferta por
parte de los periodistas puede acarrearles amenazas, reacciones hostiles y
otras formas de venganza. Por supuesto que también el periodista puede caer en
la tentación de sobornar a las fuentes.
Según algunos expertos, los
sobornos directos en forma de dinero bruto son cada vez menos frecuentes que en
el pasado. Posiblemente tiene influencia decisiva en este asunto el sistema de
fiscalización actual de los haberes personales por parte del Estado y la
necesidad de justificarlos ante los organismos públicos del mismo. De ahí el
que las formas de sobornos se hayan actualizado. El mejor soborno hoy en día es
el indirecto que promete un buen puesto de trabajo o una futura promoción
social. Los hombres públicos necesitan y buscan una prensa favorable para el
éxito de sus contiendas electorales en el campo de la política, de la
competencia económica e ideológica y cultural. Pero la «buena prensa» hay que
pagarla. La cuestión es cómo y el soborno puede ser una de ellas. Los sobornos
tienen también el campo abonado en la llamada «filtración de informaciones».
Pero las filtraciones de información pocas veces brotan de la generosidad.
Entre los posibles sobornos
indirectos a los periodistas cabe destacar las categorías siguientes: regalos
navideños, descuentos por parte de comerciantes y empresarios a los cronistas
de modas y de marcas automovilísticas; ayudas económicas para cronistas
deportivos y políticos, por ejemplo facilitando la instalación gratuita de
palcos, teletipos y otras facilidades personales; los viajes de placer o de
propaganda pagados por parte de las instituciones deportivas y líderes
políticos. Sin olvidar los almuerzos pagados y las consumiciones. Los códigos
deontológicos y la disciplina interna de algunos periódicos son muy elocuentes
en relaciones con estas corruptelas.
CAPÍTULO VIII. INFORMACIÓN SOBRE VIOLENCIA Y TERRORISMO
Uno de los retos éticos más dramáticos para los profesionales de la
información es el de la cobertura informativa de la violencia y de las
actividades terroristas.
1. Información sobre crímenes y rechazo de la violencia
Hay documentos deontológicos periodísticos que ponen particular atención en
la información sobre crímenes y suicidios y en el rechazo abierto de cualquier
forma de incitación a la violencia, la criminalidad en general y el robo en
particular. Recordemos algunos de esos testimonios deontológicos.
Alemania Federal, 12: «Debe aparecer libre de prejuicios la información
acerca de los procesos de la investigación y de los procesos judiciales que
todavía están tramitándose. Por eso debe evitar la prensa, en la explicación y
en la titulación, cualquier toma de posición unilateral o prejuzgativa antes
del principio o durante la celebración de dichos procesos. Las personas
sospechosas no pueden ser presentadas como culpables ante el dictamen judicial.
En consideración al futuro de los jóvenes, sus actos punibles deben ser
explicados, en lo posible, sin citar nombres y sin fotografías, siempre que no
se trate de delitos graves».
Birmania, 6: «En reportajes de crímenes debe ser solamente
observado que el acusado es inocente hasta tanto no sea hallado culpable por un
tribunal competente».
Corea del Sur, C, 3: «En cuanto a los procesos judiciales, se recordará siempre que el
acusado es inocente mientras no esté probada su culpabilidad. Sin embargo,
cuando un sospechoso ha sido acusado formalmente se podrán omitir los títulos
honoríficos que acompañan a su nombre».
Finlandia, 13, 17 y 18: «En los informes sobre crímenes o quejas hechas contra
funcionarios públicos se debe tener una gran preocupación por lo que se refiere
a la publicación de los nombres propios de las personas. En las noticias que se
refieren a ofensas criminales, el nombre del sospechoso, del encarcelado o
convicto no debe ser mencionado, a no ser que lo requiera el interés público.
La publicación del nombre de una persona supone, a menudo, una pena mayor que
si su nombre no hubiera sido mencionado, causando, además, perjuicios
innecesarios». «La publicación de noticias sobre una querella, una demanda o
una acusación debe ser considerada cuidadosamente. El terreno para la acusación
o protesta debe ser cuidadosamente examinado, y el objeto de la acusación o
queja debe ser dado a cambio de explicar el mismo sin dilación si fuera
posible». «Las decisiones hechas por un tribunal de justicia o hechas
oficialmente no serán anticipadas, y ninguna postura será tomada como argumento
de culpabilidad».
Francia, 22: «Recuerda que, en la información judicial, se presume que todo acusado
es inocente hasta que se haya declarado culpable, incluso aunque las
evidencias, los testigos y las pruebas parezcan acusarle; no prejuzga las
decisiones de los tribunales de justicia y no influye sobre ellas con relatos
tendenciosos».
Noruega, 6 y 7: «Es imprescindible que los reportajes que se envían a los
tribunales de justicia, ya sean de casos de derecho civil o criminal, sean
escritos imparciales. Todo el mundo es inocente, (sospechosos, acusados,
procesados, encausados), hasta que la sentencia de un tribunal competente no
sea hecha firme. Se debe tener especial cuidado con las informaciones dadas
sobre reportajes, acusaciones, citaciones, etc., que no puedan ser aceptadas
como hechos verídicos hasta que estos documentos no hayan sido examinados
expresamente por un tribunal de justicia. Evitar publicar nombres y fotografías
en los reportajes jurídicos, a menos que sean justificados por fuertes
intereses públicos».
Suecia, 7, 8 y 12: «Observe gran cuidado en la publicación de noticias de suicidio
o intento del mismo, particularmente por la salvaguardia de la intimidad y el
respeto a familiares, y evitar infracciones que atenten directamente a la vida
privada». «Siempre muestre la mayor consideración para las víctimas de crimen y
suicidios». «No publique la información de un crimen sin haber descubierto
primero si hay razones para semejante información. No repita hechos
irrelevantes acerca de personas mencionadas directamente con un crimen». «No
anticipe la decisión de un tribunal o autoridades semejantes para dejar de lado
una cuestión de responsabilidad. Presente los puntos de vista de ambas partes.
Si un caso ha sido reportado, una sentencia confirmada o cualquier otra
decisión debería también ser reportada».
En relación con la posible
incitación a la violencia en general, la criminalidad y el robo:
Alemania Federal, 10: «Se debe evitar la descripción, en forma inadecuada y sensacionalista,
de la violencia y de la brutalidad».
Bélgica, 10: «El periodista puede preconizar la modificación o
abrogación de las leyes, pero no las puede atacar incitando a los ciudadanos a
violar sus prescripciones. Tampoco puede dedicarse a hostigar el odio de una
potencia extranjera contra Bélgica, ni puede secundar propagandas extranjeras
peligrosas a las instituciones nacionales».
Birmania, 15: «La prensa debe abstenerse de publicar temas que fomenten el vicio y
el crimen». Gales, 10: «Nunca fomente ni enfatice con demasía la
ignorancia y el odio en el encabezamiento o en el cuerpo del artículo. Busque
noticias constructivas de buen trabajo en el mundo, al menos como contrabalance
a la gran cantidad de crímenes y violencia». India, 3: «Periodistas y
periódicos evitarán los reportajes y comentarios que tiendan a promover
tensiones, probablemente como líderes; o llevar la delantera en tensiones
civiles, motines o rebeliones. La violencia debe ser condenada sin dejar lugar
a dudas».
Jamaica, i: Los periodistas no pueden «dar publicidad que disienta de la política y
acciones del gobierno y de los métodos pacíficos constitucionales. Hay que
evitar escribir y publicar asuntos que puedan ser subversivos o perjudiciales a
la unidad del pueblo o ciertamente conduzcan a la violencia o a la ruptura de
la paz».
Túnez, I, 4: La prensa tiene que evitar «la apología de los crímenes, asesinatos,
saqueo, incendio, robo, daños a la propiedad ajena, crímenes de guerra o de
colaboración con el enemigo. La provocación de esos crímenes». Debe evitar
igualmente la provocación del odio entre razas, el incitar a la población
contra la ley del país, los gritos y cantos sediciosos proferidos en los
lugares con el fin de desviarlos de sus deberes y obligaciones militares. Lo
mismo hay que decir de las posibles ofensas contra jefes de estado o miembros
de gobiernos extranjeros y agentes diplomáticos en general.
Todas estas recomendaciones, a veces imposiciones, a los periodistas e
informadores en general se prestan a múltiples comentarios e interpretaciones.
Baste advertir aquí que no es lo mismo crimen ético que crimen legal, que no se
puede abusar de la presunción de inocencia ética porque no se pueda demostrar
la culpabilidad legal y que ciertas admoniciones en beneficio incondicional del
orden social establecido necesitan de muchas matizaciones para no incurrir en
lo que se ha llamado ya colaboración con el terrorismo del Estado. Hechas estas
observaciones introductorias, entramos ya en la cuestión capital que
queremos afrontar: ¿Cómo informar cuando
la violencia que se ha tratado de evitar se ha convertido en una forma de
violencia llamada «terrorismo»?
2. Teorías deontológicas sobre información en materia de terrorismo
Las teorías y opciones prácticas en
el tratamiento informativo del terrorismo pueden reducirse a las que se
describen a continuación con su valoración crítica correspondiente.
a) La tesis del silencio total
Sostiene que la forma más eficaz de combatir el terrorismo consiste en
silenciar completamente las acciones terroristas en los MCS. Los terroristas
tienen particular interés en aparecer en los medios. Neguémosles la posibilidad
y neutralicemos así eficazmente y de raíz sus efectos.
Esta propuesta deontológica
tiene poca aceptación. En primer lugar porque, dado el interés que tienen los
terroristas en salir en los medios, el rechazarlos resultaría muy difícil y
podría resultar altamente peligroso. Los medios son en sí mismos demasiado
atractivos y poderosos para que los terroristas permanezcan indiferentes frente
a una tal restricción. El silencio extremo podría resultar un remedio peor que
la enfermedad. Aun en la hipótesis, poco probable, de que todos los medios se
pusieran de acuerdo, la información sería sustituida por los rumores y las
sospechas, lo que contribuiría a sobrevalorar los atentados terroristas. La
desinformación, el bulo y el rumor, además de preparar mejor la dictadura del
miedo, comportan mayores efectos negativos que los que, en el peor de los
casos, pudiera inducir la información. Además, está por demostrar que el
terrorismo disminuya silenciando sus acciones. Los medios de comunicación son
una de las armas preferidas por los profesionales del terror, pero no la causa
ni el motivo. Por lo mismo cabe el temor de que el silencio total provoque la
ira de los terroristas.
Otra razón poderosa contra la
tesis del silencio total es que en determinadas latitudes se podría estar
favoreciendo el llamado "terrorismo de Estado". Es evidente que en
estos casos lo más conforme con la ética, la defensa del derecho a la vida, a
la paz y a la información, es informar de ese terrorismo tenebroso y oculto que
han practicado y practican los regímenes totalitarios de todos los signos y
colores.
b) La tesis del libre flujo informativo
Es la alternativa opuesta al silencio absoluto y una consecuencia lógica
del culto a la libertad de expresión, la libre competitividad de noticias y de
las presuntas exigencias del público. Algunos sostienen que, aun tratándose de
asuntos tan delicados como el terrorismo, la libertad de informar del
periodista debe prevalecer sobre cualquier otro motivo o interés en conflicto.
Pero esta actitud es muy poco razonable y nada realista. La misma Katherine
Graham al frente del Washington Post, que propugnó esta tesis abiertamente, reconoció después que la realidad informativa
en materia de terrorismo impone otros criterios menos románticos y más
pragmáticos.
La vida es un valor superior
a la libertad de expresión. Esta se justifica por aquélla, y no al revés. Este
principio da luz para comprender que no se puede competir contra la vida ni el
público tiene derecho a saber todo cuanto parte de ese conocimiento y puede ser
dañino para la vida. Pensar de otra forma es incorrecto. Pero informar
contrariamente a ese principio de prioridad de la vida sobre la libertad de
expresión es simplemente inmoral.
Como crítica a esta teoría
del libre flujo informativo en materia de terrorismo hay que evitar los mitos.
Por ejemplo, el culto a la objetividad puramente fáctica, que facilita la
plataforma terrorista. O el culto a la rapidez, expresado en el famoso dicho
«escribir primero, pensar después», que favorece también a la causa terrorista.
De hecho, los terroristas conocen esta debilidad y tratan de colocar sus
comunicados poco antes de los «cierres» de los periódicos y ediciones de los
telediarios. Los periodistas pueden caer también en el culto mimético de las
fuentes. Consiste en una peligrosa dependencia informativa de los terroristas
usando su propia terminología propagandística. En la retórica terrorista existe
todo un repertorio de frases hechas y eslóganes que los periodistas copian
literalmente o citan entre comillas. Hay que deshacer también el culto a la
violencia por parte de los telespectadores, que se acostumbran a ella, y los
periodistas se la sirven bajo pretextos informativos. Lo cual induce al culto
de las malas noticias. Parece como si las noticias más buenas y apetitosas
fueran precisamente las malas. Extremadamente peligroso es el culto a la
información en directo. Se olvidan los informadores de que los terroristas
están muy atentos a la radio y a la televisión y que por ello las operaciones
de los agentes de seguridad lo encontrarán todo mucho más difícil. Por último
está el culto a la espectacularidad. Conviene tener presente que el terrorismo
es una mezcla de propaganda y teatralidad magnificada por las cámaras
fotográficas y las pantallas de televisión.
c) Posturas intermedias
1) El neutralismo informativo
Según esta teoría el periodista debería actuar como un registrador
automático de datos y acontecimientos. O como un aséptico notario cuya función
consiste en relatar materialmente lo que oye y lo que ve. Pero en la práctica esta neutralidad es
imposible de lograr. Toda información lleva al menos el sello personal del que
informa. Esa presunta neutralidad resulta más difícil aún de alcanzar cuando se
informa sobre el terrorismo. El periodista tendría que dejar de comportarse
como un ser sensible y humano para actuar con indiferencia estoica ante la
violencia humana más extrema. Esa pretendida neutralidad ni es posible ni
aconsejable.
