domingo, 7 de abril de 2013

NICETO BLÁZQUEZ Y SARA TABARES


N. BLÁZQUEZ Y D. BUCAREST


NICETO BLÁZQUEZ Y JASMINE ABDUL


ÉTICA DE LA INFORMACIÓN


INTRODUCCIÓN
 
 
CAPITULO I. POR QUÉ ETICA DE LA                                          INFORMACIÓN 
 
1. El reto ético de la credibilidad informativa
 
Mientras se habla de la era del «hombre informado» como signo de progreso los medios de comunicación social pasan por una crisis de credibilidad, lo cual equivale a una valoración ética de los servicios informativos. Entre los diversos factores que influyen en esa crisis y que  reclaman la reflexión ética de los mismos  en la sociedad contemporánea cabe recordar los siguientes:
 
- El llamado "giro tecnológico"«. A veces se tiene la impresión de que importa más el desarrollo de la tecnología de la comunicación que la calidad humana de los mensajes informativos. Aspecto que adquiere cada vez más relevancia a medida que las llamadas "autopistas de la información" van dejando de ser una utopía para convertirse en realidad palpitante. La introducción de la fibra óptica, los avances en las comunicaciones radioeléctricas y la digitalización de las comunicaciones constituyen un salto tecnológico impresionante con derivaciones éticas importantes. Un ejemplo a destacar en este sentido lo tenemos en la internet cuyo desarrollo técnico constituye un desafío técnico y moral a los sistemas de comunicación de masas tradicionales. 
 
- La mentalidad posmodernista, en cuyo contexto cultural la posesión del medio suplanta al interés por la existencia de mensajes de calidad en clave de verdad, belleza artística y bondad humana.
 


- La tendencia de los medios a la parcialidad. Cada vez se inclinan más hacia los poderes fácticos desde la plataforma de su organización empresarial. La tecnología avanzada de la comunicación hará desaparecer algunos planteamientos éticos y jurídicos del pasado relacionados con los monopolios industriales de la información. Pero ello no significa que la profesión informativa vaya a liberarse del compromiso actual con las leyes de mercado. Al contrario, la tendencia es a un mayor compromiso y alianza de los medios de comunicación con el mundo empresarial y de las finanzas. La parcialidad lucrativa contribuye a reducir la información a mera mercancía.
 
- Invasión de la intimidad y vida privada. Muchos de los conflictos de los medios de comunicación con el público y con la justicia son debidos a su irresistible tentación de invadir injustificadamente la vida privada de los demás bajo pretextos informativos. La prensa diaria se hace eco de los conflictos de los medios de comunicación con la justicia a causa de sus roces con la vida privada de los ciudadanos.
 
- Los conflictos de intereses. Con la nueva tecnología de la comunicación están apareciendo también formas nuevas de especulación económica y de nuevos intereses por parte de los magnates y profesionales de la información. El monopolio tanto estatal como privado de los medios de comunicación da origen a problemas éticos relacionados con la libertad de expresión, la imposición de una opinión pública prefabricada y la posibilidad de acceso a dichos medios, que suelen quedar en manos de ricos y poderosos marginando a los débiles.
 
- Excesos en el ejercicio de la libertad de expresión y uso eventualmente abusivo del secreto profesional. Los conflictos con la justicia en este campo, con razón o sin ella, son constantes. La tendencia de algunos es a pensar que la libertad de expresión debe ser ilimitada y el secreto profesional un bunker desde el cual poder realizar toda suerte de operaciones, incluso indeseables, bajo el pretexto de informar y de no hacer peligrar la seguridad de las fuentes de información.
 
- La irrupción fascinante de los medios audiovisuales, generando modelos de conducta sociales en constante desafío a los medios inspirados en la razón y en la aceptación de valores morales superiores. La imagen es un lenguaje poderosísimo que suplanta progresivamente al discurso racional oral y escrito. Con una sola imagen técnicamente avanzada se puede influir persuasiva o subliminalmente en nuestros modos de pensar y de obrar más que con discursos orales razonados.
 


- La irrupción galopante de la informática en los procesos judiciales, policiales y médicos. Aparecen nuevos problemas éticos en relación con el derecho de acceso a las fuentes. En las primeras vísperas del siglo XXI la emisión y recepción de información converge vertiginosamente hacia la INTERNET. El ordenador personal casi de bolsillo será no tardando mucho el catalizador de las redes de radio, teléfono y televisión. El periódico clásico tiende a ser sustituido por el periódico electrónico y el periodismo lectivo por el visual o fotoperiodismo.
 
- Los inconvenientes de la falta de informadores especializados. El mundo de la imagen, de la imaginación‑fantasía y del sentimiento tiende a suplantar las funciones propias de la razón. Desde el punto de vista educativo la preocupación por la imagen y la apariencia tiende a sustituir la preocupación esencial por el ser y la realidad objetiva.
 
- Formas de conducta personal y social revolucionarias. Son aquellas que hasta hace poco tiempo eran consideradas como impropias de la función de informar y de la actividad artística y que ahora son asumidas por los medios más agresivos invocando la libertad de expresión y el derecho de la información, o la presunta autonomía moral de la actividad artística. La información es cada vez menos un bien de interés público y general derivando hacia intereses particulares y privados de los propios informadores.
 
- La manipulación de las informaciones y las prácticas persuasivas más comprometedoras de la libertad personal campean en el ámbito de la publicidad y de las relaciones públicas gozando de una aceptación que raya en la sumisión placentera y condescendiente. La verdad informativa tiende a ser considerada pura y simplemente como un producto de consumo regulado por las leyes del mercado libre y competitivo. La rentabilidad económica en función de la oferta y la demanda se imponen en la profesión informativa, incluso como  una nueva mentalidad.
 
2. Una cuestión de dignidad y profesionalidad
 


Ocurre a veces que los informadores se encuentran en situaciones que les obligan a difundir errores contra su voluntad. Pero los hay también que los divulgan con satisfacción. Los abusos y la incompetencia culpable en materia de información desdicen de la persona que los ostenta y de la corporación profesional que los tolera. La verdad, que es el desiderátum supremo del buen informador, dignifica al que la busca y comunica con respeto a los demás. La mentira, los chismes y el engaño, por el contrario, privan de dignidad a quienes deliberadamente los difunden.
Los informadores están sometidos a toda suerte de presiones morales, financieras, ideológicas y políticas, muchas veces rayando en el soborno. En tales situaciones sólo una conciencia ética clara y vigorosa de la propia dignidad personal constituye el mejor medio protector contra los potentes misiles de la crítica vindicativa. Un sano sentido ético de la información es el mejor protector de la dignidad personal contra las incitaciones a la corrupción.
Por otra parte, la ética informativa está postulada también por razones de realismo práctico. Si los profesionales de la información no salen ellos mismos al paso de sus errores, lo harán las autoridades públicas. Los delitos informativos serán tratados entre los delitos comunes. Los vacíos éticos serán compensados por las leyes penales. Si ellos no se dan a sí mismos unos principios éticos respetables, no faltará quien se los imponga por la fuerza, con el riesgo que esto supone para el libre y responsable ejercicio de la libertad de expresión y garantía de la objetividad informativa.


Se apela también a la razón de identidad y competencia profesional. Se ha dicho que las destrezas informativas son más mentales que mecánicas. Que ser informador es más que nada una manera de ser. Que al verdadero informador se le conoce sobre todo por sus motivaciones éticas cuando realiza su trabajo. Por supuesto que actualmente no se puede desligar la integridad ética y nobleza de actitudes morales de la competencia tecnológica. El informador responsable se esfuerza por dominar la tecnología específica del medio, así como las leyes y normas que ayudan a dignificar eficazmente su trabajo. Quienes piensan que los futuros profesionales de la comunicación social deben instruirse exclusivamente en el manejo y utilización de la tecnología, al margen de la formación humanística, están tan equivocados como los que se refugian en la formación humanística despreciando la destreza tecnológica. Ni la formación tecnológica tiene nada en contra del humanismo ni éste contra el progreso tecnológico. Es justamente la dimensión ética del comportamiento en todos los niveles la que enseña a superar todos esos pseudo-conflictos en el quehacer informativo.
Está además la razón empresarial. Toda empresa informativa tiene que afrontar problemas específicamente económicos. De ciertas agencias informativas internacionales sabemos que son verdaderos emporios económicos. El factor dinero es hoy en día tan caballero en las empresas informativas como en las específicamente financieras. Una buena economía es el pilar sobre el que descansa la independencia de la prensa. Quien trabaja en un periódico tiene el deber también de ganar dinero para él mismo. El ganar dinero es también un deber ético para la empresa informativa. Como punto de partida nadie pone en duda que tiene que ser así. La empresa informativa tiene el deber ético de ganar por lo menos el dinero necesario para asegurar su propia existencia y la posibilidad de que sus miembros se dediquen prioritariamente al quehacer informativo, dejando a un lado otros intereses incompatibles. El factor dinero juega un papel decisivo sobre todo en el campo de la información radiotelevisada.
La ética recuerda que ante estos hechos la empresa informativa debe resolver sus problemas económicos sin invertir la escala de valores suplantando  el ideal de verdad por el del lucro. Urge que las empresas informativas respeten tanto los principios éticos de la información como los que deben presidir la actividad empresarial. El capital base de la empresa informativa debería ser la verdad, en función de la cual se justifican automáticamente los eventuales beneficios económicos.


En nuestros días la calidad informativa pasa por la empresa, por la tecnología y por la ética. Esto significa que urge formar bien la conciencia personal tanto de los informadores como de los empresarios. La responsabilidad ética ha de circular por la sangre de todos ellos. Después habrá que encontrar la manera práctica de que empresarios e informadores conviertan esa responsabilidad ética en parte de su ser operativo. De hecho existen normas y criterios éticos específicos al respecto, pero ni son conocidos por la mayoría de los profesionales de la comunicación social ni parece que todos tengan demasiado interés en ponerlos siempre en práctica.
 
Otra urgencia que remite a la ética de la información es la necesidad de que los profesionales de los medios de comunicación social sean personas llamadas para ese menester y no sólo aficionados u obligados a hacer ese trabajo porque no encuentran otro. El profesional de la información debe ser una persona con vocación. Esto significa que, además de tener aptitudes y aficiones, trabaja con gusto y rectitud de intención. Las aptitudes requeridas pueden ser naturales o adquiridas. Estas últimas, a su vez, pueden ser oficiales o reales. Son oficiales aquellas reconocidas mediante contratos laborales o títulos académicos, que pueden no coincidir con las reales o naturales. Se puede estar en posesión de un título académico de periodista y ser un inepto para ejercer la profesión, y viceversa.
Al buen profesional de la información se le conoce también por su desinterés en el sentido de que los imperativos de la verdad y de los intereses del público están siempre por encima de los suyos propios o de sus allegados, sin que esto signifique olvido o desprecio por éstos. Cuando hay conflicto de intereses se pone al servicio de los más sin perjuicio de los menos. Se dedica prioritariamente a los asuntos de la información, cultiva la formación permanente, vive de su trabajo de forma honesta, sabe guardar los secretos específicos de la profesión y se muestra diligente en el cumplimiento de sus deberes de forma responsable y solidaria con los colegas mediante el juego limpio y la ayuda solidaria si fuere menester. La experiencia enseña que con frecuencia la incompetencia profesional es consecuencia de alguna irresponsabilidad moral. La relación entre competencia profesional y responsabilidad ética es muy estrecha. Ni la ética informativa por sí sola garantiza la competencia profesional ni el puro moralismo sin aptitudes o hábitos técnicos.
 
3. Razones prácticas de orden académico
 


    Se trata de la importancia universalmente reconocida a la ética de la información tanto a nivel popular como universitario. La misma prensa diaria plantea y discute constantemente problemas esencialmente éticos de la profesión, que necesitan ser estudiados con rigor científico.
 
En la creciente bibliografía puede apreciarse la gama de problemas éticos que son objeto de estudios monográficos en multitud de libros y revistas especializadas. La aparición de manuales y para-manuales de ética y deontología de la información en los últimos tiempos demuestra la necesidad de la reflexión profunda a nivel académico y universitario sobre los problemas humanos que surgen en el campo de la información moderna. La profesionalidad informativa exige cada vez más conocimientos y más sentido de responsabilidad.
         Ahora bien, la responsabilidad informativa es un asunto primordial y específico de la  ética, la cual nos introduce en el campo de la reflexión sobre la conducta profesional. De ahí la presencia de esta disciplina en el contexto de los estudios universitarios de las llamadas ciencias de la información y que abarca los grandes sectores de la prensa clásica, de la información moderna audiovisual, el campo de la publicidad y de las relaciones públicas. Como reflejo de la importancia universalmente reconocida a los problemas éticos de la información tenemos el cúmulo de bibliografía existente sobre dichos problemas, las regulaciones jurídicas en aumento, los códigos deontológicos y la creación de la figura del ombudsman como especie de centinela ético entre los informadores y su público descontento o injustamente tratado.  El mismo cometido es asociado a los Consejos de Prensa y a las Auditorías.
         En la mayor parte de los países del mundo existen leyes sociales reguladoras del derecho a la información y actividad de los informadores profesionales. El asunto de informar y ser debidamente informados nos introduce de lleno en el campo de la justicia social y pide una justificación ética adecuada. Toda norma o ley positiva, establecida por hombres, para que resulte vinculante en conciencia, debe estar apoyada por alguna razón ética proporcionada. La ética es como la sangre de la justicia por cuanto ofrece los criterios y las razones para discernir sobre si esas leyes son justas o injustas, vinculantes o rechazables. Cuando los profesionales de la información critican esos cuerpos normativos o legales, para que sean válidas sus críticas tienen que estar inspiradas en principios de naturaleza ética. Es la ética la que nos recuerda que la información es un derecho natural en función del cual la sociedad tiene la obligación de proveer de un servicio público de expertos para garantizar lo mejor posible la respuesta al derecho natural de todo individuo y de toda sociedad al conocimiento de las verdades más esenciales para llevar una vida digna en sociedad.
 
         Por otra parte, la corrección ética constituye la mejor autodefensa de la credibilidad profesional en materia de información. Estos profesionales son frecuentemente acosados por las protestas del público y las presiones de los poderes políticos y financieros. La ética profesional enseña a los informadores a escuchar y aprender de las críticas del público, así como a defenderse de los poderes políticos y económicos mediante el ejercicio responsable de la legítima libertad de expresión al servicio del bien común. Esas presiones y esos condicionamientos han dado lugar a la deontología profesional expresada en los códigos éticos de conducta práctica. Tales recomendaciones deontológicas han surgido como medidas de autocontrol y autodefensa profesional, y son interpretadas como la mejor garantía de honestidad profesional, de respeto al público, de libertad de expresión responsable y de no injerencia de los poderes corruptores. De ahí la proliferación de códigos deontológicos del periodismo, de los medios audiovisuales, de la publicidad y de las relaciones públicas.
 
4. La ética como exigencia de los derechos del hombre
 


La razón de dignidad para garantizar el ejercicio responsable de la información es absolutamente válida, pero insuficiente, ya que no tiene todas las garantías de fundamentación racional. Cuando se apela a la razón de dignidad suele hacerse sólo por pragmatismo. Pero la mera practicidad para ganarse la simpatía del público no es argumento suficiente para la sólida fundamentación racional de una ética comprometida con la objetividad informativa y la veracidad. La necesidad de la ética informativa brota de la naturaleza misma de la información, que se inscribe en el contexto de la justicia social y de los derechos humanos fundamentales de las personas particulares y de los pueblos. El derecho a informar y a recibir información es un servicio a la comunidad en respuesta a ese derecho fundamental. Su carácter ético se deduce de la naturaleza misma de la justicia, que es en todos sus aspectos y dimensiones una virtud esencialmente ética. Toda persona humana tiene derecho natural a la verdad como exigencia del instinto propio de la inteligencia. La inteligencia humana busca la verdad como el niño el pecho de su madre o el sediento el agua para saciarse. Esa búsqueda natural de la verdad trasciende al hecho mismo de que pueda equivocarse o ser engañada.
 
         Por analogía con ese derecho natural de la persona puede argumentarse que, de forma proporcional, también la sociedad constituida tiene derecho a conocer sus propias verdades, sobre todo aquellas que sean más necesarias para llevar a cabo felizmente la humana convivencia. Ahora bien, el individuo no siempre puede cumplimentar ese derecho y esa necesidad por sí mismo, de donde se deduce que debe ser la sociedad la que provea de profesionales responsables y competentes capaces de dar respuesta adecuada a esas exigencias de verdad, tanto del individuo como de la sociedad en general, de acuerdo con los postulados de la dignidad humana y de las legítimas libertades.
         Lo jurídico y lo ético se entrecruzan de tal manera en este punto que resulta a veces difícil separarlo. Esta unidad de ética y derecho en materia de información aparece reflejada en el artículo 16 del Código de Derechos Humanos elaborado por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en 1952. Refiriéndose a la libertad de expresión, dice: «Nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión; ese derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística o por cualquier otro procedimiento de su elección. El ejercicio de las libertades previstas en el artículo precedente entraña deberes y responsabilidades especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas restricciones que deberán, sin embargo, estar expresamente previstas por la ley y ser necesarias: para asegurar el respeto de los derechos o de la reputación de los demás, y para la protección de la seguridad nacional, del orden público, o de la salud o la moral pública».
         En este texto puede apreciarse la fundamentación ética del derecho proclamado. La libertad de expresión debe ajustarse a los principios de la ética. Sólo ésta garantiza el ejercicio responsable de la información, estableciendo las barreras morales que bajo ningún pretexto podrán ser sobrepasadas. Aunque no contempla el uso masivamente privado de la información, que las nuevas tecnologías avanzadas facilitarán en un futuro próximo, tampoco está excluido. En última instancia la información como bien público y de interés general radica en el derecho de cada persona a conocer la verdad.
 
         Con las nuevas tecnologías de la comunicación las fronteras entre el bien común y los bienes e intereses particulares en materia de información son más borrosas. Pero esto no sólo no desplaza la función de la ética informativa sino que exige de ella más estudio y atención de los nuevos problemas éticos que tienen lugar. La tendencia es a que todo pueda ser conocido por el emisor y transmitido a cualquier público y a cualquier persona. Lo cual nos lleva a la siguiente conclusión: hay que rebajar la existencia de barreras para informar e incrementar en la misma proporción  el sentido de responsabilidad informativa, tanto por parte de los emisores como de los receptores. Lo cual supone una preparación ética más exquisita por ambas partes.
         Según el artículo 20 de la Constitución española de 1978:


«Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, las ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción. b) A la reproducción y creación literaria, artística, científica y técnica. c) A la libertad de cátedra. d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades. El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa. La ley regulará la organización y el control parlamentario de los medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente público y garantizará el acceso a dichos medios de los grupos sociales y políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las diversas lenguas de España. Estas libertades tienen su límite en el respeto de los derechos reconocidos en este título, en los preceptos de las leyes que los desarrollen y especialmente en el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia».
 
Ya en el artículo 18 había recordado:
«Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen... Se garantiza el secreto de las comunicaciones y en especial de las postales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial. La ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el ejercicio pleno de sus derechos». Esa preocupación legal por el bien común, por el honor personal, la seguridad nacional, la propia imagen, la intimidad personal y familiar, la cláusula de conciencia y el secreto profesional se basa en motivos éticos, sin los cuales el derecho de información y a la información, que es natural, no quedaría suficientemente garantizado ni racionalmente fundado.
         La ética es la que fundamenta y justifica racionalmente todos los derechos humanos, entre los cuales se encuentra el derecho de/y a la información. Cuando se condiciona la libertad de expresión en la Constitución y el derecho de información, lo que se hace es aplicar los principios morales en los que ha de sustentarse toda información dada y recibida. Una información que no se ajusta a los principios de la ética, o malinforma, desinforma o deforma. Al no ser moralmente correcta, resulta automáticamente injusta. Por donde nos percatamos hasta qué punto el profesional de la información debe pertrecharse de una sana educación moral si no quiere arriesgarse a prestar un pésimo servicio a la sociedad y desprestigiar su profesión.


         Los media y multimedia son un poder, entre otras razones, por su influencia en la formación de la opinión pública y cada vez más de la opinión privada. Poder que aumenta portentosamente con las posibilidades de manipular su uso mediante la aplicación de las técnicas informáticas. En la Constitución española aparece este temor al uso inmoral de la informática. Por eso en el número 4 del artículo 18 se nos asegura «que la ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus derechos». La ética es considerada así como la mejor garantía de todos los derechos, sobre todo de los más íntimos y personales que pudieran ser violados bajo pretextos informativos. Es fácil constatar que cuanto menos se tiene en cuenta el sentido ético de la vida, más aumentan las violaciones de los derechos humanos fundamentales, incluido el derecho a la información objetiva y a la auténtica libertad de expresión en la prensa. Por otra parte, el poder de las imágenes tiende a sustituir a la realidad y la propaganda y la publicidad degeneran en formas brutales de terrorismo ideológico y mercantil.
         La alternativa ética a estos hechos se impone como instancia de emergencia a la razonabilidad y al ejercicio de la honradez humana como medida eficaz para ofrecer al profesional de la información el margen de libertad e independencia necesario que le permita cumplir con su función de informar con dignidad y ganarse la credibilidad del público. A este ideal responde la proliferación de códigos éticos del periodismo entre las iniciativas éticas clásicas, de las que hablaremos después. Sólo la ética es capaz de liberar al informador de la tiranía ideológica de los gobiernos y de los grupos políticos, así como de la humillación que a veces significa la sumisión a los poderes financieros. El informador tiene que encontrar en su formación ética la manera de no corromper la profesión fascinado por el gusto del poder o la tentación del soborno. La falta de responsabilidad ética podría tener consecuencias prácticas aterradoras en el manejo de la moderna informática. Un irresponsable bastaría para corromper toda la información que actualmente pasa de una u otra forma por los ordenadores con consecuencias incalculables.
 


         Imaginemos que un desaprensivo saboteara con el «virus» informático la programación de los vuelos aéreos o de las bases militares de las superpotencias. Podríamos asistir a la caída de aviones en cadena o al lanzamiento apocalíptico de misiles atómicos. Una conflagración en el terreno de la información es técnicamente tan fácil de provocar que sólo podrá evitarse mediante la responsabilidad ética. Pero no basta potenciar la ética por parte del informador y de las empresas informativas. Es preciso que también el público aprenda a usar responsablemente los mensajes informativos. Hay que enseñar al público a leer los periódicos con sentido crítico. De lo contrario los hechos consumados se convierten en norma ética y la conducta es dominada por las apariencias sensacionalistas y las estadísticas.
         A la educación del público hay que añadir la selección pluralista de los medios. Somos tanto más manipulados cuanto menos son las personas nos manipulan. Este es el riesgo de los grandes monopolios informativos, tanto públicos como privados. En cualquier caso se impone la necesidad de enseñar a la gente a leer con sentido los diversos mensajes informativos. La mayor parte del público se conforma con la lectura de los títulos y la contemplación pasiva de las imágenes, que es donde más cunde el sensacionalismo y la manipulación, sin que se discierna entre los diversos géneros periodísticos, desde los editoriales hasta los anuncios.
         La información además es un complemento de la cultura y no el sustituto. Los datos estadísticos y las noticias han de ser evaluados y mentalmente digeridos para convertirlos en cultura personal. Los que reciben mucha información sin realizar ese proceso mental selectivo y crítico son como los que ingieren muchos alimentos, pero no los asimilan o los asimilan mal. La dieta informativa resulta, éticamente hablando, mejor que el exceso de información mentalmente no asimilada. Información no significa necesariamente formación. Hay informaciones que deforman.
         Existe un derecho natural de la persona humana a la verdad, y, por analogía, de las diversas sociedades constituidas. De ahí nace la justificación racional de la existencia social de un colectivo de expertos, llamados periodistas o informadores en general, cuya misión es la de prestar ese servicio de verdad al público. La profesión periodística encuentra así su justificación última en el derecho natural de la persona humana a la verdad, que por lo general no puede encontrar por sí sola. Ni que decir tiene que se trata de servir verdades que sean de interés  público y esenciales para garantizar una digna convivencia humana. Incluso cuando se trate de informaciones de interés particular o de servicio de acuerdo con las previsiones de futuro que auguran las tecnologías más avanzadas de la información.
         El derecho natural de todo individuo a la verdad funda al derecho a ser informado o exigir información. Por lo tanto, el derecho de información o a informar es, antes que nada, un deber por parte de los informadores. El fundamento inmediato del derecho de información hay que buscarlo en la capacidad de honestidad y competencia profesional para ejercer ese deber como respuesta al derecho a la verdad por parte de los destinatarios de la información. Podríamos decir que así como sólo tienen derecho a ejercer la medicina quienes ofrezcan las garantías de honestidad y competencia en ese campo, de modo análogo sólo tienen derecho a informar o de información quienes estén capacitados suficientemente para ello. La salud de la información es la verdad, y la mentira y el engaño, su enfermedad. Lo dicho ha de entenderse en sentido rigurosamente ético. Aunque la ley positiva determine otra cosa, éticamente hablando sólo el informador debidamente capacitado ejerce ese derecho de forma auténtica y válida. Aunque la ley permita lo contrario, éticamente hablando lo mejor que puede hacer un periodista responsable es callarse mientras no tenga algo verdadero que decir o digno de ser conocido.
 
 
 
 
CAPÍTULO II. LA AUTOREGULACIÓN ÉTICA DE                                    LOS MEDIOS
 


         Hemos dicho que la falta de responsabilidad por parte de los profesionales de la información puede inducir a que las autoridades públicas intervengan con leyes castigadoras y eventualmente represivas de la libertad de expresión. Para evitar esa indeseable intervención, la profesión se adelanta autorregulándose mediante códigos deontológicos y otras instancias éticas. A continuación recordamos los instrumentos más significativos de esta autodefensa ética de los medios informativos.
 
1. Algunas iniciativas históricas
 
         Los profesionales de la información fueron siempre sensibles a las quejas del público. Actualmente también lo son, pero menos. Existe una propensión irresistible hacia la arrogancia a medida que aumenta su conciencia de poder y de influencia social. Norteamérica es un buen ejemplo de creatividad ética en defensa de los media. Prueba de ello son las múltiples fórmulas experimentales adoptadas en aquel país para mejorar el nivel ético de los periodistas.
         Por ejemplo, los códigos deontológicos internos y las normas de actuación en campos específicos, como el de la información económica. Códigos formulados a veces en forma de «credos» religiosos. Sondeos de opinión para chequear el grado de aceptabilidad o rechazo por parte del público. Publicación de índices de aceptación respecto a secciones, rúbricas y otras informaciones. Consejos de Prensa nacionales y locales. Secciones de cartas a los lectores. Creación de páginas abiertas, tribunas libres y otras secciones destinadas a dar cabida al pluralismo de opiniones. Oficinas de exactitud y equidad, para calibrar la objetividad de la prensa cuando se habla en ella de personas de forma explícita o por alusiones. Comités ciudadanos para la defensa del derecho a la información. El ombudsman o defensor del pueblo en materia de información. Designación de personas dentro del organigrama empresarial con la función de criticar al medio informativo con los criterios de la ética profesional. Secciones especializadas en crítica de los medios informativos, con publicaciones bibliográficas sobre crítica deontológica. Publicación de revistas del periodismo en las que se abordan de forma sistemática y crítica los problemas deontológicos del medio. Auditorías éticas voluntarias.


         Una alarmante ola de libelos y denuncias contra la prensa americana ha dado lugar a reacciones en muchas directivas de empresas periodísticas. Como consecuencia de ello la Columbia Journalism Review reforzó las medidas de autocensura en las redacciones de los medios instituyendo los night lawyers o abogados de guardia. Juristas que ahora deambulan por los periódicos antes de que las rotativas se pongan en marcha para evitar de antemano previsibles querellas o escándalos.
 
  2. El "Ombudsman", los Consejos de Prensa y las  Auditorías
 
El ombudsman es el hombre que tramita, el representante o personero de los intereses del lector de la prensa. Es una figura típicamente sueca, pero que ha echado fuertes raíces en los Estados Unidos. En términos generales constituye una garantía contra las medidas opresoras y contra la mala administración dentro del sistema judicial y de la administración civil.
         Desde 1916 existe en Suecia el Comité de Deontología Periodística, la magistratura más antigua del mundo en su género. En 1969 surgió la figura del ombudsman de la prensa (PO), cuyo titular es designado por un comité especial compuesto por un ombudsman parlamentario y los presidentes del Colegio de Abogados de Suecia y del Comité de Deontología Periodística. Hasta la creación de esta figura del ombudsman las quejas por violación de la ética eran atendidas por el Comité de Deontología Periodística.
         El ombudsman de la prensa equivale al defensor del pueblo para los asuntos de la prensa. Cualquier persona afectada por los medios de comunicación puede recurrir al ombudsman cuando considere que no se han respetado sus derechos personales en noticias o comentarios de prensa. No tiene fuerza ni capacidad legal para imponer sanciones, pero ejerce una función de autocontrol moral muy eficaz por cuanto resulta muy bochornoso para los informadores el sentirse recriminados por sus faltas de honestidad informativa. La figura del ombudsman contribuye muy eficazmente a que la prensa se mantenga independiente frente a los gobiernos.


         Cabe destacar el hecho de que en Suecia las eventuales compensaciones morales o materiales a las que pudiera dar lugar la denuncia no recaen en ningún caso sobre el periodista inmediatamente responsable, sino sobre la dirección del periódico o responsable de la empresa informativa. Por chocante que pueda parecer, el periodista denunciado queda siempre impune bajo el pretexto de mantener a buen seguro el principio de libertad de expresión. En el contexto de la prensa norteamericana, la figura del ombudsman ha sido otra manera de restañar la pérdida de credibilidad en los periódicos, debido a la parcialidad, inexactitud y falta de equilibrio en la información. Y también por su falta de tacto con los sentimientos del público en materia de raza, religión y desgracias personales. Pero, sobre todo, por la autosuficiencia y arrogancia de directores y redactores de periódicos.
         La empresa informativa no puede permanecer insensible ante las quejas de su público. Por eso mismo los ombudsman tienen la función de ejercer la crítica interna, controlar la veracidad y honestidad informativa del medio, explicar al público cómo funciona así como trasladar las opiniones del lector, oyente o telespectador a la dirección del medio. Los ombudsman norteamericanos son personas privadas ajenas a la Administración pública, por lo general periodistas veteranos de periódicos importantes. Los consejos de prensa son organismos que pueden operar a nivel local, regional y nacional. Los consejos de prensa hacen pensar inmediatamente en el Press Council británico, creado en 1953 y posteriormente suprimido, para evitar las amenazas de una intervención legislativa sobre la prensa, conminada a autorreformarse.
Estos organismos son creados por la propia profesión periodística y no por el Estado. Los regímenes totalitarios se sirven siempre de organismos similares para controlar los media de formas intolerables. No resulta fácil la creación y mantenimiento de estos consejos. Su viabilidad sólo es posible en un contexto de libertades públicas reconocidas y garantizadas. Donde no existe ese contexto de libertad los consejos de prensa internos terminan convirtiéndose en mecanismos indeseables de control.
         Otra institución análoga a los consejos de prensa y al ombudsman la encontramos en las auditorías éticas. Sirven para establecer un diagnóstico ético previo sobre el nivel ético operativo en la empresa informativa. La auditoría vela sobre todo por el nivel de verdad existente en las informaciones difundidas. Su tema prioritario es la verdad informativa, sin cuya garantía cae por su base la razón de ser misma de la profesión periodística.     El diagnóstico ético o contabilidad de errores cometidos en la información, y que han de ser controlados por la auditoría, se refiere a los errores en torno al nombre, fechas, números, direcciones y otros datos objetivos sobre los cuales no puede haber mucho margen de discusión. Pero también al tono, a la distorsión, a las omisiones significativas, titulares incorrectos, citas mal hechas, etc., cuya evaluación plantea mayores problemas. Estas instituciones, creadas para reseñar las fisuras de credibilidad en los media, resultarán ineficaces si los informadores carecen del sentido de responsabilidad como personas y las empresas informativas evaden la suya propia bajo pretextos organizativos y económicos.
         También el público está obligado a colaborar en la calidad de la información, aprendiendo a participar en la empresa informativa y a leer con sentido exigente, comprensivo y crítico. Una política de información sin conciencia ética, tanto por parte de los periodistas o de las empresas informativas como del público, constituye la mayor amenaza para la auténtica libertad social, una de cuyas manifestaciones más nobles es la libertad racional de expresión a través de los media.
 
3. Nuevas iniciativas éticas en el campo de los MCS
 


Los años 1990 y 1991 fueron duros contra los MCS. La caída del muro de Berlín, la exhibición melodramática de los cadáveres del dictador comunista Ceaucescu y su mujer y la grotesca comedia informativa con ocasión de la guerra del Golfo Pérsico son algunos de los acontecimientos mundiales que suscitaron admiración e indignación al transmitir en directo las ejecuciones de los condenados a muerte, los suicidios y las prácticas abortivas. Son casos a los que el público no está todavía acostumbrado. Pero la idealización de lo peor en los MCS puede provocar la salida a la calle de los tanques de la censura con el riesgo de atropellar la más genuina e inocente libertad de expresión.
         Según estudios recientes, la falta de credibilidad en los MCS se está convirtiendo en escepticismo. No es que la gente pase de ellos. Al contrario, los usa cada vez más gente y con más frecuencia. Pero de una manera fatal como si fuera un agua que forzosamente hemos de beber a sabiendas de que nos la sirven contaminada. Por ello es voz común que tienen que instrumentalizarse normas efectivas de emergencia para reparar el desprestigio moral de los media. Los profesionales más lúcidos son conscientes de ello y en muchas partes se apresuran a crear ellos mismos esas normas de buena conducta, con el fin de evitar que se las dicten los gobiernos. En un estudio realizado en Francia se reconoce que los MCS se rigen casi exclusivamente por las leyes de mercado y que su prestigio moral disminuye sensiblemente. En consecuencia, para mejorar la imagen moral de los MCS, se han propuesto los criterios siguientes:
 
- Cualificación universitaria de los estudios periodísticos. Contra los inconvenientes del «carnet» de periodista recibido por razones ajenas a la profesión y los de las escuelas profesionales, que convierten a los informadores en funcionarios de determinadas personas o corporaciones, la Universidad tiene más posibilidades de ofrecer una cultura amplia, conocimientos más sólidos y una formación éticodeontológica más objetiva y liberada de presiones y arbitrariedades irracionales. Se piensa que las instituciones universitarias están en mejores condiciones para formar futuros informadores competentes, responsables y libres, que es la base moral de la fiabilidad y del respeto por parte del público.
 


- Centros de reflexión e investigación sobre los MCS. Es conveniente crear fondos económicos para facilitar la promoción de profesionales de los media que puedan dedicarse por largo tiempo, si es necesario, al estudio de los problemas morales de la actividad informativa sin ser movidos por intereses lucrativos de primera necesidad. Por ejemplo, para detectar y analizar las técnicas de manipulación contra cuyos daños el público se encuentra indefenso. O para evaluar con la más fría objetividad los efectos buenos o malos de la aplicación de los media, para hacer proposiciones y sugerencias bien fundadas en la realidad de los hechos al margen de otros intereses bastardos.
 
- Adopción voluntaria de algún código deontológico. Es el medio clásico por excelencia de autogestión moral de los MCS. Aunque sólo suelen ser recomendaciones de buena voluntad, su mera existencia sirve de presión moral y recuerda que hay criterios para discernir entre informadores responsables e irresponsables.
 
- Coloquios y encuentros complementarios. Los cursos de deontología de la información deben prolongarse fuera del ámbito universitario y deberían tener alguna repercusión en la prensa y en publicaciones regulares. En estos ambientes se habla con más espontaneidad y se aprecia mejor la correspondencia entre lo que se expone de forma académica y la realidad cotidiana de la vida profesional. De hecho existen ya revistas interesantes sobre temas deontológicos de los MCS, pero la filosofía de fondo en que se inspiran a veces deja todavía bastante que desear.
 
- Consejos de prensa locales. Me refiero a reuniones periódicas entre los responsables de los media, usuarios y periodistas de una determinada localidad. Por su carácter familiar, tales reuniones se prestan a la confidencialidad y al realismo amistoso en la manifestación de preocupaciones y aspiraciones. El conocimiento mutuo de las personas favorece la comprensión de los defectos inevitables y la corrección de los indeseables en un clima de amistad y solidaridad.
 


- Consejos de prensa, regionales y nacionales. Son organismos con un carácter más oficial y autodefensivo, que surgen como réplica a las eventuales amenazas por parte de las autoridades públicas. Entran en juego los sindicatos, los responsables financieros y los periodistas. Atienden a las quejas del público, pero raras veces imponen sanciones contra los presuntos culpables. Son útiles porque alertan a los irresponsables y defienden al sector contra la intervención de la justicia común en los asuntos internos de la profesión.
 