2) Silencio de excepción
Dijimos antes que el silencio total no es viable. Cabe hablar, sin embargo,
de un silencio de excepción. Informar no significa que se haya de decir
todo aquí y ahora. A veces los terroristas no han sido todavía identificados o
se desconoce su importancia. En tales casos se recomienda una gran cautela
informativa para evitar el hacerles una propaganda desproporcionada y favorecer
su expansión. En ocasiones puede ser suficiente la información escueta de los
hechos sin mencionar la autoría de los mismos, dejando los comentarios para
otro momento más oportuno. Estos silenciamientos estratégicos serán
particularmente aconsejables cuando hay rehenes de por medio. Los MCS deberían
saber callar prudentemente para no entorpecer la labor policial o precipitar el
desenlace fatal a causa de informaciones inoportunas.
3) Información selectiva
Sobre el terrorismo hay que informar, unas veces hablando y otras callando.
Pero ¿cómo hablar? La respuesta obvia es: selectivamente. La información selectiva significa diferenciar
nítidamente los hechos de las opiniones. La información debe limitarse sólo a
los hechos, aunque sin minimizar la importancia de los mismos. Rechazar la
propaganda directa de la causa terrorista rechazando sus comunicados y notas
explicativas, al menos en la medida en que ello sea posible habida cuenta de
las presiones o eventuales amenazas. Cuando hay de por medio rehenes o personas
secuestradas se impone el silencio de excepción y la colaboración sincera y
prudente con los agentes del orden público. Evitar a cualquier precio el empleo
del lenguaje de los terroristas. Por ejemplo, no usar expresiones como
«impuesto revolucionario», «tributo popular», «ejército del pueblo» y otras
similares. Hay que seleccionar bien el momento de informar así como el lenguaje
utilizado para evitar hacerles el juego a los profesionales del terror y de la
muerte.
4) Información selectiva de calidad
La información selectiva de calidad añade el pronunciamiento
negativo de los media sobre los actos terroristas. La información de
calidad implica condena y desprestigio inteligente de los actos terroristas
poniendo de manifiesto lo irracional e inhumano de sus métodos. Cuando el acto
terrorista es de escasa importancia, la información debe ser mínima, y cuando
es realmente importante será selectiva de calidad, evitando la propaganda y
censurando tales acciones. En la información de calidad sobre terrorismo deben
prevalecer los aspectos irracionales e inhumanos de tal forma de conducta. La
reivindicación jactanciosa y cruel de los atentados es contrarrestada con su
mezquindad y animalidad.
Para evitar el peligro de contagio y salvar la dignidad de los rehenes y de
las personas eventualmente involucradas, la información de calidad rechaza los
comunicados de los terroristas. No usa jamás su lenguaje y da por supuesto que
se trata de delincuentes y asesinos. Se han de resaltar todos los aspectos
negativos de tales actos a fin de que el pueblo inocente se sienta estimulado y
protegido para reaccionar con serena pero firme indignación contra tales formas
de conducta.
Los medios de comunicación no
deben ser «oxígeno de los terroristas» ni hacer de estorbo u obstaculizar la
penosa labor de los agentes del orden público. Lo razonable sería la
colaboración prudente. La supresión total de información en materia de
terrorismo parece de todo punto inadmisible. Tampoco es recomendable la
absoluta neutralidad. La información se impone como la postura más razonable y
realista. Pero ha de ser, por lo menos, selectiva en todos los casos. Lo ideal
sería que fuera también selectiva de calidad.
Esta es la conclusión que
parece deducirse de la experiencia más realista y que están adoptando cada vez
con más convencimiento las instituciones y órganos de información, aunque, todo
hay que decirlo, con resabios ideológicos y utópicos. En cualquier caso, el
fenómeno terrorista ofrece aspectos que no admiten discusión. En el fondo, lo
que está en juego siempre es la vida humana, y la ética no puede inhibirse.
En consecuencia, hay que
informar en nombre de la vida de las potenciales o actuales víctimas y del
público en general y no en nombre de la causa criminal de los terroristas. El
terrorismo es siempre y en todas partes una causa de terror y de muerte
ignominiosa. El informador que pretenda pasar por alto esta triste realidad
mejor es que se quede en su casa viendo la televisión y que deje a otros más
responsables la tarea de informar. Informar desde los intereses de la vida
humana de las víctimas y del público significa, como ha dicho Carlos Soria,
«dar a conocer lo que a los terroristas les gustaría ocultar: cómo están
organizados, cómo es su financiación, cuáles son sus objetivos, lo que puede
saberse de sus militantes, su perfil psicológico, su itinerario personal, sus
conexiones internacionales; y también, si es prudente utilizar fuentes de
información terrorista, proceder a descodificar su lenguaje hasta dar a su
discurso su verdadero sentido».
CAPITULO VIII. LOS DILEMAS ÉTICOS DEL FOTOPERIODISMO
1. El problema ético fundamental
La fotografía es una especie de imagen visual y, como toda imagen, un lenguaje con
el que se pretende decir, dibujar o ilustrar un mensaje a los demás. En la
producción y edición de fotografías surge un problema ético fundamental, común
a toda clase de imágenes, que deriva de su propia naturaleza como representación
figurada. Este es el problema. Por una parte necesitamos de las imágenes
para conocer y comunicarnos con nuestros semejantes. Por otra, la imagen en cuanto
imagen nos aleja de alguna manera de la realidad objetiva en sí misma. La
fotografía de un caballo nos habla del caballo, pero no es realmente el
caballo. La fotografía de un accidente de tráfico publicada en la primera
página de un periódico nos habla del accidente, pero no es el accidente en sí
mismo. El accidente se produjo de una manera viva y cruenta. La fotografía, en
cambio, es sólo una representación incruenta y figurada del mismo.
2. Las situaciones dilemáticas
Dilema es un argumento de dos proposiciones tales que cualquiera de ellas
sirve para rebatir al contrario. Se ha producido un a tentado terrorista y el
reportero gráfico ha filmado el acontecimiento con toda su carga de
inhumanidad. ¿Qué hacer con la filmación?. El director del periódico y el
reportero piensan que hay que publicarla con retoques para no herir la
sensibilidad del lector o de los familiares de las víctimas. El editor, por el contrario, piensa
que debe publicarse en primera página y en toda su crudeza para denunciar la
crueldad e inhumanidad de los asesinos. Desde la perspectiva ética vemos que se
pueden alegar razones válidas tanto para publicar como para no publicar el
filmado.
¿Qué es lo correcto? Nos
encontramos ante un auténtico dilema ético en el que tenemos que tomar una
decisión y las razones en pro y en contra parecen neutralizarse. Al menos en
teoría, ya que en la práctica el dilema o disyuntiva tiene que desembocar en
una decisión concreta. Incluso la alternativa de la neutralidad es una solución
práctica. ¿Quiénes han de tomar esas decisiones? ¿Con qué criterio? Un
periodista gráfico va por la calle y dispara su cámara sobre cualquier objeto,
persona o acontecimiento que llama su atención. Otro, por el contrario, siente
la misma inclinación, pero antes de disparar se lo piensa dos veces. Sobre todo
si se trata de fotografiar a personas sin contar con su previo consentimiento.
La tentación de operar con el teleobjetivo para penetrar en los recintos más
íntimos de personas e instituciones es constante y fascinante. Cualquier
resolución tomada está inspirada en mayor o menor grado en el sentimiento, en
la razón o en una combinación de emoción, sentimiento y racionalidad. En ese
juego de emociones y razones libremente expresadas se fragua la corrección o
incorrección ética de la decisión tomada. Ninguna acción humana libre y
responsable es éticamente indiferente.
Necesariamente acertamos o erramos
de forma total o parcial.
3. Dilemas éticos del editor
Hacer o no las fotografías, publicarlas, cómo, cuándo y dónde. Esta es la
cuestión. Situaciones dilemáticas que se presentan ineludiblemente cuando se
trata de fotografías o secuencias filmadas relativas a: fusilamientos,
navajazos, dolor, aflicción física o mental, posturas y gestos vulgares, sexo y
pornografía, tópicos racistas o étnicos, fotos embarazosas o que sirven para
ridiculizar, invasión de la privacidad, delincuencia, fotografías
exhibicionistas, fotos manipuladas, tipos raros realizando hazañas peligrosas,
jóvenes arrestados y muerte de animales.
Como criterio práctico para resolver estos dilemas éticos por parte del
editor cabe hacer las siguientes consideraciones.
Ante hechos y situaciones de
interés público o de importancia humana relevante, parece razonable publicar
todo procurando no ofender a las partes
implicadas. Cuando contemplamos actualmente las truculentas fotografías de personas ante los restos de
seres humanos previamente degollados para saciar el hambre durante la guerra
civil rusa de los años veinte, no dudamos de la legitimidad ética y hasta
conveniencia de hacer públicas esas
tremendas fotografías. En ellas hay
lecciones inequívocas de humanidad y de horror hacia quienes promueven la
guerra con todas sus consecuencias. Tanto más cuanto que tales fotografías no
se publican a traición violando la dignidad de las personas
concernidas. Otra cosa es la intencionalidad
del editor, que puede no ser honesta. O la publicación de las mismas a
destiempo, manipulándolas o presentándolas ante públicos no preparados para
contemplarlas informativamente y sacar las debidas conclusiones de su
visualización.
4. Dilemas éticos comunes al fotógrafo y al editor
Las situaciones dilemáticas más destacadas por los expertos en la ética del
fotoperiodismo pueden reducirse a las derivadas de la violencia y el
terrorismo, la violación del derecho a la vida privada y la intimidad,
manipulación digital de las fotografías, accidentes de tráfico, estado agónico
de las personas, exhibición de la ejecución de condenados a muerte, prácticas
abortivas, suicidio y eutanasia. Sobre todo publicadas en televisión.
Sobre la exhibición gráfica
de las ejecuciones de los condenados a muerte, de las prácticas abortivas, el
suicidio y la eutanasia cabe recordar lo siguiente. Es moralmente lícita la
exhibición gráfica de esos actos para mostrar a la gente su inhumanidad y como denuncia de las leyes que las
permiten y hasta promueven. Los actos de
extrema maldad objetiva, como los indicados, no pueden ser considerados como
materia de información neutral. El informador, como en la información
terrorista, tiene la obligación moral de definirse en contra. Lo contrario
significaría colaboración. El hecho de que esas acciones estén legalizadas no
cambia su maldad moral objetiva, sino que la agrava, por lo que han de ser
denunciadas como injusticias de Estado.
Desde el punto de vista
ético, el planteamiento que se está dando a estos temas en la prensa y en
televisión es hipócrita. Los Estados, las autoridades públicas y las personas
que se someten a esas prácticas o las sostienen prefieren comprensiblemente que
no se den a conocer si no es para apoyarlas. Por su parte, los órganos de
información interesados en divulgarlas
gráficamente lo único que suelen buscar es dar carnaza y sensacionalismo para
aumentar la audiencia.
Por lo tanto, el
fotoperiodista puede y debe hacer uso de esas informaciones gráficas, de pasado
o de presente, siempre y cuando con ellas trate de denunciar los actos que él no
ha podido evitar. Pero sería éticamente inadmisible el producir esas imágenes
por hedonismo, sadismo o simplemente para ganar dinero en una sociedad en la
que tales actos están legalmente protegidos.
5. El fondo ético de la cuestión.
a) La opción amoral
Hay quienes piensan que el fotoperiodismo es una cuestión de mera técnica
profesional al margen de consideraciones éticas o morales. Ante un objetivo fotográfico interesante a la
vista el fotógrafo sólo debería pensar en enfocar la cámara y disparar lo antes
posible para no perder una oportunidad irrepetible. Gracias a los que en el
pasado actuaron guiados por este criterio estamos ahora en posesión de
fotografías que son verdaderos documentos históricos sobre miserias humanas del pasado debidas a
las guerras, el hambre y toda suerte de injusticias.
Pero si esta actitud
exclusivamente tecnocrática y amoral por
parte del fotógrafo fuera correcta no habría tantas protestas y críticas por parte del público receptor ni
peleas en las redacciones entre reporteros gráficos, directores de periódicos y
editores de prensa y publicidad. El interés histórico del periodismo gráfico no
dispensa de la sensibilidad humana ante las desgracias ajenas. Hay fotógrafos
que disparan incondicionalmente. Otros se abstienen ante un mismo objetivo o
disparan sólo en determinadas condiciones. Igualmente hay directores de
periódicos y editores que no dudan en publicar cualquier fotografía a todo
trapo, mientras que otros estudian cautelosamente la forma de hacerlo o incluso
se abstienen. ¿Por qué esta diversidad
de actitudes? ¿En qué motivos se
apoyan los unos y los otros para tomar decisiones diversas y hasta opuestas en
la producción y edición de fotografías?
b) Los presupuestos éticos de fondo
La opción por una u otra alternativa
en estas situaciones dilemáticas supone una filosofía ética, por más que
muchos no tengan conciencia explícita de ello y otros traten de negarlo.
Actualmente crece la conciencia de responsabilidad entre los profesionales del
fotoperiodismo, sobre todo por la influencia de la televisión en los modelos de
conducta sociales gracias al sensacionalismo gráfico y a la prensa ilustrada.
Por otra parte, el desarrollo técnico de la fotografía pone al fotógrafo en la
constante y creciente tentación de introducirse en la vida privada e intimidad
de los demás, sobre todo en situaciones
límite de la existencia humana. Detrás de cualquier opción fotoperiodística
subyace un modelo ético o paradigma ético-filosófico. En la cultura occidental
los más frecuentes son:
1) El imperativo categórico kantiano
Significa que lo que es bueno o recto para uno tiene que serlo para todos.
Antes de realizar una acción hay que ver si nuestro criterio puede aplicarse
universalmente. Nuestras decisiones deben basarse en la ley moral con la misma
precisión que las leyes de la naturaleza como la de la gravedad. Imperativo
significa exigencia de que algo tiene que hacerse. Y categórico quiere decir
incondicional sin tener en cuenta circunstancias ni excepciones. Lo que es recto debe ser hecho incluso en
circunstancias extremas. Las cosas hay
que hacerlas "porque sí" prescindiendo de las eventuales
consecuencias. En deontología pura, hay reglas universales de conducta que
deben ser cumplimentadas por todos sin excepción y sean cuales fueren las
consecuencias. Los códigos deontológicos, por ejemplo, y las leyes reguladoras
de cualquier actividad profesional habrían
de cumplirse siempre, en todas partes
y por todos a los que afectan. La rectitud moral consistiría en el mero
cumplimiento de las mismas al margen de
cualquiera otra consideración.
Aplicando esta mentalidad a
la profesión del fotoperiodismo se llega a resultados altamente
contradictorios. Hay quienes sostienen, por ejemplo, que el principio general de que no se ha de
añadir más sufrimiento a las víctimas del terror debe materializarse excluyendo
siempre y en todas partes a los fotógrafos
de los funerales. Pero por la misma razón de la universalidad del
principio ético llegan a la conclusión
opuesta quienes sostienen de forma absoluta que el deber de informar no puede
ser objeto de restricciones de ningún género.
Vemos así cómo invocando
kantianamente la universalidad del principio contra el sufrimiento humano se
llega a negar la licitud moral de la actividad fotográfica en los funerales por
las víctimas del terrorismo. Pero aplicando unilateralmente el principio del
derecho a informar se llega a legitimar moralmente lo que en nombre del otro
principio resultaría inmoral. En ambos casos predomina la mentalidad kantiana
del imperativo categórico.
Es claro que por este camino de la ética filosófica
kantista no es posible llegar a una solución razonable de los problemas éticos
que se plantean en el fotoperiodismo. En
la ética kantiana hay fallos de fondo muy graves. No se tienen en cuenta ni las
circunstancias ni la consecuencias del acto moral. Tampoco en el kantismo ético
se sabe aplicar los principios universales del orden práctico a la vida real de
las personas condicionadas por circunstancias y situaciones con frecuencia
insuperables. Por otra parte, la precisión de las leyes físicas no es aplicable
a las normas morales. El pretenderlo
sólo conduce al rigorismo y a crear situaciones de inhumanidad. Por estas
razones me parece que el imperativo categórico kantiano no es aceptable como
criterio moral para evaluar el grado de licitud o ilicitud ética de la
actividad fotográfica en las diversas situaciones en que suelen encontrarse los
profesionales del fotoperiodismo. Lo único válido de la teoría kantiana es el
reconocimiento de principios universales de orden ético, pero la aplicación
práctica de los mismos resulta de todo punto inaceptable.
2) El utilitarismo angloamericano
La teoría utilitarista de Jeremy Bentham y Iohn Mill tiene particular
vigencia entre los periodistas angloamericanos. Se basa en el principio de la
obtención del mayor bien para el mayor número de personas. El utilitarismo
viene a confundirse con el consecuencialismo cuando propone sopesar las
consecuencias y el impacto bueno o malo de una acción para optar por aquellas
formas de conducta que reportan más bien y menos mal. La cuestión de lo bueno y
lo malo moralmente hablando, de lo correcto o incorrecto, es cuestión de
proporcionalidad. Pensemos en el caso del Watergate. Las informaciones sobre el
caso perjudicaron al presidente Nixon y a sus seguidores, pero fueron
consideradas como muy útiles para el resto de la sociedad. Los
reporteros gráficos se escudan en la ética utilitarista cuando, por ejemplo,
justifican la publicación de fotografías horrendas sobre accidentes de tráfico
replicando a los lectores disgustados que viendo esas fotos la gente va a ser
más prudente conduciendo. Lo mismo cabe decir cuando se apela al presunto
caracter catártico de dichas fotografías. Se dice que viéndolas en toda su
crudeza la gente reflexionará y se convencerá de que tiene que ser más
responsable en la carretera. Otros alegan que el sensacionalismo es
económicamente más rentable.
En esta teoría se tiene en cuenta sólo la presunta utilidad de la
publicación de ciertas fotografías. Pero queda por saber si eso que se presume
útil es también éticamente bueno. Tampoco queda claro que dicha utilidad esté
asegurada. Y lo que es peor. La utilidad suele confundirse frecuentemente con
el egoísmo personal y la explotación económica de las fotografías. Cabe dudar,
por ejemplo, que la pornografía sea útil para entender mejor lo que es el amor
humano, o que las fotografías sobre criminalidad prevengan contra la
delincuencia. La experiencia demuestra, por ejemplo, que la publicación de imágenes
sobre eutanasia, suicidio y terrorismo no solo no previenen contra esos actos,
sino que inducen a ellos.
3) El hedonista moral
Este modelo ético, de origen griego, propugna la obtención del máximo
placer de forma inmediata. En un principio se entendió que el disfrute del
placer debería estar controlado por la razón a fin de no embotar los sentidos.
Siempre que un fotógrafo o un editor busca razones personales para manipular o
publicar una fotografía está actuando por motivos hedonistas o de propia
satisfacción. En el caso de imágenes fotográficas violentas y pornográficas
pueden darse cita al mismo tiempo el utilitarismo económico y el exhibicionismo.
Tal es el caso, por ejemplo, de la prensa sensacionalista y pornográfica.
4) El modelo "in medio virtus" o teoría del equilibrio racional
Según Aristóteles y Santo Tomás, la virtud está en el medio, que no es un
punto matemáticamente equidistante de los extremos, sino una forma de obrar
prudente teniendo en cuenta todos los elementos del acto moral, cuales son el
objeto, el fin, las circunstancias y las consecuencias. Pongamos el caso de un
funeral por las víctimas de un acto terrorista. Un extremo podría ser que el
fotógrafo se ponga al lado de la familia de las víctimas sacando fotos a todo
trapo, con el correspondiente disgusto de la misma, marchándose después sin
decir una palabra. El otro extremo podría ser dedicarse a hablar con los
familiares todo el tiempo interesándose por ellos y marchándose sin atreverse a
hacer ninguna fotografía. Si un tercer fotógrafo asistiera al funeral buscando
el momento más oportuno para saludar a la familia sin molestarla y tomar una
fotografía realista y discreta para publicarla sin retoques sensacionalistas en
una página interior del periódico, diríamos que este fotoperiodista se ha
inspirado en la filosofía ética aristotélico-tomasiana del "in medio
virtus" o el "medio de oro". Habría aplicado el dicho de
sabiduría popular "la virtud está en el medio". Una decisión que
exige un razonamiento prudencial previo
acerca del hecho u objeto que se trata
de fotografiar y eventualmente publicar
teniendo en consideración todas sus circunstancias y evitando
pecar tanto por defecto como por
exceso. Es la postura ética que antepone
la reflexión a la acción. En
cualquier caso con las nuevas tecnologías avanzadas aplicadas a la producción y
trucado de las imágenes surge el gran problema de su falsificación o invención
arbitraria. Hasta hace poco tiempo resultaba relativamente fácil reconocer lo
real y lo falso de los montajes fotográficos y por ello la fotografía
conservaba siempre un valor muy importante como documento de la realidad. Pero
las cosas han cambiado y técnicamente se pueden crear imágenes falsas de todo
de suerte que sólo los técnicos con paciencia pueden demostrar su falsedad. Por
ello la fotografía informativa tradicional está perdiendo su carácter
informativo de calidad y de fiabilidad.
5) El velo de la ignorancia igualadora
El criterio de la cortina de ignorancia podría confundirse con la filosofía
del dicho popular: "ojos que no ven corazón que no siente", lo cual
equivaldría a negar prácticamente el principio de derecho y deber de informar
gráficamente. Pero no es ese su significado. Este paradigma consiste en considerar
a todos por igual para efectos de información gráfica. El fotógrafo debería
mirar al objeto o a las personas susceptibles de ser fotografiadas a través de
un velo de suerte que todas aparezcan igualadas y ninguna identificada más que
otra. Pongamos el caso de un accidente
de tráfico. El fotógrafo toma la fotografía de forma global de suerte que todo
el mundo entienda que se trata de un terrible accidente, pero sin ofrecer
detalles que automáticamente permitan identificar la gravedad del mismo y de
las personas involucradas. En este caso el editor podría negarse a publicar la
fotografía alegando que muchos lectores podrían pensar al mismo tiempo que el
accidente ha tenido lugar con miembros de su familia. Esta manipulación
tamizadora de la fotografía podría dar lugar a una alarma generalizada
innecesaria por la imposibilidad de identificar en ella a las víctimas.
6) La regla de oro o del amor al prójimo
La regla de oro se refiere al principio judeo-cristiano de: "ama al
prójimo como a ti mismo". Además, no porque esté preceptuado en la ley,
sino desinteresadamente por imperativo de la propia conciencia hacia la
dignidad humana. La policía se encuentra con un moribundo en la calle y antes
de nada trata de ayudarle y curarle. El fotógrafo hace el reportaje, pero evita
publicar la fotografía más impresionante persuadido de que no es necesaria para
informar de la buena obra de la policía y de que la mayoría de los lectores no
disimularían su desagrado.
7) Modelo sentimentalista
Parte de la convicción de que la ética es un asunto de sentimientos de
gusto o disgusto y no de razones. Las acciones humanas serían buenas cuando
sentimentalmente gustan, y malas cuando sentimentalmente disgustan. En el fondo
de esta mentalidad late el modelo hedonista racionalizado. Toda la preocupación
se centra en que las imágenes no hieran la sensibilidad. Este es el criterio
moral determinante. No habría razones objetivas para decir que una película u
obra de arte, por ejemplo, es buena o mala. Todo sería cuestión de
compatibilizar las imágenes con la sensibilidad de la gente mediante una
campaña de mentalización y opinión pública. Este criterio o modelo ético
antepone la voluntad, la imaginación y el sentimiento a la razón. Por otra parte
está condicionado por los estados sentimentales, que cambian con facilidad. Un
fotógrafo que se dejara llevar sólo por su estado emocional, o por el de la
gente, en la información gráfica difícilmente podría garantizar la objetividad
de la misma. La calidad de su trabajo profesional dependería de su estado de ánimo y el de los
destinatarios de la información, que cambian constantemente.
8) Modelo estoico-racionalista
Es el extremo opuesto al modelo sentimental. Ahora se impone el imperio de la razón fría,
la cual sofoca cualquier sentimiento que pudiera afectar al juicio matemático
de la misma. Según la mentalidad estoica,
la razón no debe someterse jamás a motivos emocionales. De acuerdo con
esta forma de entender la ética, el fotoperiodista debe actuar como un notario
gráfico de los hechos evitando cualquier manifestación emocional o sensible
sobre los mismos. Esta es la mentalidad del presunto informador neutral que
fotografía los hechos y los acontecimientos más horrendos como si estos nada tuvieran
que ver con él ni con sus semejantes. Al
imperativo categórico kantiano de informar a toda costa se añade ahora el
hacerlo sin ningún tipo de sensibilidad hacia las personas involucradas en el
proceso informativo. En el modelo kantiano se insiste en informar al precio que
sea. En el estoico en informar matando la sensibilidad humana. En ambos casos
se deriva en alguna forma de inhumanidad. Tan inhumano es prescindir de la
razón como de la sensibilidad.
9) El paradigma religioso
Otras veces el fotoperiodista aplica a su trabajo de informador gráfico
creencias religiosas supuestamente prescritas por Dios. Un sectario, por
ejemplo, perteneciente a los testigos de Jehová se negará a difundir una
transfusión de sangre, mientras que un cristiano auténtico sentirá particular
interés en difundir una información gráfica en la que se ponga de manifiesto
ese acto de humanidad. Un judío extremista considerará blasfemo representar
gráficamente a Dios. Como un militante musulmán encontrará dificultades para
fotografiar a una mujer correligionaria sin velo. Con estas
observaciones y constataciones sólo he querido decir que, consciente o
inconscientemente, cuando el fotoperiodista o los editores se plantean la
cuestión sobre la producción o edición de alguna fotografía indefectiblemente
toman sus decisiones inspirándose en alguna de estas u otras filosofías éticas
latentes. En la cultura angloamericana prevalece notablemente el utilitarismo
económico reforzado por el imperativo categórico kantiano. Hay que informar por
encima de todo y de forma que la información resulte económicamente rentable.