- Reforzamiento de la figura del «ombudsman» de la prensa. Como ya hemos dicho, su función principal consiste en recibir las quejas del público, estudiarlas y publicar sus conclusiones en los casos más relevantes. Se facilita así el acceso del público a los media y las quejas del público pueden ser un acicate de la responsabilidad. La imparcialidad del ombudsman suele resultar poco grata a los más irresponsables del sector.
 
- Comisión evaluadora de contenidos. Es la famosa shinsha‑shitu japonesa. Un equipo de periodistas se dedica a tiempo completo a escrutar diariamente el contenido de uno o varios periódicos con el fin de detectar las eventuales violaciones del código ético. Es el conocido control de calidad, que tan buenos resultados ha reportado a la economía nipona. Algo parecido se hace también en algunos periódicos norteamericanos con el nombre de «in‑house‑critic» o crítica interna.
 
- Creación de revistas especializadas en la crítica de los MCS. Ya existen bastantes revistas de esta naturaleza en diversas lenguas. El problema ahora está en el enfoque filosófico de las mismas y el concepto de ética en el que se inspiran. Por lo general abunda en ellas el descriptivismo de los problemas sin que falten artículos selectos en los que pueden encontrarse criterios de interpretación realmente valiosos. Estas revistas son muy útiles para mantener viva esa conciencia de responsabilidad tan auspiciada en el campo de la comunicación social.
 
- Crónicas y reportajes sobre los MCS. En estos informes se trata de responder al derecho que el público tiene a conocer cómo funcionan esos medios tan decisivos por su imponente influjo social y hasta en la vida privada de las personas.
 
- La corrección voluntaria de errores. La conciencia de poder puede convertirse en arrogancia. Nada más odioso para el público inteligente que la pretensión de infalibilidad por parte de los profesionales de la comunicación social. El reconocimiento de los errores cometidos, lejos de perjudicar al medio, favorece y potencia su credibilidad.


- Cuestionarios sobre exactitud y equidad. Se trata de formularios enviados a un grupo determinado de personas o al público en general solicitando que indiquen sinceramente lo que en su opinión consideran erróneo, así como las medidas que consideran más oportunas para remediarlo. Es un método poco usado y que el público valora muy positivamente.
 
- El consejo de un grupo reducido de lectores. Por ejemplo, organizando una tertulia o un almuerzo de trabajo. Los resultados de estos encuentros se publican después. Es un método intermedio entre los consejos de prensa locales y los sondeos generales de opinión.
 
- Sondeos de opinión. Es un método clásico para dar a conocer más que nada el volumen de lectores o de audiencia. La calidad informativa suele quedar relegada a un segundo plano, si es que es tratada. Actualmente se tiende a que los sondeos de opinión den más importancia a la calidad informativa, para lo cual se aconseja que los realicen personas imparciales no vinculadas al medio correspondiente por intereses personales. Uno de los peligros de estos sondeos es que se los confunda con la actividad publicitaria o propagandística.
 
- Cartas de los lectores y secciones de libre opinión. La mayoría de los periódicos publicados en contextos sociales democráticos dedican alguna página a las cartas de los lectores. Pero con frecuencia se aprecia una tendencia a seleccionar, recortar y excluir aquellas cartas en las que se expresan opiniones no favorables a la línea ideológica del periódico. Es una sección que se presta  a la manipulación y a la exclusión de textos alegando pretextos fáciles ante los cuales los autores de esas cartas y los potenciales lectores quedan elegantemente desarmados. Estos abusos demuestran también que la sección de cartas al director y de libre opinión, si se lleva bien, aumenta considerablemente el prestigio de cualquier medio informativo. En este campo la televisión está todavía muy retrasada.
 


- Tribunales internos de justicia. La creación de comités de arbitraje caseros es muy útile para resolver los conflictos éticos por la vía del diálogo entre las partes implicadas evitando la intervención de la justicia común. Por su parte, el público tiene la impresión de que sus quejas son eficaces y la profesión se ahorra el tener que habérselas con las autoridades públicas. Ninguna de estas medidas para mejorar la imagen moral de los MCS es nueva ni todas juntas son suficientes si falta la buena voluntad de los profesionales. Pero el solo hecho de recomendarlas, formando un todo deontológico por parte de algunos, revela que la conciencia de responsabilidad entre los profesionales de los MCS está viva y es preciso fortalecerla mediante un reconocimiento solidario y alentador.
 
4. Qué son los códigos deontológicos
 
Código, del latín “codex”, es un cuerpo de leyes y normas lógicamente estructurado. Hay códigos de la más diversa índole, desde el Código de la circulación al Código de Derecho Canónico, pasando por el civil, militar, penal, mercantil, etc. Código es también la recopilación de leyes y normas de alguna actividad gremial formando un todo homogéneo. Otras veces “código” equivale a la clave para descifrar fórmulas o mensajes secretos. O bien un sistema de signos y reglas destinados a la comprensión de algún mensaje. Actualmente se habla mucho del “código genético”, en el que está programada toda nuestra personalidad biológica. La clave para descifrar ese código está en los genes.
         Cuando hablamos de “códigos deontológicos de la comunicación” nos referimos al conjunto de principios, normas y preceptos concretos expuestos de forma lógica y sistematizada por iniciativa del propio sector informativo para orientar de la forma más correcta posible su trabajo habida cuenta de la complejidad del mismo como servicio al bien común. Se llaman “deontológicos” porque, como el mismo nombre indica, se refieren antes que nada a los deberes del profesional hacia su público. En nuestro caso, los destinatarios y receptores de la información. El informar por parte del informador es sobre todo un deber que responde al derecho del público a ser veraz y objetivamente informado.


 
5. Historia y desagravio de los códigos deontológicos del  periodismo
 
Para el objeto de este pequeño manual baste decir que desde 1960 a 1991 la carrera de los códigos deontológicos de los medios de comunicación fue un verdadero maratón. Raro era el día en que no de producía alguna novedad. Si no en el nacimiento de alguno nuevo, en la revisión de los ya existentes. Igualmente se ha incrementado la literatura deontológica en el sector de la comunicación. El desarrollo tecnológico provoca cada vez más problemas éticos y deontológicos. Pero, paradójicamente, la simpatía por tales códigos es al mismo tiempo cuestionada por bastantes profesionales y comentaristas. Se apela al sentido de responsabilidad que en ellos se proclama y se los tiene miedo al mismo tiempo.
         Sobre estos códigos ha habido y sigue habiendo recelos y malentendidos. Y no sin fundamento. En bastantes países el código de ética profesional de los periodistas viene a ser en la práctica una espada de Damocles contra la libertad de expresión y otras libertades públicas. Sin llegar a esos extremos, son vistos por muchos como una cortapisa a la libertad de acción de los informadores. Por otra parte están los que abogan por la inmunidad absoluta de cualquier infracción de la deontología profesional establecida y voluntariamente aceptada.
         La tendencia general es que en esos códigos se proclame el ideal máximo de perfección profesional, casi nunca alcanzable, y el ideal mínimo al que todo profesional responsable de la información se compromete a llegar. Pero en ningún caso bajo sanciones, lo que, a juicio de algunos, equivale a dejar abandonados los buenos propósitos expresados en los códigos a la más absoluta ineficacia práctica.


         Pienso que en teoría resulta fascinante pensar en unas normas éticas de conducta profesional sin ningún tipo de sanción en caso de infracción o incumplimiento voluntario. Pero la experiencia enseña que, dada nuestra condición humana, las normas de conducta profesional sin el respaldo de alguna proporcionada sanción resultan inútiles en la práctica. Hay profesionales de la información que lo quieren todo: la libertad de expresión sin límites y la impunidad garantizada en caso de delinquir, lo cual me parece poco razonable.
         El miedo fundado a que se comprometa la libertad de expresión es comprensible. Pero no es justo ni razonable eximir a los periodistas de eventuales y saludables sanciones cuando violen culpablemente las normas éticas de la profesión. Otra cosa es que esas sanciones o actos de justicia se lleven a cabo dentro del gremio o que las dicte la justicia común.
         Tal vez lo ideal sería que fuera el propio gremio el que juzgara en los casos ordinarios sobre estos asuntos. Pero en los casos más graves no creo que sea justo ni acertado pretender eximirse de la justicia común por el mero hecho de ser periodistas. Ni los códigos tienen que ser coartadas a la libertad de expresión ni deben establecerse normas éticas sin alguna coacción penal. Si además estas eventuales sanciones son correctamente autoimpuestas por la propia organización o empresa informativa, tanto mejor. Lo que no es justo pretender es una irresponsable impunidad cuando haya profesionales que defrauden las legítimas expectativas del público, que es quien debe tener la última palabra.


         A las precedentes aclaraciones cabe añadir la siguiente matización. La historia del periodismo demuestra que los códigos éticos, bien interpretados, han sido y siguen siendo muy útiles para salvar la buena imagen de la profesión, para llevar a buen puerto sus propios intereses, evitando la intervención perniciosa de las autoridades públicas de dudoso talante humanístico y liberal y contrarrestar la mala opinión crónica que se ha cernido siempre sobre la prensa y los MCS en general. Los expertos más razonables están de acuerdo sobre este tema. Otra cosa es la filosofía de fondo que suele inspirar la redacción de esos códigos. Pero esto es ya harina de otro costal, cuya calidad se percibe mejor por la praxis interpretativa de los mismos. Todos estamos de acuerdo en que sin libertad de expresión no tiene sentido hablar de información responsable. En lo que no estamos de acuerdo es en el concepto filosófico de libertad de expresión, el cual suele estar condicionado por situaciones culturales, políticas y personales muy diferentes.
 
6. Exégesis interpretativa de los códigos
 
Los problemas que se plantean en el ejercicio de la profesión informativa aconsejan la codificación de algunos principios de conducta específicos de la profesión. Los periodistas se equivocan muchas veces. Incluso van a la cárcel por delitos que no han cometido, mientras cometen otros impunemente. Es preciso aclarar de alguna manera la cuestión sobre sus presuntos derechos y libertades para evitar malentendidos y acusaciones injustas. La libertad de informar debe hermanarse con la responsabilidad ética, y es conveniente que sean los propios profesionales de la información los primeros interesados en proteger al público contra los errores voluntarios y toda suerte de manipulaciones en el trabajo informativo.
         Además de proteger a los ciudadanos contra las malas informaciones, los códigos deontológicos sirven para identificar al grupo profesional frente a su público. Para ello establecen reglas de comportamiento interno, evitando la competencia desleal, pero sin concesiones a los incompetentes o irresponsables. Muchos de esos códigos aparecen como reglas autoimpuestas y voluntariamente aceptadas por las organizaciones como normas profesionales propiamente dichas. Lo mismo da que aparezcan publicadas como códigos de honor, carta de integridad profesional o código de conducta. Otras veces nos hallamos ante enunciados de principios ético‑profesionales como directrices concretas para el trato de las noticias. Son reglas ofrecidas a la buena voluntad de los empleados de la información. Nos encontramos también con leyes especiales sobre los derechos y deberes profesionales en diversas constituciones nacionales en las que se regula el acceso a la información y la diseminación de la misma en determinados países o regiones. Tampoco hay que olvidar el autocontrol mediante códigos no escritos, pero sancionados por la costumbre. Los grandes tópicos éticos contenidos en los códigos deontológicos del periodismo pueden concentrarse en los siguientes:
         La verdad y la máxima objetividad posible. La libertad de información, de expresión y de opinión. La responsabilidad personal del informador. Compromiso y secreto profesional en relación con las fuentes de información y las informaciones confidenciales. Los derechos humanos y la salud moral. Inexactitud y rectificación. El prestigio profesional. Los mismos códigos destacan algunas virtudes morales por las que el gremio se hace acreedor de prestigio en la sociedad. Tales son, por ejemplo, la lealtad a la vocación, a la dignidad humana, al público y a la propia nación; la solidaridad entre los compañeros de la profesión; la moderación en las polémicas, así como en los enjuiciamientos de las personas, hechos y acontecimientos; la valentía en el ejercicio del derecho de informar sobre los hechos más importantes; la tolerancia humana, que facilita la convivencia respetuosa y pacífica; la responsabilidad intelectual y ética, que exige del periodista conocer y hablar de las cosas y de los acontecimientos evitando la frivolidad y la superficialidad; el espíritu de cooperación con los colegas y la creciente honradez para conquistarse la confianza del público y el respeto para la profesión.
         Los códigos ponen de manifiesto también algunas faltas graves, que deben ser evitadas por los profesionales de la información. El buen periodista debe abstenerse de recurrir a métodos moralmente ilícitos o malos para informarse. El principio moral según el cual el fin bueno no justifica el medio malo tiene plena aplicación en el terreno de la información. Los códigos condenan como faltas muy graves el soborno en todas sus formas posibles, desde el simple obsequio para publicar o callar algo hasta el montaje financiero para apoderarse de la prensa, así como la utilización de métodos ofensivos a la dignidad humana para obtener fotografías y toda clase de documentos.
         En este capítulo de condenas entran muchas formas de conducta sospechosa, desde el soborno hasta la falta de respeto a la vida privada y el recurso a las presiones morales y la violencia. Se condena también el intrusismo, sea dejando actuar bajo el nombre de periodistas a personas ajenas a la profesión, sea por parte de los mismos periodistas, que abusan de la profesión para inmiscuirse en la vida ajena. Una cosa está muy clara y es que todos estos códigos reconocen la existencia y la necesidad de la ética informativa sin la que el periodismo dejaría de ser un servicio social para convertirse en un veneno colectivo.
         Como denominador común de estos códigos cabe destacar las obligaciones deontológicas siguientes: servicio al bien común, respeto a la libertad propia y ajena, evitar el oportunismo y el soborno, guardar el secreto profesional, respetar la vida íntima, defender y divulgar la verdad como el supremo ideal del buen informador, sin caer en la manipulación; deshacer las dudas antes que publicarlas, ser responsables ante su propia conciencia y ante el derecho del público a conocer la verdad; evitar el plagio como hurto intelectual, dejar a un lado la falsa y pornográfica publicidad, evitar la competencia desleal con otros medios de comunicación o con los propios compañeros de trabajo. Por último, fomentar el buen nombre y el prestigio de la profesión respetando la ética de la información.
 
7. Los libros de estilo
 
Hablando de códigos es obligado recordar los libros de estilo. En la mayoría de ellos encontramos normas precisas sobre el uso del idioma, principios éticos y posiciones ideológicas. Todos los periódicos, a medida que se consolidan profesionalmente, se ven en la necesidad de redactar su propio libro de estilo.
         Los libros de estilo sirven para tecnificar y mejorar el uso del idioma, consolidar la ética profesional de los periodistas y expresar la ideología de la empresa informativa patrocinadora. Se trata de normas estilísticas, profesionales y éticas que sirven para definir la autonomía y competencia profesional de un periódico determinado o empresa informativa. Lo cual no significa que sea una mordaza interna para la creatividad literaria y la libertad de expresión de los periodistas.
         Paradójicamente todos se declaran independientes, neutrales y objetivos. Algunos de ellos no dudan en promulgar normas éticas que han de ser respetadas por los periodistas. Por ejemplo: objetividad, respeto a las personas, información desteñida de ideologías, responsabilidad, honestidad, exactitud, sinceridad, imparcialidad, sobriedad, buen gusto, no partidismo, no favoritismos, que hablen los hechos, dejar la ideología a la puerta de la redacción, no opinar, rechazar toda clase de presiones y regalos, no tener nada que ver con la publicidad ni con las relaciones públicas y no trabajar en las empresas sobre las que se informa. Para algunos, su único compromiso es defender la Constitución, o defender los derechos y libertades de los ciudadanos, no ser nunca juez y parte, no confundir la función de interpretar o con la de opinar.
         También es característico de los libros de estilo recomendar que se escriba con calma, reflexión y juiciosamente; no utilizar datos falsos; no excusar la falta de verificación; estar alerta a las opciones ideológicas sin perder la propia identidad. Aborrecimiento del plagio; la verdad por encima de todo y cuidado en diferenciar bien los hechos de los comentarios.
         En los libros de estilo reaparecen conceptos y tópicos éticos de los códigos deontológicos, pero con mayor énfasis y eficacia. Todo muy irónico. Baste pensar, por ejemplo, en lo del rechazo de la publicidad y la propaganda y en el hecho de que muchos periodistas ignoran por completo todas estas normas. En cualquier caso, cabe decir que los libros de estilo son considerados y respetados con más efectividad por los periodistas que los códigos deontológicos clásicos más conocidos.


 
 
CAPÍTULO III. LAS FUENTES DE LA DEONTOLOFÍA                              DE LA INFORMACION
 
La UNESCO y la IGLESIA son las dos superestructuras sociales que más se han preocupado de los problemas éticos de los mass media a las cuales se ha sumado últimamente la UE. Recordemos algunos de estos documentos emblemáticos.
 
1. Texto del Código de ética periodística de la UNESCO
 
Publicado en París el 20 de noviembre de 1983 dice así:
  
  "Principios básicos de la ética del periodismo: Las abajo firmantes, organizaciones internacionales y regionales de periodistas profesionales;
Subrayando el papel cada vez más importante que juegan la información y la comunicación en el mundo contemporáneo, tanto a nivel nacional como internacional, y la responsabilidad social creciente que reposan sobre los medios de comunicación y los periodistas;
Recordando la declaración de la UNESCO en 1978 sobre los principios fundamentales relativos a la contribución de los medios de comunicación al refuerzo de la paz y la comprensión internacional, a la promoción de los derechos del hombre y la lucha contra el racismo, el apartheid y la incitación a la guerra, así como otros muchos instrumentos de la comunidad internacional referidos a la promoción de las relaciones pacíficas y democráticas en el campo de la información y de la comunicación,
Acuerdan los siguientes principios de ética profesional del periodismo, principios propuestos inicialmente en la declaración de 1980 en México, en vistas a servir de fundamento internacional común y de fuente de inspiración para los códigos nacionales o regionales de ética que serán promovidos, de forma autónoma, por cada organización profesional, según las vías y medios más apropiados para sus miembros.
 
1) El derecho del pueblo a una información verdadera: El pueblo y las personas tienen el derecho a recibir una imagen objetiva de la realidad por medio de una información precisa y completa, y de expresarse libremente a través de los diversos medios de difusión de la cultura y la comunicación.
 
2) Adhesión del periodista a la realidad objetiva: La tarea primordial del periodista es la de servir el derecho a una información verídica y auténtica por la adhesión honesta a la realidad objetiva, situando conscientemente los hechos en su contexto adecuado, manifestando sus relaciones esenciales, sin que ello entrañe distorsiones, empleando toda la capacidad creativa profesional, a fin de que el público


reciba un material apropiado que le permita formarse una imagen precisa y coherente del mundo, donde el origen, naturaleza y esencia de los acontecimientos, procesos y situaciones sean comprendidos de la manera más objetiva posible.
 
3) La responsabilidad social del periodista: En el periodismo la información se entiende como un bien social, y no como un simple producto. Esto significa que el periodista comparte la responsabilidad de la información transmitida. El periodista es, por tanto, responsable no sólo frente a los que dominan los medios de comunicación, sino, en último análisis, frente al gran público, teniendo en cuenta la diversidad de los intereses sociales. La responsabilidad social del periodista requiere que éste actúe en todas las circunstancias en conformidad con su propia conciencia.
 
4) La integridad profesional del periodista: El papel social del periodista exige el que la profesión mantenga un alto nivel de integridad. Esto incluye el derecho del periodista a abstenerse de trabajar en contra de sus convicciones o de revelar sus fuentes de información, y también el derecho de participar en la toma de decisiones en los medios de comunicación en que está empleado. La integridad de la profesión prohíbe al periodista el aceptar cualquier forma de remuneración ilícita, directa o indirecta, y el promover intereses privados al bien común. El respeto a la propiedad intelectual, sobre todo absteniéndose de practicar el plagio, pertenece, por lo mismo, al comportamiento ético del periodista.
 
5) Acceso y participación del público: El carácter de la profesión exige, por otra parte, que el periodista favorezca el acceso del público a la información y la participación del público en los "medios", lo cual incluye la obligación de la corrección y del derecho de réplica.
 
6) Respeto a la vida privada y a la dignidad del hombre: El respeto del derecho de las personas a la vida privada y a la dignidad humana, en conformidad con las disposiciones del derecho internacional y nacional que conciernen a la protección de los derechos y a la reputación del otro, así como las leyes sobre la difamación , la calumnia, la injuria y la insinuación maliciosa, son parte integrante de las normas profesionales del periodista.
 
7) Respeto del interés público: Por lo mismo, las normas profesionales del periodista prescriben el respeto total a la comunidad nacional, a sus instituciones democráticas y a la moral pública.
 
8) Respeto a los valores universales y a la diversidad de culturas: El verdadero periodista defiende los valores universales del humanismo, en particular la paz, la democracia, los derechos del hombre, el progreso social y la libertad nacional, y respeta el carácter distintivo, el valor y la dignidad de cada cultura, así como el derecho de cada pueblo a escoger libremente y desarrollar sus sistemas político, social, económico o cultural. El periodista participa también activamente en las transformaciones sociales orientadas hacia una mejora democrática de la sociedad y contribuye, por el diálogo, a establecer un clima de confianza en las relaciones internacionales, de forma que favorezca en todo a la paz y la justicia, la distensión, el desarme y el desarrollo nacional. Incumbe al periodista, por ética profesional, el conocer las disposiciones existentes sobre este tema y que están contenidas en las convenciones internacionales, declaraciones y resoluciones.
 


9) La eliminación de la guerra y otras grandes plagas a las que la humanidad está confrontada: El compromiso ético por los valores universales del humanismo previene al periodista contra toda forma de apología o de incitación favorable a las guerras de agresión y la carrera armamentística, especialmente con armas nucleares, y a todas las otras formas de violencia, de odio o de discriminación, especialmente el racismo y el apartheid, y le incita a resistir a la opresión de los regímenes tiránicos, a extirpar el colonialismo y el neocolonialismo, así como a las otras grandes plagas que afligen a la humanidad, tales como la miseria, la malnutrición o la enfermedad. Haciéndolo así, el periodista puede contribuir a eliminar la ignorancia y la incomprensión entre los pueblos, a solidarizarlos en sus necesidades más urgentes, a fomentar el respeto de los derechos y de la dignidad de todas las naciones y de todos los hombres sin distinción de raza, sexo, lengua, nacionalidad, religión o convicciones filosóficas.                 
 
10) Promoción de un nuevo orden de la información y comunicación mundial: El periodista trabaja en el mundo contemporáneo en la perspectiva del establecimiento de unas relaciones internacionales nuevas en general y de un nuevo orden de la información en particular. Este nuevo orden, concebido en tanto que parte integrante del nuevo orden económico internacional, se dirige hacia la descolonización y la democratización en el campo de la información y de la comunicación, tanto en los planos nacionales como internacionales, sobre la base de la coexistencia pacífica entre los pueblos, en el respeto pleno de su identidad cultural. El periodista tiene el deber particular de promover esta democratización de las relaciones internacionales en el campo de la información, especialmente salvaguardando y animando las relaciones pacíficas y amistosas entre los pueblos y los Estados". 
 
      
2. Exégesis del contenido ético del documento
 
En el preámbulo se hace resaltar como motivo imperioso que ha dado lugar a este documento ético la impresionante influencia que ejercen los medios de comunicación en la vida contemporánea a escala mundial. De ahí la necesidad de tener en cuenta el grado de responsabilidad moral que incumbe a los profesionales de la información. Se aprecia una preocupación casi obsesiva por la cuestión de la paz mundial, de la que convierte a los periodistas en promotores activos. En esa preocupación por la paz social y rechazo de la guerra el documento refleja el nerviosismo de aquellos años sumidos en el síndrome de la eventual guerra nuclear entre el bloque comunista, manipulado por la entonces temida Unión Soviética, y el presunto mundo libre a las órdenes de las potencias occidentales dominadas por los Estados Unidos.
         Los redactores se propusieron ofrecer una base de principios comunes susceptibles de servir "de fuente de inspiración para los códigos nacionales o regionales de ética", que eventualmente pudieran surgir en los diversos países o naciones, y en sintonía obligada con los regímenes políticos de turno.
         Otra observación importante es que la comisión de trabajo que llevó a cabo la declaración de Méjico quiso que se evitara la denominación de Código de ética.  La comisión consideró más acertado presentar el texto como un base de PRINCIPIOS, reservando la denominación de código para los documentos deontológicos de carácter nacional o regional en los que no podrán ser pasadas por alto las condiciones o situaciones sociopolíticas respectivas. Esto significa que, según el espíritu del texto, más que preceptuar se trata de guiar u orientar con corrección ética la gestación de los documentos deontológicos que surgirán en los diversos países en el campo de la información periodística.
         En el principio primero proclama el derecho del pueblo y de las personas a recibir una información verídica  o verdadera. Pienso que rigurosamente hablando sería más correcto poner a las personas en primer lugar. El derecho del pueblo o de la sociedad se dice por analogía con el derecho de las personas concretas, que so la verdadera fuente primaria de todo derecho. En el caso presente, del derecho natural que todo hombre tiene a conocer la verdad como objeto propio de la inteligencia. La inversión del orden de los sujetos del derecho es característica de estos documentos surgidos en el contexto de las Naciones Unidas, en los que aparecen superpuestas la mentalidad personalista y la colectivista, con predominio de esta última, que era a la que se atenían los comentarista de los antiguos países del telón de acero con el fin de adaptarlo todo a su peculiar modo colectivista y gregario de tratar los asuntos humanos.
         Hecha esta aclaración digamos que se trata aquí del sujeto pasivo propio de la información y no del activo, que es el periodista o informador. Primero se afirma que el sujeto pasivo es el pueblo. Pero en el desarrollo del enunciado se nos dice que también son sujeto pasivo las personas. Hablar del sujeto propio pasivo de la información equivale a la cuestión sobre el destinatario de la misma o sujeto social, ya sea individual, grupal o corporativo. El sujeto activo puede ser también individual o grupal. Es el llamado sujeto técnico profesional y sujeto técnico institucional respectivamente.
         Llevando la cuestión de los sujetos de la información a una reflexión más profunda, debemos decir que la persona humana es el sujeto sustentador de la información y el pueblo o la sociedad el sujeto próximo o destinatario inmediato. Así vistas las cosas se consigue superar la superposición artificial de las mentalidades personalista y colectivista con lo cual se evita el riesgo de caer tanto en el despotismo socialista como en el libertinaje liberal en materia de información. El servicio al bien común y a los intereses de la sociedad no puede efectuarse atropellando los derechos inviolables de las personas físicas. Igualmente el respeto a los particulares no debe ser excusa para atropellar los intereses de nuestros semejantes. Este equilibrio aparece como un desideratum implícito en todos los códigos éticos del periodismo de inspiración no marxista. Pero el documento que nos ocupa es hijo de su tiempo, cuando la ideología marxista estaba en pleno apogeo, y de ahí que aparezcan estratégicamente superpuestas la concepción personalista y colectivista.
         El principio segundo es muy importante porque, como puntualiza Kaarle Nordenstreng, convierte al periodista en el ejecutivo práctico que materializa el derecho del pueblo a recibir una información verdaderamente objetiva. Es decir, pegada a la realidad de los hechos y de los acontecimientos. El concepto de objetividad aplicado aquí a la información está lejos de la creencia ingenua en la capacidad absoluta de saberlo todo. Pero tampoco es compatible con el escepticismo epistemológico, que propugna la objetividad imposible en un mundo en el que todo es relativo. Rechaza igualmente la idea de que algo sea objetivo por el mero hecho de ser impuesto por autoridades políticas o creencias religiosas sin ningún tipo de constatación con la realidad pura y simple de la vida y de las cosas. El concepto de objetividad recomendado en este documento a los periodistas coincide prácticamente con el preceptuado por la célebre comisión Hutchins cuando insiste en la necesidad de situar las cosas y los acontecimientos en sus propios contextos reales. La verdad objetiva se mantiene como ideal supremo del buen informador. Se rechaza el escepticismo filosófico frente a la posibilidad de conocer y comunicar la verdad como reflejo de la realidad, pero sin caer en el utopía ingenua. No aparece el término manipulación, pero utiliza el equivalente, que es distorsión. No pone de relieve suficientemente la distinción entre hechos, informaciones y opiniones, pero admite la compatibilidad de la objetividad más severa con la libertad creativa más generosa. Destacando la capacidad creativa del informador sale al paso del mecanicismo informativo. La verdadera información debe ser humana. Es decir, no reducirse a una mera transmisión mecánica de información, sino que debe realizarse utilizando oportunamente los géneros literarios más aptos para reflejar al máximo posible la realidad objetiva. El documento supone que un mínimo de objetividad es indispensable para justificar éticamente los actos informativos.
 


         La consecuencia inmediata de esto es que el decir la verdad objetivamente, como reflejo de la realidad pura y limpia de manipulaciones arbitrarias, constituye el ideal supremo al que un periodista auténtico no debe renunciar nunca, al menos como guía interior de su trabajo informativo. Por lo mismo, toda deformación deliberada de la verdad, a la que la sociedad razonablemente tenga derecho a conocer, constituye una inmoralidad profesional. El periodista tiene que adherirse a la realidad objetiva. Es decir, debe informar objetivamente en la medida de sus fuerzas evitando cualquier forma de distorsión o manipulación arbitraria o tendenciosa. Un mínimo de verdad es indispensable para justificar una información y el periodista no puede honestamente claudicar de ella escudándose en teorías filosóficas radicalmente escépticas en materia de conocimiento.
         La función social de la información periodística es exigida de modo especial en el principio tercero. El documento hace suyos una serie de valores ético-sociales especialmente de la cultura occidental. Por ejemplo, la fiabilidad informativa, la cláusula de conciencia, el rechazo de los sobornos, el derecho de réplica y otros similares. Son aspectos éticos recogidos de otros documentos deontológicos ya existentes a nivel nacional y regional, a los que se añaden matizaciones nuevas con vistas al fomento de un nuevo orden internacional de la información. Desde esta nueva perspectiva en el principio tercero se afirma tajantemente que la información debe ser entendida como un bien social y no como una mercancía o mero producto mercantil. O lo que es igual, la información no debe ser entendida como mera mercancía u objeto de transacción, sino como un bien humano, el cual se decanta al conformar la información con la propia conciencia, como regla próxima de conducta, y con el bien del mayor número de personas como criterio objetivo final.
         La responsabilidad informativa en cuestión no está referida a un concepto de sociedad abstracto. La sociedad a la que se presta el servicio informativo son grupos humanos concretos frecuentemente en conflicto en razón de los diversos intereses sociales, económicos y políticos que los periodistas deben respetar. Responsabilidad en relación con los intereses sociales o humanos en general, pero sin olvidar los de las instituciones administrativas y empresariales sin las cuales resulta prácticamente imposible la prestación de un servicio informativo adecuado a las necesidades de la sociedad contemporánea. La información social hoy en día pasa irremediablemente por la organización empresarial y los informadores tienen que aprender a estar dentro del engranaje como en su ambiente natural. En cualquier caso el enfoque radicalmente humanista de su trabajo debe guiar de tal manera al informador que se sienta suficientemente liberado de presiones ideológicas, políticas y económicas  para poder ofrecer un servicio de información lo más objetivo y respetuoso posible con las instituciones sociales públicas y las personas privadas. La apelación a la conciencia del periodista, para resolver correctamente las situaciones creadas por los conflictos de intereses, presupone una adecuada formación ética del mismo. No es razonable pensar que las decisiones en los casos conflictivos hayan de tomarlas los periodistas con mala conciencia ética.
         El principio cuarto es el más denso en contenido deontológico. En realidad es una síntesis de principios éticos y deontológicos que aparecen en la mayoría de los códigos existentes. Sin embargo, hay que hacer una aclaración. El concepto de integridad en esos códigos es mucho más restringido. La integridad en ellos se refiere al soborno. El periodista íntegro es el que no se deja sobornar con dinero contante y sonante, con promesas o favores de índole diversa, para que diga u oculte algo. En el texto de la UNESCO, en cambio, el concepto de integridad se toma en sentido muy amplio.
         La integridad del periodista comprende los derechos y obligaciones siguientes: Derecho a abstenerse de trabajar en contra de sus convicciones, de revelar sus fuentes de información y de participación en la toma de decisiones en los medios de comunicación en los que trabaja. En sentido negativo se le prohíbe aceptar remuneraciones ilícitas de forma directa o indirecta, promover intereses privados contrarios al bien común al tiempo que se le pide respeto a la propiedad intelectual y abstenerse del plagio. Son las cuestiones que en los diversos códigos existentes son tratadas bajo los tópicos : cláusula de conciencia, secreto profesional del periodista, participación en la empresa informativa, soborno, primacía del bien común, derechos de autor, hurto intelectual y respeto a las fuentes. Estos tópicos constituyen de por sí todo un programa de cuestiones deontológicas de la información, las cuales son susceptibles de trato ético y jurídico al mismo tiempo.
         El principio quinto afirma el derecho del público destinatario de la información a participar en la gestión de los media. Los redactores del texto estaban pensando en la conveniencia de contrarrestar los monopolios o concentración de los medios informativos. Para ello nada mejor que anteponer la participación democrática del público en el proceso informativo y la primacía del profesionalismo. En este contexto de participación y profesionalismo versus monopolios cabe hablar del ombusman o defensor del pueblo frente a los eventuales abusos de la prensa. En el mismo contexto se inscriben las cuestiones relativas a la rectificación y el derecho de réplica. Los buenos informadores no deben tener miedo a que el público intervenga razonablemente en el proceso informativo y en la mecánica de los media. Esta proporcionada y razonable intervención no debería perjudicar a nadie y beneficiar a todos.
         El principio sexto es una apología de la intimidad, de la dignidad humana y de la propia imagen. El respeto a la vida privada y a la dignidad de la persona humana debe formar parte de las normas profesionales del periodista responsable. En consecuencia, se condena la difamación, la calumnia, la injuria y la insinuación maliciosa. Son tópicos comunes a todos los códigos éticos del periodismo, que se enuncian sin explicar el significado concreto de los mismos. Se supone que son definidos por los expertos de la ética y que los periodistas asumen el compromiso de ponerlos en práctica de buena gana. Por lo demás, ese compromiso moral debe contar con el respaldo efectivo del derecho internacional.
         La cuestión sobre el respeto a la intimidad y a la vida privada en el ejercicio de la información se plantea ética y jurídicamente con verdadero patetismo en la sociedad actual. Sobre todo teniendo en cuenta la existencia de medios cada vez más sofisticados para detectar y controlar la vida ajena. Está en juego también el derecho a la propia imagen moral de cada uno de nosotros, que no ha de ser socavada ni con el desprestigio programado ni por las injerencias injustas en la vida de los demás.
         El principio séptimo es breve, pero tajante. La atención del periodista debe centrarse en los asuntos del bien común o de carácter público y no en la vida privada de las personas o intereses particulares. Las normas profesionales del buen periodismo exigen respeto incondicional a la comunidad en general, a las instituciones democráticas y a la moral pública. Se trata de un servicio al público no exento de ejemplaridad y sacrificio. El renunciar a los intereses particulares para servir exclusivamente a los comunitarios no siempre es cosa fácil en la práctica. Lo mismo puede decirse del respeto a las instituciones democráticas, sobre todo cuando son injustas o corruptas. El texto de la UNESCO quiere ser democrático a ultranza, pero el mismo término democracia es ambiguo y se presta a abusos flagrantes. Cuando se redactó este documento los ideólogos del entonces pujante bloque marxista utilizaban el término democracia con la misma ligereza y descaro que sus homólogos del llamado "mundo libre". Y la mayoría de los periodistas tenía que seguir la corriente de los ideólogos políticos. Muchas veces los mismos periodistas se comportaban más como ideólogos políticos que como auténticos informadores.
         El verdadero periodista, según el principio octavo, no puede permanecer neutral frente a los valores morales universales, cuya existencia es obvia en medio de la diversidad de culturas. El documento hace un recuento de los que llama valores universales del humanismo, a los que el buen periodista debe ser leal. Menciona explícitamente: la paz social, que es una preocupación constante de los redactores del documento; la democracia, los derechos del hombre, el progreso social y la liberación nacional. En función de estas aspiraciones universales el periodista debe comportarse como agente del diálogo, de la paz, de la justicia social, de la distensión, del desarme y del desarrollo nacional.
         Rigurosamente hablando esta enumeración de valores humanos, que todo periodista debe respetar y promocionar, es bastante defectuosa. Pero excusable por el momento histórico en que el texto fue redactado y los condicionamientos políticos e ideológicos de los redactores. De todos modos, se reconoce que tales valores humanos universales existen y que deben ser respetados por los profesionales de la información, lo cual no es poco. Por razones éticas se considera a los periodistas obligados a conocer los códigos deontológicos del periodismo y el derecho internacional respectivo. Para nada sirven los principios éticos si no se los pone en práctica. De esta eficacia se encarga el derecho.
         Pero hay que precaverse contra un derecho sin sabia ética. Los periodistas, según el texto que comentamos, deben creer en los valores universales del humanismo y contribuir activamente a su desarrollo. Para ello han de estar imbuidos de un sentido ético auténtico y realista de la justicia. Se llega así a un punto en el que la ética y el derecho se entrecruzan en una síntesis harmoniosa, que tiene como resultado la formación integral del periodista competente y responsable que la sociedad necesita.
         El carácter moral del documento en cuestión se acentúa aún más en el principio noveno. El compromiso ético del periodista con los valores universales del humanismo le exige que se oponga abiertamente a toda forma de apología o de incitación a la guerra de agresión y a la carrera armanentística, especialmente nuclear, así como a otras formas de de violencia, de odio y discriminación racial. Los periodistas habrán de oponerse también a la opresión de los regímenes tiránicos, al colonialismo, al neocolonialismo, a la miseria, la malnutrición y las enfermedades. Haciéndolo así, los periodistas contribuirán eficazmente a la creación de un mundo nuevo más justo y humano. Este apartado se presta a no pocas dificultades de interpretación. Por la época en que el texto fue redactado, no era difícil identificar a esos regímenes tiránicos en los países del Tercer Mundo y del bloque circundado por el derribado telón de acero. Actualmente las cosas se han complicado mucho y los regímenes tiránicos denunciados se encuentran también entre los regímenes democráticos vigentes.
         Otra dificultad grande es la que surge cuando los periodistas toman partido contra una presunta injusticia social. ¿Cómo compaginar la beligerancia con la información objetiva e imparcial? Por otra parte, ¿cómo justificar la pasividad ante injusticias obvias bajo el pretexto de neutralidad informativa? El informador es un ser humano de carne y hueso con convicciones y sentimientos personales, que tampoco pueden ser traicionados. Tal vez habría que analizar más a fondo el significado que se quiere atribuir al concepto democracia reduciendo lo más posible su alta carga de ambigüedad y falacia semántica. Si interpretamos el significado de estos principios en clave política estamos perdidos. Habría que optar por la opción del dialogo humanista en clave radicalmente ética y reflexiva constantemente insinuada en el documento.
         El "humus" redaccional del texto en cuestión apuesta por el profesionalismo tradicional a ultranza, en el que el reconocimiento de ciertos valores universales constituye la piedra angular de la deontología periodística. El periodista responsable está condicionado por el respeto a esos valores y también por ciertos intereses sociales explícitos en el documento. Son los puntos de referencia para abordar una auténtica valoración crítica de la profesión informativa.
         Los profesionales de la información marcados por la libertad como objetivo supremo no tienen por qué temer. Esos valores referenciales condicionantes son objetivos, universalmente reconocidos por los diversos sistemas políticos y culturales y nada sospechosos de arbitrariedad para la comunidad internacional. Los conceptos de paz y guerra, democracia y tiranía, liberación nacional y colonialismo, por ejemplo, no significan meros slóganes políticos dependientes de interpretaciones inspiradas en intereses estratégicos. El significado real de esos conceptos es el que está definido en el derecho internacional. Por supuesto que se prestan a interpretaciones subjetivas y tendenciosas desde actitudes políticas y culturales determinadas. Esto es inevitable. Pero ello no justifica el escepticismo radical que tiende a negar la validez ética universal de esos valores. Su ignorancia no afecta a la validez objetiva de los mismos. Lo que al periodista se le exige es que se comprometa con esos valores que constituyen la base del derecho y de la convivencia internacional.
         En el principio décimo y último se apunta a la creación de un nuevo orden informativo internacional basado en un nuevo orden también de los sistemas económicos. Las diferencias económicas han generado un desequilibrio patente en el campo de la información internacional. Los grandes monopolios mundiales han contribuido de forma determinante al desarrollo de la información en una parte del mundo a costa del subdesarrollo crónico en muchos países, sobre todo del Tercer Mundo. Las noticias sobre determinados países son elaboradas e interpretadas  fuera de sus fronteras y desde contextos culturales diferentes. Además, se informa más de lo ajeno que de lo propio. Los entramados de la comunicación moderna son muy costosos y de ahí que los países más ricos ejerzan un monopolio indiscutible en el terreno de la comunicación internacional.
         Cabe destacar dos aspectos muy importantes de este documento. Me refiero al reconocimiento explícito de valores éticos universales, con los que el buen profesional de la información debe comprometerse y al rechazo sincero del escepticismo frente a la posibilidad de conocer la verdad objetiva, para comunicarla a los demás. Esta opción radical por los fundamentos del humanismo universal, como piedra angular del "status" profesional de los informadores, tiene un significado especial habida cuenta del escepticismo generalizado frente a los valores morales objetivos y a la posibilidad misma de alcanzar un grado suficiente de verdad fiable. 
 