Para los casos más discutidos en razón de las quejas del público, se añade el
modelo sentimental para evitar el impacto excesivo en la sensibilidad de los destinatarios
de la información gráfica.
10) El paradigma de la razonabilidad
Este modelo se basa en la tenida en cuenta de todos los aspectos de la
realidad informativa respetando la objetividad de los hechos y compaginándolos
gráficamente con los intereses legítimos de los informadores, de los editores y
sobre todo del público al que se trata de servir. En toda acción moral hay que
tener en cuenta al sujeto y sus intenciones, al objeto de la acción, a las
circunstancias personales y a las consecuencias. Todo lo cual exige mucha
reflexión y sentido de responsabilidad. Paradójicamente es el modelo menos practicado.
Y lo que es más. Para legitimar su rechazo sistemático se ha montado la teoría
ética de la presunta imposibilidad de principios éticos objetivos
universalmente vinculantes. Con lo cual las decisiones morales se pierden en la
pura subjetividad y el compromiso libre con normas deontológicas de buena
voluntad, pero que de hecho no obligan a nada.
6. Pautas para una ética racional
del fotoperiodismo
En orden a establecer unas pautas racionales para la evaluación ético-profesional
de la actividad fotoperiodística cabe formular los siguientes criterios o
principios de orientación general.
El fotoperiodismo puede ser
considerado: a) Como pura actividad tecnológica. En este caso deben aplicarse
los principios éticos por los que se rige la actividad científica. b) Como
documentación de pasado y documento de
archivo para el futuro. Ahora se aplican los principios éticos por los que se rige la investigación
histórica. c) Como obra de arte. En toda actividad artística priman los principios
éticos por los que se rige la vida del arte y de la estética. d) Como material específico de información.
Cuando los documentos gráficos sirven de soporte informativo entran en juego los principios éticos del
periodismo en general teniendo en cuenta además las características propias de
la imagen visual.
7. Código ético de la National Press Photographers Association (NPPA)
- "La práctica del fotoperiodismo, como ciencia y como arte, merece
toda la atención y el esfuerzo por parte de quienes la adoptan como
profesión.
- El fotoperiodismo ofrece una
oportunidad de servir al público al igual que otras vocaciones y todos
los miembros de la profesión deberían contribuir con su ejemplo a mantener un
alto nivel ético de conducta libre de todo tipo de consideraciones
mercenarias.
- Es de la responsabilidad
individual de cada fotoperiodista el esforzarse siempre por proporcionar
fotografías veraces, honestas y objetivas.
- La promoción comercial en sus
diversas formas es esencial, pero las afirmaciones falsas de cualquier
naturaleza no son dignas del fotoperiodismo profesional y nosotros condenamos
severamente tal práctica.
- Es nuestro deber el animar y
asistir a todos los miembros de nuestra profesión, individual y colectivamente,
a fin de que la calidad del fotoperiodismo pueda perfeccionarse
constantemente.
- Es deber de cada fotoperiodista en
particular trabajar para preservar todos los derechos de libertad de prensa
legalmente reconocidos así como proteger y extender la libertad de acceso a
todas las fuentes de noticias e información visual.
- Nuestros modelos de conducta
comercial, de nuestras ambiciones y relaciones se caracterizarán por la nota de
simpatía hacia nuestra comun humanidad y exigirán de nuestra parte el que
tomemos en consideración nuestros grandes deberes como miembros de la
sociedad. En cada situación de nuestra vida y en cada responsabilidad ante
la cual nos encontremos, nuestro pensamiento central será el de consumar esa
responsabilidad y cumplir con ella de suerte que cuando cada uno de nosotros
hayamos cumplido con nuestra misión pueda decirse que hemos elevado el nivel
de humanidad al grado más alto posible.
- Ningún Código de Ética puede
prejuzgar cada situación en particular, de suerte que en la aplicación de los
principios éticos se habrán de tener en
cuenta el sentido común y el sano juicio".
8. La
manipulación fotográfica
Siempre ha existido la tentación de manipular las fotografías que se
publican en los periódicos. La novedad actual consiste en que el aumento de las
posibilidades de hacerlo usando las nuevas tecnologías hace plantearnos con
mayor dramatismo la cuestión ética sobre la credibilidad del periodismo
gráfico. Y es que ya no es sólo cuestión de conseguir con mayor rapidez más
calidad en la fotografía tradicional. Con la tecnología del «Digital
Retouching» se podrá sintetizar y producir nuevas imágenes con la computadora y
a nuestro gusto, de forma que resulte insospechable su falseamiento por su
parecido con la realidad. ¿Qué pasará si un periódico quiere mal a una persona
y publica fotografías difamatorias de la misma, conseguidas con la computadora?
Imaginemos que un día aparece en la portada de un periódico una nítida y
perfecta fotografía del rey de España con el presidente de los Estados Unidos
robando en un banco de Nueva York. La posibilidad técnica de construir una tal
fotografía falsa está ya a nuestro alcance. Pero ello plantea de forma
dramática la necesidad de apelar al sentido de responsabilidad ética de los
informadores del futuro, quienes dispondrán de más medios que los del pasado
para ser impunemente irresponsables. Las nuevas posibilidades técnicas de
manipular las imágenes por razones artísticas o por motivos perversos pone en
cuestión el valor documental tradicionalmente atribuido al fotoperiodismo. Y a
prueba la responsabilidad ética de los fotoperiodistas.
9. El fotoperiodismo como lección de humanidad
El fotoperiodismo responsable tiene que ser una lección de humanidad. Hacer
fotografías es algo más que manejar una sofisticada cámara fotográfica e
imprimirlas más que las técnicas respectivas. Igualmente el publicarlas es
mucho más que discutir y tomar decisiones funcionales. El fotoperiodista tiene que tener siempre
conciencia clara de que su preocupación principal no ha de ser la dimensión
tecnológica del proceso fotográfico. Sobre todo cuando hay de por medio
personas sufrientes. El fotógrafo tiene que ser sensible al dolor humano o de
lo contrario pierde la oportunidad de aprender y enseñar a ser más humanos. Ese
sentido de humanidad equivale a la corrección ética en su grado más elevado y
que los destinatarios del mensaje fotográfico esperan de los profesionales del
fotoperiodismo.
CAPITULO IX. ÉTICA DEL
PERIODISMO ESPECIALIZADO
La nota específica del periodismo tradicional es la noticia de actualidad
sobre asuntos de interés público. Pero últimamente existen formas de hacer
periodismo que requieren estar en posesión de conocimientos especializados en
determinados campos de la realidad social. El periodismo especializado no está
dispensado de las exigencias éticas. Recordemos algunas de ellas.
1. Periodismo de investigación
a) Descripción
El periodismo de investigación trata de sacar a la luz lo que los poderes
públicos tienden a ocultar y que los ciudadanos tienen derecho a saber. Tres
características fundamentales: 1) que la investigación sea el resultado del
trabajo personal del periodista y no la información de instancias oficiales,
gubernamentales, policiales o administrativas. 2) que los datos que se pretenden dar a conocer
al público sean de alguna manera ocultados por los poderes públicos. No es
periodismo de investigación el que anda a la caza de filtraciones, sino de
datos importantes que se ocultan por razones probablemente sospechosas. 3) que
se trate de asuntos realmente importantes para algún sector del público. La
mera curiosidad por cosas objetivamente irrelevantes no tiene categoría de
periodismo de investigación. Como ejemplo emblemático de periodismo de
investigación suele citarse el descubrimiento del escándalo Watergate que puso
fuera de combate al presidente Nixon a raíz de las investigaciones llevadas a
cabo por los periodistas Berstein y Woodward.
El modo de proceder en el periodismo de investigación es el siguiente. Se
comienza con una intuición de sospecha, se formula una hipótesis y se procede a
la verificación de la misma, dispuestos a aceptar el resultado final aunque no coincida con los deseos y
expectativas del investigador. Cualquier distorsión del resultado final de la
investigación constituiría una falta ética de consideración. El trabajo
informativo quedaría entonces descalificado por sí mismo.
b) Decálogo ético
Los mínimos éticos del periodismo de investigación quedan reflejados en el
conocido decálogo de Mencher:
«– Comprobar la dirección y el nombre correcto de la persona u organismo
del que se habla. A veces, la guía telefónica es de gran ayuda. Puede parecer
obvia la norma, pero los errores que se cometen en los trabajos de prensa
suelen ser grandes.
– Si se utilizan recortes de prensa, es imprescindible que estén bien
seleccionados y clasificados y es importante que sean completos.
– Aprender bien los entresijos del funcionamiento de la administración
pública y de las grandes empresas. Los funcionarios públicos y los empresarios
importantes son los protagonistas más seguros de la investigación periodística.
– La cobertura de los acontecimientos locales ayuda a desarrollar la
sensibilidad de los ciudadanos por los problemas que les preocupan.
– Las tareas de los investigadores se centran en conseguir y publicar noticias
relevantes, interpretarlas y muy especialmente en servirse de ellas para actuar
como defensores del interés público. La prensa, no hay que olvidarlo, es el
oponente más constante del poder.
– El periodismo de investigación utiliza herramientas de trabajo que en
parte son comunes a otro tipo de periodismo. La diferencia está en la intención
política: publicar lo que va mal y corregir los abusos del poder.
– El periodismo de investigación trabaja con información que alguien
pretende que permanezca oculta. Los periodistas investigadores no cubren
conferencias de prensa y actos oficiales. Su misión está allí donde se ocultan
los datos importantes.
– El periodismo de investigación se concentra en dos grandes sectores:
exponer la corrupción pública y revelar los abusos sistemáticos del poder.
– Detrás de las noticias simples de cada día es posible que haya un
acontecimiento importante que merezca ser investigado. La clave es comprobar la
trayectoria del dinero público: buscar de dónde viene, dónde va, cómo se está
gastando y quién lo maneja.
– Por último, la calidad moral del PI. El PI es sereno, no busca la
venganza personal ni el placer morboso. No pretende “vender ejemplares” por
encima de todo. Es independiente de la presión social».
El gran reto ético del periodismo de investigación está en que los
periodistas sean capaces de investigar a las instituciones públicas y a los
propios medios de comunicación como organismos que acumulan dinero, influencia
y poder¼. La
paradoja de un periódico con éxito es que llega a él porque investiga a los
poderosos. Pero el éxito lo sitúa a ese mismo periódico en la esfera del poder
o de la influencia social. A partir de ese momento de gloria es cuando más
pueden surgir las corrupciones y la falta de seriedad moral. Malo es topar con
el poder del dinero y del éxito, pero es peor todavía cuando, además, el
periodista de investigación oculta su condición mientras realiza su trabajo, se
sirve de cámaras ocultas y micrófonos disimulados o hace denuncias citando fuentes
anónimas o incluso falsas. Cuando el periodista de investigación actúa de esta
forma termina convirtiéndose en el periodista «activista» descrito por Wallraff
y calificado de «indeseable».
2. Periodismo científico y biomédico
a) Descripción.
El periodismo científico se refiere a la difusión asequible de verdades que
son fruto directo de la actividad científica como expresión genuina de la
inteligencia humana. Cuando esos conocimientos se aplican al campo de la
medicina se habla de ciencia biomédica.
Los descubrimientos científicos son hoy en día una materia privilegiada de
información. De hecho suele ocurrir que los periodistas son los primeros en
hablar al gran público sobre los nuevos descubrimientos científicos y la
evolución de las ideas. Los trabajos de los científicos y pensadores se
desarrollan por lo general en el silencio de los laboratorios, de las
bibliotecas y de los centros de estudios superiores. Sólo una minoría de la
aristocracia intelectual está al corriente del desarrollo de las ciencias tal
como es dado a conocer en las publicaciones especializadas. Cualquier sector de
la ciencia moderna da de sí para dedicar toda una vida a su conocimiento, lo
cual sigue siendo privilegio de pocos, entre los cuales no suelen encontrarse
muchos informadores.
A pesar de ello, suelen ser
periodistas avispados, a veces simples corresponsales en tal o cual país,
quienes divulgan ciertas noticias presuntamente científicas de forma
sensacionalista y espectacular. Los media
tienden a convertirse en una cátedra universal desde la cual los informadores
irresponsables hacen arrogantemente de filósofos, moralistas, médicos y
confesores sin el menor sentido del ridículo y convencidos de que están
poniendo una pica en Flandes.
b) Responsabilidad ética compartida
Los científicos han reprochado a los periodistas de que, siendo sólo meros
transmisores del medio noticiable, con frecuencia engañan involuntariamente al
público al aclarar informaciónes de tipo técnico. A veces la culpa es también de
los científicos poco responsables que hurtan deliberadamente la debida claridad
en sus informaciones de primera mano. El periodista debería no dejarse llevar
por el afan de protagonismo y de ser el primero en informar divulgando sólo las
conclusiones científicas maduras procedentes de fuentes científicas autorizadas
y debidamente contrastadas. El periodista no debe caer en la simplicidad de
autojustificarse cuando ha dado pábulo a una información científica incompleta
o poco segura. No vale decir “soy imparcial, he dicho lo que he visto”.
c) Objetivo específico del
periodismo científico
El periodismo científico debería: 1) crear conciencia pública sobre la
importancia de la ciencia y estimular la investigación científica al servicio de
la humanidad y no contra el hombre. 2) contribuir a la provisión de recursos
adecuados para elevar el nivel educativo y humano de la investigación. 3)
divulgar los nuevos conocimientos y las nuevas tecnologías de suerte que
resulten beneficiosas para todos. 4) tomar una actitud crítica y de censura
contra la orientación inhumana de la investigación científica. 5) contribuir a
la creación de infraestructuras de comunicación destinadas a servir a todos los
públicos, evitando cualquier tipo de discriminación injusta. 6) facilitar la
comunicación entre los propios investigadores. 7) contribuir a que la actividad
y las innovaciones científicas se conviertan en auténticos valores culturales
de los que puedan disfrutar humana y legítimamente todos los hombres.
d) Principios éticos
El I Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico, celebrado en Caracas
promulgó una declaración de principios éticos del periodismo científico, cuyo
texto es el siguiente:
«El periodista científico
defenderá el derecho de todo ser humano a participar en el desarrollo del
conocimiento.
Promoverá la confianza de la comunidad hacia la ciencia; promoverá la
difusión de los hallazgos que beneficien al hombre y tratará por todos los
medios de valorar con la máxima claridad los aspectos positivos del avance
científico y tecnológico, y denunciar los negativos en relación con el
individuo y con la sociedad. Denunciará la peligrosidad de las falsas ciencias,
que son obstáculos para el desarrollo espiritual del ser humano y tratará de
desenmascarar a sus cultivadores.
En materia de información
médica, tratará de no suscitar vanas esperanzas en quienes padecen enfermedades
graves, dando nombres de productos, drogas, medicamentos, con los que pueda
beneficiarse un laboratorio comercial defendiendo –irresponsable e
indiscriminadamente– descubrimientos no totalmente comprobados, o de sustancias o
fármacos cuya eficacia no ha sido confirmada.
La noticia científica podrá completarse, cuando sea posible, con una
explicación sobre la personalidad del autor del descubrimiento o sobre la
calidad del centro de investigación donde se haya originado la noticia. De este
modo puede el público valorar en sus justos términos la mayor o menor
trascendencia de la información. Deberá cuidar que la atribución de las ideas o
las innovaciones solamente corresponda a quien en realidad le pertenecen. El
periodista científico deberá promover y fomentar el desarrollo de la
investigación, tanto básica como aplicada, que tienda al bienestar de la comunidad
local o nacional como internacional; y trabajará por la creación de una
conciencia pública sobre el valor de la investigación científica al servicio
del desarrollo de los pueblos".
e) Bases éticas del periodismo
biomédico
Sobre el periodismo biomédico no existe ningún código específico, pero sí
un núcleo de principios elementales reconocidos. Son los mismos principios
deontológicos del periodismo científico en general aplicados al campo de la
medicina. La investigación científica y la información sobre la misma se
orientan ahora directamente hacia la salud humana. El respeto absoluto a
la vida humana y la promoción segura de la salud constituye el parámetro ético
y deontológico fundamental de la actividad informativa. Cualquier tipo de
información que se desvíe de este punto de vista esencial incurrirá ipso
facto en alguna forma de conducta informativa éticamente inaceptable.
El informador responsable en
estas materias tiene que ser un servidor incondicional de la vida humana y de
su desarrollo. Se le exige mayor competencia, mayores garantías de integridad y
de fiabilidad que para otros géneros informativos. Lo ideal en estas materias
sería que informaran directamente los propios científicos y expertos de la
medicina. En la práctica no habrá más remedio que contar con los informadores
profesionales comunes, a los que se les pide la mayor objetividad posible,
evitando el sensacionalismo, la creación de falsas expectativas y esperanzas en
medicinas y remedios, el máximo respeto a la intimidad de los enfermos y la
disposición para corregir inmediatamente cualquier error informativo sobre
estas materias tan delicadas y de repercusión inmediata en la vida de las
personas. Los periodistas más inteligentes se las arreglan para que sean los
propios científicos y médicos investigadores los que informen primero,
reservándose ellos para la fase de divulgación propiamente dicha de los
resultados científicos biomédicos, traduciendo al lenguaje común con objetiva
imparcialidad los contenidos más valiosos del lenguaje científico.
La deontología de la
publicidad se ha adelantado a la deontología periodística propiamente dicha en
este campo de la ciencia aplicada a la salud humana. La mayoría de los códigos
deontológicos publicitarios existentes salen al paso de los abusos susceptibles
de ser cometidos por los informadores en materia científica con alguna relación
directa o indirecta con la vida humana y la promoción de la salud. Incluso el
Código de la Prensa de Alemania Federal, 13, hace una mención especial al problema
en los siguientes términos: «Cuando se trata de temas de medicina se debe
evitar la explicación sensacionalista e inadecuada, pues ésta podría despertar
infundadas esperanzas en los lectores. Las investigaciones que se hallan en sus
primeros estadios no deben ser presentadas como definitivas o casi
definitivas».
Conviene distinguir entre
comunicación científica y divulgación de las ciencias. La primera se refiere a
la puesta en común de los conocimientos científicos entre los profesionales de
los diversos sectores de la investigación científica. Este objetivo suele
cumplirse mediante las revistas especializadas y los libros del género. Otra
cosa es la divulgación de los conocimientos científicos a través de los media.
En ambos casos la ética exige
la objetividad del dato así como la veracidad por parte del comunicador o
informador, diciendo oportunamente lo que realmente se sabe, sin exagerar o
disminuir el grado de conocimiento. Entre los científicos suele existir la
celotipia profesional, lo que lleva a algunos a la competencia desleal entre
colegas, a las descalificaciones infundadas y a la búsqueda irresponsable de
popularidad presentando como resultados científicos auténticos lo que sólo son
hipótesis de trabajo o meros embustes publicitarios. Los auténticos hombres de
ciencia suelen ser bastante discretos y no se prestan fácilmente a los
eslóganes publicitarios. Los periodistas, por su parte, suelen pecar en esta
materia de incompetencia y de sensacionalismo.
3. Periodismo deportivo
a) Un instrumento de comunicación
universal
El deporte constituye hoy en día un factor decisivo en el proceso de
comunicación y constituye un generador importante de comunicación por la
heterogeneidad de su lenguaje. Tiene su lenguaje propio, su terminología
técnica y sus signos inconfundibles traducidos a todos los idiomas. Incluso
puede decirse que tiene su propia filosofía de la comunicación. La actividad
informativa se ha potenciado enormemente cubriendo los acontecimientos
deportivos, a los que son dedicados espacios privilegiados en la cobertura. La
sección de deportes en prensa, radio y televisión tiene de hecho más audiencia
entre el público que otras noticias o acontecimientos objetivamente más
importantes. El deporte ha obligado a crear un periodismo especializado a
escala internacional. Es como un idioma en el que todo el mundo se entiende. Su
popularización lleva consigo otra serie de relaciones y de formas de
comunicación concomitantes entre las empresas, las firmas comerciales, los bancos,
las industrias y hasta los gobiernos. Las celebraciones deportivas hoy en día
no están exentas de implicaciones políticas, lo que complica aún más las cosas
y multiplica su capacidad comunicativa.
b) Orientaciones éticas.
El deporte sólo resulta inmoral por el mal uso que se haga del mismo. De suyo es inocente y
desinteresado. En la práctica, sin embargo, suele convertirse en un
negocio lucrativo más o en una actividad
tendenciosa con implicaciones incluso políticas. El deporte es el lugar común
de todas las dictaduras para tener a la gente distraída y desviar su atención
de las injusticias sociales. Cuando esto sucede, los informadores deportivos
corren el riesgo de convertirse en colaboradores activos de esas desviaciones
sospechosas del deporte. El informador deportivo jamás olvidará que el
deporte no es un fin en sí mismo, sino una actividad complementaria que
contribuye al desarrollo de la persona y de la convivencia social.
El olvido casi generalizado
de este principio ha llevado a lo que se ha venido a llamar «deportización de
la sociedad». El hombre queda reducido a una dimensión parcial y sesgada de su
vida. Es triste contemplar a veces las imágenes brutalizadoras que ciertos
informadores deportivos ofrecen al público a través de la televisión y en
comentarios o entrevistas de prensa. La fuerza bruta, la charlatanería frívola
y la imaginación descontrolada suplantan muchas veces a la inteligencia y a la
intuición de los valores superiores. Cuando los informadores deportivos
favorecen la exhibición de todas esas miserias humanas, están jugando una mala
partida a los propios deportistas y al público en general. Hay personas que son
incapaces de hablar de un acontecimiento histórico de trascendencia y, sin
embargo, hablan de deportes con un conocimiento de cosas inútiles asombroso.
Buena parte de la culpa de este grotesco fenómeno la tienen los medios
informativos por el excesivo espacio que dedican a la información deportiva y
el modo apasionado y demagógico como suelen hablar de esos temas. En el deporte
existe el riesgo del culto al cuerpo atlético. El narcisismo somático se
convierte en el ideal de la vida. La idolatría de la propia figura física
termina enterrando al deportista en un océano de frustración a medida que
avanza en edad. Tratándose de mujeres, el culto al cuerpo y a los rasgos
físicos puede producir efectos más desastrosos todavía a largo plazo.
Los medios de comunicación
social modernos suelen ser el gran espejo en el que se cultiva la idolatría
corporal desplegada en el deporte. La mayor parte de los deportes llevan
consigo exhibición corporal. Con los potentes y cada vez más sofisticados
medios audiovisuales se corre el riesgo de que el deporte sea presentado como
una mera exhibición de imágenes más o menos frívolas y excitantes y sin
lenguaje humano alguno, como no sea el comercial.
Otra posible corrupción en
materia de información deportiva es la del culto de la competición. El
deporte bien entendido, trasunto del instinto lúdico, es en sí mismo movimiento
comunicativo con sentido. El culto de la competición es una reducción de la
comunicación al consumo de resultados y éxitos. Ya no es cuestión de jugar,
divertirse, entretenerse o hacer más llevadera la convivencia humana, sino de
ganar dinero, fama y posición social. Esto explica en parte que los media
se vuelquen en los ganadores y se olviden tan fácilmente de los perdedores. De
esta forma contribuyen indirectamente a degradar el sentido humanístico
original del deporte, derivando hacia los objetivos prioritariamente comerciales
y propagandísticos. El deporte termina siendo una excusa más para hablar de
financiaciones, compra y venta de deportistas, liquidaciones, sueldos,
contratos irracionales y de todo aquello que tiene relación con el deporte
exclusivamente considerado como una empresa lucrativa. La preocupación por los
aspectos comerciales del deporte termina suplantando a la información deportiva
en sí misma.
Otro escollo ético en materia
de información deportiva lo tenemos en la manera de informar sobre deportes
sospechosos en los que corre grave peligro la vida humana. Piénsese, por
ejemplo, en el boxeo y juegos similares, o en las corridas de toros. A veces el
deporte produce muertes humanas. Si el informador es un fanático del boxeo, de
las corridas de toros, de las carreras de motos, fácilmente tenderá a destacar
y magnificar las faenas excitantes minimizando los peligros y riesgos
injustificados a los que irracionalmente suelen exponerse los competidores
deportistas. Sería intolerable el que los informadores se sirvieran de los
sofisticados medios audiovisuales para reforzar públicamente esa posible
inversión de valores humanos, reduciendo a los deportistas y a los espectadores
a mero espectáculo excitante y comercialmente rentable.
El periodismo deportivo goza
en muchos países de una presencia excesiva en los media. Presencia que
contribuye más al subdesarrollo cultural que a la promoción de la auténtica
cultura humana. A veces se tiene la impresión de que los que cubren los
espacios informativos tratan de pasar lo antes posible las noticias de más peso
e interés real para aterrizar en las noticias deportivas, en las que se
entretienen gozosamente sin importarles el tiempo. Es inaceptable la
desproporción que existe en muchos paises entre el tiempo dedicado a las
entrevistas y comentarios con personas benefactoras de la humanidad, hombres de
ciencia y de pensamiento y el dedicado a entrevistas banales y comentarios de
mal gusto con el mundo relacionado con los deportes. Mi impresión es que existe
una intoxicación de información deportiva muy difícil de evitar habida cuenta
del volumen de dinero que mueven los deportes.
4. Periodismo político e información política
a) Aclaraciones conceptuales y estado de la cuestión
Hay que distinguir entre periodismo político, información política y
política de la información. El periodismo político tiene carácter monográfico
por cuanto tiene por único objetivo la política, sea nacional, internacional o
de los diversos partidos o grupos militantes de la misma. La información
política sin más se refiere a la que se ofrece al público en las secciones ad
hoc que todos los medios de comunicación (prensa, radio, televisión) suelen
reservar para los asuntos específicamente políticos. Otra cosa es la política
de la información, que se refiere al trato que los diversos regímenes políticos
suelen dar a los medios informativos. Sólo nos interesa aquí la información
política que en nuestros días se ofrece al gran público desde las secciones especiales
de los rotativos, desde las emisoras de radio y la televisión.