3. Deontología de los media en el Magisterio de la Iglesia
 


Los códigos deontológicos actuales no hacen referencia explícita al Magisterio de la Iglesia sobre la materia. Implícitamente es reconocido cuando recomiendan respeto a las instituciones sociales fundamentales, a la libertad religiosa y de expresión, a la moral, dignidad humana y a los sentimientos religiosos del pueblo. La ética periodística actual de inspiración cristiana reconoce todos los principios y recomendaciones de ley natural en que suelen inspirarse los códigos y recuerda algunas obligaciones específicas, de las que se ocupa el periodismo especializado. De hecho, la mayoría de los códigos actuales occidentales existentes son de cuño cristiano, aunque con frecuencia son adulterados en la práctica por la influencia del espíritu todavía vigente de la revolución francesa y el pragmatismo consumista de la posmodernidad.
Actualmente la Iglesia busca más presencia activa en los medios. Los  recelos de la Iglesia hacia los medios de comunicación social están bien fundados y prácticamente son los mismos que los de las demás instituciones públicas concernidas. Es interesante tener presente que en la actualidad las críticas más negativas provienen de los propios profesionales de la información o de los gobiernos y no de la Iglesia.
         La Iglesia jerárquica tiende a sugerir orientaciones éticas profesionales altamente razonables y comprensivas y a participar más directamente en el sector de los multimedia. Frente a la influencia «diabólica» de los media, denunciada por los propios expertos de la comunicación, la Iglesia prefiere hablar de pastoral y teología de los medios de comunicación social. La prontitud con que las instituciones eclesiales  se han embarcado en el ciberespacio desafiando sus riesgos es un hecho altamente significativo así como el lugar que los estudios de ciencias de la información ocupan actualmente en los programas de teología pastoral.
         Como etapas históricas de la ética de la información en el Magisterio de la Iglesia cabe destacar las siguientes:
 
a)  Período de confrontación
 
Desde 1766 a 1918 la Iglesia jerárquica se vio obligada a defenderse del acoso de la prensa. Predominó la idea de que la prensa estaba manejada por los «enemigos de la Iglesia». Lo cual es hasta cierto punto comprensible a la luz de la historia negra del periodismo, con su mala reputación de origen y el uso que se pretendió hacer de ella como instrumento de poder. Clemente XII, en su encíclica Christianae reipublicae salus, del 25 de noviembre de 1766, no dudó en hablar de una peste de libros en auge contra los fundamentos de la religión cristiana. El Pontífice adoptó un tono alarmante sobre el contenido doctrinal y moral de esos libros, contra los que había que proteger al pueblo cristiano.
         Pío VI fue todavía más lejos llegando a calificar la libertad de prensa como un derecho monstruoso en el sentido en que la interpretaban los teóricos de la Ilustración, los cuales consideraban moral la publicación impune de cualquier cosa en materia de religión. Esta denuncia la hizo en una alocución dirigida a la Asamblea Nacional de Francia con ocasión de la constitución civil del clero. La misma actitud defensiva aparece reflejada en la alocución Diu satis (15‑5‑1800) y en la carta apostólica Post tam diuturnas, de Pío VII (28‑5‑1814).
         En la encíclica Mirari vos, de Gregorio XVI (15‑8‑1832) se aprecia un detalle interesante. El Pontífice es más explícito denunciando a la libertad de prensa como responsable de un creciente indiferentismo beligerante hacia la fe cristiana. Y en la carta Inter gravissimas (8‑6‑1845) denuncia una contradicción flagrante. Las autoridades civiles italianas habían prohibido a ciertos sacerdotes predicar en público. ¿Dónde está, pues, la libertad de expresión tan cacareada? Al parecer, la libertad de expresión se entendía sólo para atacar a la Iglesia.
         Los malentendidos entre la prensa y las autoridades eclesiásticas llegaron al colmo cuando empezaron a difundirse traducciones de la Biblia. Ahora es Pío IX quien sale al paso con la encíclica Nostris et nobiscum (8‑12‑1849). Ya no bastaba hacer uso depravado de la difusión de todo tipo de libros, sino que se atrevían a traducir y difundir la Biblia al margen de las normas de la Iglesia, con profundas alteraciones del texto. Esos textos alterados eran después recomendados al pueblo bajo falsos pretextos religiosos. La incomprensión entre la jerarquía eclesiástica y los cánones de la mal llamada «modernidad» no mejoró nada con la aparición de la encíclica Quanta cura (8‑12‑1864), popularmente conocida por el Syllabus.


         Pío IX, en lugar de abrir un diálogo directo con los promotores del pensamiento «modernista», optó por el estilo de denuncia. La acusación de fondo es siempre la misma: la libertad de imprimir libros sin ningún tipo de control y la difusión periodística contribuirían al aumento del indiferentismo y a la corrupción moral y espiritual del pueblo.
b) León XIII y el inicio de una nueva era.
         León XIII se encontró con una situación de hecho: la prensa diaria difundía sin escrúpulos ideas preocupantes, inspiradas en el comunismo naciente, el nihilismo filosófico y la anarquía social. La prensa se había convertido en un poder impresionante, al cual habría que responder con una prensa seria y responsable. Había llegado el momento de abandonar las lamentaciones y de crear una prensa de calidad como la mejor respuesta a los abusos de la prensa anarquista y masónica.
         Sin abandonar las cautelas frente a una libertad de imprimir y de expresión irresponsable, León XIII significó un cambio de actitud muy importante. Su sensibilidad por los problemas sociales de la época le llevó a una posición más comprensiva hacia la libertad de expresión, incluidos sus innegables abusos. La encíclica Etsi nos (15‑12‑1882) es muy significativa. La tesis de fondo es la siguiente: Si la libertad de prensa y de expresión puede y de hecho hace daño a los hombres en manos de gente irresponsable, ¿por qué no hacer algo los cristianos para coger al toro por los cuernos y poner en práctica esas libertades públicas al servicio de causas nobles? Esta sutil sugerencia terminó fue materializada en el proyecto de crear una prensa católica, objetiva y responsable como la mejor respuesta al mal uso que hasta entonces se había hecho de la imprenta. El desarrollo de esta idea puede seguirse a través de la encíclica Immortale Dei (1‑11‑1885), la carta Inter graves, al Episcopado peruano (1‑4‑1894), y el dossier «Léon XIII et la presse», en la Documentation Catholique (1933, 251‑268).


         En 1888, León XIII, con la experiencia de diez años de pontificado, abordó directamente el tema de la libertad en la encíclica Libertas praestantissimum. Habla expresamente de la libertad de culto, de conciencia, enseñanza y prensa. Toda libertad tiene sus limitaciones, pero hay muchas cuestiones discutibles y sobre las que debe existir la posibilidad de discutir y formarse cada uno su propia opinión y poderla expresar. La naturaleza racional del hombre no tiene nada en contra de ese tipo de libertad. Lo que no puede aceptarse es que dicha libertad sea utilizada para sacrificar la verdad. Es una libertad, por el contrario, que nos lleva a la búsqueda de la verdad para darla a conocer a los demás.
 
Pío IX puso mucho énfasis en la descripción de abusos. León XIII, en cambio, se fijó más en los valores positivos de la libertad de impresión y de expresión. Significa un sí rotundo a la libertad y un rechazo de la licencia y la irresponsabilidad.
         En 1909 apareció un decreto del cardenal Gasparri señalando normas disciplinarias sobre la asistencia de eclesiásticos al cine. Es el primer texto romano sobre el cine, y se limita a recomendar a los eclesiásticos que eviten su presencia en los cines públicos de Roma. Con Pío X (1903‑1914), la prensa católica es maltratada descaradamente en Portugal y en Brasil, y está condicionada por el movimiento conocido como el «modernismo». Muy característico de este tiempo fue la censura antimodernista. Los escritos de los eclesiásticos debían pasar todos por la censura de los obispos o de los superiores mayores religiosos y también las publicaciones de los católicos laicos en general cuando se trataba de asuntos religiosos.
         Entre las directrices deontológicas cabe destacar las de no sembrar entre los pobres el odio hacia los ricos, respetar la religiosidad y piedad del pueblo y manifestar una actitud hacia la Iglesia preferentemente conservadora. Esta postura sólo puede ser debidamente enjuiciada con perspectiva histórica teniendo en cuenta que se estaba fraguando la primera guerra mundial y el marxismo cosechaba cada vez más éxitos.


         Según una carta de Pío X a François Veuillot (22‑10‑1913), el asunto de la prensa preocupaba a las autoridades eclesiásticas mucho más que el cine. Se apunta a la formación de informadores cristianos, aunque todavía con criterios estrechos, como se reflejaba en los cánones 1.384 y 1.386 del antiguo Codex de Derecho Canónico de 1917. En la antigua disciplina prevaleció la censura previa para todas las publicaciones de carácter religioso, tanto para escritores eclesiásticos como laicos. Incluso se pedía a estos últimos que no colaboraran sin previa autorización del obispo del lugar en publicaciones que atacan a la religión.
 
c) Tiempos de reconciliación
   
 A pesar de la censura previa prescrita en el Codex de 1917, el pontificado de Benedicto XV significó un notable impulso de la prensa como medio de comprensión y reconciliación. Terminada la primera guerra mundial, la jerarquía eclesiástica comprendió que había que llegar a algún tipo de armisticio con los MCS en auge imparable. Había que favorecer por todos los medios disponibles el entendimiento entre los hombres y los pueblos. Los libros siguen siendo considerados con cautela, el cine no logra todavía ganarse la simpatía de los intelectuales, pero la radio empieza a imponerse como un medio de comunicación social nada despreciable. Los periodistas son ahora tratados como actores de la pacificación tras la contienda. A los periodistas católicos se les recomienda que no se aparten del Magisterio de la Iglesia, pero que sigan con una sana libertad las cuestiones discutibles, evitando las injurias, las sospechas y desconfianzas infundadas. En este nuevo contexto aparece la Sociedad de San Pablo, para la promoción del libro católico, y la Obra de la Buena Prensa, con el aplauso y estímulo pontificio.
 
d) Interés creciente por los media
 
Durante el período 1919‑1921, el Magisterio de la Iglesia se concentró en el tema de la paz, tras la contienda mundial, y el lenguaje combativo contra los «enemigos de la religión» pasa a segundo plano. Además, se empiezan a tener más en cuenta los aspectos positivos de un auspiciado periodismo responsable. El cardenal Maurin, en su pastoral de Cuaresma (25‑2‑1919), habló del papel decisivo de una buena prensa para llegar por el camino de la verdad a la meta de la paz social. También el arzobispo de Lyon trató de movilizar en este sentido a los laicos de su diócesis como respuesta a la voluntad de la Santa Sede, apostando por una prensa objetiva y responsable. La buena prensa sigue siendo marginal, pero va ganando simpatía.


         No ocurre lo mismo con los libros y otros media de gran difusión pública. A la moda de los malos libros se suma ahora la baja calidad ética del cine. A juicio del arzobispo Cambrai (21‑12‑1919), se impone la necesidad de apostar por la literatura y el cine de calidad como alternativa a lo que se impone como moda. El obispo de Viviers, Bunnel, dijo (el 9‑1‑1920) que había que pasar a la ofensiva. La buena prensa es considerada por el prelado francés como un arma contraofensiva manejada por las escuelas y patronatos católicos.
         En 1920 un centenar de prelados norteamericanos publicaron una carta colectiva de gran interés. Su estilo es más suave y constructivo que el de sus colegas europeos. El texto de la carta es apologético y de combate abierto contra los defectos de los media. Pero resaltan más sus aspectos positivos como medio eficaz para difundir el pensamiento de la Iglesia. La prensa es vista como una tribuna irrenunciable para los escritores y periodistas católicos.
 
         El 23 de mayo de 1920 Benedicto XV publicó su encíclica Pacem. No era el momento para hablar de los media. La guerra había impuesto la necesidad de hablar de la paz, de cuya causa no podían inhibirse los profesionales de la información. Es un documento pacificador y profundo, en el que los escritores católicos, los redactores de periódicos y revistas son invitados a trabajar ahora como elegidos de Dios para esa noble empresa de la «restauración de la paz cristiana». Por su parte, el obispo de Lille, Charost, publicó una pastoral en 1920 denunciando irónicamente el silencio y la oscuridad de los cines. En su opinión, las salas de cine eran un lugar propicio para proyectar el oscurantismo antirreligioso. El documento pone especial énfasis en los presuntos efectos negativos del cine en el espectador.
 
         Durante los años 1922‑1926 predominó la polémica en torno a la «buena» y «mala» prensa. Los obispos franceses especialmente constataron que el interés por la prensa católica entre los mismos católicos era menor que por la prensa llamada «neutra». Pero la neutralidad de información es prácticamente imposible y de ahí su peligro. Por otra parte la «buena prensa» no debería limitarse a cuestiones específicamente cristianas. Debe estar abierta a temas de interés universal sin olvidar la promoción de una formación cívica y cultural.


         En el XXII Congreso General de la Buena Prensa, de 1922, el obispo de Limoges, Flocard, habló de cuatro tipos de periódicos y sostuvo que la prensa neutra no era buena prensa. Calificó de periódicos «malos» a todos aquellos que atacaban a la religión, a sus enseñanzas y a sus personas representativas. Suponía irónicamente que los católicos avisados no leerían ese tipo de periódicos. Los periódicos «neutros» eran aquellos que hacían deliberadamente el vacío del silencio a la religión, cuyos asuntos no eran considerados dignos de trato periodístico. Habló también de periódicos complacientes y simpatizantes, los cuales, manteniendo una prudente distancia de los periódicos católicos, no dudaban en apoyar a éstos en los momentos más críticos. Pero se advierte que estos periódicos más independientes y los católicos eran los que contaban con menor número de lectores. El celoso obispo pidió a los periodistas católicos que combatieran al diablo de la propaganda anticatólica con las mismas armas del periodismo.
         De Pío XI (1922‑1939) puede decirse que «canonizó» la prensa. Esta triunfaba en el mundo como habían triunfado la imprenta y la locomotora, a pesar de las lúgubres previsiones de algunos nostálgicos de la época. La prensa por entonces divulgaba por todas partes la crisis económica, política y espiritual del momento. La prensa católica era perseguida en Italia y Alemania principalmente, con el apoyo ahora del comunismo en plena efervescencia.
         Frente a una prensa omnipotente y sin escrúpulos, Pío XI optó por reafirmar una prensa católica más responsable y mejor organizada a escala mundial, al tiempo que invita a los lectores a ser más inteligentes y críticos en su lectura. Se pide a los cristianos que no se conformen con ayudar con su dinero a la promoción de esa nueva prensa, sino que sean también asiduos y críticos. El momento culminante de Pío XI en favor de la información periodística contra los prejuicios tradicionales fue la declaración de San Francisco de Sales como patrono de los periodistas católicos.


         A juicio del Pontífice, el ejemplo del santo patrono debía traducirse en una conducta profesional definida por los principios siguientes: conocer y dominar el pensamiento católico; no manipular la verdad exagerándola, mitigándola o disminuyéndola por temor a disgustar a los adversarios; cuidar la forma de presentar la verdad en un lenguaje atractivo; refutar los errores y dar la cara a los fabricantes del mal con rectitud de intención y sin faltar jamás a la caridad debida a las personas. En un discurso al obispo norteamericano Burke, en 1926, el mismo Pío XI decía que la prensa debe ser una poderosa arma de cultura contra la ignorancia del público y la insolencia maligna de quienes se preocupan sólo por los aspectos comerciales y lucrativos sacrificando la honradez profesional. Siguiendo el ejemplo de sus colegas americanos, el obispo de Clermont, Marnas, instituyó el «Domingo de la Prensa» en 1925. Partía de un hecho evidente: por aquellas calendas el mundo se regía por la opinión pública, que es obra de la prensa. Los católicos, por tanto, deberían implicarse más activamente en los asuntos de los media, incluso con su dinero, en lugar de invertirlo en otras causas de menor trascendencia.
         Por la misma época la situación de los católicos en México era lamentable. Se hallaban en situación de verdadera persecución por parte del gobierno. Cuando la fe está amenazada por el Estado, la prensa católica suele ser objeto preferido de control y eventual eliminación. Ante esta situación, Pío XI dio la voz de alarma en favor de la libertad en aquel país, por otra parte mayoritariamente católico. Se trata de la encíclica Iniquis affictisque, sobre la dura condición del catolicismo en México, del 18 de noviembre de 1926.
 
e) Nacimiento de la radio y la ofensiva del cine
 


El período 1926‑1930 se caracterizó por la simpatía más ferviente hacia la radio y el aumento de los recelos hacia el cine y buena parte de la nueva producción libresca. Por otra parte, el movimiento Acción Católica significó la puesta en marcha de una verdadera deontología de la prensa, aunque siempre desde una actitud defensiva comprensible dentro de una perspectiva rigurosamente histórica. El cardenal Dubois, en la Semana Religiosa de París de 1926, calificó la radiofonía como invención maravillosa e instrumento de progreso, independientemente del mal uso que eventualmente pueda hacerse de ella. La radio se convirtió rápidamente en el nuevo púlpito de los grandes predicadores. Sólo quedaban algunas reticencias comprensibles en relación con la transmisión de la Misa y otros actos litúrgicos.
         En 1930 los obispos holandeses, después de algunos años de ensayos, crearon la primera estación de radio de la Iglesia, KRO («Ka‑tholioke Radio Omroep»). Como hiciera León XIII con la prensa, en lugar de perder el tiempo denunciando el mal uso de la radio, ganémoslo creando una estación propia de la Iglesia respondiendo con profesionalidad y competencia de calidad real.
         No ocurrió lo mismo con el cine, que desde el principio fue tildado de desmoralizador popular. Los mismos intelectuales en general fueron poco generosos con el cine. La imagen en movimiento resultaba muy apetecible a la vista y cayó en la tentación de la sensualidad y el espectáculo frívolo. Lo cual no significa que se negaran las posibilidades educativas y de sana distracción en un contexto de vida social cada vez más excitado y turbulento. De ahí la necesidad de sensibilizar a los cineastas y productores sobre la responsabilidad moral que recae sobre ellos. El cardenal arzobispo de Viena apeló a esa misión educadora del cine el 16 de enero de 1927. Lo que ocurre ahora es que el cine estimuló la sensualidad de los libros, en los que los temas obscenos se convirtieron en las delicias de una nueva ola editorial. El rechazo de este influjo negativo del cine en la literatura quedó reflejado en la instrucción Inter mala de la Congregación del Santo Oficio el 3 de mayo de1927.


         A pesar de todo, el discurso de Pío XI a los periodistas católicos del 26 de junio de 1929 constituye todo un código de deontología periodística en el sentido más positivo del término. El poder de la prensa por aquella época era ya imponente y los periodistas católicos tenían que entrar dignamente en el juego de la competencia. Había que aprovechar esos medios también para defender los principios religiosos y morales con el ejemplo personal y el profesionalismo. El fin de informar no justifica el recurso a cualquier medio, como la mentira, la injusticia en general, la difamación o la violencia. Por otra parte, el combate periodístico no dispensa jamás de la caridad debida a las personas. El periodista católico responsable no puede sembrar el odio cívico o promover la lucha de clases. Indirectamente el Papa denuncia algunos de los defectos más graves de la prensa de su tiempo.
 
f) Ética de los media en la "Nueva evangelización"
 
1) Pío XII (1939‑1958)
 
Fue un diseñador pionero de la deontología sistemática sobre los medios de comunicación social, incluida ya la televisión. Según este Pontífice, la información y la comunicación requieren una vocación tan noble como la verdad, de la que los informadores son servidores incondicionales. Estos profesionales son auténticos formadores de la opinión pública, por lo que no pueden actuar arbitrariamente, y la Iglesia y el Estado, según sus competencias específicas, pueden y deben intervenir cuando lo exija el bien común. Pío XII hace verdadera apología del libro moderno, de la prensa, de la radio y de la televisión, pero recuerda al mismo tiempo la responsabilidad que pesa sobre los que no hacen uso correcto de esos medios tan poderosos.
         En relación con la prensa destaca su poder y la responsabilidad de sus profesionales. El periodista necesita una formación ética. La libertad de prensa es un derecho humano, pero ha de interpretarse en el sentido de servicio al público en la verdad y en el bien. Pío XII habla bastante de la prensa como servicio a la opinión pública y de sus características en un contexto de guerra o de paz. Se ocupa incluso de la prensa deportiva, de la prensa radiada, televisada y de la prensa de los espectáculos.  


Pío XI tuvo la suerte de utilizar la radio y Pío XII fue el primer Papa de la historia que estrenó la televisión y concibió la idea de crear una comisión en la Curia romana para el estudio de los problemas del cine, de la radio y de la televisión al tiempo que felicita la constitución de la Eurovisión. En Pío XII hay ya elementos suficientes para escribir un trabajo sistemático sobre la ética y deontología de la información a la altura de los tiempos modernos.
 
2) Juan XXIII (1958‑1963)
 
Se ha dicho que él mismo era la mejor noticia periodística. En sus encíclicas Mater et magistra y Pacem in terris, los medios de comunicación social son abiertamente  ensalzados. El principio clave es la afirmación solemne del derecho a la información social como derivación del derecho natural a la verdad.
         Entre las obligaciones deontológicas del periodista está la de evitar la manipulación, la mentira y el engaño al pueblo y otras muchas obligaciones por relación a la cultura, el desarrollo humano y la pedagogía. La prensa tiene un cometido importante en la promoción de la paz entre los pueblos. Cuando los medios de comunicación se ponen al servicio de la corrupción moral o al servicio de la tiranía de las ideas, impuestas mediante la manipulación del pensamiento, debe intervenir el Estado como garante del bien común y del respeto a los derechos de las personas.


         La responsabilidad moral del periodista estriba en que está en el primer plano de la sociedad moderna y es un educador de la humanidad. Juan XXIII hace una enjundiosa historia de la prensa católica hasta su tiempo y agradece la función de los periodistas en el Concilio Vaticano II. Como gestos significativos del popular Pontífice en favor del periodismo cabe recordar la beatificación de Elena Guerra por su uso cristiano de la prensa y la declaración de San Bernardino de Siena como patrono de la publicidad. Por otra parte elogió las iniciativas de la jerarquía eclesiástica en materia de difusión, que durante su pontificado fueron muchas y de envergadura en todos los continentes. Incluso crea un secretario pontificio para los medios de comunicación de masas, reformando la comisión creada por Pío XII. Las agencias católicas de prensa se potencian en todas partes y los medios modernos de comunicación son plenamente adoptados como instrumentos valiosísimos de evangelización.
 
3) El Concilio Vaticano II
 
El Concilio Vaticano II publicó el decreto Inter mirifica, sobre los medios de comunicación social. El hecho mismo de que el Concilio publicara un documento sobre el tema revela la importancia que le fue dispensada. El texto es muy sencillo y se limita a elogiar la labor de la prensa, de la radio y de la televisión para el desarrollo de la vida social y misión de la Iglesia en el mundo. Se trata de medios providenciales, por lo que se ordena la creación de oficinas nacionales para la prensa, radio y televisión, señalando los grandes principios deontológicos contenidos en los documentos pontificios antes reseñados. Se insiste en el uso de esos medios para el servicio al bien común, de la justicia, de la verdad, de los valores culturales, religiosos y artísticos desde la primacía del orden moral objetivo. Repito que el valor de este documento es más por lo que moralmente significa el que haya sido tomado en consideración el fenómeno de los mass media que por el estudio en profundidad sobre los mismos. Se trata de una corroboración y puesta al día de los principios deontológicos contenidos en el pensamiento de los últimos pontífices y del episcopado mundial.
         Este Decreto fue votado el 4 de diciembre de 1963 y representa una nueva etapa de reflexión teológica sobre los MCS. Se reconoce su influjo sobre las personas particulares y sobre la entera humanidad. Postula una subordinación del uso de esos poderosos medios al orden moral. El derecho a la información es consecuencia del derecho natural a conocer la verdad y comunicarla. Reconoce el papel decisivo de la opinión pública como factura de los MCS, lo cual invita a una mayor responsabilidad por parte de los emisores.
         Los cristianos no pueden inhibirse ante estos hechos. Por el contrario, tienen el deber de intervenir en los media con capacidad técnica, competencia profesional, cultural y artística. La prensa confesional católica debe ir por delante en la calidad de la información. Entiende el cine como actividad recreativa y promotora de cultura y arte. Hay que promocionar el cine de calidad. Los responsables de la radiodifusión y televisión no deben olvidar jamás el respecto a la audiencia en familia. A los profesionales católicos se les exige calidad y eficacia, es decir, competencia profesional y formación del público en la lectura y comprensión de los media. Para el logro de estos objetivos se ordena que se instituya la Jornada Mundial de la Comunicación Social. Con motivo de esta celebración ha aparecido una serie de documentos pontificios y episcopales, que puede considerarse como una joya de deontología profesional de los medios de comunicación social.
 


4) Pablo VI (1963‑1978) y la Communio et progressio
 
Llamó a los periodistas «colegas suyos». Su padre, Giorgino  Montini, fue director de periódico y de él había aprendido a concebir la profesión periodística como una espléndida y ardorosa misión al servicio de la verdad, de la democracia, del progreso, del bien público. Por simples razones sentimentales, Pablo VI sentía simpatía especial por la profesión periodística.
         Tocó temas como la naturaleza social de la información, el derecho a la información en la sociedad moderna, la libertad de expresión contra los sistemas totalitarios modernos, la formación de la opinión pública, la función de la prensa ante el conflicto moderno entre socialización y personalismo, la grandeza y responsabilidad de los que manejan los mass media por su poder de influjo sobre las personas y los pueblos, la verdad y el bien como los límites de la libertad, la publicidad y el sensacionalismo. Dedica especial atención en particular a los libros, a la publicidad comercial, la radio y la televisión y a la prensa ordinaria.
La prensa ha sido llamada el «cuarto poder» porque tiene la fuerza de la opinión pública. Compara la tarea del periodista moderno a la del sacerdote en el sentido de que ambos no son para sí mismos, sino para la verdad como ideal supremo. Cuando de periodistas se trataba, Pablo VI se sentía entre ellos como hijo orgulloso del periodista que fue su padre.


         Con Pablo VI se potenció la acción de los periodistas católicos en el mundo y se tomaron bastantes decisiones prácticas en esa materia. Entre otras, la creación de una comisión pontificia de orientación y la institución de la jornada mundial de los medios de comunicación social el domingo siguiente de la Ascensión. Pablo VI ordenó publicar la instrucción pastoral Communio et progressio, sobre los MCS, en 1971. Es como la "carta magna" exigida por el Decreto Inter mirifica del Vaticano II. La redacción de este documento fue laboriosa, con la colaboración de expertos de todo el mundo. Se trata de un documento amplio y optimista en su género. Reconoce los malos usos que pueden hacerse de estos medios, pero acepta sin embajes su estilo propio, su lenguaje y la dinámica que los gobierna. Es un documento, además, abierto a la fluidez y a los cambios a los que esos medios están sometidos por su propia naturaleza. Se proyectan incluso las líneas maestras para una teología de la comunicación social, basada en el fenómeno de la comunicación, cuya fuente de inspiración sería la vida intrínseca del misterio trinitario. Es ésta una novedad muy relevante respecto de los tiempos pasados. Ningún tratadista mundano habría podido sospechar la existencia de unas razones tan solventes para fundamentar la dignidad de la auténtica comunicación humana. Otro aspecto importante es la afirmación y aceptación del papel insustituible de los MCS en la pastoral de la "nueva evangelización". Dedica también un espacio muy notable a la información y el diálogo en el interior de la Iglesia y de ésta con el mundo contemporáneo.
 
5) Juan Pablo II (1978-2005). El Codex Canónico, la "Aetatis             novae"  y el Catecismo
 
 Juan Pablo II constituye un capítulo aparte en esta materia. Tenemos sus discursos, pero sobre todo sus gestos, viajes y relaciones personales en vivo con muchos profesionales de la información. En una ocasión solemne llamó a los profesionales de la información «compañeros de viaje» y amigos especiales por la convergencia de ideales al servicio de la dignidad del hombre sirviéndole la verdad sin manipulaciones ni exageraciones, intereses personales u oportunistas, de acuerdo con las exigencias más estrictas de la ética humana. El periodismo posee una «nobleza intrínseca» por su prestancia al servicio de los ideales más nobles de la humanidad. De ahí el que el nuevo Código de Derecho Canónico haya dispensado una importancia hasta ahora insólita a los medios de comunicación. Según Juan Pablo II, los periodistas modernos juegan un papel de gran responsabilidad en la acción universal redentora del mundo actual, tanto por la naturaleza misma de la profesión informativa como por su influjo en la sociedad. Justamente orgullosos de los derechos y deberes de la profesión, los periodistas son testigos vigilantes de todo lo que la vida ofrece en toda su compleja variedad. Pero les recuerda que «toda noticia, idea, reflexión, en el momento mismo en que se cursa por medio de los modernísimos canales de transmisión, escapa a la esfera personal y se introduce en el circuito social; se convierte, de este modo, en chispa de otras ideas y reflexiones, que a su vez contribuyen a formar la opinión pública, uno de los fenómenos dominantes hoy». Por lo demás, el periodismo es un servicio esencialmente social bajo el imperativo moral de objetividad como ideal supremo.


         «El culto escrupuloso a la verdad objetiva, la seriedad y honestidad intelectual en la interpretación y en el comentario subjetivo –virtudes innatas del periodismo que acreditan el grado de profesionalidad y de la estatura deontológica del periodista– califican de modo fundamental la dimensión social de esta difícil y fascinante vocación. Nadie es profesional de la pluma para su uso exclusivo, la dimensión social es la razón de ser y acaso el aspecto más delicado del periodismo moderno. Exige de forma apremiante y continua un esfuerzo de sintonización sobre las longitudes de onda de la realidad, y un equilibrado discernimiento que salvaguarde limpiamente los derechos de la verdad y los deberes para con la sociedad. Es un grave problema de responsabilidad, cuyo peso total sentís vosotros ciertamente, sobre todo cuando están en juego temas que afectan profundamente a las razones supremas de la existencia. Esto es válido, de forma particular, en nuestros días, en los que se multiplican los peligros de deformación y de manipulación de la verdad objetiva, que es, sobre todo, la verdad del hombre sobre el hombre».
         En otro párrafo denso de contenido deontológico afirma: "La parcialidad y la manipulación, si deben rechazarse en todo momento y en todos los aspectos de la profesión periodística, su rechazo debe ser mayor cuando se abordan problemas que afectan al hombre y a su conciencia en la que es una de las dimensiones fundamentales, la dimensión religiosa».
         El periodismo debe contribuir al logro de una convivencia humana cada vez mejor. En tal sentido afirma que «una mayor circulación de ideas y de informaciones en la sociedad humana, entre los diversos pueblos y en el seno de cada pueblo, podrá seguramente favorecer no sólo un reconocimiento recíproco, sino, más aún, una eliminación de los obstáculos –es decir, desconfianzas, sospechas, incomprensiones, discriminaciones, injusticias– que obstaculizan todavía el camino hacia la paz y la solidaridad entre los individuos o entre pueblos. En un mundo pluralista como el actual, caracterizado por una revolución sin precedentes como la tecnológica, es evidente que los instrumentos de la comunicación social –si se emplean con fines torcidos, o peor, si se someten a la lógica de cualquier poder– pueden provocar una ulterior y profunda ruptura en el tejido que une la sociedad. Por el contrario, si se emplean según las leyes de una ética que, salvaguardando los derechos del hombre, lo eleve a sujeto activo de la comunicación, en lugar de considerarlo como simple objeto o “disfrutador”, pueden tener una importancia decisiva en el futuro de la humanidad, en el proceso de integración y unificación, en la renovación de la moral, en la difusión de la formación y de la cultura: en una palabra, en la obtención de una convivencia humana mejor. Una alternativa ésta que deberá ser tenida presente constantemente en los esfuerzos que se van haciendo con miras a la elaboración de un nuevo orden de la información y de la comunicación». El periodista auténtico debe tener el carisma de la «psicología positiva», o sea, sentir verdadera fascinación por los valores positivos que constituyen «la espina dorsal de la historia».