De entrada hay que admitir
que el impacto de los media en la vida política y las presiones de los
políticos sobre los medios informativos son impresionantes. Mucho más de lo que
sospecharon los maniáticos del poder del siglo pasado. Los analistas hablan del
imperialismo de la televisión, de las tensiones entre los poderes políticos y
los protagonistas del cuarto poder. De hecho las campañas políticas se llevan a
cabo casi exclusivamente desde los medios de comunicación social, sobre todo
mediante la televisión. Los informadores, por su parte, se han acostumbrado a
codearse con los poderes fácticos, tanto políticos como financieros, hasta el
punto de que el cuarto poder se ha convertido en una especie de lugar común de
políticos, financieros y profesionales de la información. La dependencia mutua
de esos tres poderes es evidente y lo más corriente es que vayan juntos. La
política y el dinero son primos hermanos de la información.
b) Blindaje ético de la información política
Dada la complejidad con que suelen presentarse al informador los temas
políticos, se habrá de combatir por encima de todo la incompetencia y la
superficialidad con la especialización. Contra las presiones de los
políticos hay que defenderse éticamente con la independencia. El
informador político en funciones profesionales debe olvidarse de su afiliación
política, de sus militancias y de sus intereses de partido. Los informadores
deben abstenerse de expresar sus preferencias personales. Para expresar sus
puntos de vista deberán hacerlo como ciudadanos comunes fuera de los programas
en los que intervienen como protagonistas de la información al público.
Independencia también
significa que hay que evitar la tendenciosidad o intención de aprovechar
la ocasión para llevar agua al propio molino. La tendenciosidad se manifiesta
sobre todo en la forma de entrevistar a los políticos y de presentar sus
programas electorales. La tendenciosidad, que es una forma descarada de
manipulación pública, se aprecia a veces en la elección de las preguntas, en el
modo de formularlas y en el tiempo dispensado para responderlas. El grado
máximo de manipulación tiene lugar cuando los informadores recurren al
paternalismo, el moralismo y la persuasión. A veces el entrevistador corta o
interrumpe al entrevistado en el momento más crítico, hace comentarios
posteriores interpretativos o el cameraman presenta una determinada
imagen del entrevistado. Esto es el colmo de la manipulación descarada a la que
el público, no experto en la técnica de la imagen, termina acostumbrándose de
una forma deleznable y humillante.
Por último, una mención para
el riesgo de sobornos. A los políticos les interesa mucho que no se propalen
sus escándalos y sí sus presuntos éxitos o pseudoéxitos. El momento ideal para las propuestas
deshonestas en materia de soborno tiene lugar con las campañas electorales. Este
tema es cada vez más estudiado en el ámbito de la sociología.
Desde el punto de vista ético la responsabilidad informativa sobre política
podría resumirse en dos palabras: competencia profesional e independencia
de acción e interpretación. La competencia es postulada por la complejidad y
naturaleza delicada del tema político como materia de información.
Independencia, porque sólo desde una posición prudentemente equidistante de las
presiones que constriñen la libertad el informador se defiende eficazmente de
ciertas corruptelas como podrían ser la tendenciosidad, la manipulación persuasiva
y proselitista y el entreguismo cobarde al soborno. El informador inteligente y
responsable no puede olvidar que su ideal profesional lo marca la verdad,
mientras que el profesional de la política, por lo general, y habida cuenta de
las honrosas excepciones, busca por encima de todo el poder a cualquier precio.
5. Periodismo amarillo y pornografía
a) La información pervertida
El periodismo amarillo no merece la categoría de periodismo propiamente
hablando. Su fin no es informar objetivamente y de forma atractiva sobre
asuntos de verdadero interés público, sino todo lo contrario. Su único fin es
ganar dinero explotando cualquier acontecimiento, falseándolo y hasta
inventándolo, si ello fuere necesario, y sin ningún pudor ético o respeto al
público. La verdad informativa es suplantada por la falsedad y el engaño en
función exclusiva del lucro y la banalidad. No tiene ética del fin, ni tampoco
de los medios, por lo que el amarillismo termina siendo sinónimo de inmoralidad
total.
Sobre el erotismo gráfico o pornografía en los medios informativos los
códigos deontológicos del periodismo son tajantemente exclusivos. El cultivo de
la pornografía no es considerado una actividad propiamente periodística. De
suyo la propaganda y la pornografía son ajenas a la información por su carácter
tendencioso y desobjetivador de la verdad. De hecho esas publicaciones suelen
estar dirigidas o promovidas por periodistas titulados y puede darse el que
aparezcan en ellas artículos aislados que reúnan todas las condiciones de una
publicación genuinamente periodística. Pero esto no es suficiente para incluir
a esas revistas o a esos periódicos en el rango de los medios informativos
propiamente dichos, sino todo lo contrario.
b) Publicidad sobre la prostitución
Muchos periódicos importantes publican gloriosamente anuncios sobre el
ejercicio de la prostitución masculina y femenina. Las secciones tituladas contactos,
relax o masajes constituyen una novedad del periodismo actual sobre
la que no se ha reparado. Lo mismo cabe decir de los anuncios sobre las salas
de cine porno y de clínicas para abortar. Se dirá que esas actividades están
legalizadas. Eso es verdad, pero ello no legitima desde el punto de vista ético
su promoción en los periódicos por tratarse de actividades que violan derechos
humanos fundamentales y son en sí mismas perversas e inhumanas. Los códigos
vigentes de ética de la información no
contemplan esa actividad publicitaria, lo cual no quiere decir que la ética
profesional y la responsabilidad informativa tengan que asumirlo y darlo por
bueno sin más. Se han producido algunos intentos de salir al paso
legalmente contra esa fuente vidriosa de dinero negro procedente del
ejercicio de la prostitución. Pero soy poco optimista sobre la eliminación de esa
forma de explotación humana en los medios de comunicación por la sencilla razón
de que cuando habla el dinero enmudece la razón. Lo mismo cabe decir de la
promoción publicitaria de las clínicas para abortar y toda suerte de
aberraciones sexuales.
6. El periodismo bélico
Los reporteros se juegan muchas veces la vida en su esfuerzo por conseguir
reportajes interesantes. Sobre todo cuando tratan de seguir de cerca acontecimientos
bélicos, terroristas o relacionados con la delincuencia en general y la vida de
los bajos fondos. En nuestros días la seguridad personal de los profesionales
de la información en acto de servicio es un asunto bastante preocupante. Muchos
son los periodistas que han muerto asesinados en estos últimos años.
La valoración ética del
periodismo heroico debe ser cauta. Hay periodistas aventureros cuyo rasgo ético
más característico es el de la imprudencia. Por otra parte, nadie está ni puede
ser obligado a realizar actos heroicos. Las empresas informativas y la tiranía
del público exigen a veces a los periodistas cosas injustas en función de la
competitividad y el éxito. Cuando a todo esto se añade el espíritu aventurero y
fantasioso del periodista, el terreno está abonado para el espectáculo en el
que la sed de gloria humana, de popularidad y de éxito puede cegar el sentido
de responsabilidad sobre la propia vida. El trabajo periodístico
responsablemente llevado es de por sí duro y arriesgado y no es necesario echar
más leña al fuego buscando hazañas heroicas, que pudieran ser muy alabadas y
gratificadas por las empresas informativas y por la opinión pública, pero no
necesariamente por la razón serena, libre de presiones económicas o
emocionales.
El punto justo de la cuestión
está en saber discernir prudentemente la proporción que hay entre el riesgo a
que se somete la propia vida y el valor objetivo y real de la noticia que se
trata de conseguir. En la tarea de informar hay que correr riesgos inevitables
que merecen todos los respetos. Quienes los afrontan con noble espíritu
profesional merecen reconocimiento y gratitud. A veces, sin embargo, los
motivos por los que ciertos informadores han arriesgado sus vidas permiten
pensar más en la temeridad irresponsable que en el heroísmo profesional, por
más que las empresas informativas y la opinión pública los canonicen como
mártires de la profesión. Hay riesgos buscados a todas luces desproporcionados
e inútiles.
7. Periodismo religioso
a) Una cuestión delicada
Metodológicamente es conveniente distinguir entre información religiosa en
general y periodismo religioso propiamente dicho. El informador sobre noticias
religiosas debe actuar con la competencia y responsabilidad exigibles a
cualquiera otro informador. La libertad religiosa es un derecho humano
fundamental, que debe ser respetado y tratado con la misma objetividad e
imparcialidad que cualquier otro asunto de interés público. Esta idea está
reflejada en todos los códigos deontológicos de los medios de comunicación
social en los que se habla de la responsabilidad de los informadores por
relación a las instituciones sociales básicas, cuales son la familia, la
Iglesia y el Estado. Algunos códigos censuran también la falta de respeto a las
convicciones o creencias religiosas. También la ridiculización de los cultos y
de sus ministros. En la filosofía de los códigos, que en la mayoría de los
casos es la de las Naciones Unidas, la dimensión religiosa del hombre es
reconocida como uno de los derechos humanos fundamentales.
Pero hay países en los que no
se respeta la libertad religiosa. Incluso es impuesta fanáticamente alguna
confesión religiosa determinada. Los periodistas se ven obligados entonces a
convertirse en activistas de una determinada religión o a informar hostilmente
contra alguna otra. La libertad de información es suplantada por consignas
autoritarias y una información religiosa no conforme con esas consignas puede
costarles la pérdida de la libertad y en casos extremos la vida misma. El tema
es muy delicado y cualquier alusión concreta denunciante de esta situación
puede provocar reacciones irracionales imprevisibles.
b) Ética profesional y formación teológica
A todo periodista que trate asuntos religiosos se le debe exigir la misma
objetividad, imparcialidad y rectitud de intención que cuando informa sobre
otro asunto cualquiera de interés público. Ninguna confesión religiosa puede
dispensar a sus seguidores de esa honradez natural y universal. Cuando la
información versa exclusivamente sobre asuntos de la Iglesia y de la vida
cristiana, los periodistas deberían poseer una preparación teológica adecuada y
un conocimiento profesional competente del manejo de los media. La
responsabilidad de esta competencia profesional es asumida en los buenos programas de Teología Pastoral.
La información sobre asuntos
relacionados con Jesucristo, el Evangelio o la Iglesia no dispensa de ningún
deber ético común a todos los profesionales de la información y exige además
una verdadera especialización en los temas sobre los que informan. Esta
información superespecializada debe evitar los métodos de la publicidad
comercial y de la propaganda ideológica
o sectaria limitándose exclusivamente a
INFORMAR sobre el hecho religioso con objetividad y veracidad.
El Evangelio reúne todas las
condiciones esenciales de la información mediática. Es noticia. Es
decir, algo "notum" o destacable por su contenido. Es siempre actual,
porque responde a los interrogantes más radicales sobre el sentido de la vida y
de la muerte que el hombre puede plantearse en todos los momentos de su
historia. Es interesante, porque resulta muy difícil permanecer
insensibles a los problemas humanos abordados en el Evangelio. Pero, además, el
mensaje del Evangelio es objetivamente importante. Una característica
que en los medios informativos suele quedar relegada a segundo plano, o incluso
no tenida en cuenta, dando preferencia sistemática al interés emocional de los
receptores sobre la importancia objetiva de los hechos y acontecimientos. El
informador religiosos cristiano tiene que aprender a anteponer la importancia
de la noticia al interés presentándola de forma interesante.
La información sobre el
Evangelio en todas sus consecuencias es
incompatible con la publicidad mediática actual, que se caracteriza por la
intencionalidad comprometida con el lucro en la actividad comercial. La
información evangélica, por el contrario, se caracteriza por la generosidad del
amor y la ausencia de cualquier intencionalidad de explotación material de los
hombres. El mensaje o contenido informativo sobre el Evangelio no puede ser
tratado como mercancía ni propagado de acuerdo con las leyes competitivas de
mercado. Ha de ser comunicado de forma interesante, pero conservando intacta su
importancia.
La información sobre el
Evangelio es igualmente incompatible con la propaganda mediática, en la que
predominan la coacción moral programada y la imposición de ideologías,
convicciones y creencias aplicando métodos y técnicas en los que la mentira y
el engaño constituyen la piedra angular de esas actividades. De ahí la
conveniencia de revisar constantemente las formas de informar y propagar el
Evangelio de Jesucristo, susceptibles de ser confundidas con los métodos
propagandísticos o que puedan prestarse a ser interpretadas como tales, como
suponen algunos teóricos de la comunicación social.
CAPÍTULO X. LOS DESAFÍOS ÉTICOS DE LA INTERNET
La ética en Internet, internética o ética On-line, constituye un capítulo
fascinante de la ética informática. El
objeto principal de este capítulo es el de crear conciencia de
responsabilidad en el uso de este medio de comunicación concentrado sobre
todo en la pantalla del ordenador.
1. Usos y abusos de la Internet
Como usos más normales y funcionales de la Internet cabe recordar los
siguientes: envío y lectura de mensajes con el fin de recabar noticias o
informaciones sobre determinados temas concretos o áreas de interés. Envío y
recepción de mensajes por correo electrónico. Leer o copiar información
acumulada en otros ordenadores. Recibir noticias puntuales sobre temas o
acontecimientos muy concretos. Buscar bibliografía en bibliotecas conectadas a
la red en cualquier parte del mundo. Leer periódicos, revistas y boletines de
noticias. Copiar las informaciones almacenadas en otro ordenador. Útimamente,
los gobiernos, la Iglesia y las empresas comerciales se enganchan
aceleradamente al carro de la Internet, con lo cual cabe sospechar con
fundamento que en el siglo XXI no quedará institución importante ni persona
actualizada que no esté "enredada" en la maraña cibernética. ¿Para
qué? Los científicos para resolver sus problemas. Los educadores para educar.
Los profesionales para competir. Los gobiernos para difundir noticias y
controlar. Los malhechores para delinquir. Los corruptores sociales para
corromper. Los asesinos para matar con más facilidad. Los holgazanes para
perder el tiempo y los cansados para divertirse y descansar. Nos hallamos ante
un instrumento realmente genial y maravilloso, que, al aumentar
astronómicamente la capacidad humana de comunicación, facilita en la misma
proporción las posibilidades de su uso malvado. De hecho la inocencia original
de la red de redes ya no existe y de ahí la necesidad de acudir al sentido de
responsabilidad moral de los usuarios de este nuevo y gigantesco medio de
comunicación.
2. Las ventajas de la comunicación ciberespacial
Antes de abordar los abusos es preciso proclamar la inocencia original de
la Internet y las bondades que este medio de comunicación promete para mejorar
las comunicaciones humanas del futuro. Los más optimistas opinan que la
Internet es lo mejor existe después del pan. Los más pesimistas, por el
contrario, consideran a la red de redes como una conspiración siniestra contra
la vida privada y la libertad. La Internet constituye una infraestructura de
información global capaz de poner en comunicación instantánea a la entera
humanidad en beneficio de nuestra calidad de vida. Mediante la red las clínicas
y hospitales, por ejemplo, podrán poner a disposición de todos los médicos y
personal sanitario informaciones rápidas sobre enfermedades y tratamientos
clínicos en situaciones de emergencia sin necesidad de la presencia física de los
galenos concernidos. Igualmente se podrán hacer oportunas predicciones sobre
calamidades naturales y prevenir la muerte masiva de personas. Por otra parte
es un instrumento eficaz para unir a todos los pueblos como en una sola familia
global superando recelos y enemistades ancestrales entre las diversas
comunidades humanas. Más en concreto cabe destacar los siguientes servicios de
la red:
- Ayuda al desarrollo científico. Los hombres de ciencia con acceso
a la red podrán acceder a la información especializada, actualizada y completa
ofrecida por otros profesionales de la ciencia. Un ejemplo elocuente lo tenemos
ya en las investigaciones que se están llevando a cabo en paralelo en el
macroproyecto "Genoma Humano" en el que colaboran los mejores
laboratorios de genética del mundo.
- Ahorro de papel y promoción de la libertad de expresión. Es obvio
que la pantalla del ordenador ahorra mucho papel y, en consecuencia, la tala de
bosques. Pero además burla alegremente la censura de los gobiernos. Los
periodistas investigadores pueden comunicar al público por internet el
resultado de sus investigaciones como información eventualmente secuestrada o
censurada por los gobiernos. Cuando los medios de impresión manual y empresas
informativas se ven restringidos de publicar algo la comunidad cibernética se
encarga de burlar las restricciones y eventuales censuras. La red podría
convertirse en la mejor y más eficaz garantía de la libertad de expresión.
- Creación de oportunidades para las empresas y alivio para los
discapacitados. La gran disputa existente sobre el uso de la Internet en
las empresas demuestra que la forma de ganar dinero en el futuro para por la
Red. Es el tren que ninguna institución financiera o cultural importante quiere
perder. Por otra parte, mediante la telecomunicación, muchos trabajos podrán
ser realizados en casa con el ordenador, lo que favorecerá enormemente la
promoción laboral incluso de muchas personas físicamente discapacitadas. Más
aún. Las personas con problemas de la vista podrán manejar el correo
electrónico mediante el teléfono al convertirse el e-mail de la Internet en
palabras habladas.
- Une a personas y pueblos. La Internet favorece la comunicación sin
fronteras, por más que el lenguaje siga siendo una barrera. Incluso puede
contribuir eficazmente a la superación de barreras culturales, raciales y
religiosas ya que, suponen los más ingenuos, a la Internet todo el mundo es
bienvenido y se supone que cada uno de los navegantes va a lo suyo sin
interesarle entrar en conflicto con nadie. La Red facilita también la
posibilidad de relaciones sentimentales y cualquier tipo de encuentro con
personas de otra forma inaccesibles.
- Divierte y estimula a las personas. Así como hay adictos a la
televisión (teleadición) los hay a la Internet. En la Red hay infinidad de
cosas para divertir y pasar el tiempo. Es verdad que las formas de
divertimiento que encontramos en Internet no siempre son agradables ni excluyen
la incitación a formas de comportamiento indeseables y antisociales. Pero los
más optimistas, aún en estos casos, prefieren insistir en la cara positiva de
la Red y en la presunta conveniencia de que nadie en particular ni ninguna
institución gubernamental ponga fronteras a quienes se embarcan en la fascinante
nave ciberespacial que es la Internet. En fin de cuentas la Internet es una
superestructura de tecnología informativa, hasta hace poco tiempo inimaginable,
y cualquier reserva o prevención contra el desarrollo y uso ilimitado de la
misma es descartada.
4. "Contra la Red".
Pero no todos tienen fe en la presunta naturaleza inmaculada de la
Internet. Se la atribuye un pecado de origen y muchos de procedencia viciosa
por parte de algunos usuarios. Se dice que tiene mucho potencial para ser
mal utilizada, abusar de ella y eventualmente usarla para fines y objetivos
indeseables y hasta criminales. En realidad esta potencialidad negativa es
proporcional a sus posibilidades de uso positivo. Lo que puede servir para lo
mejor puede servir igualmente para lo peor. De ahí la necesidad de apelar al
sentido de responsabilidad moral y eventualmente a la conveniencia de
introducir normas legales que garanticen el uso correcto de la Red. Los pecados
más graves que suelen imputarse al uso irresponsable de la Internet pueden
reducirse a los siguientes.
- Separa y aísla a la gente. La Internet, lo mismo que la
televisión, el teléfono o el vídeo, nos facilita la posibilidad de comunicarnos
con los demás de forma asombrosa. Pero al mismo tiempo nos aísla de la comunicación
cara a cara con las personas de nuestro entorno. La gente que se
"engancha" a la Internet se incapacitan psicológicamente para
comunicarse con personas que no comparten sus intereses. Se habla así del
"provincianismo electrónico", que une a unos grupos de personas
separándolos de otras, lo que contribuye a fomentar la intolerancia e impedir
en entendimiento y la comprensión entre personas de culturas, convicciones e
ideas diferentes.
- Distribuye información poco fiable y sin exigencias de contraste.
La Internet constituye un magnífico medio para difundir rumores, calumnias,
malentendidos, desinformación y falsedades a escala planetaria. Se dice que los
reporteros periodistas que viajan por la Internet pasan de los exámenes y
comprobaciones requeridas por la ética profesional como garantía de la
veracidad de sus mensajes informativos. En la Red queda mucho espacio libre
para la falsedad informativa y la "desinformación" impune.
- Expande el odio, crea inseguridad en el trabajo y amenaza a la
seguridad nacional. De hecho en la Red podemos encontrarnos sin quererlo
con grupos neonazistas, racistas, antisemitas, fundamentalistas y sexistas. Sin
olvidar las actividades corruptivas de grupos pseudoreligiosos y de explotación
de la prostitución, tanto femenina como masculina. Por otra parte, la Internet
favorece el autoempleo laboral y el poder trabajar en casa. Pero es a costa de
suprimir muchos puestos de trabajo estable a cambio de empleos temporales a
sueldo de hambre. Por otra parte, la Internet, que nació para fines militares,
puede convertirse en arma de doble filo. De un lado cabe temer en los
eventuales abusos militares de la Red y de otro en la piratería policíaca y el
espionaje militar. Todo lo cual es a costa de la seguridad nacional e
internacional.
- Favorece el pirateo, el sabotaje y la invasión de la vida privada.
Hemos dicho que la Internet es un asunto de ordenadores conectados. Ahora bien,
tratándose de ordenadores, hay que tener en cuenta los virus o pequeños programas
que se los piratas logran introducir subrepticiamente en los ordenadores
destrozando datos. La Internet ofrece oportunidades de oro a los maleantes para
la inoculación del virus
envenenador de los programas.
- Permite el fraude, transporta pornografía y margina a los más pobres.
Con el uso comercial de la Red lo lógico es permitir a los usuarios encargar
productos y pagarlos dando el número de tarjeta de crédito. Pero esto fomentará
la actividad de los traficantes que sin escrúpulos se dedicarán a la caza de
tarjetas de crédito ajenas para usarlas en provecho propio. El tema de la
pornografía y la prostitución constituye un capítulo aparte de preocupación
social, como puede apreciarse por los títulos bibliográficos más recientes
sobre la cuestión. La implicación de niños y adolescentes en la Red está
agravando la situación. Con el paso del tiempo el uso de la Red se está
poniendo al alcance de todos, incluidos los pobres, para lo mejor y para lo
peor que pueda pasar por nuestra imaginación.
- Inseguridad, desconfianza y saqueo de personalidad. En la Internet
hay ruindad humana y poca seguridad. El darse a conocer en la Red nos deja al
descubierto para que gente sin escrúpulos nos invadan y eventualmente utilicen
nuestros datos personales en provecho suyo o en perjuicio nuestro. Nuestra
intimidad y nuestra personalidad no están garantizadas en la Red, ni desde el
punto de vista tecnológico ni legal. De ahí que se aconseje viajar como un
número más de viajero sin nombre ni datos de identificación personal sin
provocar a nadie y desconfiando de todos. Mientras no exista más seguridad
tecnológica para el control de los mensajes y protección de la personalidad de
los mensajeros de la Red se recomienda mucha precaución procurando no
comprometer a los encontradizos y evitar elegantemente a los indeseables.
5. Las grandes áreas de la internética
De lo dicho hasta aquí se desprende que los problemas éticos que surgen en
la Internet son esencialmente los mismos que los que se plantean en la ética de
la información clásica. Eso sí, con predominio de unos y agravantes, para bien
o para mal, en todos. Con la nueva tecnología se aumenta prodigiosamente la
capacidad mediática de comunicación y en la misma proporción la del mal uso de
los medios informativos. Por ello, y dado el reducido espacio de que
disponemos, indicamos a continuación las grandes áreas en las que los
estudiosos de la ética informativa están centrando más su atención.
a) Área de la verdad informativa
En la Internet la información ha de ser tan objetiva, exacta y verídica
como en cualquier otro medio de comunicación. El hecho de que se informe a
través de la Red no autoriza a decir falsedades, mentiras o inexactitudes
injustificadas. Cambia el medio informativo, pero no la exigencia ética de
comunicar verdades y no mentiras. Más aún. Habida cuenta de la mayor facilidad
que la Red ofrece para violar los principios deontológicos de la información
clásica, se impone una mayor reflexión sobre ellos para aplicarlos
oportunamente y con eficacia a las nuevas situaciones creadas por el medio
tecnológico.
b) Área de la intimidad y vida privada
Tampoco la Internet legitima éticamente la violación del derecho a la
intimidad y vida privada de las personas e instituciones. Cabe añadir que en
materia de intimidad y vida privada las cosas se complican enormemente. Tan
atractivo resulta dejar la propia intimidad en la Red como entrar a saco con la
de los demás cibernautas. Más aún. El acceso a la Red está abierto para todos
los que dispongan de un ordenador comprometido y entre los potenciales usuarios
se encuentran sobre todo niños, adolescentes y toda suerte de personas con
pocas defensas morales y fáciles de persuadir y sugestionar. Habrá que afinar
mucho para poner a buen recaudo nuestra intimidad en la Red. Los estudiosos
convienen por lo general en que la invasión de la intimidad ajena y la oferta
irresponsable de la propia constituye un reto ético-jurídico impensable en
tiempos pasados. Tanto por la facilidad con que se puede violar ese derecho
humano fundamental en la Red como por el ámbito de personas e instituciones
potencialmente implicadas. Los mensajes que la gente manda por Internet pueden
ser leídos y copiados por cualquiera como cualquier imagen aparecida en televisión
puede ser gravada. Por otra parte esos mensajes por correo electrónico pueden
ser utilizados para intercambiar secretos de Estado, confesiones, cartas de
amor o declaraciones financieras. En las actuales circunstancias aún con mucho
cuidado nuestra intimidad y vida privada en la Red está a merced de piratas,
terroristas e intervenciones policíacas sin control. Sin olvidar la posibilidad
de vernos implicados sin quererlo en actividades delictivas o terroristas.
c) Área de la propiedad intelectual
En ética y deontología de la información se ha discutido siempre el tema de
la propiedad intelectual y el plagio o robo del pensamiento de otros
considerado como una conducta altamente detestable. Nada más bochornoso para un
informador que ser sorprendido publicando ideas de otros como originales suyas.