         El 22 de febrero de 1992, el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales publicó la instrucción pastoral Aetatis novae con ocasión del vigésimo aniversario de la Communio et progressio, como desarrollo del decreto Inter mirifica, del Concilio Vaticano II. El documento asume el hecho de la revolución tecnológica que se está produciendo en el campo de las comunicaciones sociales y acepta los retos éticos que tal fenómeno está provocando. Ha llegado el momento para los comunicadores cristianos de dar la cara en el terreno práctico con competencia profesional y calidad de comportamientos éticos en lugar de quedarse con los brazos cruzados lamentando los abusos y malos usos que de los MCS hacen los demás.
         La importancia reconocida por la Iglesia a los MCS quedó reflejada en el Código de Derecho Canónico de 1983. Obviamente en la Aetatis novae se respira un espíritu más realista y optimista al mismo tiempo. Se trata de un documento redactado por periodistas y no por canonistas. Pero más significativo aún es el espacio dedicado a los MCS en el Catecismo de finales de 1992. En el contexto del octavo mandamiento del Decálogo y del respeto incondicional a la verdad (ideal supremo de la profesión informativa), la mentira y todas las formas imaginables de difamación injusta encuentran el Catecismo su juicio descalificativo más severo. El apartado sobre el uso de los medios de comunicación social concluye con estas expresivas palabras: "La moral denuncia la llaga de los Estados totalitarios, que falsifican sistemáticamente la verdad, ejercen mediante los mass media un dominio político de la opinión, manipulan a los acusados y a los testigos en los procesos públicos y tratan de asegurar su tiranía yugulando y reprimiendo todo lo que consideran delitos de opinión".


 
5. La deontología periodística en Latinoamérica
 
Los historiadores del periodismo iberoamericano hablan de un periodismo gacetista, que se remonta hasta los tiempos de la hegemonía española y de otro con carácter revolucionario, correspondiente a la época de la independencia y surgimiento de las nuevas patrias. Por razones históricas obvias la ética periodística estuvo tradicionalmente marcada por los intereses políticos más que por la información propiamente dicha. Aún actualmente es interesante observar cómo durante el siglo XX muchos periodistas iberoamericanos han sido políticos famosos.
         Otro factor importante a tener en cuenta es el predominio de los monopolios oligárquicos, que han controlado de forma sistemática los periódicos como objeto de propiedad privada con tendencia a convertir la información en un asunto exclusivo  de mercado. Con las intervenciones gubernamentales las cosas no han mejorado ya que los gobernantes de turno suelen servirse de los media como instrumentos de adoctrinamiento popular. Por unas razones o por otras, la libertad de información ha sido siempre, y sigue siendo, la gran perdedora. Según el informe anual de Reporteros sin Fronteras (RSF),  la libertad de información habría sufrido últimamente un duro revés en diversos países latinoamericanos.


A continuación ofrecemos íntegro el texto deontológico de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).
 
6. Código latinoamericano de ética periodística.
 
El presente texto deontológico fue adoptado por la FELAP al término de su segundo congreso celebrado en Caracas en 1979. Las razones del mismo y la filosofía ética en que está inspirado aparecen claramente reflejadas en el preámbulo.
 
"PREAMBULO: La información concebida como bien social concierne a toda la sociedad, a la que corresponde establecer normas morales que rijan la responsabilidad de los medios de comunicación colectiva. La Resolución 59 (I) de la Asamblea General de las Naciones Unidas, adoptada en 1946, expresa: "La libertad de información requiere como elemento indispensable la voluntad y la capacidad de usar y no abusar de sus privilegios. Requiere, además, como disciplina básica, la obligación moral de investigar los hechos, sin prejuicio, y difundir las informaciones sin intención maliciosa".
         Los esfuerzos por establecer una normativa ética universal han avanzado en la vigésima Conferencia general de la UNESCO al aprobar la declaración especial relativa a la responsabilidad de los medios de difusión masiva, cuyo artículo VIII manifiesta: "Las organizaciones profesionales, así como las personas que participan en la formación profesional de los periodistas y demás agentes de los grandes medios de comunicación que les ayudan a desempeñar sus tareas de manera responsable, deberían acordar particular importancia a los principios de la presente declaración en los códigos deontológicos que establezcan y por cuya aplicación velen".


         El periodista, en su condición de intermediario profesional, es factor importante del proceso informativo, y su ética profesional estará orientada al desempeño correcto de su oficio, así como a contribuir a eliminar o reducir las actuales deformaciones de las funciones sociales informativas. Ello se hace imprescindible porque en la región los empresarios de la noticia usurpan nuestro nombre, autodenominándose periodistas, y aplican una pseudoética regida por los preceptos del provecho comercial.
         Las normas deontológicas establecidas en este documento se basan en principios contenidos en códigos nacionales, en declaraciones y resoluciones de la ONU y sus organismos, como también en la declaración de principios de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), según la cual:
- La libertad de prensa la concibe como el derecho de nuestros pueblos a ser oportuna y verazmente informados y a expresar sus opiniones sin otras restricciones que las impuestas por los mismos intereses de los pueblos.
- Declara que el periodista tiene responsabilidad política e ideológica derivada de la naturaleza de su profesión, que influye en la conciencia de las masas, y que esa responsabilidad es insoslayable y constituye la esencia de su función social.
         La FELAP es consciente de las dificultades en la aplicación de una normativa deontológica en los marcos del sistema informativo vigente, regido por la tenencia privada de los medios y la conversión de la noticia en mercancía. Considera la conciencia moral como una de las formas de conciencia social, producto histórico concreto, determinado por la estructura económica, por lo que es mutable y en cada caso prevalecen las normas de los sectores dominantes. Está convencida igualmente de la existencia del progreso moral y de que con la sucesión de etapas históricas la humanidad a logrado e impuesto puntos de vista éticos que expresan intereses comunes y son válidos para el género humano. Segura asimismo de que la libertad moral individual sólo es posible con la toma de conciencia sobre los intereses sociales. FELAP opina que la ética profesional debe ser conquistada dentro de la batalla para alcanzar en nuestras naciones un periodismo auténticamente libre. En la certidumbre de que una moral profesional coadyuvará a ese objetivo, proclama el siguiente Código Latinoamericano de Ética Periodística:
 
Art. 1. El periodismo debe ser un servicio de interés colectivo, con funciones eminentemente sociales dirigidas al desarrollo integral del individuo y de la comunidad. El periodista debe participar activamente en la transformación social orientada al perfeccionamiento democrático de la sociedad; debe consagrar su conciencia y quehacer profesional a promover el respeto a las libertades y a los derechos humanos.


Art. 2. Debe contribuir al fortalecimiento de la paz, la coexistencia pacífica, la autodeterminación de los pueblos, el desarme, la distensión internacional y la comprensión mutua entre los pueblos del mundo, luchar por la igualdad de la persona humana sin distinción de raza, opinión, origen, lengua, religión y nacionalidad. Es un elevado deber del periodista latinoamericano contribuir a la independencia económica, política y cultural de nuestras naciones y pueblos, al establecimiento de un nuevo orden económico internacional y la descolonización de la información.
Art. 3. Son, además, deberes insoslayables del periodista:
- Impulsar, consolidar y defender la libertad de expresión y el derecho a la información, entendido éste como el derecho que tienen los pueblos a informar y a ser informados.
- Promover las condiciones para el establecimiento del flujo libre y equilibrado de las noticias en los niveles mundial, regional y nacional.
- Luchar por un nuevo orden informativo acorde con los intereses de los pueblos que sustituya al que actualmente impera en la mayoría de los países Latinoamericanos, deformando su realidad.
- Pugnar por la democratización de la información, a fin de que el periodista ejerza su misión de mediador profesional y agente del cambio social y de que la colectividad tenga acceso a esa misma información.
- Rechazar la propaganda de inevitabilidad de la guerra , la amenaza o el uso de la fuerza en los conflictos internacionales.
Art. 4. En su labor profesional, el periodista deberá adoptar los principios de la veracidad y de la ecuanimidad, y faltará a la ética cuando silencie, falsee o tergiverse los hechos; proporcionará al público información sobre el contexto de los sucesos y acerca de las opiniones que sobre ellos se emitan, a fin de que el perceptor del mensaje noticioso pueda interpretar el origen y la perspectiva de los hechos. En la difusión de ideas y opiniones, el periodista promoverá la creación de las condiciones para que ellas puedan expresarse democráticamente y no sean coartadas por intereses comerciales, publicitarios o de otra naturaleza.
Art. 5. El periodista es responsable por sus informaciones y opiniones; aceptará la existencia de los derechos de réplica y respetará el secreto profesional relativo a las fuentes.


Art. 6. El periodista debe ejercer su labor en los marcos de la integridad y la dignidad propias de la profesión; exigirá respeto a sus creencias, ideas y opiniones, lo mismo que al material informativo que entrega a su fuente de trabajo; luchará por el acceso a la toma de decisiones en los medios en que trabaje. En el aspecto legal procurará el establecimiento de estatutos jurídicos que consagren los derechos y deberes profesionales.
Art. 7. Son acciones violatorias de la ética profesional:
- el plagio y el irrespeto a la propiedad intelectual;
- la aceptación del soborno, el cohecho y la extorsión;
- la omisión de información de interés colectivo;
- la difamación y la injuria;
- el sensacionalismo.
Se considera una violación en alto grado de la ética  profesional la participación o complicidad de periodistas en la represión a la prensa y a los trabajadores de la información.
Art. 8. El periodista debe fortalecer la organización y la unidad sindical o gremial ahí donde existan y contribuir a crearlas donde no las haya, y se vinculará al movimiento de la clase trabajadora de su país.
Art. 9. El periodista debe procurar el mejor conocimiento y velar por la defensa de sus valores nacionales, especialmente de la lengua como expresión cultural y como factor general de las nuevas formas de cultura.
Art. 10. Es un deber del periodista contribuir a la defensa de la naturaleza y denunciar los hechos que generan la contaminación y destrucción del ambiente.
Art.11. Este Código Latinoamericano de Ética Periodística entra en vigor en el momento de su aprobación por el II Congreso Latinoamericano de Periodistas".


 
CAPITULO IV. VERDAD INFORMATIVA Y VERACIDAD
 
A continuación exponemos esquemáticamente tres cuestiones perennes de la ética informativa: La verdad como piedra angular del quehacer informativo, la violación de la intimidad y vida privada como tentación constante y el compromiso necesario y conflictivo con la justicia social.
       
1. La veracidad como alternativa a la verdad
 
Para legitimar de alguna manera el protagonismo creciente de la mentira en los medios de comunicación se ha actualizado la vieja teoría sofista sobre la imposibilidad de la verdad. "En periodismo, la objetividad no existe. Las noticias son fruto de la subjetividad del periodista. El periodista cuenta los hechos tal como él los ha visto. Desde su óptica. Desde su perspectiva. Es imposible ser objetivo". Estas afirmaciones dogmáticas se encuentran en un manual escolar destinado a la enseñanza del periodismo para adolescentes. Un autor llega a decir: "Me atrevo a afirmar que constituye un sinsentido hablar de `verdad informativa` y que supone una pura utopía la expresión `objetividad informativa´.  ¿Cómo ofrecer una información que refleje la adecuación de la facultad cognoscitiva del informador con la realidad cruda de los hechos y de los acontecimientos sin incurrir en la ficción? ¿Cómo acomodar la información a la complejidad de lo real? A la complejidad de la realidad se suma el impacto del medio, cuya sola presencia altera el modo y manera que la realidad tiene de producirse. Sobre todo cuando median el discurso político, el financiero o ambos a la vez.
           Ante la dificultad de responder de forma totalmente satisfactoria a esos interrogantes el concepto de verdad tiende a ser sistemáticamente suplantado en el campo de la información por el de veracidad. Al informador se le exime de ser verídico u objetivo, pero no de ser veraz. Por lo tanto, la teoría de la información y de la comunicación humana descansaría sobre el eje de la veracidad y no de la verdad objetiva.
 
Otros teóricos más razonables se decantan por la primacía de la realidad como medida y principio iluminador de la información, la verdad como adecuación óntico-epistemológica y la objetividad informativa como actitud de fidelidad a la realidad o sinceridad equiparable a la veracidad. Y no solo no descartan por presuntamente innecesario el concepto de verdad, sino que parten de que la verdad es el componente teórico nuclear de la información. En este orden de cosas se ha llegado decir que la verdad es la medida de la ética periodística y que la verdad informativa es la realidad tangible de la que el periodista no debe apartarse jamás. Además de reconocer la importancia específica de la veracidad informativa, se trata de fundamentar racionalmente el derecho de información desde el análisis del concepto de verdad en general para especificar y precisar el de verdad informativa en particular.
 
2. La verdad informativa en los Códigos deontológicos del           periodismo
 
Los códigos deontológicos del periodismo son un testimonio autorizado del reconocimiento de la verdad como concepto nuclear del discurso informativo. Recordemos algunas afirmaciones más significativas al respecto.


         Según el Código de la UNESCO de 1983,2, hay que informar de la manera más objetiva posible. Para ello el periodista tiene que adherirse formalmente a la realidad objetiva. La proclamación solemne de la realidad objetiva como desideratum del buen informador viene a confirmar la primacía de lo que en todos los códigos de ética periodística se expresa con los términos verdad, objetividad, veracidad y exactitud. Una información desposeída de estas cualificaciones se convierte automáticamente en información manipulada. La FIP proclama explícitamente "respetar la verdad por razón del derecho que el público tiene a conocerla". La verdad informativa, pues, no solo no es negada o discutida, sino que es reconocida como un valor fundamental sobre el que recae un derecho humano fundamental. Según la OIP, "el público debe ser informado de forma verídica. Toda información publicada debe ser inmediatamente corregida si se descubre que no es verdadera". Como se aprecia a simple vista, los dos calificativos sustanciales de la información están marcados por el concepto de verdad. En la Declaración de Munich el respeto a la verdad en la información no admite excusas. Por su parte, el código moral del periodista europeo define la verdad informativa como una verdad histórica al tiempo que recuerda a los informadores el deber ineludible de la "absoluta objetividad" informativa.


         Según el Código alemán de prensa "el supremo mandamiento de la prensa es el respeto a la verdad y a la información verídica del público. Según la deontología belga, "el periodista debe buscar lealmente la verdad y presentarla sin traicionarla ni por adición, ni por deformación, ni por omisión". El Código brasileño es todavía más contundente: "La verdad es el contenido fundamental de la misión del periodista". La Carta canadiense de los derechos de los periodistas define la objetividad informativa como reflejo realista de las cosas compatible con la subjetividad del informador. Según la deontología colombiana, la información periodística es un servicio en clave de verdad. La Carta de los periodistas chilenos habla del deber primordial de los periodistas de estar "al servicio de la verdad" y de presentar las noticias "de forma objetiva". El Código de Dacota del Sur no deja lugar a dudas: "La piedra fundamental de la profesión de periodista es la verdad". Y el Código americano "Sigma Delta Chi": "La verdad es nuestra meta suprema. La objetividad en la información de las noticias es otra meta, que sirve como emblema de un profesional experimentado". Y un código de honor británico: "Nunca tape o esconda la verdad, ya que no tiene licencia para mentir". Código de Missouri: "Declaramos como principio fundamental que la verdad es la base de todo correcto periodismo. Suprimir la verdad cuando debidamente pertenece al público, es traicionar la fe del público". Se reconoce así que la falta de credibilidad en los medios informativos es un problema de fondo relacionado con la verdad como valor primordial del quehacer informativo. El código nigeriano de ética periodística llega a decir palabras tan expresivas como estas: "El primer deber del periodista es decir y adorar la verdad". El Código Deontológico de la Federación de Asociaciones de Prensa de España (FAPE) ha proclamado solemnemente en 1994 que "el primer compromiso ético del periodista es el respeto a la verdad". Punto de vista que es corroborado constantemente por el magisterio de la Iglesia. Según el n. 2494 del Catecismo, los cuatro pilares sobre los que se asienta el derecho de la sociedad a ser informada son  la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad. Pero la piedra angular  del proceso informativo es la verdad. 
 
3. Precisiones conceptuales en torno a la verdad informativa y  la veracidad
 
Los conceptos o definiciones de la verdad que atañen formalmente a la teoría y ética de la información son los siguientes:
 
- Verdad es la realidad de las cosas, o sea, la autonomía e identidad  de cada cosa concreta consigo misma. Lo que las cosas, personas o acontecimientos son independientemente de cómo a nosotros nos parezcan o la imagen que de ellas nos hayamos formado por la simple percepción sensible o del conocimiento intelectual. Esto es lo que llamamos "verdad fundamental ". Lo contrario es la irrealidad o nada. Es la realidad previa que no depende de nuestro conocimiento sino que, por el contrario, lo condiciona.
 
- Verdad es la adecuación o conformidad del entendimiento y la cosa (adaequatio intellectus et rei) = verdad lógica, nogseológica, crítica, formal y subjetiva. Su contrario material es el error material y el formal la mentira.
 
- Verdad es la adecuación o conformidad de la cosa y el entendimiento (adaequatio rei et intellectus) = verdad ontológica transcendental. Su contrario es la falsedad absoluta.
 
- Verdad es la adecuación o conformidad del obrar de las personas de acuerdo con los principios y reglas del bien humano en general = verdad moral y verdad de la vida. Su contrario es la maldad humana en general en el obrar y la mentira y la hipocresía de modo especial. El fundamento específico inmediato es la realidad de la vida. En este contexto se habla de la "hora de la verdad" cuando la vida humana es puesta a prueba de la responsabilidad y realidad o verdad de la muerte.


- Verdad es la adecuación o conformidad del entendimiento y la realidad en sus aspectos más esenciales y permanentes = verdad científica en sentido amplio.
 
- Verdad es la ADECUACIÓN O CONFORMIDAD DEL MENSAJE QUE TRANSMITE EL EMISOR CON LA REALIDAD SOCIAL CONTINGENTE. ADECUACION QUE LLEGA AL RECEPTOR  A TRAVES DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL O MASS MEDIA = VERDAD INFORMATIVA o comunicacional.
 
El emisor codifica la verdad, la transmite proposicionalmente mediante el canal correspondiente al receptor, el cual descodifica y verifica la adecuación o conformidad de la misma con la realidad social en cuestión. El carácter subjetivo de toda verdad no autoriza a negar la realidad en la que se fundamenta. El realismo y el valor de todo conocimiento intelectual sólo puede ser percibido por la mente humana y transmitido a los demás en términos de verdad o de falsedad. La particularidad de que la verdad informativa haya de pasar por los canales que le son específicos no modifica esta necesidad sino que obliga a extremar su cumplimiento.  
La verdad informativa, pues, es una realidad que no puede ser disimulada, camuflada y menos aún negada. Es aquella que es conocida por las mentes de los receptores, que son siempre personas, por medio de la comunicación. O lo que es igual, la verdad sobre la realidad social en cuanto conocida por los destinatarios a través de los medios de comunicación social o "mass media". O lo mismo con otras palabras: verdad informativa es la verdad lógica sobre la realidad social en cuanto comunicada a través de los medios informativos. O más específicamente: la realidad social contingente en cuanto conocida y transmitida a través de los medios de comunicación social o "mass media".


         La verdad se puede entender también subjetivamente como rectitud en nuestras palabras y acciones en el sentido de franqueza o sinceridad con nosotros mismos. Hablamos entonces de veracidad como virtud ética, la cual consiste en la adecuación de nuestras palabras y formas de expresión con lo que realmente somos y sabemos de nosotros mismos o de los demás. La veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz diciendo la verdad en las palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.  La importancia de la veracidad es tal, advierte  Sto. Tomás, que "los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad". En estricta justicia "un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad" (II-II, q.109, a.3 ad 1um; Ib.a.3). Ahora bien, ¿qué sentido tiene hablar de la importancia de la veracidad informativa sin referencia al concepto de verdad? Es algo así como hablar de humanidad sin contar con la realidad y verdad sobre el hombre.
         Digamos a modo de conclusión práctica que, para efectos informativos, la verdad existe en la misma medida que existe la realidad concreta de las personas, de las cosas y de los acontecimientos. Y también en la medida en que nosotros nos acercamos a esas realidades para conocerlas y hablar de ellas a los demás. La verdad informativa tiene sus características específicas, que he explicado en diversas ocasiones, y no existe motivo ninguno razonablemente convincente para burlar el concepto de verdad en la teoría y ética de la información suplantándolo por el de veracidad. Sin un mínimo de verdad objetiva o conocimiento real de las personas, cosas y acontecimientos de importancia relevante para la sociedad el informador responsable lo mejor que puede hacer es callarse. Eso sí, cuando se decida a hablar jamás tendrá excusas para mentir y engañar.
         El buen informador puede no ser totalmente objetivo. Muchas veces le será imposible. Pero cuando no es veraz, engaña y a partir de ese momento se hace reo de mentira ante el público. Equivocarse puede ser éticamente correcto mientras que el engaño consciente y deliberado no lo es jamás. Nadie pretende restar importancia a la veracidad informativa. Pero ello no significa que en términos de razonabilidad sea eliminado alegremente el concepto fundante de verdad sin cuya función básica referencial difícilmente se puede legitimar un discurso racional coherente y convincente sobre la profesión informativa.   
 
4. Comentario breve
 


Todos los códigos deontológicos del periodismo existentes admiten de una u otra forma la verdad objetiva como ideal supremo del buen informador. Y ello porque se trata de satisfacer un derecho fundamental de la persona y de la entera sociedad, cuyos intereses prevalecen sobre los particulares del informador. Inseparables de la verdad son la objetividad, la exactitud y la veracidad. Por lo mismo se condena taxativamente toda forma de distorsión informativa, sobre todo la omisión, la exageración o énfasis indebido, así como la propaganda. Distorsión equivale a lo que comúnmente solemos llamar manipulación.
Conviene señalar que los presupuestos filosóficos de estos conceptos no son los mismos en los códigos de inspiración marxista y en los de inspiración liberal. Se parte de un concepto distinto de realidad, lo que afecta también al concepto de objetividad. Pero la concepción más o menos reduccionista de la realidad no afecta sustancialmente al ideal de verdad propugnado.
         El prejuicio de corte kantiano y agnóstico respecto a la verdad, como si fuese éste un concepto vacío de contenido real fuera de la mente o de nuestras estructuras lógicas subjetivas, queda totalmente desmentido. Queda igualmente superado el concepto sofista de verdad de corte posmoderno. De no ser así no tendría sentido alguno la insistencia en decir la verdad siempre y con todo el rigor que sea humanamente posible.
         La verdad de la que tratamos aquí es siempre una relación de adecuación entre nuestras facultades cognoscitivas y la realidad. Cuando esa relación es entre los sentidos y la realidad, resulta la verdad sensible. Cuando es entre la realidad y la inteligencia, el resultado es una verdad intelectual, la cual, a su vez, se dice objetiva por relación a la cosa en sí misma y subjetiva por relación al concepto mental que nosotros nos hemos formado de ella. Cuando describimos o definimos las cosas por lo que son de suyo, decimos que hablamos con objetividad, o sea, de acuerdo con la realidad en sí del objeto o realidad en cuestión. Cuando hablamos de acuerdo con lo que nosotros sabemos solamente o el concepto mental que de la realidad nos hemos formado, entonces se dice que somos veraces. La objetividad se dice por relación a la realidad de la cosa en sí. La veracidad, por relación a lo que conocemos, que puede ser más o menos acertado o equivocado.
         A la verdad objetiva se opone la falsedad, y a la subjetiva, la mendacidad o mentira. Informar con objetividad significa hablar de las cosas tal como ellas son de por sí en su propio contexto, sin manipular o distorsionar ninguna de sus circunstancias. Ser veraces, en cambio, equivale a decir primariamente lo que sabemos de las cosas adecuando lo que decimos a lo que sabemos, que puede no coincidir necesariamente con lo que las cosas son exactamente o en su objetividad pura.
         De lo dicho se infiere que la verdad se refiere siempre a la realidad en cuanto conocida. Y como hay diversos órdenes de realidades, de ahí que la verdad sea un concepto analógico, que se dice de muchas realidades diferentes. Así, la verdad se dice de las facultades cognoscitivas (verdad intelectual, verdad sensible), de las cosas, de las personas y de las palabras. De la verdad referida al entendimiento se ocupa la lógica, que analiza la adecuación de la facultad intelectiva a los conceptos que nos hacemos de las cosas ordenándolos de forma racionalmente adecuada desde el punto de vista estrictamente formal. La verdad objetiva de las cosas, anterior e independiente de nuestro conocimiento de ellas, se llama también verdad óntica, metafísica o trascendental. Es la realidad cruda de los seres y los acontecimientos. Aquello que las cosas son independientemente de lo que a nosotros nos parezcan. Las ovejas, por ejemplo, no dejaban de ser ovejas por más que en la imaginación perturbada de Don Quijote fueran guerreros. Es el orden del ser sin más, anterior a nuestro conocimiento. Es la realidad que nos es dada de antemano y de la que nuestra inteligencia depende.
         La verdad se dice de las cosas. En tal sentido decimos que son verdaderas o falsas. Cuando así hablamos evocamos en nosotros el aspecto real y auténtico de las mismas por contraposición a lo ficticio. Son verdaderas porque poseen los elementos constitutivos de su esencia. Así se habla de oro verdadero o falso, de dinero falso o verdadero, y así sucesivamente.


         La verdad dícese también de las personas. Quien está dispuesto a decir siempre la verdad que sabe y en la medida en que la sabe es veraz. La veracidad es la virtud moral del que es veraz. La verdad se dice incluso de las palabras en tanto que éstas expresan el contenido real de las cosas que significan. En tal sentido decimos, por ejemplo, que tal o cual persona  tienen  «palabras de verdad» o se acepta lo que los demás nos dicen sin poner ninguna dificultad a su credibilidad. Son palabras que no admiten lugar a dudas sobre la verdad que expresan.
         Pero la verdad se dice también de la información. Es la llamada verdad informativa. Se dice así en cuanto que es conocida por los sujetos receptores a través de los medios de comunicación. Es la verdad o reflejo de la realidad que el informador averigua para ser comunicada con la mayor fidelidad posible al pueblo sirviéndose de los mass media. La verdad informativa puede resultar objetiva (en mayor o menor grado), más o menos veraz y falsa.
         Falso es lo opuesto a lo verdadero. Absolutamente hablando, las cosas en sí mismas no pueden ser falsas. El ser en sí y la verdad son términos convertibles. Su realidad es su verdad, y viceversa. La falsedad formalmente hablando tiene lugar en la operación intelectual del juicio, en el que se produce un desajuste o inadecuación entre el entendimiento y la realidad de las cosas. En los sentidos la falsedad tiene lugar sólo de forma accidental por su carácter de intermediarios entre los objetos y la facultad cognoscitiva humana. Ellos dan lugar a los defectos de percepción. La falsedad propiamente dicha es un desajuste entre el pensar, las convicciones y el obrar práctico. También en las palabras puede haber falsedad por inadecuación entre el término justificativo utilizado y la intención con que las usa el sujeto. En nuestro caso el informador o periodista. Según el testimonio de los códigos, un mínimo de verdad es posible y el periodista debe adherirse a ella sin excusas.


         Decir la verdad objetivamente como reflejo de la realidad pura y limpia de manipulaciones es el ideal supremo al que todo periodista honrado debe aspirar. Toda deformación deliberada de la verdad que la sociedad tiene derecho a conocer constituye de suyo una inmoralidad. Como principio, esto no admite lugar a dudas. En la práctica, sin embargo, el periodista trabaja bajo tales condiciones personales y ambientales que frecuentemente sólo conoce la verdad a medias, y cuando la conoce en toda su amplitud y objetividad, no siempre le es permitido decirla. La Prensa tiene ganada su mala reputación en muchos casos por traicionar al ideal de la verdad. Pero independientemente del uso deliberadamente inmoral de los medios de información, cabe decir que, en términos realísticos, ni es necesario conocer toda la realidad para decir informativamente la verdad, ni para engañar al público se requiere que todo lo que se dice sea falso. La honestidad del periodista desde el punto de vista moral se salva aspirando siempre a conocer y decir la verdad con la mayor objetividad posible en el sentido explicado y contándola de hecho con veracidad y respeto a la dignidad humana.
         Digamos que, dada la complejidad de la vida humana y las limitaciones a que está sometido todo informador, el periodista salva su honestidad moral por el mero hecho de ser veraz contando las cosas en la medida en que las conoce después de una suficiente inquisición y verificación, sin que necesariamente lo que dice sea la verdad objetiva absoluta. La verdad objetiva absoluta es el ideal. La veracidad es lo moralmente posible en muchos casos y, por tanto, lo que realmente pone a salvo su honestidad.
         Para compensar moralmente los defectos involuntarios de objetividad los códigos recomiendan el deber de corregir la información tan pronto se descubra el error involuntariamente cometido. El informador que informa verazmente puede estar equivocado, pero no se le puede acusar de engañar al público si no ha habido negligencia culpable y está dispuesto a rectificar. Los códigos señalan el ideal al que el periodista debe aspirar mediante su adhesión incondicional a la verdad objetiva, pero la ética tiene que explicar cómo se salva la honestidad del informador ante el público y ante la justicia cuando el logro del ideal resulta imposible en la práctica.


         El deber moral queda cumplido la mayor parte de las veces en el ámbito de la adecuación de la verdad subjetiva o veracidad sincera dispuesta a la rectificación. La negación de la veracidad es la mentira por la que damos a entender a los demás algo distinto de lo que pensamos. El buen informador aspira siempre a poder decir al público la verdad sobre hechos, acontecimientos o ideas con el mayor grado posible de objetividad. Es decir, adecuando la información a la realidad de la que trata de informar. La objetividad absoluta no siempre es posible en la práctica. Pero tiene que haber una objetividad o reflejo mínimo indispensable de la realidad mínima para que el informador se considere éticamente con derecho a informar. Sin un mínimo de conocimiento objetivo de las cosas, el informador responsable lo mejor que puede hacer es callarse. Lo que jamás admite excusas es la veracidad. Si un mínimo de objetividad es indispensable, la veracidad resulta de todo punto inexcusable. El informador que no es veraz, engaña, y a partir de ese momento pierde el derecho a informar. Equivocarse puede ser éticamente correcto. El engaño deliberado no lo es jamás. La comunicación de hechos exige adecuación, conformidad o ajuste entre los hechos externos al informador y lo comunicado por el mismo. De ahí que hablar de verdad informativa no es un sinsentido, ni un mínimo de objetividad informativa algo imposible o utópico. Existe la realidad de los hechos. Cuando existe conformidad, adecuación, concordia o correlación efectiva entre esa realidad dada y el concepto que de ella nos hemos formado, tiene también sentido hablar de verdad objetiva. Cuando ésta es comunicada fielmente, sirviéndonos de los medios de comunicación social, entones hablamos con todo derecho de verdad informativa. Es obvio que no se trata de ecuación o identidad. Hablamos de adecuación, conformidad, correlación o ajuste entre lo que las cosas y los acontecimientos son en sí mismos y lo que de ellos comunicamos a través de los medios de comunicación social.
 
 
 
 
CAPITULO V. INTIMIDAD, VIDA PRIVADA Y SECRETO  PROFESIONAL                                                        
 
    1. Una tentación permanente
 


Los conflictos del profesional de la información con la vida privada y la intimidad personal son constantes. Comenzaron ya a preocupar con la aparición de la fotografía y el teléfono. Después la televisión penetró en lo más íntimo de los hogares y desde allí invade y se introduce con sus fascinantes mensajes en los sentimientos más recónditos de todos, desde los niños hasta los más ancianos. Y todo ello de forma suave, progresiva y placentera. Para ver y dar rienda suelta a la fantasía más inocente o más malvada no es necesario salir de casa y vagabundear por barrios elegantes o marginales como en otros tiempos. Cada cual puede ver, oír y leer todo lo que le apetezca con sólo enchufar el televisor, encender la radio o leer la prensa. El menú informativo se adapta o puede adaptarse a todos los gustos. En contrapartida los servidores de ese menú se consideran autorizados para preguntar, ver y decir lo que les plazca de los demás, sobre todo si ello resulta sensacional y rentable en divisas. Piénsese en la prensa mal llamada «del corazón», por no mencionar otras emisiones y publicaciones todavía más procaces e irresponsables contra el sagrario de la intimidad y dignidad personal.
         La electrónica y la informática no encuentran ya fronteras físicas y la curiosidad morbosa de muchos profesionales de la comunicación les lleva de forma irresistible a la caza de lo más íntimo para ponerlo al descubierto y suscitar la apetencia de sus emisiones y publicaciones por parte del público atolondrado. Todo lo secreto e íntimo resulta atractivo y muchos informadores explotan este fenómeno psicológico sin escrúpulos con la aprobación de un sector del público cada vez más complaciente.
         Se comprende con relativa facilidad desde una posición razonable que tienen que existir ciertas barreras éticas jurídicamente protegidas. Los documentos  deontológicos del periodismo y los ordenamientos jurídicos convienen, por lo general, en que la vida privada y la intimidad son valores éticos fundamentales que tienen que ser respetados en el ejercicio de la información. El derecho a informar no puede llevarse hasta el extremo de atropellar los círculos personales de la privacidad y vida íntima. La inmensa mayoría de las decisiones éticas que han de tomar los profesionales de la información moderna tienen algo o mucho que ver con el respeto y la violación del derecho a la vida privada y la intimidad, que son límites naturales y reconocidos por la mayoría de los ordenamientos jurídicos.


         En la práctica, sin embargo, el informador puede encontrarse en situaciones en las que lo privado e íntimo, por ser algo relativo, no se revela con suficiente claridad. Lo que es íntimo para unos puede no serlo para otros. De ahí la necesidad de una sensibilidad ética exquisita reforzada por una actitud de respeto incondicional a cualquier derecho humano fundamental, cual es el de la intimidad. Sólo así se podrá evitar de alguna manera el riesgo de abusos por parte de aquellos informadores demasiado celosos y hasta maniáticos de la libertad de expresión. Riesgo que es mayor a medida que disponemos de una tecnología de la comunicación más sofisticada y eficiente en cuya cresta actual se encuentra la Internet.
 
2. Textos legales relevantes sobre el derecho a la intimidad y vida privada
 
- Artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
   «Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques».
 
Convención de salvaguarda de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales (Consejo de Europa, Roma, 4 de noviembre de 1950):
«Toda persona tiene derecho al respeto de su vida privada y familiar, de su domicilio y de su correspondencia. No puede haber injerencia de la autoridad pública en el ejercicio de este derecho sino en tanto en cuanto esta interferencia esté prevista por la ley y constituya una medida que, en una sociedad democrática, sea necesaria para la seguridad nacional, la seguridad pública, el bienestar económico del país, la defensa del orden y la prevención de las infracciones penales, la protección de la salud o la moral o la protección de los derechos y libertades de los demás» (art.8,1‑2).
 
Pacto internacional sobre derechos civiles y políticos (ONU, 16 de diciembre de 1966, art.17):


«No podrá intervenirse arbitraria o ilegalmente la intimidad, familia, hogar o correspondencia de nadie, ni podrá atacarse ilegalmente su honor o reputación. Toda persona tiene derecho a ser protegida por la ley contra tal intervención o ataques».
 
3. La Conferencia de Juristas Nórdicos
 
El Consejo de Juristas de los Países Nórdicos publicó en 1967 un interesante texto sobre la intimidad y vida privada. Reconoce que es un derecho natural de las personas que debe ser respetado por los informadores y protegido por las leyes. Un derecho, además, con limitaciones. El derecho a la vida privada implica el que las personas sean dejadas en paz para vivir su propia vida con el mínimo de injerencias exteriores. En consecuencia, tal derecho debe ser protegido: contra toda injerencia en la vida privada, familiar y doméstica; contra los ataques a la integridad físico‑mental, a la libertad moral o intelectual; contra las agresiones al honor y a la reputación; contra toda interpretación perjudicial dada a sus palabras o a sus actos. Se condena la divulgación innecesaria de hechos embarazosos referentes a su vida privada; la utilización de su nombre, de su identidad o de su imagen; toda la actividad tendente a espiarle, vigilarle o acosarle. Se rechaza la interceptación de la correspondencia así como la utilización maliciosa de comunicaciones privadas, escritas u orales. Igualmente, la divulgación de informaciones comunicadas o recibidas por secreto profesional. Esta definición descriptiva comprende los casos siguientes: el registro de una persona, la violación y registro de domicilio o de otros locales, los exámenes médicos en general, las declaraciones molestas, falsas o irrelevantes referentes a una persona, la interceptación de la correspondencia, la captación de mensajes telefónicos, la utilización de aparatos electrónicos de vigilancia o de otros sistemas de escucha, la grabación sonora y las tomas de fotografías o películas, el acoso por los periodistas u otros representantes de medios de comunicación social, la divulgación de informaciones comunicadas o recibidas por consejeros profesionales o dadas a autoridades públicas obligadas al secreto, y el acoso a las personas de formas diferentes, por ejemplo, con el uso del teléfono.
         En la segunda parte del texto se nos dice que el derecho a la vida privada tiene unas limitaciones exigidas por la seguridad nacional, el orden público y el estado de excepción. Distingue entre tiempos de paz y guerra y tiene en cuenta las situaciones derivadas de los casos de catástrofes naturales, la prosperidad económica de un país y la prevención de formas de conducta delictivas. Se habrá de tener en consideración también la protección de la salud y la moralidad pública. En cualquier caso la libertad de expresión, de información y de discusión debe quedar siempre a salvo. Lo cual no significa que los medios de comunicación social puedan actuar de forma arbitraria o impunemente cuando las situaciones de conflicto no les sean favorables. La regla de oro para los informadores responsables en esta materia es no apartarse jamás del auténtico bien público, que nada tiene que ver con la mera curiosidad malsana, lo mismo de los informadores frívolos que de la gente que disfruta morbosamente metiéndose en la vida de los demás.
 