Una vez que se introduce en la Red una información o mensaje resulta altamente
difícil retener el título de propiedad por parte del emisor. Los mensajes
pueden ser tomados y transformados fácilmente de suerte que se pierda todo
rastro de autoría original. Los legisladores dispensan a este tema una
importancia capital. Hay piratas de ordenadores que se dedican a robar datos e
informaciones en la Red como salteadores de bancos. ¿Quiénes custodian los
bancos de datos? ¿Quiénes tienen acceso normal a ellos sin violar el secreto
profesional correspondiente? ¿Cómo evitar el soborno o el asalto traidor a los
mismos? Todo lo que se ha dicho y discutido en el ámbito de la informática
sobre la propiedad intelectual es aplicable con mayor razón a la Internet.
d) Acceso a la Red
El viejo problema sobre el acceso del a las fuentes de información adquiere particular dramatismo tratándose de la
Internet. Existe el temor bien fundado de que los ricos y poderosos se lleven como
siempre el gato al agua marginando a los más pobre y socialmente débiles. Se
piensa que en la misma línea del principio de acceso a los medios clásicos de
comunicación la sociedad actual debería tener acceso normal a los servicios de
la Red para fines educativos, culturales e informativos propiamente dichos. Lo
cual supone la posibilidad de acceso y desarrollo de la tecnología superando
los inconvenientes de los monopolios exclusivos y excluyentes.
Según los expertos que
intervinieron en las jornadas sobre Abogacía e Informática celebradas en
Barcelona durante la última semana de enero de 1997, los ámbitos más afectados
por los abusos y falta de ética en la Red son: la seguridad nacional por
la presencia de terroristas; seguridad económica a causa de los fraudes
y piratería de cartas de crédito; propiedad intelectual y protección de la
información; protección de menores, amenazados por la violencia y la
pornografía; protección de la dignidad humana y de la vida privada.
6. Sugerencias para el uso éticamente garantizado de Internet
Ante la desorientación reinante sobre si hay o debe haber una ética de
Internet y los criterios que deberían primar en su formulación se me ocurren
algunas ideas muy simples que pudieran servir de orientación práctica. Helas
aquí:
- Hay que desestimar la opinión de quienes sostienen ilusamente que en en
la Red no debería existir ningún tipo de ética o de normativa legal dejando que
reine la más absoluta libertad de expresión. El realismo de la vida y de las
formas de conducta inmorales y antisociales que emergen en y de la Red pone de
manifiesto la poca razonabilidad de esta opinión. Tanto es así que los juristas
están multiplicando sus esfuerzos para salir legalmente al paso de los
constantes abusos que se cometen en la Red.
- Todos los grandes principios ético-deontológicos válidos para los medios
de comunicación social son aplicables a la Internet. Las diferencias del medio
se han de resolver por el principio del razonamiento analógico. El razonamiento
por analogía consiste en buscar situaciones que nos son conocidas y similares o
comparables a las relacionadas con los ordenadores de la Red, aceptando la
equivalencia de ciertas acciones o identificando las diferencias significativas
entre los casos.
- Como normas deontológicas elementales y de sentido común cabe formular,
entre otras, las siguientes:
No hacer en Internet lo que no nos atreveríamos a hacer o decir en
cualquier medio de comunicación clásico. La realidad virtual no nos dispensa de
ser honrados con nosotros mismos y con los demás. No escribir aquello que no
seríamos capaces de decirle a alguien en un recinto público. Pensemos que el
resto de los usuarios son personas humanas. Limitarse a relaciones
estrictamente personales sin asumir que alguien en la Red representa a alguien.
Cuidar mucho lo que decimos sin comprometer nuestra intimidad ya que son millones de
personas las que pueden leer nuestros mensajes más comprometedores. Evitar los
"contactos" y las "citas" en algún lugar con el
interlocutor. Podríamos ser víctimas de algún chantaje o convertirnos en
colaboradores involuntarios de actos delictivos o criminales. Se ha de
cuidar el humor y el sarcasmo. Lo que
para unos es gracioso para otros puede resultar ofensivo. De momento es preciso
blindar bien la identidad y los datos personales. La Red no garantiza todavía
la seguridad completa de archivos ni la
inmunidad personal frente a potenciales enemigos y chantajistas.
CONCLUSION
RETRATO ETICO DEL INFORMADOR
En noviembre de 1982 Juan Pablo II esbozó un retrato moral del periodista
responsable en su mensaje a los medios de comunicación social en Madrid. Dijo:
«La búsqueda de la verdad
indeclinable exige un esfuerzo constante. Exige situarse en el adecuado nivel
de conocimiento y selección crítica. No es fácil, lo sabemos bien. Cada hombre
lleva consigo sus propias ideas, sus preferencias y hasta sus prejuicios. Pero
el responsable de la comunicación no puede escudarse en lo que suele llamarse
la imposible objetividad. Si es difícil una objetividad completa y
total, no lo es la lucha por dar con la verdad, la decisión de proponer la
verdad, la praxis de no manipular la verdad, la actitud de ser
incorruptible ante la verdad. Con la sola guía de una recta conciencia
ética, y sin claudicaciones por motivos de falso prestigio, de interés
personal, político, económico o de grupo».
Se refirió después a los
«numerosos textos deontológicos, la mayoría elaborados con gran sensibilidad
ética. Ellos os animan a respetar la verdad, a defender el legítimo secreto
profesional, a huir del sensacionalismo, a tener muy en cuenta la formación
moral de la infancia y de la juventud, a promover la convivencia en el legítimo
pluralismo de personas, grupos y pueblos». Después añadió una observación muy
interesante, y es que un periodista responsable no debe olvidar que entre los
usuarios de la información se encuentran sus propios seres queridos:
«Yo os aliento también a pensar en estos temas, no ya como protagonistas de
la comunicación, sino como usuarios, como receptores. Pensad en vuestras
familias y vuestros hijos, receptores asimismo de un gran número de mensajes;
algunos de los cuales no edifican, no construyen, sino que transmiten una idea
degradada del hombre y de su dignidad, en aras quizá del permisivismo sexual,
de la ideología de moda, de una crítica antirreligiosa de viejos resabios o de
una cierta condescendencia ante fenómenos como la violencia».
Juan Pablo II establece una
correlación estrecha entre responsabilidad informativa y respeto a los grandes
principios de la ética en general y de la deontología periodística en
particular. Algunos de esos grandes principios son recordados explícitamente.
Completemos un poco más esa enumeración con el fin de diseñar el retrato ético
del periodista responsable. Para ello nada mejor que enumerar los grandes
compromisos éticos del buen informador proclamados en los diversos códigos
deontológicos existentes. Es cierto que muchos de esos conceptos no son
igualmente interpretados en la práctica según los diversos contextos
ideológicos, políticos y culturales. Pero reflejan un fondo común de
aspiraciones y exigencias éticas de las que ningún informador responsable puede
honradamente dispensarse.
El periodista responsable:
– Es objetivo y veraz en tanto que ni manipula los datos informativos ni
pretende engañar al destinatario de la información.
– Respeta el secreto profesional sobre las fuentes, pero sin abusar del
mismo para mentir, colaborar con causas injustas o causar daños a terceros
inocentes.
– No se deja sobornar con dinero, regalos, invitaciones, promesas
electorales o favores sexuales. No soborna a las fuentes documentales. – No
difama a nadie calumniando, detractando, acusando falsamente, murmurando o
chismorreando.
– Evita caer en la tentación del plagio, es leal a la empresa y a los
compañeros de trabajo, pero sin venderse a la injusticia o al chantaje
profesional.
– No invade la intimidad ni la vida privada, sabiendo discernir con
prudencia en cada caso entre la realidad de lo privado y las verdaderas
exigencias del bien común.
– Defiende la libertad de información, pero con madurez racional, evitando
la espontaneidad irresponsable.
– Sirve por encima de todo al bien común, pero respetando los legítimos
bienes privados y la jerarquía de valores. Reconoce que la información está al
servicio de la vida y no la vida al servicio de la información.
– Es consciente de que el fin bueno de informar no justifica el recurso a
medios objetivamente malos para la búsqueda, elaboración y transmisión de las
noticias.
– No se deja llevar al huerto de la propaganda, de la publicidad, del
sensacionalismo, del erotismo y la pornografía. Antepone la verdad a las
ideologías, al lucro inmoral, a la prostitución de los sentimientos y del
cuerpo humano.
– Asume todas las consecuencias que puedan seguirse de sus escritos, sin
buscar chivos expiatorios cuando los vientos no le son favorables.
– No defrauda al lector con títulos que no corresponden al contenido
objetivo de sus escritos. Sabe compaginar el buen gusto y la imaginación
creadora con la verdad.
– Es solidario con sus compañeros, pero sin encubrir injusticias o prestar
su apoyo a causas objetivamente injustas.
– No incita a la violencia ni favorece la criminalidad bajo el pretexto de
informar.
– Respeta escrupulosamente los derechos de autor y cita correctamente las
fuentes de información.
– Sabe distinguir y aplicar las características de lo que es noticia y lo
que es comentario.
– Cuando informa sobre crímenes y suicidios evita el sensacionalismo y la
descripción de detalles que puedan rebajar la dignidad de la persona humana o
inducir reacciones en cadena.
– Antepone los imperativos de su conciencia a los intereses despóticos de
la empresa informativa.
– No habla por hablar, sino que se asegura primero de que tiene algo digno
de ser dicho y sabido por los demás.
– Exige de forma civilizada un salario digno para dedicarse generosamente a
la profesión.
– Es respetuoso con las instituciones sociales e imparcial en sus críticas
y denuncias de presuntas injusticias.
– Evita el lenguaje grosero, las falsas declaraciones y maliciosas
imputaciones.
– Vive de su trabajo como informador y evita dedicarse a otras ocupaciones
ajenas con fines lucrativos robando el tiempo a la profesión. Es respetuoso con
las normas disciplinarias de la profesión periodística y no las incumple por el
mero hecho de no estar sancionadas.
– Evita la publicación de fotografías y nombres de jóvenes delincuentes o
procesados, por razones humanitarias, siempre que ello no afecte a los datos
esenciales de la información o exigencias del bien común.
– No renuncia al derecho a expresar su propia ideología, pero sin servirse
del periódico como plataforma ideológica propia a costa de la información que
debe a sus lectores.
– Se preocupa por su formación permanente como garantía de competencia
profesional.
– Se considera por encima de todo un modesto servidor de los intereses del
público, de la justicia social y promotor de todos los derechos humanos.
– Se considera un humanista comprometido con todos los valores que
dignifican y educan al hombre, evita la tentación de la arrogancia, el complejo
de prepotencia y el entreguismo sumiso a las clases poderosas aislándose del
pueblo sencillo.
Reduzcamos ahora esos valores
referenciales a categorías básicas y veamos desde
este nuevo ángulo la imagen deontológica resultante:
– Por relación al público, respeta la vida privada y reputación de
las personas, así como sus convicciones, su sensibilidad y legítimas
costumbres. Por lo mismo evita las calumnias, las acusaciones infundadas y los
prejuicios sobre los juicios legales. Reconoce el derecho del público a saber
la verdad, acepta el derecho de réplica, las sugerencias y las críticas
constructivas. Presenta los hechos con objetividad, pero sin brutalidad ni
sensacionalismo.
– Por relación a los eventos, obtiene los datos informativos por
medios justos y honestos, los verifica al máximo y los comunica con veracidad,
evitando toda forma de manipulación malintencionada. El periodista responsable corrige cualquier
error una vez que ha sido descubierto.
– Por relación a la sociedad en general, respeta las normas éticas
comunes así como las instituciones públicas reconocidas. No viola las leyes que
garantizan la seguridad nacional y apoya los objetivos justos de la comunidad
de la que forma parte.
– Por relación a las fuentes, respeta la confidencialidad y el
secreto profesional, reclama el derecho de acceso razonable a las fuentes de
información y trata de conocerlas con la mayor competencia posible.
– Por relación al grupo profesional, cuida su integridad personal
evitando el soborno y las ventajas personales; es solidario con sus colegas y
no les causa perjuicios mediante la promoción
de lo que es injusto o no equitativo. Por la misma razón se abstiene de
practicar el plagio y se comporta de modo que no quede el gremio profesional en
mal lugar.
– Por relación al ideal de servicio,
sirve al interés público, colabora a la creación de una opinión pública
informada y objetiva, contribuye noblemente a la educación de las masas y apoya
la lucha social por la vía de la justicia, el respeto y la paz sociales.
– Por relación a la comunidad internacional, se abstiene de atacar a
las naciones amigas mientras se respeten los derechos humanos fundamentales, favorece
la convivencia pacífica y el mejor conocimiento de países extranjeros.
– Por relación a los mass media,
es leal y no traidor a la organización o empresa en la que trabaja, promueve la
libertad interna dentro de los límites justos establecidos por la empresa y
exige un contrato laboral justo que le permita dedicarse plenamente al trabajo
informativo y participar de forma activa y eficiente en la toma de decisiones
en materia de información. Es obvio que el retrato moral del informador
responsable, tal como queda descrito, sólo tiene sentido en un contexto de
libertad personal y de expresión pública. No se puede exigir responsabilidad a
quienes no son libres. La responsabilidad informativa no es otra cosa que el
ejercicio razonable y correcto de la libertad de expresión. La responsabilidad
ética o moral es inseparable de la capacidad efectiva de libertad.
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NICETO
BLAZQUEZ, O.P.
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