4. Precisiones conceptuales sobre intimidad y vida privada
 
       Los textos deontológicos y legales existentes son suficientes para hacernos una idea bastante aproximada sobre lo que es intimidad y vida privada para efectos informativos. Una persona puede sentirse ofendida en lo más íntimo de sí misma o de su familia sin saber definir exactamente en qué consistió la ofensa. Si los profesionales de la información se escudaran en ese hecho, frecuentemente constatable, amparados en el mito de la libertad de expresión o falta de precisión matemática de los conceptos morales de intimidad y vida privada, correrían el riesgo de poner en peligro la única libertad real de expresión posible y deseable y de provocar la reacción indignada de la gente contra las constantes invasiones de lo íntimo y más privado de la vida individual y familiar.  Cierto que en materia de intimidad hay aspectos relativos y cambiantes. Lo que es íntimo para unas personas puede no serlo para otras. Pero no hay aspectos obvios de la vida humana que ni interesan a ninguna persona moralmente sana conocerlos ni a ningún informador responsable publicarlos.


         Lo íntimo en sentido vulgar se refiere a lo más interno y reservado de las personas. Es lo más opuesto a lo que está en la calle y es del dominio público. Cuando nos concentramos sobre nosotros mismos al margen de cuanto nos rodea, nos hallamos frente a nuestra propia soledad o naturaleza individual. De suyo lo íntimo se dice del individuo personal, si bien, por analogía, también puede decirse de grupos de personas más allegadas. A veces se habla indistintamente de intimidad y vida privada, pero esto rigurosamente hablando no es correcto. La intimidad y la vida privada son como círculos concéntricos de los que la intimidad es el más interior, recóndito y nuclear que lo simplemente privado. Vida privada o intimidad no son términos sinónimos. Lo íntimo es como la yema de todo lo que llamamos privado en las personas y en los grupos. La vida privada, en cambio, corresponde a estos cinturones más externos, como pueden ser el círculo familiar y otros afines. Las prescripciones deontológicas y legales tratan de proteger esos diversos círculos contra las incursiones injustificadas de los medios informativos, cuyo poder de penetración es cada vez más eficaz.
         De forma muchas veces inconsciente y espontánea clasificamos la información sobre nosotros mismos y nuestras familias en categorías más o menos blindadas. Hay aspectos de nuestras vidas que no deseamos dar a conocer a nadie. Ni siquiera los amigos. Son los grandes secretos de la persona. Otras veces aceptamos compartir nuestra intimidad con familiares y amigos con los que nos confidenciamos. Por ejemplo nuestras ideas políticas o creencias religiosas profundas. Es la llamada información confidencial que afecta al secreto profesional. Otras veces, aunque no estamos especialmente interesados en divulgar nuestras cosas tampoco nos preocupa el que se digan. Por último están aquellos aspectos íntimos de nuestra vida que son del dominio público.
         Cabe establecer a título orientativo y desde una perspectiva ética un nivel de intimidad propiamente dicha y otro de vida privada. Como valores éticos del nivel de intimidad, que han de ser respetados por los profesionales de la información, cabe destacar los siguientes: los pensamientos, las intenciones, los sentimientos, la vida amorosa y sexual, el cuerpo humano y sus funciones naturales y el inconsciente. Los actos específicos de la vida espiritual, especialmente los que se refieren a las relaciones del hombre con Dios. Los defectos físicos o psíquicos, el estado de enfermedad y la muerte. Domicilio, correspondencia epistolar y conversaciones telefónicas.


         El nivel de vida privada comprende fundamentalmente el ámbito de la vida de familia, hogar y matrimonio. Y por analogía, la vida de las comunidades religiosas cristianas y la marcha de instituciones humanitarias así como todo aquello que no tiene relación inmediata con los servicios de orden público. Dentro del ámbito familiar cabe distinguir también grados de privacidad. La vida familiar se realiza en un contexto más amplio que la vida del hogar y ésta se desarrolla en un contexto más restringido que la familiar, pero más amplio que la vida de matrimonio. Dentro del contexto familiar la vida estrictamente matrimonial es lo más íntimo. Cuando hablamos de intimidad sin más, nos referimos a lo más íntimo de la persona en sí misma considerada.
 
      5. Los límites del derecho a la intimidad
 
      Ni el derecho a la información ni el derecho a la vida privada son derechos absolutos. El creerlo es una simpleza. El único derecho humano absoluto es la vida. Tanto la vida privada y la intimidad como la información tienen límites. Los textos legales y deontológicos nos lo recuerdan. Los criterios éticos en los que esas determinaciones están basadas pueden reducirse a los que se indican a continuación.
         En primer lugar, el interés público, que no ha de confundirse con la curiosidad pública. Esto, que es de sentido común, nos lo recuerdan también casi todos los textos deontológicos y legales. Puede haber sectores públicos interesados en conocer la vida privada de los demás. Pero el informador responsable se cuida mucho de no satisfacer deseos injustos o malsanos. Hay una jerarquía natural de valores que ha de ser siempre respetada. El interés público tampoco debe confundirse con los puntos de vista del informador irresponsable, que tiende a creer que los intereses y gustos del público son aquellos que coinciden siempre con los suyos. A pesar de todo hay que mantener el principio de que una forma de conducta deja de ser íntima o privada para efectos informativos a medida que tiene mayores repercusiones en la vida pública. Por ejemplo, sería inaceptable invocar el derecho a la privacidad para ocultar una enfermedad infecciosa con alto riesgo de contagio. La prudencia aconsejará en cada caso la manera de informar equitativamente sobre esa enfermedad, pero aceptando que habrá aspectos íntimos que deben ser revelados. Piénsese, sin ir más lejos, en las víctimas del sida. Desde una perspectiva rigurosamente ética, los silencios de la complicidad en materia grave son absolutamente inaceptables bajo el pretexto de respetar la intimidad o vida privada.
 
      Otro límite importante viene dado por los daños eventuales a terceros inocentes. La ética no puede asumir el que los inocentes sufran por causa de una conducta ajena mantenida en silencio. El informador responsable debe tener conciencia clara de que puede y debe tocar aspectos de la vida privada cuando esté suficientemente seguro de que, de no hacerlo, está colaborando con su silencio al mal de personas o grupos de personas inocentes. Es una opción delicada en la práctica, pero no por eso menos imperativa y vinculante en conciencia.
         También es un límite natural el consentimiento otorgado por las personas concernidas para que se hable de sus asuntos íntimos y privados. Quien otorga libremente su consentimiento para que se hable de sus cosas no tiene derecho a quejarse después. En teoría, este principio no admite dudas. En la práctica hay que ser cautos y no abusar del mismo. Aun con el consentimiento de las personas concernidas, el informador responsable debe saber discernir si realmente esas revelaciones permitidas son de verdadero interés para el público al que informa. La experiencia enseña que muchas veces no lo son y que lo único que se pretende es hervir el caldo del sensacionalismo y de la frivolidad con perjuicio de la auténtica información. Un ejemplo frecuente lo tenemos en la llamada prensa del corazón, en la que la morbosidad, el melodrama y el sensacionalismo son aliados inseparables de injusticias económicas jamás denunciadas.


         Por último están los límites impuestos por el carácter público de las personas. Es obvio que en la medida en que una persona desempeña funciones públicas el círculo de su vida privada es más reducido. Aspectos de su vida que no interesarían a nadie o a muy pocos como persona particular, suscitan ahora particular interés por sus repercusiones en la vida pública. Que un ciudadano cualquiera se emborrache en su casa o se permita aventuras amorosas arriesgadas en el ámbito de su vida privada es algo que puede afectar a su familia. Pero si esa persona se presenta para candidato a la presidencia de los Estados Unidos, por ejemplo, la cosa cambia mucho. El saber si bebe más de lo debido en su casa o si lleva una vida emocionalmente equilibrada importa mucho a la hora de votar a un hombre que tendrá que tomar decisiones que afectarán al mundo entero. El que los informadores traten de conocer lo más posible de las personas públicas es éticamente justificable. Otra cosa es que violen la ética de los medios como si el fin justo justificara el uso de medios injustos en sí mismos. Pero ésta es ya otra cuestión. Lo que ahora interesa dejar claro es que los círculos de la vida privada de las personas que desempeñan funciones públicas son más reducidos que los de las personas particulares. Lo cual no significa que esas mismas personas puedan ser invadidas en círculos de intimidad por naturaleza inviolables.
 
      6. El secreto profesional del periodista
 
      En íntima relación con la veracidad está el secreto, cuya sola etimología (secernere) evoca ya la idea de segregar o separar algo que en último término será ocultado. Terreno más que abonado para la manipulación mediante el recurso a la mentira. Veracidad, secreto, manipulación y mentira van muy a la par y en peligro constante de colisión por invasión de carril dentro de la misma pista. ¿Cómo guardar secretos sin mentir? ¿Cómo salvaguardar el respeto a las fuentes de información sin propiciar la colaboración con la injusticia?. Esta es la gran cuestión que se le plantea al buen informador. La cuestión del secreto profesional es delicada en la práctica. Actualmente puede decirse que está de moda en el campo de los medios informativos como mecanismo de autonomía profesional frente a las instancias gubernamentales y paragubernamentales. El artículo 20 de la Constitución española dice al respecto: «La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional¼». Se trata de un derecho natural para cuya aplicación práctica se requieren ciertas normas positivas. De éstas se ocupa el Derecho. A nosotros nos interesa el aspecto primero o ético‑deontológico, sobre el cual la bibliografía no es tan abundante, pero sí pueden establecerse unos principios orientativos de valor permanente.
 
       a) Concepto y clases de secretos
 


El secreto en general es un compromiso moral de no manifestar a nadie las noticias conocidas o recibidas por vía confidencial. Es algo relacionado con la intimidad personal, la fidelidad y seguridad de las personas y de los grupos y necesario para el ejercicio de las relaciones interpersonales e institucionales. Con el secreto profesional está en juego el respeto a la dignidad humana en sus aspectos más íntimos y el respeto y promoción del bien común, así como de los motivos sociales que reclaman la confidencialidad. Esto es lo que está de fondo en toda clase de secreto. Pero veamos más en concreto algunas categorías de secretos para encuadrar el secreto profesional específico del periodista.
         Por razones de claridad adoptamos la división clásica de secreto en natural, prometido y confiado. El secreto dícese natural cuando la revelación de las noticias, que sabemos por vía confidencial, está prohibida por la propia naturaleza de las mismas. Tal ocurre cuando se trata de asuntos relacionados con el mundo íntimo de los afectos y sentimientos internos de una persona o que la revelación de lo que sabemos pueda causar daños evitables a la misma. Es secreto natural todo aquello que conocemos de los demás y que manifestándolo violamos el respeto a la dignidad humana. La violación de estos secretos naturales constituye una injusticia fundamental. Según la ética cristiana, además de una injusticia fundamental, dicha violación del secreto natural constituye una lesión de la caridad, es decir, del amor debido a todo ser humano. En este contexto se encuentran todas las debilidades humanas que ocultas no hacen daño a nadie más que a las personas directamente concernidas.
         El secreto se llama prometido cuando media una promesa formal de no publicar la noticia confidencialmente recibida. Cuando el asunto de que se trata es por su propia naturaleza grave o de derecho natural, y además media la promesa de no revelarlo, la violación de ese secreto constituye una injusticia aún mayor. El que no respeta ese tipo de secretos es un irresponsable supino que no merece la menor credibilidad y confianza.


         Pero puede suceder que la materia del secreto no sea de suyo grave y que sólo medie la promesa formal de no publicarlo. La obligación de guardar el secreto en estos casos depende de la fuerza o naturaleza de la promesa. Hay promesas formales y promesas condicionadas y relativizadas. Habrá que tener en consideración, para hacer una evaluación moral de la violación de esos secretos, el contenido objetivo del asunto de que se trata y la intención del que ha querido vincularse al secreto con la promesa. En los casos de poca importancia es una cuestión de mera fidelidad a la palabra dada. La obligatoriedad de guardar el secreto aumenta o disminuye de acuerdo con el asunto de que se trata y el grado de compromiso adquirido mediante la promesa o la palabra dada. En la vida práctica, una persona que promete mucho de palabra y cumple poco, aunque sea en cosas de poca importancia, inspira poca confianza.
         Por último, el secreto confiado. Ahora se trata de un contrato, explícito o implícito, con el confidente de no revelar el asunto de la confidencia. Obviamente, aquí pueden darse muchos grados de obligatoriedad en la guarda del secreto. Por razones prácticas y de claridad, los expertos suelen distinguir aquí tres grados de confidencialidad o niveles de secreto. No es lo mismo el secreto de una conversación entre amigos, que se comunican ciertos problemas personales comunes, que el secreto de un periodista que ha de manejar, por ejemplo, confidencias en materia de terrorismo.
         A veces nos confidenciamos con un amigo sin otro propósito que recibir ánimo o estímulo en momentos conflictivos de la vida. El titular de una empresa confía a un amigo íntimo la mala situación en que se encuentra, pero sin más interés que el de desahogarse y recibir ánimos. Es una simple confidencia que debe ser respetada, pero la obligación puede ser muy relativa, según cada caso. Una persona prudente sabrá qué cosas de esa conversación podrían ser reveladas y cuáles no. De todos modos, la propensión a respetar las confidencias, incluso tratándose de asuntos sin especial importancia, denota madurez humana y responsabilidad moral.
         Un segundo grado de confidencialidad tiene lugar cuando se confía un secreto a un amigo por razón de su competencia con el fin de recabar algún consejo útil. Hay de por medio un título de amistad y se busca algún consejo. Este podría ser el caso citado antes del empresario que trata de salir del paso en la solución de sus problemas empresariales. Es obvio que en estos casos el deber de guardar el secreto, si se ha aceptado la confidencia del amigo, es más riguroso. La revelación de dicha conversación podría tener consecuencias nefastas y perniciosas para muchas personas.


         Sin embargo, el que a nosotros nos interesa más es el llamado secreto confiado de tercer grado, es decir, el secreto profesional propiamente dicho. La confidencia se hace ahora a una determinada persona por razón de la profesión que ejerce y de la que se espera un consejo cualificado. El profesional es considerado como una persona competente al servicio del público. Tales son, por ejemplo, el médico, el abogado, el notario, el empleado de banca, el sacerdote, por mencionar algunos casos más representativos. Cuando la confidencia se ha obtenido en el ejercicio de la profesión y sólo en razón de la profesionalidad, la obligación de guardar el secreto es de estricta justicia. Se presupone un pacto implícito de que el profesional no hará uso público de las confidencias de suerte que sean reveladas. El enfermo, por ejemplo, cuenta sus dolencias o sentimientos al médico en función de su esperada curación y no para que se entere nadie de su vida íntima. Todas las profesiones comportan la necesidad de que se guarde el secreto relativo a las cuestiones íntimas que se confían a la profesión.
         Rigurosamente hablando, bajo el secreto profesional cae sólo aquello que es conocido por razón del oficio y no lo que el experto haya podido deducir con habilidad y experiencia, si bien aquí puede entrar en juego el secreto natural. Hay cosas que tal vez podrían ser dichas desde el punto de vista profesional, pero no lo permite el derecho natural. Tampoco cae bajo el dominio del secreto lo que el profesional ya sabía antes de que se lo diga el cliente. Lo mismo cabe decir de todo aquello que es ya del dominio público, sobre todo si hay de por medio alguna sentencia judicial. En cualquier caso, se impone la prudencia. La temeridad con las confidencias de los clientes puede acarrear consecuencias perniciosas para el cliente y para la profesión.
         Hablando del secreto profesional es obligado mencionar el llamado secreto sacramental, que se refiere a la confesión que el penitente hace en secreto ante un sacerdote legítimamente autorizado por su obispo para administrar el sacramento de la penitencia. El penitente confiesa libremente sus culpas no para que se sepan, sino para que sean perdonadas. Y que lo serán infaliblemente si cumple con las condiciones elementales del auténtico arrepentimiento y voluntad actual de corregirse.


         Sin entrar en la tremenda casuística concreta que plantea este tipo de secreto, vale la pena indicar aquí la disciplina canónica al respecto. El canon 938 dice así: «El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo y por ningún motivo. También están obligados a guardar secreto el intérprete, si lo hay, y todos aquellos que, de cualquier manera, hubieran tenido conocimiento de los pecados por la confesión». Y el canon 984: «Está terminantemente prohibido al confesor descubrir, hacer uso, en perjuicio del penitente, de los conocimientos adquiridos en la confesión, aunque no haya peligro alguno de revelación». En el canon 1.388 el violador del secreto o sigilo sacramental es castigado con la excomunión automática: «El confesor que viola directamente el sigilo sacramental incurre en excomunión latae sententiae, reservada a la Sede Apostólica; quien lo viola sólo indirectamente, ha de ser castigado en proporción con la gravedad del delito. El intérprete y aquellos otros de los que se trata en el canon 983,2, si violan el secreto, deben ser castigados con una pena justa, sin excluir la excomunión».
 
b) Lo específico del secreto profesional del periodista
 
Según los textos deontológicos citados lo específico del secreto profesional del periodista comprende: no revelar las fuentes de información, no sacar a la luz los nombres de las personas que han facilitado información de forma confidencial, respetar las informaciones que se han recibido de forma confidencial y mantener a buen recaudo todo aquello que los autores de las informaciones prohíban que sea revelado. El problema ético se plantea muchas veces de forma aguda tratándose de la revelación de la llamada "información secuestrada" o fuentes clasificadas como secretas por las autoridades públicas invocando sobre todo razones de seguridad nacional.


         La guarda del secreto profesional contribuye a la libertad de expresión y a elevar el prestigio moral del periodista. Pero puede prestarse a muchos abusos en la práctica, por lo que tenemos que hablar también de sus límites. Con el pretexto del secreto profesional los irresponsables pueden tener excusa para ocultar, mentir, colaborar con la injusticia y practicar formas de comportamiento corruptas impunemente. Pensemos, por ejemplo, en un periodista que usara las comillas para propalar juicios e ideas vertidos en documentos inexistentes, amparado en el secreto profesional, que le prohíbe revelar la fuente. O en otro en connivencia con grupos sociales de mala vida, pero legalmente intocable por el riesgo de poner en peligro el secreto profesional. Y no digamos nada de aquellos que se comportan más como policías que como informadores, o viceversa, y, con la excusa del secreto, establecen sus relaciones propias con grupos sociales de alta peligrosidad, sin que se pueda esperar de ellos ningún tipo de colaboración positiva. El caso del secreto en materia de información terrorista es de gran actualidad, por lo que será tratado con particular atención. El secreto es un valor de gran calidad ética y en principio debe estar protegido por la ley. Pero en la práctica puede prestarse a abusos de consideración por lo que es necesario también señalar sus límites.
 
7. Límites del secreto profesional del periodista
 
a) Ni único ni incondicional
 
El secreto profesional es un derecho, pero ni es el único ni el más importante. Además, suele estar regulado por las leyes positivas. Según el artículo 20 de la Constitución española, por ejemplo, «La ley regulará la organización y el control parlamentario de los medios de comunicación social dependientes del Estado o de cualquier ente público y garantizará el acceso a dichos medios de los grupos sociales y políticos significativos, respetando el pluralismo de la sociedad y de las diversas lenguas de España». Estas libertades, en función de las cuales se reconoce el derecho al secreto profesional, «tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este título, en los preceptos de las leyes que los desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia». Es decir, que hay una jerarquía de derechos que debe ser respetada y en caso de colisión unos deben subordinarse a otros.


         En nuestros días se habla de culto a la información, como si el derecho a informar fuera el primero de todos y el secreto profesional del periodista un tabú intocable. Nada más falso. El derecho a informar es relativo y está subordinado al orden moral. En caso de colisión de derechos, el derecho a la vida, a la intimidad, al honor y a la propia imagen debe prevalecer sobre el derecho a informar. El derecho al secreto, además, tiene que ser compatible con el derecho de acceso a las fuentes y a la crítica constructiva. Y por encima del secreto está el deber de preservar la paz social y la seguridad nacional o personal. Conocimientos que en unas circunstancias dadas deben ser mantenidos en secreto, pudiera ser que, cambiadas aquellas, debieran perder también su secreto. Recordemos algunas limitaciones que no ofrecen mayor dificultad de comprensión.
 
b) Información, bien común y secretos de Estado
 
El secreto profesional del periodista pierde fuerza de obligatoriedad a medida que la guarda del mismo puede acarrear consecuencias perjudiciales para la comunidad. A veces resulta difícil conmensurar esos posibles daños en la práctica. Baste pensar, por ejemplo, en situaciones creadas por el terrorismo, las enfermedades peligrosas como el sida, las drogas, la delincuencia en general y la seguridad nacional. O por las circunstancias creadas por los regímenes políticos totalitarios. Por lo general las leyes vienen a suplir la incertidumbre indicando los casos en los que el periodista puede o debe violar el secreto. Pero aquí se corre también el peligro de los abusos estatales. Pudiera suceder, y de hecho sucede con demasiada frecuencia, que esas leyes permiten hablar de unas cosas y prohíben otras de forma injusta y arbitraria. Desde el punto de vista ético, la norma general para esos casos podría ser ésta: en caso de duda, debe prevalecer el respeto del secreto, guiados por el sentido común. Hay situaciones concretas en las que se sale más airosos guiados por el sano sentido de honestidad que todos experimentamos dentro de nosotros que teniendo en cuenta los modelos sociales de conducta, inspirados más en la arbitrariedad y la comodidad que ofrece la costumbre que en la razón y la cordura.
 
c) Secreto informativo y daños a terceros inocentes
 


El respeto a la inocencia debe prevalecer sobre el secreto. En principio, el respeto a los inocentes, evitándoles perjuicios, no ofrece mayor dificultad. Lo que ocurre es que en la práctica no siempre es fácil discernir hasta qué punto hay que guardar o no el secreto para no causar daño a la inocencia. Suelen indicarse los criterios siguientes.
 
- Cuando la guarda del secreto afecta a personas que ejercen una profesión pública de gran trascendencia social, la obligación de guardar el secreto disminuye. Pongamos por caso la revelación de que un colega manipula la información o que un conductor de autobuses es adicto a la droga. O el desenmascarar a un periodista que se deja sobornar en la publicación u ocultación de noticias. Por otra parte, cuanto más inocente sea la parte perjudicada por la guarda del secreto, menos obligación hay de seguirlo respetando.
 
– Cuando alguien quiere ampararse en el secreto profesional para consumar alguna injusticia, el profesional debe advertir al cliente que puede violar el secreto. La operación suele ser bastante delicada, pero el no hacerlo podría equivaler a una complicidad. La amenaza de descubrir el secreto puede ser una forma de legítima defensa contra el chantaje.
 
– Cuando la injusticia se ha consumado, ya no le es lícito al profesional revelar el secreto. El hacerlo resultaría totalmente inútil y contribuiría al desprestigio del profesional y de la profesión que ejerce. No vale decir «eso ya lo sabía yo». Si lo sabía por vía de secreto, no se resuelve nada con decirlo y lo único que se consigue es justificar la venganza y desprestigiar a los profesionales. Lo más correcto en esos casos es callarse.
 
– El profesional de la información no está obligado a guardar el secreto profesional hasta el heroísmo. La vida propia está por encima de los secretos de los demás. La amenaza de romper el secreto puede en ocasiones ser un arma eficaz en defensa propia. La libertad de expresión es un bien que debe respetarse siempre en el ejercicio razonable de la profesión contra eventuales chantajistas. Si bien hay que mantener la intención de estar de la parte del secreto, ello no excluye que la revelación del mismo en algunos casos pueda resultar una forma de legítima defensa personal y profesional.
 


– El secreto deja de ser obligatorio cuando el cliente o la persona interesada autoriza a revelarlo. Al que sabe y consiente no se le hace injuria. Ese consentimiento podrá incluso presumirse, pero habrá que tener mucho cuidado con las presunciones. En caso de duda debe prevalecer el secreto. En esta materia hay muchos problemas. Pensemos, por ejemplo, en los diagnósticos médicos, recetas, bancos de datos, conversaciones coloquiales, en los conocimientos que a veces tienen los informadores sobre actividades terroristas y delictivas en general. Un buen criterio práctico sería limitarse a informar sobre los elementos técnicos, excluyendo las referencias personales. Esto es válido sobre todo cuando se trata de datos personales informatizados.
         La esencia de este secreto consiste en el derecho y la obligación de no revelar las fuentes de información confidencialmente conocidas. Se basa en el deber del periodista hacia la verdad como razón de ser de la profesión informativa. Pero el secreto informativo tiene límites. Tales son el bien común del Estado, la justicia social y la dignidad de la profesión. La necesidad de guardar el secreto nace del deber hacia la verdad y sus limitaciones vienen dadas por el deber hacia la justicia personal, profesional y social. No puede invocarse la guarda del secreto como pretexto para encubrir injusticias de mayor relieve que los bienes perseguidos con su custodia. Ni se excluye el sacrificio cuando ello sea necesario, pero en ningún caso hasta el heroísmo. En este  terreno del secreto suele haber conflicto en  entre los informadores y las autoridades públicas, tanto jurídicas como policiales. Unos y otros pueden abusar del secreto, forzando su violación o escudándose en el mismo para encubrir injusticias o causar daños desproporcionados a terceros inocentes.
 


CAPITULO VI. INFORMACIÓN, DIFAMACIÓN Y                                       PRÁCTICAS  CORRUPTAS                                   
 
1. Trato difamatorio y plagio
 
La auténtica información es incompatible con la difamación  y el robo del pensamiento ajeno. El fin de informar no justifica el atropello de la dignidad del prójimo, aunque sea para decir la verdad. Menos aún cuando se apela a la calumnia y a las sospechas maliciosas para minar la moral de los demás. Los códigos deontológicos son muy sensibles a estas formas de injusticia bajo pretextos informativos. También lo son contra el recurso fácil e irresponsable al plagio. Cuestión ésta que va pareja con las cuestiones relativas a los derechos de autor y mención de las fuentes, pero desde el punto de vista ético puede ser tratada tanto en el contexto de las injusticias contra las personas como de las corruptelas profesionales. De hecho, los códigos deontológicos tratan la cuestión del plagio en diversos contextos. Por razones prácticas, nosotros lo tratamos aquí como un tipo muy particular de injusticia profesional. De la regulación y tipificación penal del plagio se ocupa más propiamente el derecho. Los textos deontológicos hablan mucho de la calumnia, acusación y difamación, pero de forma muy confusa. Por esta razón parece oportuno hacer algunas precisiones conceptuales desde el punto de vista estrictamente ético.
 
2. Precisiones conceptuales
 


El buen informador, según los textos deontológicos y jurídicos relativos a la actividad informativa, debe respetar la fama, el honor y la honra. En ética llámase fama a la común estimación que se tiene de la excelencia ajena manifestada con palabras. Cuando esa estimación es negativa se habla de mala fama. El reflejo de la buena opinión que se tiene de una persona, de un grupo humano o de una institución profesional da lugar a la celebridad. Difamar consiste en negar de palabra el derecho al reconocimiento de la propia excelencia ante el público. Pocas cosas hay tan fáciles de hacer como quitar la fama a personas e instituciones a través de los medios de comunicación social. Con el concepto de fama van parejos los de honra y honor. Para nuestro propósito deontológico conviene insistir en que la fama se refiere primordialmente a la estimación de la excelencia ajena mediante la palabra. La honra, en cambio, se refiere a la autoestima que todos tenemos de nuestra propia dignidad. Es la propia opinión positiva de nosotros mismos, nuestra imagen moral a partir de nuestra dignidad personal. Quien difama, también deshonra. Pero el que deshonra no necesariamente difama, aunque de hecho resulta difícil lo uno sin lo otro. La honra es un valor ético muy íntimo, subjetivo y delicado. Hay personas muy frágiles que fácilmente se sienten deshonradas.
         Así como la fama es la buena opinión pública que se tiene de nosotros manifestada de palabra, el honor es el testimonio de esa buena opinión de la excelencia ajena, que puede expresarse de formas muy diversas. Por ejemplo, mediante la alabanza, que es un testimonio de palabra. Es el elogio verbal. Otras veces testimoniamos nuestra buena opinión con hechos concretos. Es lo que suele llamarse la reverencia. Tales son los saludos y gestos protocolarios. En la vida social se recurre igualmente a ciertos actos externos específicos y donación de objetos para testimoniar públicamente nuestra estima o buena opinión. Es el caso de las condecoraciones, colación de títulos honoríficos y gestos similares. Es lo que se llama colación u otorgamiento de alguna dignidad. El término difamación, tan descalificado en los textos deontológicos, equivale a negar injustamente a personas o instituciones la fama que les es debida. En tal sentido, difamar y deshonrar equivale a negar injustamente a las personas y a los grupos humanos la fama y la honra.
Cuando lo que se niega es el honor, aparece el concepto de contumelia como injusta negación del honor debido en presencia de la persona física o moral concernida. El matiz específico de la contumelia consiste en que la deshonra tiene lugar en presencia de las personas concernidas o perjudicadas.
         Contra la fama se usa el término genérico difamación, cuyas formas más conocidas en la práctica pueden reducirse a las siguientes. a) La oculta denigración o difamación en ausencia del perjudicado. Sus formas o especies más significativas son la detracción, como narración indebida de un defecto verdadero, pero oculto. La calumnia, que se define como la narración mentirosa de crímenes o defectos personales realmente inexistentes. La susurración o «chismorreo», que es una forma de detracción cuya finalidad es sembrar la discordia. b) El juicio temerario, que consiste en opinar o pensar mal sin fundamento. Son las acusaciones infundadas de las que hablan los documentos deontológicos y los odiosos rumores de los que suele estar infectada la prensa, sobre todo de corte sensacionalista. c) La murmuración. La murmuración es una práctica endémica y perniciosa casi connatural a la condición humana y de la que se alimenta generosamente la prensa irresponsable. Consiste en comentar sin razón suficiente o con perversa intención defectos reales, más o menos conocidos, de personas o instituciones. Con esta somera clarificación de conceptos éticos sólo quería advertir que el término difamación en los códigos deontológicos abarca todas las formas imaginables de injusticia susceptibles de ser cometidas en los medios informativos con el pretexto de informar.  Formas sofisticadas de injusticia desgraciadamente bastante frecuentes.
         Otra práctica muy mal vista por los códigos deontológicos es el plagio. Es un derivado del latino plagium y que evoca la idea de la plaga o pena del látigo con el que se condenaba a los que habían vendido un hombre libre como esclavo. La expresión técnica era: condemnare aliquem ad plagas. Usualmente el plagio equivale a la usurpación hecha por un autor del pensamiento de otro publicándolo como propio.


         Hay quienes plagian enlazando párrafos ajenos con los suyos propios de forma hábil, de suerte que sólo los expertos se dan cuenta de ello. Otros citan entre comillas textos de fuentes antiguas tomados de obras en las que aparecen citados de primera mano. El lector no experto piensa que el autor le está ofreciendo una información directa de las fuentes, cuando en realidad no ha hecho más que servirse del trabajo de otro sin decirlo. Otras veces se copia el plan y hasta el texto de otras obras ya olvidadas sin advertirlo. El periodista puede caer en la tentación fácil de servirse de las investigaciones realizadas por otros colegas, elaborando después sus artículos de forma tan sublimada que el público no pueda descubrir el hurto. Pero lo que más indigna al público y a los colegas de profesión es que se publiquen artículos como altamente originales cuando en realidad no son más que traducciones materiales de artículos publicados en otros idiomas y presuntamente desconocidos en el lugar donde se produce el plagio. De todos modos, no hay que confundir el plagio con la imitación inteligente y creadora, siempre que no se oculten las fuentes de inspiración. Es muy difícil de hecho ser absolutamente originales. Ni siquiera los comúnmente considerados como genios pueden presumir de no depender de nadie en sus ideas. Por eso el citar las fuentes de inspiración es un acto de nobleza que el citado agradece también cuando se hace con la debida corrección y justicia. El problema práctico del plagio se resuelve positivamente aprendiendo a citar con el rigor técnico que enseña la metodología científica y la disciplina documental. Lo que éticamente interesa advertir aquí es que cuando, por incompetencia, ignorancia culpable o intención deliberada, se copia el pensamiento de un colega sin su consentimiento y se lo publica como propio, se comete una injusticia violando los derechos de autor, engañando al público y desprestigiando al cuerpo profesional o empresa informativa. Las leyes penales pueden salir al paso de estos abusos denunciados por los documentos deontológicos de la información.
 
3. La integridad ética de los periodistas
 


Casi el 80 por 100 de los textos jurídico‑deontológicos hablan de la integridad profesional de los informadores. Pero conviene advertir que en dichos textos el concepto de integridad suele referirse casi exclusivamente al soborno con dinero contante y sonante, para decir u omitir algo. Al periodista en general se le pide que sea íntegro, es decir, que no se deje comprar de forma abierta y descarada. Los códigos salen al paso también de los sobornos indirectos mediante regalos y todo tipo de compensaciones ajenas a los honorarios profesionales.
         El principio cuarto del Código de la Unesco de 1983 presenta un concepto de integridad periodística mucho más amplio. Se refiere a varios derechos y obligaciones fundamentales. En el ámbito de los derechos se extiende a la cláusula de conciencia, el secreto profesional y la participación del periodista en los asuntos específicos de la empresa informativa en la que trabaja. En el ámbito de las obligaciones, la integridad obliga al periodista a evitar el soborno, directo o indirecto; a sacrificar los intereses privados al bien común; a respetar los derechos de autor y abstenerse de plagio. A continuación hacemos mención de corruptelas en el campo de la comunicación tales como los conflictos de intereses, soborno propiamente dicho y prebendas. Corruptelas que en la práctica suelen ir casi siempre juntas o implicadas unas en otras. Cada una cada de ellas tiene sus matices específicos, que conviene señalar para identificarlas y eventualmente saber evitarlas.
 
a) Los conflictos de intereses
 


Muchas veces los reporteros se ven envueltos en situaciones embarazosas en las que tienen que servirse de fuentes anteriores a las que no tuvieron acceso directo. Ellos no pueden estar en todas partes ni seguir personalmente todos los acontecimientos y el recurso a los intermediarios es inevitable. Cuando se trata de asuntos políticos o financieros las cosas se complican mucho, ya que nadie suele facilitar esas informaciones a cambio de nada. La fuente exige siempre algo. Por ejemplo, que se silencien corruptelas o escándalos, que se hable en favor de sus intereses o que se pague con dinero la prestación informativa. El periodista celoso de su integridad puede encontrarse así en situaciones de perplejidad. O acepta las condiciones impuestas por la fuente, mancillando su integridad, o pierde la oportunidad de escribir un sensacional artículo. Los periodistas maquiavélicos resuelven estos conflictos de intereses por la vía rápida del recurso a medios inmorales o ilícitos en favor de sus propios intereses. En el maquiavelismo informativo no se respeta la moral de los medios, pero esto significa la negación misma del sentido de responsabilidad y de integridad profesional. En caso de conflicto de intereses con las fuentes anteriores, lo más correcto sería dejar de escribir ese artículo si no hay otra alternativa razonable. En la práctica no parece que esta conducta sea la más corriente. Cada vez son más abundantes los testimonios de los propios periodistas que corroboran la sospecha.
         Otra cuestión delicada se refiere al conflicto de intereses entre las ideas, las creencias y convicciones del autor de un artículo periodístico y las exigencias de una información objetiva y responsable. No me refiero a los casos que dan lugar a la objeción de conciencia. Tampoco a esa huella personal que todos dejamos en nuestros escritos. Me refiero al conflicto de intereses que tiene lugar cuando, aprovechando nuestra posición ventajosa como informadores, difundimos nuestras convicciones personales e ideas con la intención deliberada de imponerlas a los demás, sacrificando la objetividad informativa. Cuando caemos en esta tentación estamos actuando como auténticos manipuladores y demagogos. Este tipo de conflictos surgen fácilmente cuando se ha de informar sobre política, convicciones filosóficas o religiosas. Por ejemplo, cuando un periodista tiene que informar sobre asuntos relativos al partido político de su afiliación. Si ese periodista no se sintiera seguro de su imparcialidad, lo correcto en la práctica sería que ofreciera a otro la oportunidad de hacer esa información. La tentación de violar la integridad profesional en estos casos es mayor cuando el periodista pertenece a grupos étnicos socialmente desfavorecidos o fanáticos. Pensemos en los periodistas de raza negra en ciertos países y en los que militan en sectas o grupos religiosos de corte fundamentalista o de dudosa identificación.


         En principio, no es incompatible el ser objetivos y equitativos y expresar al mismo tiempo los propios sentimientos y las propias ideas sobre lo que se informa. Un informador que, por razón de objetividad material, no dejara aparecer algún signo de desaprobación del acto de terrorismo del que está informando podría hacer pensar que aprueba tal acto. Lo mismo cabe decir de la manera de informar sobre ciertas formas degeneradas de conducta pública. En estos casos extremos no parece que haya mucha dificultad en admitir la compatibilidad de la información objetiva con la expresión de las propias convicciones. El verdadero problema se plantea más en el terreno del pluralismo de intereses más o menos legítimos cuando el informador piensa sólo en los suyos, aunque sea perjudicando los intereses de los demás. La tentación en esta materia es constante y la integridad profesional frágil.
         Está también el capítulo de los amigos. Existe un tipo de amistad basada únicamente en el interés. Es una amistad egoísta, utilitaria y, en el fondo, falsa. En el campo de la política, de los negocios y de la información, a cualquier persona considerada útil para los propios intereses se la trata como amiga mientras siga demostrando su utilidad. Los periodistas tienen también amigos personales. Unos posiblemente verdaderos, pero otros ciertamente falsos. Pero la información se cruza muchas veces con esas verdaderas o falsas amistades. Los expertos reconocen que no resulta fácil escribir un artículo periodístico sobre asuntos en los que hay que involucrar a algún amigo. Sobre todo cuando esos presuntos amigos son personas influyentes en los diversos sectores de la vida social, o en la vida sentimental del periodista. Un buen amigo puede dar un buen consejo, pero es difícil de encontrar y más aún profesionalmente de tratar.
         El «amiguismo», en cambio, abunda y sus consejos suelen ser los peores. Informar objetivamente, tratando de satisfacer al mismo tiempo los intereses de un amigo y los de la objetividad informativa, no es asunto siempre fácil en la práctica. En el mejor de los casos puede ponerse en peligro la amistad. En el peor de ellos, cuando anda de por medio la amistad de intereses, se corre el peligro de incurrir en el soborno indirecto. Los expertos advierten que la dificultad de informar objetivamente aumenta de forma alarmante cuando la amistad está basada en vínculos sentimentales y amorosos. Los mayores  enemigos de la integridad profesional suelen ser el corazón suelto, las copas generosas  y la cama.


         Cuando el periodista tiene que mantener una casa, educar unos hijos y mirar al futuro siempre incierto, es lógico que tenga intereses económicos familiares de consideración. El ganar dinero para vivir con dignidad es parte de la vida humana, que no puede ser olvidada de forma irresponsable. Por eso los textos deontológicos piden que el periodista viva dignamente de su trabajo. Es un derecho natural. Pero no está exento de abusos. De ahí que la paga del salario justo no se limite a sólo satisfacer ese derecho. Se trata también y de forma más explícita de que el periodista no tenga excusas para dedicarse a actividades que pudieran dar lugar a corruptelas.
         Hoy en día con frecuencia los intereses crematísticos tienden a prevalecer sobre los estrictamente informativos. La información es un asunto de empresa y el lucro el mayor estímulo, por más que en los textos deontológicos siga prevaleciendo el ideal de verdad sobre el del lucro. Lo cual no significa que el aspecto económico no reciba la importancia que incuestionablemente merece. Un buen sueldo oficial es la mejor manera práctica de salir al paso de las posibles corruptelas por parte de los periodistas. Así es como se les puede exigir después con toda razón que se dediquen a lo suyo con las manos limpias, subordinando los intereses financieros a los informativos.
         Pero aun en el caso de que se mantenga esa actitud de honestidad deontológica, cabe la posibilidad de que las correctas informaciones de un periodista o sus artículos de opinión influyan positiva o negativamente en sus negocios familiares. ¿Qué hacer cuando nos percatamos de que nuestras informaciones repercuten para bien o para mal en nuestro propio bolsillo?


         En principio nadie está obligado a perjudicarse a sí mismo. Menos aún a ser obligado a hacerlo. Lo correcto en muchos casos podría ser reservarnos la defensa de nuestros legítimos derechos, dejando que la verdad sobre el asunto la diga otro. Todos los conflictos de intereses pueden tener una solución honrosa. Lo que suele ocurrir es que no todos los periodistas están dispuestos a perder las oportunidades de aumentar sus ingresos económicos si ello es posible desde su posición privilegiada como gerentes de la información y forjadores de la opinión pública. Esta actitud es la que pone en peligro la integridad profesional auspiciada por los textos deontológicos. Los periodistas maquiavélicos no se plantean este problema. Hasta que no caen en manos de la justicia hacen cuanto consideran que es para ellos más rentable, sin respetar la ética de los medios. Los más responsables dirán que no siempre es fácil apreciar en la práctica dónde termina una gestión legítima y empieza la corrupción. Pero no niegan que la tentación de echar por tierra la integridad profesional en esta materia a veces es fuerte y deslumbrante.
         Y qué decir de un periodista que se considera mal pagado. Lo más probable es que se busque trabajos adicionales o complementarios, incluso con perjuicio de sus propios colegas de profesión. Las vacaciones oficiales pueden brindar la ocasión para actuar incluso con cierta clandestinidad. Estos posibles abusos suelen estar tipificados en el derecho común y hasta por la propia disciplina profesional. Algunos periódicos prohíben cualquier ocupación adicional que no haya sido autorizada por su propia administración. Si uno se considera mal pagado, lo correcto es exigir sus legítimos derechos, los cuales dejan de ser legítimos cuando son robados a los propios compañeros de trabajo.
         Otro peligro para la integridad periodística es el llamado «complejo de experto», así como la tentación de convertirse en persona bien informada para influir en las decisiones de los hombres poderosos e influyentes en la vida pública. A todos nos gusta que nuestras opiniones sean tenidas en cuenta por los demás. Es muy halagador para un reportero periodístico el ser consultado por aquellos que toman decisiones sobre las grandes cuestiones públicas. Este complejo de experto es muy peligroso para la integridad profesional. Cuando el periodista se acostumbra a ser consultado por los grandes de la política, de las finanzas o de las ideologías, el plato puede resultarle tan concupiscente que hará cualquier cosa y aceptará cualquier proposición deshonesta antes que renunciar a él. El periodista «creído» puede ser un desastre profesional. Por algo un texto de la SERP (Sociedad Estadounidense de Redactores de Periódicos) advierte que «los periodistas, hombres o mujeres, que abusan del poder que les confiere su papel profesional llevados por motivos egoístas o afines son infieles a esa responsabilidad».
 
b) Los sobornos y las prebendas
 


Los hombres poderosos caen a veces en la tentación de ganar para su causa a los periodistas, para lo cual no dudan en ofrecerles descaradamente importantes cantidades de dinero bruto a cambio de una información o desinformación favorable para ellos. En los casos más graves, el rechazo de la oferta por parte de los periodistas puede acarrearles amenazas, reacciones hostiles y otras formas de venganza. Por supuesto que también el periodista puede caer en la tentación de sobornar a las fuentes.
         Según algunos expertos, los sobornos directos en forma de dinero bruto son cada vez menos frecuentes que en el pasado. Posiblemente tiene influencia decisiva en este asunto el sistema de fiscalización actual de los haberes personales por parte del Estado y la necesidad de justificarlos ante los organismos públicos del mismo. De ahí el que las formas de sobornos se hayan actualizado. El mejor soborno hoy en día es el indirecto que promete un buen puesto de trabajo o una futura promoción social. Los hombres públicos necesitan y buscan una prensa favorable para el éxito de sus contiendas electorales en el campo de la política, de la competencia económica e ideológica y cultural. Pero la «buena prensa» hay que pagarla. La cuestión es cómo y el soborno puede ser una de ellas. Los sobornos tienen también el campo abonado en la llamada «filtración de informaciones». Pero las filtraciones de información pocas veces brotan de la generosidad.
         Entre los posibles sobornos indirectos a los periodistas cabe destacar las categorías siguientes: regalos navideños, descuentos por parte de comerciantes y empresarios a los cronistas de modas y de marcas automovilísticas; ayudas económicas para cronistas deportivos y políticos, por ejemplo facilitando la instalación gratuita de palcos, teletipos y otras facilidades personales; los viajes de placer o de propaganda pagados por parte de las instituciones deportivas y líderes políticos. Sin olvidar los almuerzos pagados y las consumiciones. Los códigos deontológicos y la disciplina interna de algunos periódicos son muy elocuentes en relaciones con estas corruptelas.


 
 
CAPÍTULO VIII. INFORMACIÓN SOBRE VIOLENCIA Y                               TERRORISMO
 
Uno de los retos éticos más dramáticos para los profesionales de la información es el de la cobertura informativa de la violencia y de las actividades terroristas.
 
1. Información sobre crímenes y rechazo de la violencia
 
Hay documentos deontológicos periodísticos que ponen particular atención en la información sobre crímenes y suicidios y en el rechazo abierto de cualquier forma de incitación a la violencia, la criminalidad en general y el robo en particular. Recordemos algunos de esos testimonios deontológicos.
 
Alemania Federal, 12: «Debe aparecer libre de prejuicios la información acerca de los procesos de la investigación y de los procesos judiciales que todavía están tramitándose. Por eso debe evitar la prensa, en la explicación y en la titulación, cualquier toma de posición unilateral o prejuzgativa antes del principio o durante la celebración de dichos procesos. Las personas sospechosas no pueden ser presentadas como culpables ante el dictamen judicial. En consideración al futuro de los jóvenes, sus actos punibles deben ser explicados, en lo posible, sin citar nombres y sin fotografías, siempre que no se trate de delitos graves».
Birmania, 6: «En reportajes de crímenes debe ser solamente observado que el acusado es inocente hasta tanto no sea hallado culpable por un tribunal competente».
         Corea del Sur, C, 3: «En cuanto a los procesos judiciales, se recordará siempre que el acusado es inocente mientras no esté probada su culpabilidad. Sin embargo, cuando un sospechoso ha sido acusado formalmente se podrán omitir los títulos honoríficos que acompañan a su nombre».


         Finlandia, 13, 17 y 18: «En los informes sobre crímenes o quejas hechas contra funcionarios públicos se debe tener una gran preocupación por lo que se refiere a la publicación de los nombres propios de las personas. En las noticias que se refieren a ofensas criminales, el nombre del sospechoso, del encarcelado o convicto no debe ser mencionado, a no ser que lo requiera el interés público. La publicación del nombre de una persona supone, a menudo, una pena mayor que si su nombre no hubiera sido mencionado, causando, además, perjuicios innecesarios». «La publicación de noticias sobre una querella, una demanda o una acusación debe ser considerada cuidadosamente. El terreno para la acusación o protesta debe ser cuidadosamente examinado, y el objeto de la acusación o queja debe ser dado a cambio de explicar el mismo sin dilación si fuera posible». «Las decisiones hechas por un tribunal de justicia o hechas oficialmente no serán anticipadas, y ninguna postura será tomada como argumento de culpabilidad».
         Francia, 22: «Recuerda que, en la información judicial, se presume que todo acusado es inocente hasta que se haya declarado culpable, incluso aunque las evidencias, los testigos y las pruebas parezcan acusarle; no prejuzga las decisiones de los tribunales de justicia y no influye sobre ellas con relatos tendenciosos».
         Noruega, 6 y 7: «Es imprescindible que los reportajes que se envían a los tribunales de justicia, ya sean de casos de derecho civil o criminal, sean escritos imparciales. Todo el mundo es inocente, (sospechosos, acusados, procesados, encausados), hasta que la sentencia de un tribunal competente no sea hecha firme. Se debe tener especial cuidado con las informaciones dadas sobre reportajes, acusaciones, citaciones, etc., que no puedan ser aceptadas como hechos verídicos hasta que estos documentos no hayan sido examinados expresamente por un tribunal de justicia. Evitar publicar nombres y fotografías en los reportajes jurídicos, a menos que sean justificados por fuertes intereses públicos».
         Suecia, 7, 8 y 12: «Observe gran cuidado en la publicación de noticias de suicidio o intento del mismo, particularmente por la salvaguardia de la intimidad y el respeto a familiares, y evitar infracciones que atenten directamente a la vida privada». «Siempre muestre la mayor consideración para las víctimas de crimen y suicidios». «No publique la información de un crimen sin haber descubierto primero si hay razones para semejante información. No repita hechos irrelevantes acerca de personas mencionadas directamente con un crimen». «No anticipe la decisión de un tribunal o autoridades semejantes para dejar de lado una cuestión de responsabilidad. Presente los puntos de vista de ambas partes. Si un caso ha sido reportado, una sentencia confirmada o cualquier otra decisión debería también ser reportada».


         En relación con la posible incitación a la violencia en general, la criminalidad y el robo:
         Alemania Federal, 10: «Se debe evitar la descripción, en forma inadecuada y sensacionalista, de la violencia y de la brutalidad».
Bélgica, 10: «El periodista puede preconizar la modificación o abrogación de las leyes, pero no las puede atacar incitando a los ciudadanos a violar sus prescripciones. Tampoco puede dedicarse a hostigar el odio de una potencia extranjera contra Bélgica, ni puede secundar propagandas extranjeras peligrosas a las instituciones nacionales».
         Birmania, 15: «La prensa debe abstenerse de publicar temas que fomenten el vicio y el crimen». Gales, 10: «Nunca fomente ni enfatice con demasía la ignorancia y el odio en el encabezamiento o en el cuerpo del artículo. Busque noticias constructivas de buen trabajo en el mundo, al menos como contrabalance a la gran cantidad de crímenes y violencia». India, 3: «Periodistas y periódicos evitarán los reportajes y comentarios que tiendan a promover tensiones, probablemente como líderes; o llevar la delantera en tensiones civiles, motines o rebeliones. La violencia debe ser condenada sin dejar lugar a dudas».
         Jamaica, i: Los periodistas no pueden «dar publicidad que disienta de la política y acciones del gobierno y de los métodos pacíficos constitucionales. Hay que evitar escribir y publicar asuntos que puedan ser subversivos o perjudiciales a la unidad del pueblo o ciertamente conduzcan a la violencia o a la ruptura de la paz».
         Túnez, I, 4: La prensa tiene que evitar «la apología de los crímenes, asesinatos, saqueo, incendio, robo, daños a la propiedad ajena, crímenes de guerra o de colaboración con el enemigo. La provocación de esos crímenes». Debe evitar igualmente la provocación del odio entre razas, el incitar a la población contra la ley del país, los gritos y cantos sediciosos proferidos en los lugares con el fin de desviarlos de sus deberes y obligaciones militares. Lo mismo hay que decir de las posibles ofensas contra jefes de estado o miembros de gobiernos extranjeros y agentes diplomáticos en general.
 


Todas estas recomendaciones, a veces imposiciones, a los periodistas e informadores en general se prestan a múltiples comentarios e interpretaciones. Baste advertir aquí que no es lo mismo crimen ético que crimen legal, que no se puede abusar de la presunción de inocencia ética porque no se pueda demostrar la culpabilidad legal y que ciertas admoniciones en beneficio incondicional del orden social establecido necesitan de muchas matizaciones para no incurrir en lo que se ha llamado ya colaboración con el terrorismo del Estado. Hechas estas observaciones introductorias, entramos ya en la cuestión capital que queremos  afrontar: ¿Cómo informar cuando la violencia que se ha tratado de evitar se ha convertido en una forma de violencia llamada «terrorismo»?
 
2. Teorías deontológicas sobre información en materia de terrorismo  
 
Las teorías  y opciones prácticas en el tratamiento informativo del terrorismo pueden reducirse a las que se describen a continuación con su valoración crítica correspondiente.
 
a) La tesis del silencio total
 
Sostiene que la forma más eficaz de combatir el terrorismo consiste en silenciar completamente las acciones terroristas en los MCS. Los terroristas tienen particular interés en aparecer en los medios. Neguémosles la posibilidad y neutralicemos así eficazmente y de raíz sus efectos.


         Esta propuesta deontológica tiene poca aceptación. En primer lugar porque, dado el interés que tienen los terroristas en salir en los medios, el rechazarlos resultaría muy difícil y podría resultar altamente peligroso. Los medios son en sí mismos demasiado atractivos y poderosos para que los terroristas permanezcan indiferentes frente a una tal restricción. El silencio extremo podría resultar un remedio peor que la enfermedad. Aun en la hipótesis, poco probable, de que todos los medios se pusieran de acuerdo, la información sería sustituida por los rumores y las sospechas, lo que contribuiría a sobrevalorar los atentados terroristas. La desinformación, el bulo y el rumor, además de preparar mejor la dictadura del miedo, comportan mayores efectos negativos que los que, en el peor de los casos, pudiera inducir la información. Además, está por demostrar que el terrorismo disminuya silenciando sus acciones. Los medios de comunicación son una de las armas preferidas por los profesionales del terror, pero no la causa ni el motivo. Por lo mismo cabe el temor de que el silencio total provoque la ira de los terroristas.
         Otra razón poderosa contra la tesis del silencio total es que en determinadas latitudes se podría estar favoreciendo el llamado "terrorismo de Estado". Es evidente que en estos casos lo más conforme con la ética, la defensa del derecho a la vida, a la paz y a la información, es informar de ese terrorismo tenebroso y oculto que han practicado y practican los regímenes totalitarios de todos los signos y colores.
 
b) La tesis del libre flujo informativo
 
Es la alternativa opuesta al silencio absoluto y una consecuencia lógica del culto a la libertad de expresión, la libre competitividad de noticias y de las presuntas exigencias del público. Algunos sostienen que, aun tratándose de asuntos tan delicados como el terrorismo, la libertad de informar del periodista debe prevalecer sobre cualquier otro motivo o interés en conflicto. Pero esta actitud es muy poco razonable y nada realista. La misma Katherine Graham al frente del Washington Post, que propugnó esta tesis abiertamente,  reconoció después que la realidad informativa en materia de terrorismo impone otros criterios menos románticos y más pragmáticos.
         La vida es un valor superior a la libertad de expresión. Esta se justifica por aquélla, y no al revés. Este principio da luz para comprender que no se puede competir contra la vida ni el público tiene derecho a saber todo cuanto parte de ese conocimiento y puede ser dañino para la vida. Pensar de otra forma es incorrecto. Pero informar contrariamente a ese principio de prioridad de la vida sobre la libertad de expresión es simplemente inmoral.
         Como crítica a esta teoría del libre flujo informativo en materia de terrorismo hay que evitar los mitos. Por ejemplo, el culto a la objetividad puramente fáctica, que facilita la plataforma terrorista. O el culto a la rapidez, expresado en el famoso dicho «escribir primero, pensar después», que favorece también a la causa terrorista. De hecho, los terroristas conocen esta debilidad y tratan de colocar sus comunicados poco antes de los «cierres» de los periódicos y ediciones de los telediarios. Los periodistas pueden caer también en el culto mimético de las fuentes. Consiste en una peligrosa dependencia informativa de los terroristas usando su propia terminología propagandística. En la retórica terrorista existe todo un repertorio de frases hechas y eslóganes que los periodistas copian literalmente o citan entre comillas. Hay que deshacer también el culto a la violencia por parte de los telespectadores, que se acostumbran a ella, y los periodistas se la sirven bajo pretextos informativos. Lo cual induce al culto de las malas noticias. Parece como si las noticias más buenas y apetitosas fueran precisamente las malas. Extremadamente peligroso es el culto a la información en directo. Se olvidan los informadores de que los terroristas están muy atentos a la radio y a la televisión y que por ello las operaciones de los agentes de seguridad lo encontrarán todo mucho más difícil. Por último está el culto a la espectacularidad. Conviene tener presente que el terrorismo es una mezcla de propaganda y teatralidad magnificada por las cámaras fotográficas y las pantallas de televisión.
 
c) Posturas intermedias
 
1) El neutralismo informativo
 
Según esta teoría el periodista debería actuar como un registrador automático de datos y acontecimientos. O como un aséptico notario cuya función consiste en relatar materialmente lo que oye y lo que ve.  Pero en la práctica esta neutralidad es imposible de lograr. Toda información lleva al menos el sello personal del que informa. Esa presunta neutralidad resulta más difícil aún de alcanzar cuando se informa sobre el terrorismo. El periodista tendría que dejar de comportarse como un ser sensible y humano para actuar con indiferencia estoica ante la violencia humana más extrema. Esa pretendida neutralidad ni es posible ni aconsejable.
 
2) Silencio de excepción
 


Dijimos antes que el silencio total no es viable. Cabe hablar, sin embargo, de un silencio de excepción. Informar no significa que se haya de decir todo aquí y ahora. A veces los terroristas no han sido todavía identificados o se desconoce su importancia. En tales casos se recomienda una gran cautela informativa para evitar el hacerles una propaganda desproporcionada y favorecer su expansión. En ocasiones puede ser suficiente la información escueta de los hechos sin mencionar la autoría de los mismos, dejando los comentarios para otro momento más oportuno. Estos silenciamientos estratégicos serán particularmente aconsejables cuando hay rehenes de por medio. Los MCS deberían saber callar prudentemente para no entorpecer la labor policial o precipitar el desenlace fatal a causa de informaciones inoportunas.
 
3) Información selectiva
 
Sobre el terrorismo hay que informar, unas veces hablando y otras callando. Pero ¿cómo hablar? La respuesta obvia es: selectivamente.  La información selectiva significa diferenciar nítidamente los hechos de las opiniones. La información debe limitarse sólo a los hechos, aunque sin minimizar la importancia de los mismos. Rechazar la propaganda directa de la causa terrorista rechazando sus comunicados y notas explicativas, al menos en la medida en que ello sea posible habida cuenta de las presiones o eventuales amenazas. Cuando hay de por medio rehenes o personas secuestradas se impone el silencio de excepción y la colaboración sincera y prudente con los agentes del orden público. Evitar a cualquier precio el empleo del lenguaje de los terroristas. Por ejemplo, no usar expresiones como «impuesto revolucionario», «tributo popular», «ejército del pueblo» y otras similares. Hay que seleccionar bien el momento de informar así como el lenguaje utilizado para evitar hacerles el juego a los profesionales del terror y de la muerte.
 
4) Información selectiva de calidad
 
La información selectiva de calidad añade el pronunciamiento negativo de los media sobre los actos terroristas. La información de calidad implica condena y desprestigio inteligente de los actos terroristas poniendo de manifiesto lo irracional e inhumano de sus métodos. Cuando el acto terrorista es de escasa importancia, la información debe ser mínima, y cuando es realmente importante será selectiva de calidad, evitando la propaganda y censurando tales acciones. En la información de calidad sobre terrorismo deben prevalecer los aspectos irracionales e inhumanos de tal forma de conducta. La reivindicación jactanciosa y cruel de los atentados es contrarrestada con su mezquindad y animalidad.
 


Para evitar el peligro de contagio y salvar la dignidad de los rehenes y de las personas eventualmente involucradas, la información de calidad rechaza los comunicados de los terroristas. No usa jamás su lenguaje y da por supuesto que se trata de delincuentes y asesinos. Se han de resaltar todos los aspectos negativos de tales actos a fin de que el pueblo inocente se sienta estimulado y protegido para reaccionar con serena pero firme indignación contra tales formas de conducta.
         Los medios de comunicación no deben ser «oxígeno de los terroristas» ni hacer de estorbo u obstaculizar la penosa labor de los agentes del orden público. Lo razonable sería la colaboración prudente. La supresión total de información en materia de terrorismo parece de todo punto inadmisible. Tampoco es recomendable la absoluta neutralidad. La información se impone como la postura más razonable y realista. Pero ha de ser, por lo menos, selectiva en todos los casos. Lo ideal sería que fuera también selectiva de calidad.
         Esta es la conclusión que parece deducirse de la experiencia más realista y que están adoptando cada vez con más convencimiento las instituciones y órganos de información, aunque, todo hay que decirlo, con resabios ideológicos y utópicos. En cualquier caso, el fenómeno terrorista ofrece aspectos que no admiten discusión. En el fondo, lo que está en juego siempre es la vida humana, y la ética no puede inhibirse.
         En consecuencia, hay que informar en nombre de la vida de las potenciales o actuales víctimas y del público en general y no en nombre de la causa criminal de los terroristas. El terrorismo es siempre y en todas partes una causa de terror y de muerte ignominiosa. El informador que pretenda pasar por alto esta triste realidad mejor es que se quede en su casa viendo la televisión y que deje a otros más responsables la tarea de informar. Informar desde los intereses de la vida humana de las víctimas y del público significa, como ha dicho Carlos Soria, «dar a conocer lo que a los terroristas les gustaría ocultar: cómo están organizados, cómo es su financiación, cuáles son sus objetivos, lo que puede saberse de sus militantes, su perfil psicológico, su itinerario personal, sus conexiones internacionales; y también, si es prudente utilizar fuentes de información terrorista, proceder a descodificar su lenguaje hasta dar a su discurso su verdadero sentido».
 
 
 
 
 
CAPITULO  VIII.  LOS DILEMAS ÉTICOS DEL  FOTOPERIODISMO                                            
 
                 
1. El problema ético fundamental
 


La fotografía es una especie de imagen visual  y, como toda imagen, un lenguaje con el que se pretende decir, dibujar o ilustrar un mensaje a los demás. En la producción y edición de fotografías surge un problema ético fundamental, común a toda clase de imágenes, que deriva de su propia naturaleza como representación figurada. Este es el problema. Por una parte necesitamos de las imágenes para conocer y comunicarnos con nuestros semejantes. Por otra, la imagen en cuanto imagen nos aleja de alguna manera de la realidad objetiva en sí misma. La fotografía de un caballo nos habla del caballo, pero no es realmente el caballo. La fotografía de un accidente de tráfico publicada en la primera página de un periódico nos habla del accidente, pero no es el accidente en sí mismo. El accidente se produjo de una manera viva y cruenta. La fotografía, en cambio, es sólo una representación incruenta y figurada del mismo.
 
2. Las situaciones dilemáticas
 
Dilema es un argumento de dos proposiciones tales que cualquiera de ellas sirve para rebatir al contrario. Se ha producido un a tentado terrorista y el reportero gráfico ha filmado el acontecimiento con toda su carga de inhumanidad. ¿Qué hacer con la filmación?. El director del periódico y el reportero piensan que hay que publicarla con retoques para no herir la sensibilidad del lector o de los familiares de las  víctimas. El editor, por el contrario, piensa que debe publicarse en primera página y en toda su crudeza para denunciar la crueldad e inhumanidad de los asesinos. Desde la perspectiva ética vemos que se pueden alegar razones válidas tanto para publicar como para no publicar el filmado.
         ¿Qué es lo correcto? Nos encontramos ante un auténtico dilema ético en el que tenemos que tomar una decisión y las razones en pro y en contra parecen neutralizarse. Al menos en teoría, ya que en la práctica el dilema o disyuntiva tiene que desembocar en una decisión concreta. Incluso la alternativa de la neutralidad es una solución práctica. ¿Quiénes han de tomar esas decisiones? ¿Con qué criterio? Un periodista gráfico va por la calle y dispara su cámara sobre cualquier objeto, persona o acontecimiento que llama su atención. Otro, por el contrario, siente la misma inclinación, pero antes de disparar se lo piensa dos veces. Sobre todo si se trata de fotografiar a personas sin contar con su previo consentimiento. La tentación de operar con el teleobjetivo para penetrar en los recintos más íntimos de personas e instituciones es constante y fascinante. Cualquier resolución tomada está inspirada en mayor o menor grado en el sentimiento, en la razón o en una combinación de emoción, sentimiento y racionalidad. En ese juego de emociones y razones libremente expresadas se fragua la corrección o incorrección ética de la decisión tomada. Ninguna acción humana libre y responsable es éticamente indiferente.  Necesariamente acertamos o erramos  de forma total o parcial.
 
3. Dilemas éticos del editor
 
Hacer o no las fotografías, publicarlas, cómo, cuándo y dónde. Esta es la cuestión. Situaciones dilemáticas que se presentan ineludiblemente cuando se trata de fotografías o secuencias filmadas relativas a: fusilamientos, navajazos, dolor, aflicción física o mental, posturas y gestos vulgares, sexo y pornografía, tópicos racistas o étnicos, fotos embarazosas o que sirven para ridiculizar, invasión de la privacidad, delincuencia, fotografías exhibicionistas, fotos manipuladas, tipos raros realizando hazañas peligrosas, jóvenes arrestados y muerte de animales.
Como criterio práctico para resolver estos dilemas éticos por parte del editor cabe hacer las siguientes consideraciones.
         Ante hechos y situaciones de interés público o de importancia humana relevante, parece razonable publicar todo procurando  no ofender a las partes implicadas. Cuando contemplamos actualmente las truculentas  fotografías de personas ante los restos de seres humanos previamente degollados para saciar el hambre durante la guerra civil rusa de los años veinte, no dudamos de la legitimidad ética y hasta conveniencia de hacer públicas  esas tremendas  fotografías. En ellas hay lecciones inequívocas de humanidad y de horror hacia quienes promueven la guerra con todas sus consecuencias. Tanto más cuanto que tales fotografías no se publican  a traición  violando la dignidad de las personas concernidas.  Otra cosa es la intencionalidad del editor, que puede no ser honesta. O la publicación de las mismas a destiempo, manipulándolas o presentándolas ante públicos no preparados para contemplarlas informativamente y sacar las debidas conclusiones de su visualización.
 
4. Dilemas éticos comunes al fotógrafo y al editor
 
Las situaciones dilemáticas más destacadas por los expertos en la ética del fotoperiodismo pueden reducirse a las derivadas de la violencia y el terrorismo, la violación del derecho a la vida privada y la intimidad, manipulación digital de las fotografías, accidentes de tráfico, estado agónico de las personas, exhibición de la ejecución de condenados a muerte, prácticas abortivas, suicidio y eutanasia. Sobre todo publicadas en televisión.
         Sobre la exhibición gráfica de las ejecuciones de los condenados a muerte, de las prácticas abortivas, el suicidio y la eutanasia cabe recordar lo siguiente. Es moralmente lícita la exhibición gráfica de esos actos para mostrar a la gente su inhumanidad  y como denuncia de las leyes que las permiten  y hasta promueven. Los actos de extrema maldad objetiva, como los indicados, no pueden ser considerados como materia de información neutral. El informador, como en la información terrorista, tiene la obligación moral de definirse en contra. Lo contrario significaría colaboración. El hecho de que esas acciones estén legalizadas no cambia su maldad moral objetiva, sino que la agrava, por lo que han de ser denunciadas como injusticias de Estado.
         Desde el punto de vista ético, el planteamiento que se está dando a estos temas en la prensa y en televisión es hipócrita. Los Estados, las autoridades públicas y las personas que se someten a esas prácticas o las sostienen prefieren comprensiblemente que no se den a conocer si no es para apoyarlas. Por su parte, los órganos de información  interesados en divulgarlas gráficamente lo único que suelen buscar es dar carnaza y sensacionalismo para aumentar la audiencia.
         Por lo tanto, el fotoperiodista puede y debe hacer uso de esas informaciones gráficas, de pasado o de presente, siempre y cuando con ellas trate de denunciar los actos que él no ha podido evitar. Pero sería éticamente inadmisible el producir esas imágenes por hedonismo, sadismo o simplemente para ganar dinero en una sociedad en la que tales actos están legalmente protegidos.
 
5. El fondo ético de la cuestión.
 
a) La opción amoral
 
Hay quienes piensan que el fotoperiodismo es una cuestión de mera técnica profesional al margen de consideraciones éticas o morales.  Ante un objetivo fotográfico interesante a la vista el fotógrafo sólo debería pensar en enfocar la cámara y disparar lo antes posible para no perder una oportunidad irrepetible. Gracias a los que en el pasado actuaron guiados por este criterio estamos ahora en posesión de fotografías que son verdaderos documentos históricos  sobre miserias humanas del pasado debidas a las guerras, el hambre y toda suerte de injusticias.
         Pero si esta actitud exclusivamente tecnocrática y  amoral por parte del fotógrafo fuera correcta no habría tantas protestas  y críticas por parte del público receptor ni peleas en las redacciones entre reporteros gráficos, directores de periódicos y editores de prensa y publicidad. El interés histórico del periodismo gráfico no dispensa de la sensibilidad humana ante las desgracias ajenas. Hay fotógrafos que disparan incondicionalmente. Otros se abstienen ante un mismo objetivo o disparan sólo en determinadas condiciones. Igualmente hay directores de periódicos y editores que no dudan en publicar cualquier fotografía a todo trapo, mientras que otros estudian cautelosamente la forma de hacerlo o incluso se abstienen. ¿Por qué esta diversidad  de  actitudes? ¿En qué motivos se apoyan los unos y los otros para tomar decisiones diversas y hasta opuestas en la producción  y edición de fotografías?
 
b) Los presupuestos éticos de fondo
 


La opción por una u  otra alternativa en estas situaciones dilemáticas supone una filosofía ética, por más que muchos no tengan conciencia explícita de ello y otros traten de negarlo. Actualmente crece la conciencia de responsabilidad entre los profesionales del fotoperiodismo, sobre todo por la influencia de la televisión en los modelos de conducta sociales gracias al sensacionalismo gráfico y a la prensa ilustrada. Por otra parte, el desarrollo técnico de la fotografía pone al fotógrafo en la constante y creciente tentación de introducirse en la vida privada e intimidad de los demás,  sobre todo en situaciones límite de la existencia humana. Detrás de cualquier opción fotoperiodística subyace un modelo ético o paradigma ético-filosófico. En la cultura occidental los más frecuentes son:
 
1) El imperativo categórico kantiano
 
Significa que lo que es bueno o recto para uno tiene que serlo para todos. Antes de realizar una acción hay que ver si nuestro criterio puede aplicarse universalmente. Nuestras decisiones deben basarse en la ley moral con la misma precisión que las leyes de la naturaleza como la de la gravedad. Imperativo significa exigencia de que algo tiene que hacerse. Y categórico quiere decir incondicional sin tener en cuenta circunstancias ni excepciones.  Lo que es recto debe ser hecho incluso en circunstancias extremas.  Las cosas hay que hacerlas  "porque sí"  prescindiendo de las eventuales consecuencias. En deontología pura, hay reglas universales de conducta que deben ser cumplimentadas por todos sin excepción y sean cuales fueren las consecuencias. Los códigos deontológicos, por ejemplo, y las leyes reguladoras de cualquier actividad profesional habrían  de cumplirse siempre, en todas partes  y por todos a los que afectan. La rectitud moral consistiría en el mero cumplimiento de las  mismas al margen de cualquiera otra consideración.


         Aplicando esta mentalidad a la profesión del fotoperiodismo se llega a resultados altamente contradictorios.  Hay  quienes sostienen, por ejemplo,  que el principio general de que no se ha de añadir más sufrimiento a las víctimas del terror debe materializarse excluyendo siempre y en todas partes a los fotógrafos  de los funerales. Pero por la misma razón de la universalidad del principio ético llegan  a la conclusión opuesta quienes sostienen de forma absoluta que el deber de informar no puede ser objeto de restricciones de ningún género.
         Vemos así cómo invocando kantianamente la universalidad del principio contra el sufrimiento humano se llega a negar la licitud moral de la actividad fotográfica en los funerales por las víctimas del terrorismo. Pero aplicando unilateralmente el principio del derecho a informar se llega a legitimar moralmente lo que en nombre del otro principio resultaría inmoral. En ambos casos predomina la mentalidad kantiana del imperativo categórico.
         Es claro que  por este camino de la ética filosófica kantista no es posible llegar a una solución razonable de los problemas éticos que se plantean en el fotoperiodismo.  En la ética kantiana hay fallos de fondo muy graves. No se tienen en cuenta ni las circunstancias ni la consecuencias del acto moral. Tampoco en el kantismo ético se sabe aplicar los principios universales del orden práctico a la vida real de las personas condicionadas por circunstancias y situaciones con frecuencia insuperables. Por otra parte, la precisión de las leyes físicas no es aplicable a las normas morales.  El pretenderlo sólo conduce al rigorismo y a crear situaciones de inhumanidad. Por estas razones me parece que el imperativo categórico kantiano no es aceptable como criterio moral para evaluar el grado de licitud o ilicitud ética de la actividad fotográfica en las diversas situaciones en que suelen encontrarse los profesionales del fotoperiodismo. Lo único válido de la teoría kantiana es el reconocimiento de principios universales de orden ético, pero la aplicación práctica de los mismos resulta de todo punto inaceptable.
 
2) El utilitarismo angloamericano
 


La teoría utilitarista de Jeremy Bentham y Iohn Mill tiene particular vigencia entre los periodistas angloamericanos. Se basa en el principio de la obtención del mayor bien para el mayor número de personas. El utilitarismo viene a confundirse con el consecuencialismo cuando propone sopesar las consecuencias y el impacto bueno o malo de una acción para optar por aquellas formas de conducta que reportan más bien y menos mal. La cuestión de lo bueno y lo malo moralmente hablando, de lo correcto o incorrecto, es cuestión de proporcionalidad. Pensemos en el caso del Watergate. Las informaciones sobre el caso perjudicaron al presidente Nixon y a sus seguidores, pero fueron consideradas como muy útiles para el resto de la sociedad. Los reporteros gráficos se escudan en la ética utilitarista cuando, por ejemplo, justifican la publicación de fotografías horrendas sobre accidentes de tráfico replicando a los lectores disgustados que viendo esas fotos la gente va a ser más prudente conduciendo. Lo mismo cabe decir cuando se apela al presunto caracter catártico de dichas fotografías. Se dice que viéndolas en toda su crudeza la gente reflexionará y se convencerá de que tiene que ser más responsable en la carretera. Otros alegan que el sensacionalismo es económicamente más rentable.  
         En esta teoría se tiene en cuenta sólo la presunta utilidad de la publicación de ciertas fotografías. Pero queda por saber si eso que se presume útil es también éticamente bueno. Tampoco queda claro que dicha utilidad esté asegurada. Y lo que es peor. La utilidad suele confundirse frecuentemente con el egoísmo personal y la explotación económica de las fotografías. Cabe dudar, por ejemplo, que la pornografía sea útil para entender mejor lo que es el amor humano, o que las fotografías sobre criminalidad prevengan contra la delincuencia. La experiencia demuestra, por ejemplo, que la publicación de imágenes sobre eutanasia, suicidio y terrorismo no solo no previenen contra esos actos, sino que inducen a ellos.
 
3) El hedonista moral
 


Este modelo ético, de origen griego, propugna la obtención del máximo placer de forma inmediata. En un principio se entendió que el disfrute del placer debería estar controlado por la razón a fin de no embotar los sentidos. Siempre que un fotógrafo o un editor busca razones personales para manipular o publicar una fotografía está actuando por motivos hedonistas o de propia satisfacción. En el caso de imágenes fotográficas violentas y pornográficas pueden darse cita al mismo tiempo el utilitarismo económico y el exhibicionismo. Tal es el caso, por ejemplo, de la prensa sensacionalista y pornográfica.
     
4) El modelo "in medio virtus" o teoría del equilibrio  racional
 
Según Aristóteles y Santo Tomás, la virtud está en el medio, que no es un punto matemáticamente equidistante de los extremos, sino una forma de obrar prudente teniendo en cuenta todos los elementos del acto moral, cuales son el objeto, el fin, las circunstancias y las consecuencias. Pongamos el caso de un funeral por las víctimas de un acto terrorista. Un extremo podría ser que el fotógrafo se ponga al lado de la familia de las víctimas sacando fotos a todo trapo, con el correspondiente disgusto de la misma, marchándose después sin decir una palabra. El otro extremo podría ser dedicarse a hablar con los familiares todo el tiempo interesándose por ellos y marchándose sin atreverse a hacer ninguna fotografía. Si un tercer fotógrafo asistiera al funeral buscando el momento más oportuno para saludar a la familia sin molestarla y tomar una fotografía realista y discreta para publicarla sin retoques sensacionalistas en una página interior del periódico, diríamos que este fotoperiodista se ha inspirado en la filosofía ética aristotélico-tomasiana del "in medio virtus" o el "medio de oro". Habría aplicado el dicho de sabiduría popular "la virtud está en el medio". Una decisión que exige un razonamiento prudencial  previo acerca del  hecho u objeto que se trata de fotografiar  y eventualmente publicar teniendo en consideración todas sus circunstancias  y evitando  pecar  tanto por defecto como por exceso. Es la postura ética que antepone  la reflexión  a la acción. En cualquier caso con las nuevas tecnologías avanzadas aplicadas a la producción y trucado de las imágenes surge el gran problema de su falsificación o invención arbitraria. Hasta hace poco tiempo resultaba relativamente fácil reconocer lo real y lo falso de los montajes fotográficos y por ello la fotografía conservaba siempre un valor muy importante como documento de la realidad. Pero las cosas han cambiado y técnicamente se pueden crear imágenes falsas de todo de suerte que sólo los técnicos con paciencia pueden demostrar su falsedad. Por ello la fotografía informativa tradicional está perdiendo su carácter informativo de calidad y de fiabilidad.
 


5) El velo de la ignorancia igualadora
 
El criterio de la cortina de ignorancia podría confundirse con la filosofía del dicho popular: "ojos que no ven corazón que no siente", lo cual equivaldría a negar prácticamente el principio de derecho y deber de informar gráficamente. Pero no es ese su significado. Este paradigma consiste en considerar a todos por igual para efectos de información gráfica. El fotógrafo debería mirar al objeto o a las personas susceptibles de ser fotografiadas a través de un velo de suerte que todas aparezcan igualadas y ninguna identificada más que otra.  Pongamos el caso de un accidente de tráfico. El fotógrafo toma la fotografía de forma global de suerte que todo el mundo entienda que se trata de un terrible accidente, pero sin ofrecer detalles que automáticamente permitan identificar la gravedad del mismo y de las personas involucradas. En este caso el editor podría negarse a publicar la fotografía alegando que muchos lectores podrían pensar al mismo tiempo que el accidente ha tenido lugar con miembros de su familia. Esta manipulación tamizadora de la fotografía podría dar lugar a una alarma generalizada innecesaria por la imposibilidad de identificar en ella a las víctimas.
 
 
6) La regla de oro o del amor al prójimo
 
La regla de oro se refiere al principio judeo-cristiano de: "ama al prójimo como a ti mismo". Además, no porque esté preceptuado en la ley, sino desinteresadamente por imperativo de la propia conciencia hacia la dignidad humana. La policía se encuentra con un moribundo en la calle y antes de nada trata de ayudarle y curarle. El fotógrafo hace el reportaje, pero evita publicar la fotografía más impresionante persuadido de que no es necesaria para informar de la buena obra de la policía y de que la mayoría de los lectores no disimularían su desagrado.
 
7) Modelo sentimentalista
 


Parte de la convicción de que la ética es un asunto de sentimientos de gusto o disgusto y no de razones. Las acciones humanas serían buenas cuando sentimentalmente gustan, y malas cuando sentimentalmente disgustan. En el fondo de esta mentalidad late el modelo hedonista racionalizado. Toda la preocupación se centra en que las imágenes no hieran la sensibilidad. Este es el criterio moral determinante. No habría razones objetivas para decir que una película u obra de arte, por ejemplo, es buena o mala. Todo sería cuestión de compatibilizar las imágenes con la sensibilidad de la gente mediante una campaña de mentalización y opinión pública. Este criterio o modelo ético antepone la voluntad, la imaginación y el sentimiento a la razón. Por otra parte está condicionado por los estados sentimentales, que cambian con facilidad. Un fotógrafo que se dejara llevar sólo por su estado emocional, o por el de la gente, en la información gráfica difícilmente podría garantizar la objetividad de la misma. La calidad de su trabajo profesional  dependería de su estado de ánimo y el de los destinatarios de la información, que cambian constantemente. 
 
8) Modelo estoico-racionalista
 
Es el extremo opuesto al modelo sentimental.  Ahora se impone el imperio de la razón fría, la cual sofoca cualquier sentimiento que pudiera afectar al juicio matemático de la misma. Según la mentalidad estoica,  la razón no debe someterse jamás a motivos emocionales. De acuerdo con esta forma de entender la ética, el fotoperiodista debe actuar como un notario gráfico de los hechos evitando cualquier manifestación emocional o sensible sobre los mismos. Esta es la mentalidad del presunto informador neutral que fotografía los hechos y los acontecimientos más horrendos como si estos nada tuvieran que ver con él ni con sus semejantes.  Al imperativo categórico kantiano de informar a toda costa se añade ahora el hacerlo sin ningún tipo de sensibilidad hacia las personas involucradas en el proceso informativo. En el modelo kantiano se insiste en informar al precio que sea. En el estoico en informar matando la sensibilidad humana. En ambos casos se deriva en alguna forma de inhumanidad. Tan inhumano es prescindir de la razón como de la sensibilidad. 
 
9) El paradigma religioso
 


Otras veces el fotoperiodista aplica a su trabajo de informador gráfico creencias religiosas supuestamente prescritas por Dios. Un sectario, por ejemplo, perteneciente a los testigos de Jehová se negará a difundir una transfusión de sangre, mientras que un cristiano auténtico sentirá particular interés en difundir una información gráfica en la que se ponga de manifiesto ese acto de humanidad. Un judío extremista considerará blasfemo representar gráficamente a Dios. Como un militante musulmán encontrará dificultades para fotografiar a una mujer correligionaria sin velo. Con estas observaciones y constataciones sólo he querido decir que, consciente o inconscientemente, cuando el fotoperiodista o los editores se plantean la cuestión sobre la producción o edición de alguna fotografía indefectiblemente toman sus decisiones inspirándose en alguna de estas u otras filosofías éticas latentes. En la cultura angloamericana prevalece notablemente el utilitarismo económico reforzado por el imperativo categórico kantiano. Hay que informar por encima de todo y de forma que la información resulte económicamente rentable. Para los casos más discutidos en razón de las quejas del público, se añade el modelo sentimental para evitar el impacto excesivo en la sensibilidad de los destinatarios de la información gráfica.
 
10)  El paradigma de la razonabilidad
 
Este modelo se basa en la tenida en cuenta de todos los aspectos de la realidad informativa respetando la objetividad de los hechos y compaginándolos gráficamente con los intereses legítimos de los informadores, de los editores y sobre todo del público al que se trata de servir. En toda acción moral hay que tener en cuenta al sujeto y sus intenciones, al objeto de la acción, a las circunstancias personales y a las consecuencias. Todo lo cual exige mucha reflexión y sentido de responsabilidad.  Paradójicamente es el modelo menos practicado. Y lo que es más. Para legitimar su rechazo sistemático se ha montado la teoría ética de la presunta imposibilidad de principios éticos objetivos universalmente vinculantes. Con lo cual las decisiones morales se pierden en la pura subjetividad y el compromiso libre con normas deontológicas de buena voluntad, pero que de hecho no obligan a nada.
 
6.  Pautas para una ética racional del fotoperiodismo
 
En orden a establecer unas pautas racionales para la evaluación ético-profesional de la actividad fotoperiodística cabe formular los siguientes criterios o principios de orientación general.
         El fotoperiodismo puede ser considerado: a) Como pura actividad tecnológica. En este caso deben aplicarse los principios éticos por los que se rige la actividad científica. b) Como documentación de pasado y  documento de archivo para el futuro. Ahora se aplican los principios  éticos por los que se rige la investigación histórica. c) Como obra de arte. En toda actividad artística priman los principios éticos por los que se rige la vida del arte y de  la estética. d) Como material específico de información. Cuando los documentos gráficos sirven de soporte informativo  entran en juego los principios éticos del periodismo en general teniendo en cuenta además las características propias de la imagen visual.
 
7. Código ético de la National Press Photographers                     Association (NPPA)
                         
- "La práctica del fotoperiodismo, como ciencia y como arte, merece toda la atención y el esfuerzo por parte de quienes la adoptan como profesión.
 
-  El fotoperiodismo ofrece una oportunidad de servir al público al igual que otras vocaciones y todos los miembros de la profesión deberían contribuir con su ejemplo a mantener un alto nivel ético de conducta libre de todo tipo de consideraciones mercenarias.
 
-  Es de la responsabilidad individual de cada fotoperiodista el esforzarse siempre por proporcionar fotografías veraces, honestas y objetivas.


-  La promoción comercial en sus diversas formas es esencial, pero las afirmaciones falsas de cualquier naturaleza no son dignas del fotoperiodismo profesional y nosotros condenamos severamente tal práctica.
 
-  Es nuestro deber el animar y asistir a todos los miembros de nuestra profesión, individual y colectivamente, a fin de que la calidad del fotoperiodismo pueda perfeccionarse constantemente.
 
-  Es deber de cada fotoperiodista en particular trabajar para preservar todos los derechos de libertad de prensa legalmente reconocidos así como proteger y extender la libertad de acceso a todas las fuentes de noticias e información visual.
 
-  Nuestros modelos de conducta comercial, de nuestras ambiciones y relaciones se caracterizarán por la nota de simpatía hacia nuestra comun humanidad y exigirán de nuestra parte el que tomemos en consideración nuestros grandes deberes como miembros de la sociedad. En cada situación de nuestra vida y en cada responsabilidad ante la cual nos encontremos, nuestro pensamiento central será el de consumar esa responsabilidad y cumplir con ella de suerte que cuando cada uno de nosotros hayamos cumplido con nuestra misión pueda decirse que hemos elevado el nivel de humanidad al grado más alto posible.
 
-  Ningún Código de Ética puede prejuzgar cada situación en particular, de suerte que en la aplicación de los principios éticos  se habrán de tener en cuenta el sentido común y el sano juicio".
 
 
8. La manipulación fotográfica
 


Siempre ha existido la tentación de manipular las fotografías que se publican en los periódicos. La novedad actual consiste en que el aumento de las posibilidades de hacerlo usando las nuevas tecnologías hace plantearnos con mayor dramatismo la cuestión ética sobre la credibilidad del periodismo gráfico. Y es que ya no es sólo cuestión de conseguir con mayor rapidez más calidad en la fotografía tradicional. Con la tecnología del «Digital Retouching» se podrá sintetizar y producir nuevas imágenes con la computadora y a nuestro gusto, de forma que resulte insospechable su falseamiento por su parecido con la realidad. ¿Qué pasará si un periódico quiere mal a una persona y publica fotografías difamatorias de la misma, conseguidas con la computadora? Imaginemos que un día aparece en la portada de un periódico una nítida y perfecta fotografía del rey de España con el presidente de los Estados Unidos robando en un banco de Nueva York. La posibilidad técnica de construir una tal fotografía falsa está ya a nuestro alcance. Pero ello plantea de forma dramática la necesidad de apelar al sentido de responsabilidad ética de los informadores del futuro, quienes dispondrán de más medios que los del pasado para ser impunemente irresponsables. Las nuevas posibilidades técnicas de manipular las imágenes por razones artísticas o por motivos perversos pone en cuestión el valor documental tradicionalmente atribuido al fotoperiodismo. Y a prueba la responsabilidad ética de los fotoperiodistas.
 
9. El fotoperiodismo  como  lección de humanidad
 
El fotoperiodismo responsable tiene que ser una lección de humanidad. Hacer fotografías es algo más que manejar una sofisticada cámara fotográfica e imprimirlas más que las técnicas respectivas. Igualmente el publicarlas es mucho más que discutir y tomar decisiones funcionales.  El fotoperiodista tiene que tener siempre conciencia clara de que su preocupación principal no ha de ser la dimensión tecnológica del proceso fotográfico. Sobre todo cuando hay de por medio personas sufrientes. El fotógrafo tiene que ser sensible al dolor humano o de lo contrario pierde la oportunidad de aprender y enseñar a ser más humanos. Ese sentido de humanidad equivale a la corrección ética en su grado más elevado y que los destinatarios del mensaje fotográfico esperan de los profesionales del fotoperiodismo.
 
 
 


 
CAPITULO IX.  ÉTICA DEL PERIODISMO                                        ESPECIALIZADO
 
La nota específica del periodismo tradicional es la noticia de actualidad sobre asuntos de interés público. Pero últimamente existen formas de hacer periodismo que requieren estar en posesión de conocimientos especializados en determinados campos de la realidad social. El periodismo especializado no está dispensado de las exigencias éticas. Recordemos algunas de ellas.
 
1.  Periodismo de investigación
 
a)  Descripción
 


El periodismo de investigación trata de sacar a la luz lo que los poderes públicos tienden a ocultar y que los ciudadanos tienen derecho a saber. Tres características fundamentales: 1) que la investigación sea el resultado del trabajo personal del periodista y no la información de instancias oficiales, gubernamentales, policiales o administrativas. 2)  que los datos que se pretenden dar a conocer al público sean de alguna manera ocultados por los poderes públicos. No es periodismo de investigación el que anda a la caza de filtraciones, sino de datos importantes que se ocultan por razones probablemente sospechosas. 3) que se trate de asuntos realmente importantes para algún sector del público. La mera curiosidad por cosas objetivamente irrelevantes no tiene categoría de periodismo de investigación. Como ejemplo emblemático de periodismo de investigación suele citarse el descubrimiento del escándalo Watergate que puso fuera de combate al presidente Nixon a raíz de las investigaciones llevadas a cabo por los periodistas Berstein y Woodward.
El modo de proceder en el periodismo de investigación es el siguiente. Se comienza con una intuición de sospecha, se formula una hipótesis y se procede a la verificación de la misma, dispuestos a aceptar el resultado final  aunque no coincida con los deseos y expectativas del investigador. Cualquier distorsión del resultado final de la investigación constituiría una falta ética de consideración. El trabajo informativo quedaría entonces descalificado por sí mismo.
 
 
b) Decálogo ético
 
Los mínimos éticos del periodismo de investigación quedan reflejados en el conocido decálogo de Mencher:
«– Comprobar la dirección y el nombre correcto de la persona u organismo del que se habla. A veces, la guía telefónica es de gran ayuda. Puede parecer obvia la norma, pero los errores que se cometen en los trabajos de prensa suelen ser grandes.
– Si se utilizan recortes de prensa, es imprescindible que estén bien seleccionados y clasificados y es importante que sean completos.
– Aprender bien los entresijos del funcionamiento de la administración pública y de las grandes empresas. Los funcionarios públicos y los empresarios importantes son los protagonistas más seguros de la investigación periodística.
– La cobertura de los acontecimientos locales ayuda a desarrollar la sensibilidad de los ciudadanos por los problemas que les preocupan.
– Las tareas de los investigadores se centran en conseguir y publicar noticias relevantes, interpretarlas y muy especialmente en servirse de ellas para actuar como defensores del interés público. La prensa, no hay que olvidarlo, es el oponente más constante del poder.


– El periodismo de investigación utiliza herramientas de trabajo que en parte son comunes a otro tipo de periodismo. La diferencia está en la intención política: publicar lo que va mal y corregir los abusos del poder.
– El periodismo de investigación trabaja con información que alguien pretende que permanezca oculta. Los periodistas investigadores no cubren conferencias de prensa y actos oficiales. Su misión está allí donde se ocultan los datos importantes.
– El periodismo de investigación se concentra en dos grandes sectores: exponer la corrupción pública y revelar los abusos sistemáticos del poder.
– Detrás de las noticias simples de cada día es posible que haya un acontecimiento importante que merezca ser investigado. La clave es comprobar la trayectoria del dinero público: buscar de dónde viene, dónde va, cómo se está gastando y quién lo maneja.
– Por último, la calidad moral del PI. El PI es sereno, no busca la venganza personal ni el placer morboso. No pretende “vender ejemplares” por encima de todo. Es independiente de la presión social».
 
El gran reto ético del periodismo de investigación está en que los periodistas sean capaces de investigar a las instituciones públicas y a los propios medios de comunicación como organismos que acumulan dinero, influencia y poder¼. La paradoja de un periódico con éxito es que llega a él porque investiga a los poderosos. Pero el éxito lo sitúa a ese mismo periódico en la esfera del poder o de la influencia social. A partir de ese momento de gloria es cuando más pueden surgir las corrupciones y la falta de seriedad moral. Malo es topar con el poder del dinero y del éxito, pero es peor todavía cuando, además, el periodista de investigación oculta su condición mientras realiza su trabajo, se sirve de cámaras ocultas y micrófonos disimulados o hace denuncias citando fuentes anónimas o incluso falsas. Cuando el periodista de investigación actúa de esta forma termina convirtiéndose en el periodista «activista» descrito por Wallraff y calificado de «indeseable».
 
2. Periodismo científico y biomédico
 
a)  Descripción.
 
El periodismo científico se refiere a la difusión asequible de verdades que son fruto directo de la actividad científica como expresión genuina de la inteligencia humana. Cuando esos conocimientos se aplican al campo de la medicina se habla de ciencia biomédica.


Los descubrimientos científicos son hoy en día una materia privilegiada de información. De hecho suele ocurrir que los periodistas son los primeros en hablar al gran público sobre los nuevos descubrimientos científicos y la evolución de las ideas. Los trabajos de los científicos y pensadores se desarrollan por lo general en el silencio de los laboratorios, de las bibliotecas y de los centros de estudios superiores. Sólo una minoría de la aristocracia intelectual está al corriente del desarrollo de las ciencias tal como es dado a conocer en las publicaciones especializadas. Cualquier sector de la ciencia moderna da de sí para dedicar toda una vida a su conocimiento, lo cual sigue siendo privilegio de pocos, entre los cuales no suelen encontrarse muchos informadores.
         A pesar de ello, suelen ser periodistas avispados, a veces simples corresponsales en tal o cual país, quienes divulgan ciertas noticias presuntamente científicas de forma sensacionalista y espectacular.  Los media tienden a convertirse en una cátedra universal desde la cual los informadores irresponsables hacen arrogantemente de filósofos, moralistas, médicos y confesores sin el menor sentido del ridículo y convencidos de que están poniendo una pica en Flandes.
 
b)  Responsabilidad ética compartida
 
Los científicos han reprochado a los periodistas de que, siendo sólo meros transmisores del medio noticiable, con frecuencia engañan involuntariamente al público al aclarar informaciónes de tipo técnico. A veces la culpa es también de los científicos poco responsables que hurtan deliberadamente la debida claridad en sus informaciones de primera mano. El periodista debería no dejarse llevar por el afan de protagonismo y de ser el primero en informar divulgando sólo las conclusiones científicas maduras procedentes de fuentes científicas autorizadas y debidamente contrastadas. El periodista no debe caer en la simplicidad de autojustificarse cuando ha dado pábulo a una información científica incompleta o poco segura. No vale decir “soy imparcial, he dicho lo que he visto”.
 
c)  Objetivo específico del periodismo científico
 


El periodismo científico debería: 1) crear conciencia pública sobre la importancia de la ciencia y estimular la investigación científica al servicio de la humanidad y no contra el hombre. 2) contribuir a la provisión de recursos adecuados para elevar el nivel educativo y humano de la investigación. 3) divulgar los nuevos conocimientos y las nuevas tecnologías de suerte que resulten beneficiosas para todos. 4) tomar una actitud crítica y de censura contra la orientación inhumana de la investigación científica. 5) contribuir a la creación de infraestructuras de comunicación destinadas a servir a todos los públicos, evitando cualquier tipo de discriminación injusta. 6) facilitar la comunicación entre los propios investigadores. 7) contribuir a que la actividad y las innovaciones científicas se conviertan en auténticos valores culturales de los que puedan disfrutar humana y legítimamente todos los hombres.
 
d)  Principios éticos
 
El I Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico, celebrado en Caracas promulgó una declaración de principios éticos del periodismo científico, cuyo texto es el siguiente:
         «El periodista científico defenderá el derecho de todo ser humano a participar en el desarrollo del conocimiento.
Promoverá la confianza de la comunidad hacia la ciencia; promoverá la difusión de los hallazgos que beneficien al hombre y tratará por todos los medios de valorar con la máxima claridad los aspectos positivos del avance científico y tecnológico, y denunciar los negativos en relación con el individuo y con la sociedad. Denunciará la peligrosidad de las falsas ciencias, que son obstáculos para el desarrollo espiritual del ser humano y tratará de desenmascarar a sus cultivadores.
         En materia de información médica, tratará de no suscitar vanas esperanzas en quienes padecen enfermedades graves, dando nombres de productos, drogas, medicamentos, con los que pueda beneficiarse un laboratorio comercial defendiendo –irresponsable e indiscriminadamente– descubrimientos no  totalmente comprobados, o de sustancias o fármacos cuya eficacia no ha sido confirmada.


La noticia científica podrá completarse, cuando sea posible, con una explicación sobre la personalidad del autor del descubrimiento o sobre la calidad del centro de investigación donde se haya originado la noticia. De este modo puede el público valorar en sus justos términos la mayor o menor trascendencia de la información. Deberá cuidar que la atribución de las ideas o las innovaciones solamente corresponda a quien en realidad le pertenecen. El periodista científico deberá promover y fomentar el desarrollo de la investigación, tanto básica como aplicada, que tienda al bienestar de la comunidad local o nacional como internacional; y trabajará por la creación de una conciencia pública sobre el valor de la investigación científica al servicio del desarrollo de los pueblos".
 
e)  Bases éticas del periodismo biomédico
 
Sobre el periodismo biomédico no existe ningún código específico, pero sí un núcleo de principios elementales reconocidos. Son los mismos principios deontológicos del periodismo científico en general aplicados al campo de la medicina. La investigación científica y la información sobre la misma se orientan ahora directamente hacia la salud humana. El respeto absoluto a la vida humana y la promoción segura de la salud constituye el parámetro ético y deontológico fundamental de la actividad informativa. Cualquier tipo de información que se desvíe de este punto de vista esencial incurrirá ipso facto en alguna forma de conducta informativa éticamente inaceptable.
         El informador responsable en estas materias tiene que ser un servidor incondicional de la vida humana y de su desarrollo. Se le exige mayor competencia, mayores garantías de integridad y de fiabilidad que para otros géneros informativos. Lo ideal en estas materias sería que informaran directamente los propios científicos y expertos de la medicina. En la práctica no habrá más remedio que contar con los informadores profesionales comunes, a los que se les pide la mayor objetividad posible, evitando el sensacionalismo, la creación de falsas expectativas y esperanzas en medicinas y remedios, el máximo respeto a la intimidad de los enfermos y la disposición para corregir inmediatamente cualquier error informativo sobre estas materias tan delicadas y de repercusión inmediata en la vida de las personas. Los periodistas más inteligentes se las arreglan para que sean los propios científicos y médicos investigadores los que informen primero, reservándose ellos para la fase de divulgación propiamente dicha de los resultados científicos biomédicos, traduciendo al lenguaje común con objetiva imparcialidad los contenidos más valiosos del lenguaje científico.
         La deontología de la publicidad se ha adelantado a la deontología periodística propiamente dicha en este campo de la ciencia aplicada a la salud humana. La mayoría de los códigos deontológicos publicitarios existentes salen al paso de los abusos susceptibles de ser cometidos por los informadores en materia científica con alguna relación directa o indirecta con la vida humana y la promoción de la salud. Incluso el Código de la Prensa de Alemania Federal, 13, hace una mención especial al problema en los siguientes términos: «Cuando se trata de temas de medicina se debe evitar la explicación sensacionalista e inadecuada, pues ésta podría despertar infundadas esperanzas en los lectores. Las investigaciones que se hallan en sus primeros estadios no deben ser presentadas como definitivas o casi definitivas».
         Conviene distinguir entre comunicación científica y divulgación de las ciencias. La primera se refiere a la puesta en común de los conocimientos científicos entre los profesionales de los diversos sectores de la investigación científica. Este objetivo suele cumplirse mediante las revistas especializadas y los libros del género. Otra cosa es la divulgación de los conocimientos científicos a través de los media.
         En ambos casos la ética exige la objetividad del dato así como la veracidad por parte del comunicador o informador, diciendo oportunamente lo que realmente se sabe, sin exagerar o disminuir el grado de conocimiento. Entre los científicos suele existir la celotipia profesional, lo que lleva a algunos a la competencia desleal entre colegas, a las descalificaciones infundadas y a la búsqueda irresponsable de popularidad presentando como resultados científicos auténticos lo que sólo son hipótesis de trabajo o meros embustes publicitarios. Los auténticos hombres de ciencia suelen ser bastante discretos y no se prestan fácilmente a los eslóganes publicitarios. Los periodistas, por su parte, suelen pecar en esta materia de incompetencia y de sensacionalismo.
 


3.  Periodismo deportivo
 
a)  Un instrumento de comunicación universal
 
El deporte constituye hoy en día un factor decisivo en el proceso de comunicación y constituye un generador importante de comunicación por la heterogeneidad de su lenguaje. Tiene su lenguaje propio, su terminología técnica y sus signos inconfundibles traducidos a todos los idiomas. Incluso puede decirse que tiene su propia filosofía de la comunicación. La actividad informativa se ha potenciado enormemente cubriendo los acontecimientos deportivos, a los que son dedicados espacios privilegiados en la cobertura. La sección de deportes en prensa, radio y televisión tiene de hecho más audiencia entre el público que otras noticias o acontecimientos objetivamente más importantes. El deporte ha obligado a crear un periodismo especializado a escala internacional. Es como un idioma en el que todo el mundo se entiende. Su popularización lleva consigo otra serie de relaciones y de formas de comunicación concomitantes entre las empresas, las firmas comerciales, los bancos, las industrias y hasta los gobiernos. Las celebraciones deportivas hoy en día no están exentas de implicaciones políticas, lo que complica aún más las cosas y multiplica su capacidad comunicativa.
 
 
b)  Orientaciones éticas.
 
El deporte sólo resulta inmoral por el mal uso que se haga  del mismo. De suyo es inocente y desinteresado. En la práctica, sin embargo, suele convertirse en un negocio  lucrativo más o en una actividad tendenciosa con implicaciones incluso políticas. El deporte es el lugar común de todas las dictaduras para tener a la gente distraída y desviar su atención de las injusticias sociales. Cuando esto sucede, los informadores deportivos corren el riesgo de convertirse en colaboradores activos de esas desviaciones sospechosas del deporte. El informador deportivo jamás olvidará que el deporte no es un fin en sí mismo, sino una actividad complementaria que contribuye al desarrollo de la persona y de la convivencia social.
         El olvido casi generalizado de este principio ha llevado a lo que se ha venido a llamar «deportización de la sociedad». El hombre queda reducido a una dimensión parcial y sesgada de su vida. Es triste contemplar a veces las imágenes brutalizadoras que ciertos informadores deportivos ofrecen al público a través de la televisión y en comentarios o entrevistas de prensa. La fuerza bruta, la charlatanería frívola y la imaginación descontrolada suplantan muchas veces a la inteligencia y a la intuición de los valores superiores. Cuando los informadores deportivos favorecen la exhibición de todas esas miserias humanas, están jugando una mala partida a los propios deportistas y al público en general. Hay personas que son incapaces de hablar de un acontecimiento histórico de trascendencia y, sin embargo, hablan de deportes con un conocimiento de cosas inútiles asombroso. Buena parte de la culpa de este grotesco fenómeno la tienen los medios informativos por el excesivo espacio que dedican a la información deportiva y el modo apasionado y demagógico como suelen hablar de esos temas. En el deporte existe el riesgo del culto al cuerpo atlético. El narcisismo somático se convierte en el ideal de la vida. La idolatría de la propia figura física termina enterrando al deportista en un océano de frustración a medida que avanza en edad. Tratándose de mujeres, el culto al cuerpo y a los rasgos físicos puede producir efectos más desastrosos todavía a largo plazo.
         Los medios de comunicación social modernos suelen ser el gran espejo en el que se cultiva la idolatría corporal desplegada en el deporte. La mayor parte de los deportes llevan consigo exhibición corporal. Con los potentes y cada vez más sofisticados medios audiovisuales se corre el riesgo de que el deporte sea presentado como una mera exhibición de imágenes más o menos frívolas y excitantes y sin lenguaje humano alguno, como no sea el comercial.
         Otra posible corrupción en materia de información deportiva es la del culto de la competición. El deporte bien entendido, trasunto del instinto lúdico, es en sí mismo movimiento comunicativo con sentido. El culto de la competición es una reducción de la comunicación al consumo de resultados y éxitos. Ya no es cuestión de jugar, divertirse, entretenerse o hacer más llevadera la convivencia humana, sino de ganar dinero, fama y posición social. Esto explica en parte que los media se vuelquen en los ganadores y se olviden tan fácilmente de los perdedores. De esta forma contribuyen indirectamente a degradar el sentido humanístico original del deporte, derivando hacia los objetivos prioritariamente comerciales y propagandísticos. El deporte termina siendo una excusa más para hablar de financiaciones, compra y venta de deportistas, liquidaciones, sueldos, contratos irracionales y de todo aquello que tiene relación con el deporte exclusivamente considerado como una empresa lucrativa. La preocupación por los aspectos comerciales del deporte termina suplantando a la información deportiva en sí misma.
         Otro escollo ético en materia de información deportiva lo tenemos en la manera de informar sobre deportes sospechosos en los que corre grave peligro la vida humana. Piénsese, por ejemplo, en el boxeo y juegos similares, o en las corridas de toros. A veces el deporte produce muertes humanas. Si el informador es un fanático del boxeo, de las corridas de toros, de las carreras de motos, fácilmente tenderá a destacar y magnificar las faenas excitantes minimizando los peligros y riesgos injustificados a los que irracionalmente suelen exponerse los competidores deportistas. Sería intolerable el que los informadores se sirvieran de los sofisticados medios audiovisuales para reforzar públicamente esa posible inversión de valores humanos, reduciendo a los deportistas y a los espectadores a mero espectáculo excitante y comercialmente rentable.
         El periodismo deportivo goza en muchos países de una presencia excesiva en los media. Presencia que contribuye más al subdesarrollo cultural que a la promoción de la auténtica cultura humana. A veces se tiene la impresión de que los que cubren los espacios informativos tratan de pasar lo antes posible las noticias de más peso e interés real para aterrizar en las noticias deportivas, en las que se entretienen gozosamente sin importarles el tiempo. Es inaceptable la desproporción que existe en muchos paises entre el tiempo dedicado a las entrevistas y comentarios con personas benefactoras de la humanidad, hombres de ciencia y de pensamiento y el dedicado a entrevistas banales y comentarios de mal gusto con el mundo relacionado con los deportes. Mi impresión es que existe una intoxicación de información deportiva muy difícil de evitar habida cuenta del volumen de dinero que mueven los deportes.
 


4. Periodismo político e información política
 
a) Aclaraciones conceptuales y estado de la cuestión
 
Hay que distinguir entre periodismo político, información política y política de la información. El periodismo político tiene carácter monográfico por cuanto tiene por único objetivo la política, sea nacional, internacional o de los diversos partidos o grupos militantes de la misma. La información política sin más se refiere a la que se ofrece al público en las secciones ad hoc que todos los medios de comunicación (prensa, radio, televisión) suelen reservar para los asuntos específicamente políticos. Otra cosa es la política de la información, que se refiere al trato que los diversos regímenes políticos suelen dar a los medios informativos. Sólo nos interesa aquí la información política que en nuestros días se ofrece al gran público desde las secciones especiales de los rotativos, desde las emisoras de radio y la televisión.
         De entrada hay que admitir que el impacto de los media en la vida política y las presiones de los políticos sobre los medios informativos son impresionantes. Mucho más de lo que sospecharon los maniáticos del poder del siglo pasado. Los analistas hablan del imperialismo de la televisión, de las tensiones entre los poderes políticos y los protagonistas del cuarto poder. De hecho las campañas políticas se llevan a cabo casi exclusivamente desde los medios de comunicación social, sobre todo mediante la televisión. Los informadores, por su parte, se han acostumbrado a codearse con los poderes fácticos, tanto políticos como financieros, hasta el punto de que el cuarto poder se ha convertido en una especie de lugar común de políticos, financieros y profesionales de la información. La dependencia mutua de esos tres poderes es evidente y lo más corriente es que vayan juntos. La política y el dinero son primos hermanos de la información.
 
b) Blindaje ético de la información política
 


Dada la complejidad con que suelen presentarse al informador los temas políticos, se habrá de combatir por encima de todo la incompetencia y la superficialidad con la especialización. Contra las presiones de los políticos hay que defenderse éticamente con la independencia. El informador político en funciones profesionales debe olvidarse de su afiliación política, de sus militancias y de sus intereses de partido. Los informadores deben abstenerse de expresar sus preferencias personales. Para expresar sus puntos de vista deberán hacerlo como ciudadanos comunes fuera de los programas en los que intervienen como protagonistas de la información al público.
         Independencia también significa que hay que evitar la tendenciosidad o intención de aprovechar la ocasión para llevar agua al propio molino. La tendenciosidad se manifiesta sobre todo en la forma de entrevistar a los políticos y de presentar sus programas electorales. La tendenciosidad, que es una forma descarada de manipulación pública, se aprecia a veces en la elección de las preguntas, en el modo de formularlas y en el tiempo dispensado para responderlas. El grado máximo de manipulación tiene lugar cuando los informadores recurren al paternalismo, el moralismo y la persuasión. A veces el entrevistador corta o interrumpe al entrevistado en el momento más crítico, hace comentarios posteriores interpretativos o el cameraman presenta una determinada imagen del entrevistado. Esto es el colmo de la manipulación descarada a la que el público, no experto en la técnica de la imagen, termina acostumbrándose de una forma deleznable y humillante.
         Por último, una mención para el riesgo de sobornos. A los políticos les interesa mucho que no se propalen sus escándalos y sí sus presuntos éxitos o pseudoéxitos.  El momento ideal para las propuestas deshonestas en materia de soborno tiene lugar con las campañas electorales. Este tema es cada vez más estudiado en el ámbito de la sociología.  


Desde el punto de vista ético la responsabilidad informativa sobre política podría resumirse en dos palabras: competencia profesional e independencia de acción e interpretación. La competencia es postulada por la complejidad y naturaleza delicada del tema político como materia de información. Independencia, porque sólo desde una posición prudentemente equidistante de las presiones que constriñen la libertad el informador se defiende eficazmente de ciertas corruptelas como podrían ser la tendenciosidad, la manipulación persuasiva y proselitista y el entreguismo cobarde al soborno. El informador inteligente y responsable no puede olvidar que su ideal profesional lo marca la verdad, mientras que el profesional de la política, por lo general, y habida cuenta de las honrosas excepciones, busca por encima de todo el poder a cualquier precio.
 
5. Periodismo amarillo y pornografía
 
a) La información pervertida
 
El periodismo amarillo no merece la categoría de periodismo propiamente hablando. Su fin no es informar objetivamente y de forma atractiva sobre asuntos de verdadero interés público, sino todo lo contrario. Su único fin es ganar dinero explotando cualquier acontecimiento, falseándolo y hasta inventándolo, si ello fuere necesario, y sin ningún pudor ético o respeto al público. La verdad informativa es suplantada por la falsedad y el engaño en función exclusiva del lucro y la banalidad. No tiene ética del fin, ni tampoco de los medios, por lo que el amarillismo termina siendo sinónimo de inmoralidad total.
 
Sobre el erotismo gráfico o pornografía en los medios informativos los códigos deontológicos del periodismo son tajantemente exclusivos. El cultivo de la pornografía no es considerado una actividad propiamente periodística. De suyo la propaganda y la pornografía son ajenas a la información por su carácter tendencioso y desobjetivador de la verdad. De hecho esas publicaciones suelen estar dirigidas o promovidas por periodistas titulados y puede darse el que aparezcan en ellas artículos aislados que reúnan todas las condiciones de una publicación genuinamente periodística. Pero esto no es suficiente para incluir a esas revistas o a esos periódicos en el rango de los medios informativos propiamente dichos, sino todo lo contrario.
 
b) Publicidad sobre la prostitución
 


Muchos periódicos importantes publican gloriosamente anuncios sobre el ejercicio de la prostitución masculina y femenina. Las secciones tituladas contactos, relax o masajes constituyen una novedad del periodismo actual sobre la que no se ha reparado. Lo mismo cabe decir de los anuncios sobre las salas de cine porno y de clínicas para abortar. Se dirá que esas actividades están legalizadas. Eso es verdad, pero ello no legitima desde el punto de vista ético su promoción en los periódicos por tratarse de actividades que violan derechos humanos fundamentales y son en sí mismas perversas e inhumanas. Los códigos vigentes de ética de la información  no contemplan esa actividad publicitaria, lo cual no quiere decir que la ética profesional y la responsabilidad informativa tengan que asumirlo y darlo por bueno sin más. Se han producido algunos intentos de salir al paso legalmente  contra esa fuente  vidriosa de dinero negro procedente del ejercicio de la prostitución. Pero soy poco optimista sobre la eliminación de esa forma de explotación humana en los medios de comunicación por la sencilla razón de que cuando habla el dinero enmudece la razón. Lo mismo cabe decir de la promoción publicitaria de las clínicas para abortar y toda suerte de aberraciones sexuales.
 
6. El periodismo bélico
 
Los reporteros se juegan muchas veces la vida en su esfuerzo por conseguir reportajes interesantes. Sobre todo cuando tratan de seguir de cerca acontecimientos bélicos, terroristas o relacionados con la delincuencia en general y la vida de los bajos fondos. En nuestros días la seguridad personal de los profesionales de la información en acto de servicio es un asunto bastante preocupante. Muchos son los periodistas que han muerto asesinados en estos últimos años.
         La valoración ética del periodismo heroico debe ser cauta. Hay periodistas aventureros cuyo rasgo ético más característico es el de la imprudencia. Por otra parte, nadie está ni puede ser obligado a realizar actos heroicos. Las empresas informativas y la tiranía del público exigen a veces a los periodistas cosas injustas en función de la competitividad y el éxito. Cuando a todo esto se añade el espíritu aventurero y fantasioso del periodista, el terreno está abonado para el espectáculo en el que la sed de gloria humana, de popularidad y de éxito puede cegar el sentido de responsabilidad sobre la propia vida. El trabajo periodístico responsablemente llevado es de por sí duro y arriesgado y no es necesario echar más leña al fuego buscando hazañas heroicas, que pudieran ser muy alabadas y gratificadas por las empresas informativas y por la opinión pública, pero no necesariamente por la razón serena, libre de presiones económicas o emocionales.


         El punto justo de la cuestión está en saber discernir prudentemente la proporción que hay entre el riesgo a que se somete la propia vida y el valor objetivo y real de la noticia que se trata de conseguir. En la tarea de informar hay que correr riesgos inevitables que merecen todos los respetos. Quienes los afrontan con noble espíritu profesional merecen reconocimiento y gratitud. A veces, sin embargo, los motivos por los que ciertos informadores han arriesgado sus vidas permiten pensar más en la temeridad irresponsable que en el heroísmo profesional, por más que las empresas informativas y la opinión pública los canonicen como mártires de la profesión. Hay riesgos buscados a todas luces desproporcionados e inútiles.
 
7. Periodismo religioso
 
a) Una cuestión delicada
 
Metodológicamente es conveniente distinguir entre información religiosa en general y periodismo religioso propiamente dicho. El informador sobre noticias religiosas debe actuar con la competencia y responsabilidad exigibles a cualquiera otro informador. La libertad religiosa es un derecho humano fundamental, que debe ser respetado y tratado con la misma objetividad e imparcialidad que cualquier otro asunto de interés público. Esta idea está reflejada en todos los códigos deontológicos de los medios de comunicación social en los que se habla de la responsabilidad de los informadores por relación a las instituciones sociales básicas, cuales son la familia, la Iglesia y el Estado. Algunos códigos censuran también la falta de respeto a las convicciones o creencias religiosas. También la ridiculización de los cultos y de sus ministros. En la filosofía de los códigos, que en la mayoría de los casos es la de las Naciones Unidas, la dimensión religiosa del hombre es reconocida como uno de los derechos humanos fundamentales.
         Pero hay países en los que no se respeta la libertad religiosa. Incluso es impuesta fanáticamente alguna confesión religiosa determinada. Los periodistas se ven obligados entonces a convertirse en activistas de una determinada religión o a informar hostilmente contra alguna otra. La libertad de información es suplantada por consignas autoritarias y una información religiosa no conforme con esas consignas puede costarles la pérdida de la libertad y en casos extremos la vida misma. El tema es muy delicado y cualquier alusión concreta denunciante de esta situación puede provocar reacciones irracionales imprevisibles.
 
b) Ética profesional y formación teológica
 
A todo periodista que trate asuntos religiosos se le debe exigir la misma objetividad, imparcialidad y rectitud de intención que cuando informa sobre otro asunto cualquiera de interés público. Ninguna confesión religiosa puede dispensar a sus seguidores de esa honradez natural y universal. Cuando la información versa exclusivamente sobre asuntos de la Iglesia y de la vida cristiana, los periodistas deberían poseer una preparación teológica adecuada y un conocimiento profesional competente del manejo de los media. La responsabilidad de esta competencia profesional es asumida  en los buenos programas de Teología Pastoral.
         La información sobre asuntos relacionados con Jesucristo, el Evangelio o la Iglesia no dispensa de ningún deber ético común a todos los profesionales de la información y exige además una verdadera especialización en los temas sobre los que informan. Esta información superespecializada debe evitar los métodos de la publicidad comercial y de la  propaganda ideológica o sectaria  limitándose exclusivamente a INFORMAR sobre el hecho religioso con objetividad y veracidad.
         El Evangelio reúne todas las condiciones esenciales de la información mediática. Es noticia. Es decir, algo "notum" o destacable por su contenido. Es siempre actual, porque responde a los interrogantes más radicales sobre el sentido de la vida y de la muerte que el hombre puede plantearse en todos los momentos de su historia. Es interesante, porque resulta muy difícil permanecer insensibles a los problemas humanos abordados en el Evangelio. Pero, además, el mensaje del Evangelio es objetivamente importante. Una característica que en los medios informativos suele quedar relegada a segundo plano, o incluso no tenida en cuenta, dando preferencia sistemática al interés emocional de los receptores sobre la importancia objetiva de los hechos y acontecimientos. El informador religiosos cristiano tiene que aprender a anteponer la importancia de la noticia al interés presentándola de forma interesante.
         La información sobre el Evangelio en todas sus consecuencias  es incompatible con la publicidad mediática actual, que se caracteriza por la intencionalidad comprometida con el lucro en la actividad comercial. La información evangélica, por el contrario, se caracteriza por la generosidad del amor y la ausencia de cualquier intencionalidad de explotación material de los hombres. El mensaje o contenido informativo sobre el Evangelio no puede ser tratado como mercancía ni propagado de acuerdo con las leyes competitivas de mercado. Ha de ser comunicado de forma interesante, pero conservando intacta su importancia.
         La información sobre el Evangelio es igualmente incompatible con la propaganda mediática, en la que predominan la coacción moral programada y la imposición de ideologías, convicciones y creencias aplicando métodos y técnicas en los que la mentira y el engaño constituyen la piedra angular de esas actividades. De ahí la conveniencia de revisar constantemente las formas de informar y propagar el Evangelio de Jesucristo, susceptibles de ser confundidas con los métodos propagandísticos o que puedan prestarse a ser interpretadas como tales, como suponen algunos teóricos de la comunicación social.
 


CAPÍTULO X. LOS DESAFÍOS ÉTICOS DE LA                                 INTERNET
 
La ética en Internet, internética o ética On-line, constituye un capítulo fascinante de la  ética informática. El objeto principal de este capítulo es el de crear conciencia de responsabilidad en el uso de este medio de comunicación concentrado sobre todo en la pantalla del ordenador.
 
1. Usos y abusos de la Internet
 
Como usos más normales y funcionales de la Internet cabe recordar los siguientes: envío y lectura de mensajes con el fin de recabar noticias o informaciones sobre determinados temas concretos o áreas de interés. Envío y recepción de mensajes por correo electrónico. Leer o copiar información acumulada en otros ordenadores. Recibir noticias puntuales sobre temas o acontecimientos muy concretos. Buscar bibliografía en bibliotecas conectadas a la red en cualquier parte del mundo. Leer periódicos, revistas y boletines de noticias. Copiar las informaciones almacenadas en otro ordenador. Útimamente, los gobiernos, la Iglesia y las empresas comerciales se enganchan aceleradamente al carro de la Internet, con lo cual cabe sospechar con fundamento que en el siglo XXI no quedará institución importante ni persona actualizada que no esté "enredada" en la maraña cibernética. ¿Para qué? Los científicos para resolver sus problemas. Los educadores para educar. Los profesionales para competir. Los gobiernos para difundir noticias y controlar. Los malhechores para delinquir. Los corruptores sociales para corromper. Los asesinos para matar con más facilidad. Los holgazanes para perder el tiempo y los cansados para divertirse y descansar. Nos hallamos ante un instrumento realmente genial y maravilloso, que, al aumentar astronómicamente la capacidad humana de comunicación, facilita en la misma proporción las posibilidades de su uso malvado. De hecho la inocencia original de la red de redes ya no existe y de ahí la necesidad de acudir al sentido de responsabilidad moral de los usuarios de este nuevo y gigantesco medio de comunicación.
 
2. Las ventajas de la comunicación ciberespacial
 
Antes de abordar los abusos es preciso proclamar la inocencia original de la Internet y las bondades que este medio de comunicación promete para mejorar las comunicaciones humanas del futuro. Los más optimistas opinan que la Internet es lo mejor existe después del pan. Los más pesimistas, por el contrario, consideran a la red de redes como una conspiración siniestra contra la vida privada y la libertad. La Internet constituye una infraestructura de información global capaz de poner en comunicación instantánea a la entera humanidad en beneficio de nuestra calidad de vida. Mediante la red las clínicas y hospitales, por ejemplo, podrán poner a disposición de todos los médicos y personal sanitario informaciones rápidas sobre enfermedades y tratamientos clínicos en situaciones de emergencia sin necesidad de la presencia física de los galenos concernidos. Igualmente se podrán hacer oportunas predicciones sobre calamidades naturales y prevenir la muerte masiva de personas. Por otra parte es un instrumento eficaz para unir a todos los pueblos como en una sola familia global superando recelos y enemistades ancestrales entre las diversas comunidades humanas. Más en concreto cabe destacar los siguientes servicios de la red:
 
- Ayuda al desarrollo científico. Los hombres de ciencia con acceso a la red podrán acceder a la información especializada, actualizada y completa ofrecida por otros profesionales de la ciencia. Un ejemplo elocuente lo tenemos ya en las investigaciones que se están llevando a cabo en paralelo en el macroproyecto "Genoma Humano" en el que colaboran los mejores laboratorios de genética del mundo.
 


- Ahorro de papel y promoción de la libertad de expresión. Es obvio que la pantalla del ordenador ahorra mucho papel y, en consecuencia, la tala de bosques. Pero además burla alegremente la censura de los gobiernos. Los periodistas investigadores pueden comunicar al público por internet el resultado de sus investigaciones como información eventualmente secuestrada o censurada por los gobiernos. Cuando los medios de impresión manual y empresas informativas se ven restringidos de publicar algo la comunidad cibernética se encarga de burlar las restricciones y eventuales censuras. La red podría convertirse en la mejor y más eficaz garantía de la libertad de expresión.
 
- Creación de oportunidades para las empresas y alivio para los discapacitados. La gran disputa existente sobre el uso de la Internet en las empresas demuestra que la forma de ganar dinero en el futuro para por la Red. Es el tren que ninguna institución financiera o cultural importante quiere perder. Por otra parte, mediante la telecomunicación, muchos trabajos podrán ser realizados en casa con el ordenador, lo que favorecerá enormemente la promoción laboral incluso de muchas personas físicamente discapacitadas. Más aún. Las personas con problemas de la vista podrán manejar el correo electrónico mediante el teléfono al convertirse el e-mail de la Internet en palabras habladas.
 
- Une a personas y pueblos. La Internet favorece la comunicación sin fronteras, por más que el lenguaje siga siendo una barrera. Incluso puede contribuir eficazmente a la superación de barreras culturales, raciales y religiosas ya que, suponen los más ingenuos, a la Internet todo el mundo es bienvenido y se supone que cada uno de los navegantes va a lo suyo sin interesarle entrar en conflicto con nadie. La Red facilita también la posibilidad de relaciones sentimentales y cualquier tipo de encuentro con personas de otra forma inaccesibles.
 


- Divierte y estimula a las personas. Así como hay adictos a la televisión (teleadición) los hay a la Internet. En la Red hay infinidad de cosas para divertir y pasar el tiempo. Es verdad que las formas de divertimiento que encontramos en Internet no siempre son agradables ni excluyen la incitación a formas de comportamiento indeseables y antisociales. Pero los más optimistas, aún en estos casos, prefieren insistir en la cara positiva de la Red y en la presunta conveniencia de que nadie en particular ni ninguna institución gubernamental ponga fronteras a quienes se embarcan en la fascinante nave ciberespacial que es la Internet. En fin de cuentas la Internet es una superestructura de tecnología informativa, hasta hace poco tiempo inimaginable, y cualquier reserva o prevención contra el desarrollo y uso ilimitado de la misma es descartada.
 
4. "Contra la Red".
 
Pero no todos tienen fe en la presunta naturaleza inmaculada de la Internet. Se la atribuye un pecado de origen y muchos de procedencia viciosa por parte de algunos usuarios. Se dice que tiene mucho potencial para ser mal utilizada, abusar de ella y eventualmente usarla para fines y objetivos indeseables y hasta criminales. En realidad esta potencialidad negativa es proporcional a sus posibilidades de uso positivo. Lo que puede servir para lo mejor puede servir igualmente para lo peor. De ahí la necesidad de apelar al sentido de responsabilidad moral y eventualmente a la conveniencia de introducir normas legales que garanticen el uso correcto de la Red. Los pecados más graves que suelen imputarse al uso irresponsable de la Internet pueden reducirse a los siguientes.
 
- Separa y aísla a la gente. La Internet, lo mismo que la televisión, el teléfono o el vídeo, nos facilita la posibilidad de comunicarnos con los demás de forma asombrosa. Pero al mismo tiempo nos aísla de la comunicación cara a cara con las personas de nuestro entorno. La gente que se "engancha" a la Internet se incapacitan psicológicamente para comunicarse con personas que no comparten sus intereses. Se habla así del "provincianismo electrónico", que une a unos grupos de personas separándolos de otras, lo que contribuye a fomentar la intolerancia e impedir en entendimiento y la comprensión entre personas de culturas, convicciones e ideas diferentes.
 
- Distribuye información poco fiable y sin exigencias de contraste. La Internet constituye un magnífico medio para difundir rumores, calumnias, malentendidos, desinformación y falsedades a escala planetaria. Se dice que los reporteros periodistas que viajan por la Internet pasan de los exámenes y comprobaciones requeridas por la ética profesional como garantía de la veracidad de sus mensajes informativos. En la Red queda mucho espacio libre para la falsedad informativa y la "desinformación" impune.
 


- Expande el odio, crea inseguridad en el trabajo y amenaza a la seguridad nacional. De hecho en la Red podemos encontrarnos sin quererlo con grupos neonazistas, racistas, antisemitas, fundamentalistas y sexistas. Sin olvidar las actividades corruptivas de grupos pseudoreligiosos y de explotación de la prostitución, tanto femenina como masculina. Por otra parte, la Internet favorece el autoempleo laboral y el poder trabajar en casa. Pero es a costa de suprimir muchos puestos de trabajo estable a cambio de empleos temporales a sueldo de hambre. Por otra parte, la Internet, que nació para fines militares, puede convertirse en arma de doble filo. De un lado cabe temer en los eventuales abusos militares de la Red y de otro en la piratería policíaca y el espionaje militar. Todo lo cual es a costa de la seguridad nacional e internacional.
 
- Favorece el pirateo, el sabotaje y la invasión de la vida privada. Hemos dicho que la Internet es un asunto de ordenadores conectados. Ahora bien, tratándose de ordenadores, hay que tener en cuenta los virus o pequeños programas que se los piratas logran introducir subrepticiamente en los ordenadores destrozando datos. La Internet ofrece oportunidades de oro a los maleantes para la inoculación del virus
envenenador de los programas.
 
- Permite el fraude, transporta pornografía y margina a los más pobres. Con el uso comercial de la Red lo lógico es permitir a los usuarios encargar productos y pagarlos dando el número de tarjeta de crédito. Pero esto fomentará la actividad de los traficantes que sin escrúpulos se dedicarán a la caza de tarjetas de crédito ajenas para usarlas en provecho propio. El tema de la pornografía y la prostitución constituye un capítulo aparte de preocupación social, como puede apreciarse por los títulos bibliográficos más recientes sobre la cuestión. La implicación de niños y adolescentes en la Red está agravando la situación. Con el paso del tiempo el uso de la Red se está poniendo al alcance de todos, incluidos los pobres, para lo mejor y para lo peor que pueda pasar por nuestra imaginación.


 
- Inseguridad, desconfianza y saqueo de personalidad. En la Internet hay ruindad humana y poca seguridad. El darse a conocer en la Red nos deja al descubierto para que gente sin escrúpulos nos invadan y eventualmente utilicen nuestros datos personales en provecho suyo o en perjuicio nuestro. Nuestra intimidad y nuestra personalidad no están garantizadas en la Red, ni desde el punto de vista tecnológico ni legal. De ahí que se aconseje viajar como un número más de viajero sin nombre ni datos de identificación personal sin provocar a nadie y desconfiando de todos. Mientras no exista más seguridad tecnológica para el control de los mensajes y protección de la personalidad de los mensajeros de la Red se recomienda mucha precaución procurando no comprometer a los encontradizos y evitar elegantemente a los indeseables.
 
5. Las grandes áreas de la internética
 
De lo dicho hasta aquí se desprende que los problemas éticos que surgen en la Internet son esencialmente los mismos que los que se plantean en la ética de la información clásica. Eso sí, con predominio de unos y agravantes, para bien o para mal, en todos. Con la nueva tecnología se aumenta prodigiosamente la capacidad mediática de comunicación y en la misma proporción la del mal uso de los medios informativos. Por ello, y dado el reducido espacio de que disponemos, indicamos a continuación las grandes áreas en las que los estudiosos de la ética informativa están centrando más su atención. 
 
a) Área de la verdad informativa
 


En la Internet la información ha de ser tan objetiva, exacta y verídica como en cualquier otro medio de comunicación. El hecho de que se informe a través de la Red no autoriza a decir falsedades, mentiras o inexactitudes injustificadas. Cambia el medio informativo, pero no la exigencia ética de comunicar verdades y no mentiras. Más aún. Habida cuenta de la mayor facilidad que la Red ofrece para violar los principios deontológicos de la información clásica, se impone una mayor reflexión sobre ellos para aplicarlos oportunamente y con eficacia a las nuevas situaciones creadas por el medio tecnológico.
 
b) Área de la intimidad y vida privada
 
Tampoco la Internet legitima éticamente la violación del derecho a la intimidad y vida privada de las personas e instituciones. Cabe añadir que en materia de intimidad y vida privada las cosas se complican enormemente. Tan atractivo resulta dejar la propia intimidad en la Red como entrar a saco con la de los demás cibernautas. Más aún. El acceso a la Red está abierto para todos los que dispongan de un ordenador comprometido y entre los potenciales usuarios se encuentran sobre todo niños, adolescentes y toda suerte de personas con pocas defensas morales y fáciles de persuadir y sugestionar. Habrá que afinar mucho para poner a buen recaudo nuestra intimidad en la Red. Los estudiosos convienen por lo general en que la invasión de la intimidad ajena y la oferta irresponsable de la propia constituye un reto ético-jurídico impensable en tiempos pasados. Tanto por la facilidad con que se puede violar ese derecho humano fundamental en la Red como por el ámbito de personas e instituciones potencialmente implicadas. Los mensajes que la gente manda por Internet pueden ser leídos y copiados por cualquiera como cualquier imagen aparecida en televisión puede ser gravada. Por otra parte esos mensajes por correo electrónico pueden ser utilizados para intercambiar secretos de Estado, confesiones, cartas de amor o declaraciones financieras. En las actuales circunstancias aún con mucho cuidado nuestra intimidad y vida privada en la Red está a merced de piratas, terroristas e intervenciones policíacas sin control. Sin olvidar la posibilidad de vernos implicados sin quererlo en actividades delictivas o terroristas.
 
c) Área de la propiedad intelectual
 


En ética y deontología de la información se ha discutido siempre el tema de la propiedad intelectual y el plagio o robo del pensamiento de otros considerado como una conducta altamente detestable. Nada más bochornoso para un informador que ser sorprendido publicando ideas de otros como originales suyas. Una vez que se introduce en la Red una información o mensaje resulta altamente difícil retener el título de propiedad por parte del emisor. Los mensajes pueden ser tomados y transformados fácilmente de suerte que se pierda todo rastro de autoría original. Los legisladores dispensan a este tema una importancia capital. Hay piratas de ordenadores que se dedican a robar datos e informaciones en la Red como salteadores de bancos. ¿Quiénes custodian los bancos de datos? ¿Quiénes tienen acceso normal a ellos sin violar el secreto profesional correspondiente? ¿Cómo evitar el soborno o el asalto traidor a los mismos? Todo lo que se ha dicho y discutido en el ámbito de la informática sobre la propiedad intelectual es aplicable con mayor razón a la Internet.
 
d) Acceso a la Red
 
El viejo problema sobre el acceso del a las fuentes de información  adquiere particular dramatismo tratándose de la Internet. Existe el temor bien fundado de que los ricos y poderosos se lleven como siempre el gato al agua marginando a los más pobre y socialmente débiles. Se piensa que en la misma línea del principio de acceso a los medios clásicos de comunicación la sociedad actual debería tener acceso normal a los servicios de la Red para fines educativos, culturales e informativos propiamente dichos. Lo cual supone la posibilidad de acceso y desarrollo de la tecnología superando los inconvenientes de los monopolios exclusivos y excluyentes.
         Según los expertos que intervinieron en las jornadas sobre Abogacía e Informática celebradas en Barcelona durante la última semana de enero de 1997, los ámbitos más afectados por los abusos y falta de ética en la Red son: la seguridad nacional por la presencia de terroristas; seguridad económica a causa de los fraudes y piratería de cartas de crédito; propiedad intelectual y protección de la información; protección de menores, amenazados por la violencia y la pornografía; protección de la dignidad humana y de la vida privada.
 
 
 
6. Sugerencias para el uso éticamente garantizado de Internet
 
Ante la desorientación reinante sobre si hay o debe haber una ética de Internet y los criterios que deberían primar en su formulación se me ocurren algunas ideas muy simples que pudieran servir de orientación práctica. Helas aquí:
 
- Hay que desestimar la opinión de quienes sostienen ilusamente que en en la Red no debería existir ningún tipo de ética o de normativa legal dejando que reine la más absoluta libertad de expresión. El realismo de la vida y de las formas de conducta inmorales y antisociales que emergen en y de la Red pone de manifiesto la poca razonabilidad de esta opinión. Tanto es así que los juristas están multiplicando sus esfuerzos para salir legalmente al paso de los constantes abusos que se cometen en la Red.
 
- Todos los grandes principios ético-deontológicos válidos para los medios de comunicación social son aplicables a la Internet. Las diferencias del medio se han de resolver por el principio del razonamiento analógico. El razonamiento por analogía consiste en buscar situaciones que nos son conocidas y similares o comparables a las relacionadas con los ordenadores de la Red, aceptando la equivalencia de ciertas acciones o identificando las diferencias significativas entre los casos.  
 
- Como normas deontológicas elementales y de sentido común cabe formular, entre otras, las siguientes:
 


No hacer en Internet lo que no nos atreveríamos a hacer o decir en cualquier medio de comunicación clásico. La realidad virtual no nos dispensa de ser honrados con nosotros mismos y con los demás. No escribir aquello que no seríamos capaces de decirle a alguien en un recinto público. Pensemos que el resto de los usuarios son personas humanas. Limitarse a relaciones estrictamente personales sin asumir que alguien en la Red representa a alguien. Cuidar mucho lo que decimos sin comprometer  nuestra intimidad ya que son millones de personas las que pueden leer nuestros mensajes más comprometedores. Evitar los "contactos" y las "citas" en algún lugar con el interlocutor. Podríamos ser víctimas de algún chantaje o convertirnos en colaboradores involuntarios de actos delictivos o criminales. Se ha de cuidar  el humor y el sarcasmo. Lo que para unos es gracioso para otros puede resultar ofensivo. De momento es preciso blindar bien la identidad y los datos personales. La Red no garantiza todavía la seguridad completa de archivos  ni la inmunidad personal frente a potenciales enemigos y chantajistas. 
                
 
CONCLUSION
 
RETRATO ETICO DEL INFORMADOR
 
En noviembre de 1982 Juan Pablo II esbozó un retrato moral del periodista responsable en su mensaje a los medios de comunicación social en Madrid. Dijo:
         «La búsqueda de la verdad indeclinable exige un esfuerzo constante. Exige situarse en el adecuado nivel de conocimiento y selección crítica. No es fácil, lo sabemos bien. Cada hombre lleva consigo sus propias ideas, sus preferencias y hasta sus prejuicios. Pero el responsable de la comunicación no puede escudarse en lo que suele llamarse la imposible objetividad. Si es difícil una objetividad completa y total, no lo es la lucha por dar con la verdad, la decisión de proponer la verdad, la praxis de no manipular la verdad, la actitud de ser incorruptible ante la verdad. Con la sola guía de una recta conciencia ética, y sin claudicaciones por motivos de falso prestigio, de interés personal, político, económico o de grupo».


         Se refirió después a los «numerosos textos deontológicos, la mayoría elaborados con gran sensibilidad ética. Ellos os animan a respetar la verdad, a defender el legítimo secreto profesional, a huir del sensacionalismo, a tener muy en cuenta la formación moral de la infancia y de la juventud, a promover la convivencia en el legítimo pluralismo de personas, grupos y pueblos». Después añadió una observación muy interesante, y es que un periodista responsable no debe olvidar que entre los usuarios de la información se encuentran sus propios seres queridos:
«Yo os aliento también a pensar en estos temas, no ya como protagonistas de la comunicación, sino como usuarios, como receptores. Pensad en vuestras familias y vuestros hijos, receptores asimismo de un gran número de mensajes; algunos de los cuales no edifican, no construyen, sino que transmiten una idea degradada del hombre y de su dignidad, en aras quizá del permisivismo sexual, de la ideología de moda, de una crítica antirreligiosa de viejos resabios o de una cierta condescendencia ante fenómenos como la violencia».
         Juan Pablo II establece una correlación estrecha entre responsabilidad informativa y respeto a los grandes principios de la ética en general y de la deontología periodística en particular. Algunos de esos grandes principios son recordados explícitamente. Completemos un poco más esa enumeración con el fin de diseñar el retrato ético del periodista responsable. Para ello nada mejor que enumerar los grandes compromisos éticos del buen informador proclamados en los diversos códigos deontológicos existentes. Es cierto que muchos de esos conceptos no son igualmente interpretados en la práctica según los diversos contextos ideológicos, políticos y culturales. Pero reflejan un fondo común de aspiraciones y exigencias éticas de las que ningún informador responsable puede honradamente dispensarse.
 
El periodista responsable:
– Es objetivo y veraz en tanto que ni manipula los datos informativos ni pretende engañar al destinatario de la información.
– Respeta el secreto profesional sobre las fuentes, pero sin abusar del mismo para mentir, colaborar con causas injustas o causar daños a terceros inocentes.
– No se deja sobornar con dinero, regalos, invitaciones, promesas electorales o favores sexuales. No soborna a las fuentes documentales. – No difama a nadie calumniando, detractando, acusando falsamente, murmurando o chismorreando.
– Evita caer en la tentación del plagio, es leal a la empresa y a los compañeros de trabajo, pero sin venderse a la injusticia o al chantaje profesional.


– No invade la intimidad ni la vida privada, sabiendo discernir con prudencia en cada caso entre la realidad de lo privado y las verdaderas exigencias del bien común.
– Defiende la libertad de información, pero con madurez racional, evitando la espontaneidad irresponsable.
– Sirve por encima de todo al bien común, pero respetando los legítimos bienes privados y la jerarquía de valores. Reconoce que la información está al servicio de la vida y no la vida al servicio de la información.
– Es consciente de que el fin bueno de informar no justifica el recurso a medios objetivamente malos para la búsqueda, elaboración y transmisión de las noticias.
– No se deja llevar al huerto de la propaganda, de la publicidad, del sensacionalismo, del erotismo y la pornografía. Antepone la verdad a las ideologías, al lucro inmoral, a la prostitución de los sentimientos y del cuerpo humano.
– Asume todas las consecuencias que puedan seguirse de sus escritos, sin buscar chivos expiatorios cuando los vientos no le son favorables.
– No defrauda al lector con títulos que no corresponden al contenido objetivo de sus escritos. Sabe compaginar el buen gusto y la imaginación creadora con la verdad.
– Es solidario con sus compañeros, pero sin encubrir injusticias o prestar su apoyo a causas objetivamente injustas.
– No incita a la violencia ni favorece la criminalidad bajo el pretexto de informar.
– Respeta escrupulosamente los derechos de autor y cita correctamente las fuentes de información.
– Sabe distinguir y aplicar las características de lo que es noticia y lo que es comentario.
– Cuando informa sobre crímenes y suicidios evita el sensacionalismo y la descripción de detalles que puedan rebajar la dignidad de la persona humana o inducir reacciones en cadena.
– Antepone los imperativos de su conciencia a los intereses despóticos de la empresa informativa.
– No habla por hablar, sino que se asegura primero de que tiene algo digno de ser dicho y sabido por los demás.
– Exige de forma civilizada un salario digno para dedicarse generosamente a la profesión.


– Es respetuoso con las instituciones sociales e imparcial en sus críticas y denuncias de presuntas injusticias.
– Evita el lenguaje grosero, las falsas declaraciones y maliciosas imputaciones.
– Vive de su trabajo como informador y evita dedicarse a otras ocupaciones ajenas con fines lucrativos robando el tiempo a la profesión. Es respetuoso con las normas disciplinarias de la profesión periodística y no las incumple por el mero hecho de no estar sancionadas.
– Evita la publicación de fotografías y nombres de jóvenes delincuentes o procesados, por razones humanitarias, siempre que ello no afecte a los datos esenciales de la información o exigencias del bien común.
– No renuncia al derecho a expresar su propia ideología, pero sin servirse del periódico como plataforma ideológica propia a costa de la información que debe a sus lectores.
– Se preocupa por su formación permanente como garantía de competencia profesional.
– Se considera por encima de todo un modesto servidor de los intereses del público, de la justicia social y promotor de todos los derechos humanos.
– Se considera un humanista comprometido con todos los valores que dignifican y educan al hombre, evita la tentación de la arrogancia, el complejo de prepotencia y el entreguismo sumiso a las clases poderosas aislándose del pueblo sencillo.
 
Reduzcamos ahora esos valores referenciales a categorías básicas y veamos desde este nuevo ángulo la imagen deontológica resultante:
– Por relación al público, respeta la vida privada y reputación de las personas, así como sus convicciones, su sensibilidad y legítimas costumbres. Por lo mismo evita las calumnias, las acusaciones infundadas y los prejuicios sobre los juicios legales. Reconoce el derecho del público a saber la verdad, acepta el derecho de réplica, las sugerencias y las críticas constructivas. Presenta los hechos con objetividad, pero sin brutalidad ni sensacionalismo.
– Por relación a los eventos, obtiene los datos informativos por medios justos y honestos, los verifica al máximo y los comunica con veracidad, evitando toda forma de manipulación malintencionada.  El periodista responsable corrige cualquier error una vez que ha sido descubierto.


– Por relación a la sociedad en general, respeta las normas éticas comunes así como las instituciones públicas reconocidas. No viola las leyes que garantizan la seguridad nacional y apoya los objetivos justos de la comunidad de la que forma parte.
– Por relación a las fuentes, respeta la confidencialidad y el secreto profesional, reclama el derecho de acceso razonable a las fuentes de información y trata de conocerlas con la mayor competencia posible.
– Por relación al grupo profesional, cuida su integridad personal evitando el soborno y las ventajas personales; es solidario con sus colegas y no les causa perjuicios mediante la promoción  de lo que es injusto o no equitativo. Por la misma razón se abstiene de practicar el plagio y se comporta de modo que no quede el gremio profesional en mal lugar.
– Por relación al ideal de servicio, sirve al interés público, colabora a la creación de una opinión pública informada y objetiva, contribuye noblemente a la educación de las masas y apoya la lucha social por la vía de la justicia, el respeto y la paz sociales.
– Por relación a la comunidad internacional, se abstiene de atacar a las naciones amigas mientras se respeten los derechos humanos fundamentales, favorece la convivencia pacífica y el mejor conocimiento de países extranjeros.
– Por relación a los mass media, es leal y no traidor a la organización o empresa en la que trabaja, promueve la libertad interna dentro de los límites justos establecidos por la empresa y exige un contrato laboral justo que le permita dedicarse plenamente al trabajo informativo y participar de forma activa y eficiente en la toma de decisiones en materia de información. Es obvio que el retrato moral del informador responsable, tal como queda descrito, sólo tiene sentido en un contexto de libertad personal y de expresión pública. No se puede exigir responsabilidad a quienes no son libres. La responsabilidad informativa no es otra cosa que el ejercicio razonable y correcto de la libertad de expresión. La responsabilidad ética o moral es inseparable de la capacidad efectiva de libertad.
 
                       
                  BIBLIOGRAFIA BASICA
 
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H. EUGENE GOODWIN, A la búsqueda de una ética en el periodismo (México 1987).

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                    NICETO BLAZQUEZ, O.P.